Partida Rol por web

En cuanto terminó su relato, Sophie se lanzó curiosa hacia el contenido de la caja. Parecía una niña abriendo un regalo de cumpleaños. No pensaba que fuera a ser peligroso o no se le habría enseñado, pero no dejaba de ser algo mágico y se quedó en tensión preparado por si tuviera que quitarla de sus manos o pasara algo imprevisto. Exponer el polvo a la luz del sol no pareció afectarle como había pensado. Lo ocurrido había sido todo tan nocturno, tan «lunar», que lo había temido así. Sin embargo los cuervos son pájaros solares, y recordó que se asociaban a Apolo cuando vio cómo las pupilas de la chica brillaban con intensidad, como si estuviera mirando el sol poniente.

En ese momento, Mats le habló al oído. Arthür le miró y asintió con la cabeza, con el ceño algo fruncido, con un gesto de preocupación. Tal vez sospechara algún peligro que no quisiera compartir con Sophie, pero eso le extrañó: —Claro —respondió en voz baja.

Arthür no vio nada extraño alrededor de Sophie. Quizá sus ojos delataban un profundo y misterioso espacio interior.

El resto del día fue calmo y tras la comida del siguiente la casa Gresta ya estaba medio preparada, por lo que pudieron mudarse allí.

Cuando llegaron su aspecto había cambiado mucho. Estaba diáfana.

El señor Ginouvès les enseñó el estado de las obras. Todas las telas y los muebles, todos los objetos, estaban en un taller de restauración y tardarían meses en ser catalogados, asegurados, reparados y devueltos.

En las habitaciones habían camas nuevas con sus sábanas y colchones. Unos pequeños armarios provisionales y escritorios con sillas cómodas.

La grifería había sido sustituída por una nueva y habían cambiado todas las tuberías, que ahora corrían por el exterior dando al baño un aspecto steampunk. La bañera, limpia, era preciosa y enorme.

En la cocina también habían añadido nevera, horno, microondas, encimera, una mesa y varias sillas. Los platos, etc. también eran nuevos

La casa parecía mucho más luminosa que antes y las vigas habían sido tratadas la mañana anterior. Aunque habían pintado todas las paredes, restaurado el suelo y ventanas, sólo el salón olía un poco a pulimento.

Allí el casero había hecho colocar una buena mesa, unas sillas funcionales, un sillón de marca, una televisión decente y un equipo de alta fidelidad.

Poco después de terminar el delicioso café, me dispongo a salir de la casa con el pretexto de ir a fumarme un cigarrillo. Estiro las piernas al levantarme de la silla, pasándome las manos por ellas. Es agradable conservarlas, después de todo. Después, dirigiéndome hacia la puerta, miro a Arthür y le hago un gesto con la cabeza, indicándole que me siga.

Arthür y yo salimos de la casa rural. Inspiro profundamente el aire de la mañana, cargado de energía, y encojo los ojos, mirando directamente el deslumbrante sol que asoma desde detrás de los árboles, espantando el miedo sin forma de la noche. Saco un cigarrillo del paquete que tengo guardado en el bolsillo. Sin embargo, después de darle un par de vueltas entre los dedos, vuelvo a guardarlo. Suspiro.

—Una noche extraña, ¿eh? —digo de improviso, aún sin mirar a Arthür—. Si alguien llega a contarme todo esto hace un tiempo, lo habría tomado por loco. Sueños compartidos, brujos homicidas, cuervos humanoides… —Lanzo una carcajada irónica—. Joder. Y la lista crece y crece.

Me doy la vuelta hacia Arthür. En mi rostro hay una sonrisa leve. Suave.

