Partida Rol por web

El corazón del Centinela

18. El buen Doctor

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14/03/2013, 18:39
Narrador

El oscuro manto de oscuridad que la noche de Betlam traía con la caída del sol era el recurso de Felina para cometer sus robos, pese a que aquel día no era exactamente uno de ellos. Por dentro, la ladrona se llevaba por una pizca de ira y el deseo de vengarse de aquellos que la habían jodido a base de bien. Josephine, una de las amigas con las que salía de fiesta había sido secuestrada hacía ya una semana. Romy había tardado un par de días en encontrar una pista que la ayudase a encontrar a su amiga: al fin había podido tirar de varios hilos que le habían llevado a aquel sitio. Se trataba de un polígono industrial en las afueras de Betlam.

Aunque protegida por las sombras, Romy no podía encontrarse incómoda. Enfrentarse a aquellas cosas (y con aquellas cosas entendía hombres armados con pistolas) sola le producía una sensación de tensión en el estómago que amenazaba con acompañarla si algo no cambiaba.... y no tenía pinta de cambiar.

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25/03/2013, 12:20
Felina

Enfundada tras la máscara, Romy podía sentirse protegida hasta cierto punto. El desconocimiento causaba temor, algo que solía afectar de sobremanera a los delincuentes de poca monta. El factor sorpresa, además, resultaba un grato apoyo cuando no se es muy ducho en armas. Sin embargo, esos detalles eran algo que los tipos de aquel local desconocían. Los periódicos, las mesas de tertulia, todos hablaban de superhombres y supermujeres capaces de traspasar los límites humanos, algo que dictaba bastante de la realidad. Romy conocía muy bien sus limitaciones y, aunque a veces tratase de sobrepasar esos límites asumiendo ciertos riesgos, sabía que no era inmortal. Sabía que la máscara no era una armadura y que las balas iban a parar a su cuerpo con el consecuente dolor.

Pero a veces había que asumir riesgos y ese era uno de ellos. A veces las circunstancias le impulsaban a uno a hacer actos que de cualquier otro modo habrían sido impensables. Suspiró y el cuero se tensó al cerrar los puños. El aire cargado amenazaba con tormenta, agitaba su pelo y hacía ondear la gabardina en lo alto de la cornisa. Aquella noche no vestía de ladrona si no de justiciera aunque nada en su atuendo lo demostrase.