Partida Rol por web

Observo la escena como si se tratara de una película, porque mi mente no puede todavía recuperarse de un golpe tras otro, de los sucesos increíbles que había estado presenciando en los últimos días.
A pesar de todo siento alivio al haber corrido a buscar al grupo táctico, pero luego de los tiros y de la tensión inicial, tengo que hacer acopio de voluntad al escuchar la voz de "agente herida" para bajar hacia esa recámara olvidada de Dios y ser golpeada primero por el olor a sangre y muerte, luego por la noticia de que la agente Tautou está inconsciente, o eso espero.

-¡Yo la asisto! -clamé y me dispuse a revisarla in situ para ver si todavía tenía signos vitales, si podía salvarla de alguna manera.

Te puedes machacar las manos y no advertirlo.
Te pueden retemblar los huesos con cada impacto y obviarlo.
Puedes traerte la completa colección de dolores del cuerpo y no impórtate.
Por que ahí un dolor mayor que los mata a todos.
Devorador interior de gritos.
Angustia sin filtro.
-¡Dios! Ábrete, Ábrete, Maldita Ábrete.
Pero no se abre. Por mas que golpeo el maldito metal le obedece a Él y la zozobra, levanta olas de vuelta en mi pecho.
Pero no me detengo. Solo esta la tarea de llegar a Leah.
-Aguanta Joder.... Chilain...Aguanta...Aguanta... Aguanta Compadre.
Destrozo mobiliario. Destrozo el extintor y si no llego a reaccionar a tiempo, casi destrozo a la figura humana que me pide, conscientemente de mi estado, que me eche a un lado.
Dios sabe que es un milagro lo que me impide robarle el ariete y seguir golpeando.
Alguien me devuelve el arma y fugazmente, me pregunto por que esta tan loco, pero el tacto de las herramientas conocidas me centra y, mientras el asedio continua, me concentro en ponerme la armadura.
Sin sonido mis labios repiten la vieja costumbre aprendida:

Santísima Muerte protectora,
Dueña y señora de la vida,
Ángel que nuestro Padre creo
Para ayudar y servir.
Hoy te imploro...
Por Leah Tautou...
Que sus días sobre la tierra perduren,
Que su cuerpo recobre el vigor y la energía.
Tu que todo lo puedes, sálvala ...
Yo te lo imploro, te lo pido en esta hora,
Por Jesucristo vencedor en la Cruz,
Conmuévete y tráela de regreso

No paro de rezar. No paro de aferrar la pistola y afilar la mirada...
Aun cuando por fin cae la hoja de la puerta y descendemos a la miseria de luz y vemos a lo que fuera Terry cogiendo y estrangulando en vilo a Leah.
Mis ojos se abren como platos cuando mi aliento se rompe en una grosería corta y dura.
No por favor señor...
Los hombres de la gendarmeria actúan rápido y sin pensar. El restallido sordo de las armas es contundente. El tipo cae sin sesos sobre el suelo liberando a Leah.
Para ellos a acabado la amenaza.
Yo me desplazo hacia Leah decidido que no maníaco. Por que en mi cabeza y mi pecho solo esta comprobar que esta bien.
Mas gente responde a la llamada de los policías mientras, yo me arrodillo al lado de mi compañera para tocarle el cuello y detectar pulso. Para tocar su piel y sentir su calor. Para agachar la cabeza y escuchar su respiración.
La voz de la doctora Ouvrard me llega desde atras acercandose

Cita:

Cuando veo a Leah en sus manos y luego la explosión de muerte suplico que mis pensamientos no se cumplan.
Por todo lo sagrado...Que no la manche con su lo que sea que es.
Mis ojos se comen la escena disparados. Mi cabeza se une a mi corazón en la empresa de cazar la sombra invisible si apareciera y cazarla antes de que la alcance. Antes de que se asiente.

Leah se encontraba en pararada cardiorrespiratoria: no había ni respiración ni latido cardíaco. Eso implicaba que la circulación de su sangre se había detenido y con ella el suministro de oxígeno a su cerebro. La muerte era inminente y requería una reanimación cardiopulmonar inmediata.

Trasladándola se perdería un tiempo precioso y aumentaría en mucho las ya de por sí altas probabilidades de que muriera. Lo más eficiente era desnudarle el pecho y comenzar ahora mismo el masaje cardiorespiratorio mientras alguien corriera a la habitación de Marie a por el desfibrilador portátil.

El doctor Seyrig miraba a Clementine. Incluso ahora parecía que le estaba haciendo un examen sorpresa.

