Partida Rol por web

16 de marzo de 2000 - Después del atardecer

Marion escuchó un fuerte estruendo al otro lado de la puerta de metal. Parecían decenas de botas golpeando el suelo de piedra. El tintineo del metal podía escucharse incluso desde donde se encontraban. Hubo un grito que ahogó una hoja de metal. Los pasos no se detuvieron. Alguien abría una puerta cercana. Unos pasos más pesados y una voz cavernosa retumbaron dentro de su pecho. Habían sacado a uno de los prisioneros. Aparte de ellos, sólo había alguien más allí abajo...

-Marion -dijo Lothar-. Detrás de mí.

El Conde se adelantó tanto como las cadenas se lo permitieron y se quedó mirando a la puerta, a la espera de que se abriera... pues no podría ser de otro modo.

Se terminaba la espera. Por fin. Y sin embargo no le hubiera importado estirar un poco más sus últimas horas junto a Lothar, aun en esas circunstancias.

-No. -Tiró del codo de su marido para atraerle a su lado y le cogió de la mano-. Juntos.

Lothar tragó saliva y le apretó la mano. La puerta se abrió. Los plebeyos esperaban fuera armados con espadas, lanzas, hachas, escudos. La mayoría habían sido elaborados de la manera más humilde, pero sus filos brillaban rojos por la sangre.

La sangre que brillaba en la boca y los ojos de su cabecilla, Goran. Gastón estaba a su lado armado con una ballesta, y el gigante azul, Grenn, rugía algo incoherente detrás de él.

-Amordazadlos -ordenó el redcap.

La turba de plebeyos entró, todos encantados de poder vejar a un sidhe de alguna manera. Lothar lanzó patadas y maldiciones e intentó controlar a alguno de ellos, pero su número era tal que la Soberanía no servía de nada. Les metieron pañuelos en la boca y les ataron alrededor para que no pudiesen escupirlos. Lo habían hecho con tanta violencia que difícil respirar. Anton, el sluagh, fue el que dio el nudo al pañuelo de Marion mientras sonreía de oreja a oreja. Había salido de la nada y se había posicionado a su espalda. Sus dedos fríos le habían tocado la cara como si fuesen gusanos infecciosos.

-¿Lo habéis pasado bien en la celda hoy? Seguro que sí. A Grenn le ha encantado estar aquí dentro. -Goran cogió la ballesta de manos de Gastón y la miró interesado-. Lady Marion, es un honor. Rochelle me ha dicho muchas cosas buenas sobre vos.

Goran disparó la ballesta y el virote se clavó en el muslo de Marion. La Eiluned cayó de rodillas. Lothar emitió un aullido ahogado y trató de arrancar las cadenas de la pared, sin remedio.

-Es una lástima que no pueda encargarme yo mismo de vosotros. Me encantaría ver la cara que ponéis según voy comiéndome partes del otro -sonrió, casi risueño-. La otra zorra... La otra zorra me ha prometido que os haría algo peor. Algún día le hincaré el diente también. Hoy, me conformo con haber liberado a mi camarada y a mi chica.

Marion no intentó resistirse. Más le valía a Anton amordazarla, sabiendo que podía contarle a Sarianne que él la había delatado. Cuando le dispararon Marion intentó gritar de dolor, pero sólo consiguió quedarse sin aire. Quiso arrastrase hacia Lothar de rodillas, pero no era una guerrera y no estaba acostumbrada al dolor. Lo único que consiguió fue caerse de lado mientras luchaba por recuperar el aliento.

Lothar se acercó a Marion y la sostuvo entre sus brazos. A patadas y puñetazos, los plebeyos les pusieron otro juego de grilletes en manos y pies y les quitaron las cadenas que les ataban a la pared.

-Jemaine, amigo -dijo Goran volviéndose hacia el troll-. Ayuda a sus señorías a llegar a la suite nupcial.

El herrero se cargó a Marion al hombro y a Lothar a la cintura y salió por la puerta de la mazmorra. En el pasillo había un par de figuras durmientes, guardias o defensores del castillo a los que habían matado quiméricamente. También había un par de quimeras tiradas aquí y allá.

El grupo de plebeyos subió al piso superior, al cuarto que habían compartido Lothar y Marion. Jemaine los arrojó sobre la cama sin ningún cuidado. El virote del muslo de Marion se clavó más profundamente, casi astillándose. Goran indicó a los suyos que salieran del cuarto y lanzó un beso a la pareja antes de dejarlos a solas y cerrar la puerta.