Bajo las escaleras rápidamente, dejando atrás a un agente Mallut al borde de un colapso. Me detengo frente a la agente, que se encuentra desvanecida, y me apremio a actuar porque en estos casos el tiempo cuenta mucho. Me arrodillo en el suelo asqueroso de aquella habitación y examino a la mujer: no había ni respiración ni latido cardíaco -¡Todos atrás por favor! -digo mientras me coloco junto a ella y comienzo a hacer el masaje cardíaco, tengo que lograr que llegue sangre al cerebro, repaso mentalmente, como si ayudara de algo, las consecuencias que produce en el cerebro la falta de oxígeno. Siento que las manos me fallan en la presión, estoy agotada y no puedo hacer bien esta sencilla tarea, rutinaria para mí, en este momento crítico. -¡Alguien que vaya a buscar el desfibrilador del piso de arriba! -clamo entre jadeos -¡Max! ¡Necesito ayuda!

No tengo que llorar, no ahora. Estoy conteniendo la respiración sin darme cuenta como si un hechizo fuera a romperse en cuanto despertara Leah. Ojalá el doctor Seryg lo hiciera mejor que yo.

Hundida en mi depresion y con un nudo en la garganta que literalmente no me dejaba desahogarme sentia como los pulmones secos les costaba llenarse de aire por la sed que tenia. No sabia que hacer cuando escuche mi nombre.

Era una voz lejana, ausente... no estaba alli, o era yo la que estaba lejos. Senti la presencia de alguien a mi al lado y di un grito cuando subi la mirada a ver quien o que era. La niña me miraba con cara de preocupacion.

- Oh dios mio!!

Fue lo unico que pude decir mientras me tapaba la cara y la boca por la sorpresa. La sed se habia ido y ya no estaba sola. La niña me miraba aun, y sin controlarme fui y la abrazé. Fue instintivo, ni siquiera lo pense y hasta que unos segundos despues me habia dado cuenta de lo que habia hecho.

Con suavidad separe los brazos para dejar de abrazarla aunque habia sido muy reconfortante.

- Estas bien? Le pregunte forzando una sonrisa.

Mire a mi alrededor y no habia nada. Hasta las culebras parecian haberse alejado por unos instantes. Me di cuenta de mi desnudez y con angustia me tape los senos mientras miraba la herida en su craneo.

- No estamos muertas verdad?

- Vamos tenemos que salir de aqui.

Me levante ya sin mucho pudor y tomandole la mano hice que me siguiera hacia arriba continuando mi dificultando ascenso.

- Como llegaste aqui? Sabes si hay alguna salida? Ya recuerdas tu nombre? Viste a alguien mas aqui? Sabes si Daniel esta bien?

Eran preguntas que iba soltando mientras subia por los escalones.

El abrazo fue sumamente reconfortante. La niña apretó fuerte como si no quisiera soltarse nunca. Su delgadez la hizo parecer muy pequeñita en los brazos de Leah.

Cuando la detective le preguntó si estaba bien la niña estaba llorando y respondió que nó con la cabeza.

-Tengo miedo.

Luego, cuando volvió a preguntar, esta vez por si estaban o no vivas:

-Creo que las dos nos estamos muriendo. Yo despacio, porque las máquinas mantienen mi cuerpo dormido, en coma. Tú... no lo sé.

Se cogieron de la mano.

-Quizá para tí hay una esperanza. Acaba de pasar y conozco el camino de vuelta. No recuerdo mi nombre, y vago por este lado desde que recuerdo. Por aquí muchos han olvidado su nombre y se convierten en sombras. ¡Pero tú... tú corre delante de mí y no habrá encrucijadas para tí, sólo corre y corre por el camino a casa que se te irá abriendo! Y no te preocupes por Daniel, sigue el camino y pronto lo verás. ¡Pero sobre todo, pase lo que pase, no mires atrás!

Y echaron a correr por túneles, a veces pisando adoquines por lo que parecían calles subterráneas, algunas inundadas hasta los tobillos. A veces subiendo escaleras de piedra, o de hierro, oxidadas, con el aire viciado, escuchando gritos lejanos o cruzándose con sombras confusas de siluetas que parecían vagar sin rumbo.

No volvió a hablar la niña, ni siquiera oyó sus pasos. Llegó a dudar Leah de que estuviera todavía con ella.

El último túnel llevaba al hospital. Los pasillos parecían haber sido abandonados hace cien años. Leah podía sentir que sus paredes sufrían algún tipo de daño psíquico, como si los gritos, el dolor y la muerte prematura hubieran ido corroyendo pintura, azulejos y muebles.