Cada vez que el troll daba un paso, Marion soltaba un quejido. Cuando cayó sobre la cama dio otro grito ahogado por la mordaza. Se tumbó bocarriba y cerró los ojos con fuerza. Cuando escuchó a Goran alejarse se llevó las manos a la cara y empezó a luchar por sacarse el pañuelo de la boca. Necesitaba dar una buena bocanada de aire y quejarse de manera audible, como si eso fuera a aliviar su dolor.

-No hagais eso -dijo la voz de Sarianne, fría como el invierno-. Yo os diré cuándo podéis quitaros la mordaza. Lo mismo va por vos, Lord Lothar.

La Leanhaun se presentó ante ellos vestida de blanco y gris. Llevaba una insignia con el arpa Leanhaun en el pecho, y el pelo níveo recogido en un moño, como siempre. Llevaba en la mano un bastón con el que golpeó el suelo.

-Se abre la sesión. El juicio de los Condes Luminosos va a comenzar. Preside mi juez imparcial, Matthieu Dubois.

Un potente cantrip de Protocolo les impidió hablar fuera de su turno. A partir de ese momento, Sarianne era el ama y señora de la habitación y todo lo que dijera sería la ley. La puerta volvió a abrirse y un hombre al que no conocían hizo aparición. Miró a Marion lujuriosamente y unos colmillos blancos aparecieron contra su labio inferior. Ansiaba la sangre que se escurría por su pantorrilla.

-¿Es esta la asesina de mi madre? -preguntó el vampiro rodeando la cama y sonriendo de medio lado-. No es tan hermosa.

Matthieu no estaba encantado y el cantrip no parecía afectarle. Sarianne lo había invitado tomando algunas precauciones.

Lo único que pudo hacer Marion fue abrir los ojos como platos. No. Él no. Trató de arrastrarse hacia el cabecero de la cama, aterrorizada, e incapaz de hacer nada debido a los efectos del Protocolo.

-Este juicio no es sobre traición -dijo Sarianne apoyándose sobre el bastón-. Podéis estar tranquilos en ese aspecto. Sé que no habéis traicionado al reino y que ni siquiera me habéis atacado a propósito.

La Condesa se pasó la mano por el brazo vendado y torció la boca.

-Pero sí es cierto que Lady Marion ha sido excepcionalmente molesta y que ha actuado de manera vil y malvada. Quitaos las mordazas si queréis, mis señores. No es lo único que vais a quitaros esta noche.

Sarianne señaló a Marion con el bastón.

-Conocéis a esta mujer, Lord Lothar. Es vuestra esposa, el amor de vuestra vida. Pero... ¿conocéis realmente sus actos? ¿Sabéis hasta dónde ha llegado?

-Mató a mi madre -dijo el vampiro-. Le hizo... ¿cómo decías que se llamaba? Esa cosa que destruye tu creatividad para siempre...

-Una Rapsodia -asintió Sarianne-. No sólo tenía a una amante vampírica, no sólo se aprovechaba de su arte; cuando llegó el momento en que se cansó de ella, la destruyó. Absorbió todo lo que pudo darle, destruyó su gran obra y se alimentó del Glamour robado. Y, no contenta con ello, le clavó una estaca en el corazón y dejó que muriera a la luz del sol. ¿No es eso cierto, Marion? ¿Por qué no se lo contáis a vuestro marido como me lo dijisteis a mí? Pero decid sólo la verdad. No podéis decir nada más.

Marion se quitó la mordaza con manos temblorosas. A esas alturas hubiera preferido seguir con la boca tapada. Empezó a hablar casi en susurros, mirando al vampiro para no mirar a Lothar.

-Le hice una Rapsodia a Adèle. Fue un castigo. Atacó a Lothar y a la Dama Ariadna. Pero no había nada que destruir. Adèle no podía crear. No podía pintar. No sin haber bebido sangre de uno de los nuestros. Se emborrachaba con sangre y entonces podía ver cómo somos realmente. Era una adicta. Después intentó matarme. Y la maté porque era un peligro para todos.

-Ella te adoraba -gruñó el vampiro-. ¡Te adoraba! Estaba completamente sometida a ti. En sus cartas, mi madre me decía lo mucho que trabajaba, los cuadros que pintaba, lo maravilloso que era tener una musa como tú. ¿Qué fue de sus cuadros? ¿La mataste cuando te cansaste de ella y le quitaste todo lo que tenía?