Conforme se acercaban se podían oír los gritos de la doctora Ouvrard:

-¡Todos atrás por favor!

Cuando la niña y Leah entraron en la habitación, abriendo una puerta que hasta ese momento era invisible, sólo Daniel reparó en ellas. Cogidas de la mano, la niña con su bata de hospital, Leah desnuda.

Leah pudo ver su propio cuerpo en el suelo, sin vida, asistido por los médicos que había conocido hace un rato y rodeado por varios agentes de un comando de intervención de la policía. Le habían abierto la camisa y estaban luchando por reanimarla, por ahora sin éxito.

El cadáver de Edmund, con media cabeza reventada yacía totalmente inerte, vacío, abandonado a un par de metros.

Y Daniel la miraba, no al cuerpo de Leah, sino a ella misma. Con los ojos abiertos como platos.

El doctor Seyrig intentaba con ahínco reanimar a Leah. Con gran vigor aplicaba con sus manos un masaje cardíaco mientras la doctora Ouvrard cargaba las palas de un desfibrilador portátil que indicaba con el texto “en parada, aplicar descarga” que su corazón no latía. Un pitido anunció que era el momento de hacerlo.

El doctor siguió el masaje con fuerza, y la detective seguía sin responder. Alternaban los masajes del doctor con la respiración boca a boca, de Clementine, que notaba cómo los labios de Leah se iban enfriando.

Cuando llegó el desfibrilador la doctora lo preparó mientras que el doctor Seyrig no dejaba de masajear con ritmo. Ella le tenía que aplicar la descarga. Cuando el aparato confirmó la parada y anunció que estaba cargado, llegó el momento de la verdad.

Clementine y el doctor Seyrig ocupan el hueco sobre Leah antes de que agarre la certidumbre de llegar a tiempo.
Es entonces, que al alzar la mirada las veo, bajo el foco de un umbral que no existía hace un momento.
Suficiente para que mis contornos de control de la razón y la compostura se desmenucen.
La veo mirarse en el suelo, la vida en la carne separada a un par de metros junto a Jane, y es tanta la presión desde dentro que incluso que empiezo a balbucear en castellano.
->¡Oh!¿Leah?< - la llamo mientras su imagen se me emborrona en entre las lagrimas. Hacia siete años que no lloraba así. Desde las entrañas.
->Corri pero Él me cerro la puerta. La golpee y la golpee pero consegui suficiente fuerza para tirarla abajo. No es justo que cabrones asi - mis ojos escupen con desprecio sobre el despojo de Edmund Terry - acaparen esa... Hegemonia y nosotros...nosotros no...<.
Mis manos caen sobre mi regazo desanimadas, exasperadas y encolerizadas todo al mismo tiempo.
Acaban temblando como cuando la sentí hace apenas unos minutos.
La quiero abrazar. Quiero recobrar y fijar el sabor de sus labios y que mas que nunca me hagan olvidar el dolor.
Pero no sera posible. Así no. Escindida en el filo de la muerte. La chispa la tiene de la mano Jane. Y en el suelo solo hay carne.
->No hay equilibrio, Señora, no lo hay - mascullo un un susurro- Ellos consiguen mas de poco y nosotros no...nosotros tenemos que estirarnos mas allá del borde.
La miro. A los Ojos. Abriendo el portal de mi corazón, mi espíritu y el espejo de mi alma.
->No te vayas, Leah - le imploro - tomo la mitad de mi o todo pero quédate, Chialin - levanto los ojos al cielo - Le cedo lo que necesite, todo si hace falta. ¿Lo oyes, Santísima? Todo, incluso mi ultima promesa - me retuerzo golpeándome el pecho - pero si hay una oportunidad. Un atisbo de voluntad del Señor de que se quede... ofréceselo<.
La vuelvo a mirar. Es una mirada apasionada, insolente y también avergonzada por mi debilidad.
->Respirar en este mundo es dolor y es una mierda y se a lo que te pido que vuelvas - mi voz casi muere en un suspiro cohibida - pero te lo tengo que pedir por que eres mi camarada...mi compañera en...en este crimen que es estar vivos.
Oigo las palas cargar. Y extiendo la mano en el aire a la Leah en pie.
Timidamente. Temblorosa. Abochornada al ser consciente de estar deseando que, quizás renuncie a la Gloria. Pero de todas maneras alzada.
Pero no puedo evitar hacerlo. No me es posible.

Daniel se aparta para que los médicos actúen.
Parece ido y llora habla en susurros en un idioma que no es el francés.
Parece que mira a un punto definido de la pared.
Y al final levanta una mano cohibida y temblorosa hacia ese punto vacío.