Lothar se hallaba pálido, mudo y confuso. Aún no había digerido la revelación.

-Es evidente que los sentimientos no eran mutuos -respondió Sarianne con frialdad-. Marion ha demostrado ser una persona gélida utilizando el amor en su provecho. Lord Lothar, deberíais escuchar de sus labios lo que hizo con mi cortesana Gwenhael. Si bien Adèle no era de la Estirpe, ¿qué defensa puede tener la manipulación de alguien de su propia Casa?

La Condesa bajó la mirada y por un momento incluso pareció avergonzada.

-Yo misma he sido objeto de los agravios de vuestra esposa. Manipuló a Gwenhael para que me declarase su amor sabiendo que existía un hechizo que doblegaría mi mente y mis sentidos. Ella era sólo una niña. Como vos, Lord Lothar, me he visto forzada a cometer pecados de lo más viles por culpa de la magia. Yo puedo recuperarme, pero me temo que Gwenhael ha perdido su inocencia para siempre. Marion me ha arrebatado a una de mis vasallas más fieles y me ha convertido en la culpable de su caída. ¿Qué tenéis que decir a eso, Lady Marion?

Marion intentó deslizarse hacia el borde de la cama para sentarse, pero el dolor en la pierna se lo impidió. Levantó la cabeza como pudo para mirar a Sarianne.

-Que es mentira. Comprendí la naturaleza del hechizo después de aquello. Es un hechizo que crea deseo pero que no domina la mente. Me he resistido a él con la misma facilidad con la que respiro. Lo que le hicisteis a Gwenhael fue porque quisisteis. No me culpéis de vuestra falta de autocontrol. Y no actuéis como si os importara, porque si fuera así hubierais hecho algo para remediarlo. ¿La Saqueasteis, Sarianne? Sé que es una afición que tenéis.

-No sabéis nada -dijo Sarianne, lejos de enfurecerse-. Esa acusación es torpe y estúpida. Soy una Saqueadora y todo el mundo lo sabe, pero dudo mucho que una mujer tan integrada en la Corte Oscura como vos no lo haya practicado alguna vez. Nunca os lo pregunté en nuestras charlas, pero estoy segura de que podría sonsacaros la verdad ahora. ¿Es eso lo que queréis? Para todo hay tiempo. Al menos, para la verdad.

Sé que conociais perfectamente la naturaleza del hechizo. Sabíais lo que ocurriría allí, lo sabíais. Con qué objeto exacto lo ignoro, pero sé muy bien de lo que sois capaz. La manipulación de los sentimientos se os da excepcionalmente bien. Lord Lothar, ¿alguna vez os habéis preguntado por qué amáis a Marion? ¿Cómo empezó todo? ¿Por qué justamente enamorarse del completo opuesto a vos? Eiluned, Oscura, fría... ¿Tenéis una respuesta para él, Marion? Habladle de vuestras incursiones nocturnas. Y decid la verdad.

Lothar empezó a negar con la cabeza enérgicamente. Le brillaban los ojos cuando logró escupir unas palabras.

-No. No voy a escuchar eso. Marion, no.

Sarianne dio un golpe con el bastón.

Se dejó caer de nuevo sobre el colchón. No podía mantenerse erguida más tiempo, y era más fácil hablar mirando hacia el techo. No le hubiera importado demasiado llorar delante de Sarianne, pero ya había derramado muchas lágrimas y tenía la voz ronca de lamentarse.

-Entré en tus sueños -dijo en voz baja. Sarianne no había dicho que no pudiese susurrar, y Lothar no quería escucharlo-. Después de matar a Adèle, después de darme cuenta de... No entrabas en mis planes. No sé cómo pasó. Eso puedes preguntárselo a Sarianne. Pero tenía mucho miedo de que no me perdonaras y me odiaras. Y antes de ir a verte... Quise que te fuera un poco más fácil perdonarme y... Tenías muchas pesadillas. Te enfureciste de todos modos. Me dijiste que no querías volver a verme. Oh, hubiera preferido que me partieras en dos con aquella espada a que me rechazaras como lo hiciste.

Marion volvió la cara y se mantuvo en silencio tanto tiempo como pudo. Pero no tenía más elección, y era mejor que escuchase la verdad de sus labios que las mentiras de la Condesa.

-Después de aquello empezaste a soñar conmigo. Yo no hice nada. No miraba. Pensé que era mejor mantenerme a distancia, dejar que persiguieses a Ariadna. Solamente me aseguraba de que no tuvieras más pesadillas.