—Te admiro de verdad, Arthür. Ya te lo he dicho muchas veces. Creo que eres muy valiente, y que tienes una gran fortaleza interna. Pero no puedes con esto tú solo. En serio, agradezco que quieras ahorrarnos preocupaciones a Sophie y a mí. Y puede que a Sophie la engañes… Pero a mí no puedes. —Mi sonrisa se acentúa durante un único segundo, adquiriendo un tinte malicioso—. Yo también soy mucho de cargarme muertos a las espaldas para aliviar un poco a los demás. Y creo que ya sabes que también soy bastante aficionado a guardarme cosas. Precisamente por eso, sé darme cuenta de cuando alguien no me lo está contando todo… Por no mencionar que soy periodista. ¿Qué clase de periodista sería si no me diera cuenta de esas cosas? —Río, y doy unos pasos hacia Arthür—. Sé que aún hay cosas que no nos cuentas. Pero tranquilo, no te voy a obligar a contármelas. Todos guardamos secretos, y si decides no compartir los tuyos, tus motivos tendrás. Lo único que quiero que tengas claro es que puedes contar conmigo. Puedes confiar en mí, y hablarme de cualquier cosa de la que necesites hablar. Lo que sea. Yo a veces lo intento, pero se me da fatal.

Me quedo mirando a Arthür unos cuantos segundos, sin pestañear, aunque mi mirada clara no resulta inquietante. Por primera vez en algún tiempo, parezco relativamente relajado. Me tomo algo de tiempo antes de preguntar:

—Sabes que me importas, ¿verdad, Arthür?

Seguir ahora a Mats hasta el exterior de la casa haría imposible que Sophie no se diera cuenta de que algo pasaba. Trató de medio fingir medio pensar que le vendría bien estirar las piernas y respirar un poco el aire de la mañana, y tras decirle a la chica «voy a salir también un momento. Llama si necesitas cualquier cosa» se alejó por la puerta tras su amigo.

Cuando Mats comenzó a hablar le pilló por sorpresa. Había imaginado que quería compartir algún detalle inquietante de la noche anterior, tal vez del sueño o algún otro pensamiento que prefería momentáneamente esconder a Sophie, pero no, se trataba de que sus esfuerzos por no mostrar lo que bullía en su alma no habían conseguido pasar desapercibidos para su amigo. Escuchó todo lo que éste le dijo en silencio, tratando de no desviar la mirada, entendiendo y sobre todo agradeciendo todo lo que decía.

Ante la última pregunta de Mats, Arthür asintió levemente con la cabeza. Su amigo leía la lucha interna que tenía en su cara. Era evidente, ahora que parecía haber dejado de hacer un esfuerzo costoso, que se sentía angustiado y también muy confuso. Tardó un momento en poder hablar:

—Créeme, Mats: si tuviera que contarle a alguien esto sólo os lo contaría a vosotros. Ahora sois… Sois como familia para mí. Pero no sé qué me ocurre— tragó saliva y desvió la mirada por un instante—. ¿Debería estar contento?, ¿al menos aliviado habiendo encontrado algo que pensé que nunca iba a recuperar? —dicho esto se detuvo de nuevo, haciendo una pausa para respirar profundamente antes de proseguir con un tono más sereno—. Perdóname, pero no puedo hablar ahora. No sabría qué decir… Pero te prometo que si intuyera que hay algo peligroso, algo que pudiera daros problemas a Sophie y a ti, os lo diría enseguida… Yo sólo… Sólo… —bajó un poco más el tono de su voz e hizo una pausa, pensativo, como buscando resumir lo que le estaba pasando— Creo que mi vida se me ha ido totalmente de las manos y no sé dónde me va a llevar. Pero no voy a poder volver…—bajó la cabeza y se quedó mirando al suelo sin poder evitar sonrojarse. —Perdón por el desahogo... Estaré bien, te lo prometo.

Sophie levantó la mirada de la caja justo cuando Mats salía. No se había dado cuenta de que llevaba unos minutos absorta. La belleza del polvo la había dejado ensimismada. Musitó un murmullo de asentimiento cuando Arhtür anunció que también salía y quedó sola, sumida en sus pensamientos, mientras miraba la cajita, ya cerrada encima de la mesa, de reojo.

Sophie notó que Arthür sacaba a Mats afuera, para comentarle algo. Pero no notó ninguna gravedad, parecía más bien un comentario, una confidencia que no parecía ser urgente.

Escucho a Arthür con una atención genuina. Asiento ante sus afirmaciones, comprendiendo perfectamente cómo se siente y los motivos que lo llevan a preferir guardar silencio.

—Lo entiendo y lo respeto. Y te repito: tranquilo. No tienes por qué explicar más de lo que a ti te parezca. Y por favor, no me pidas perdón. Solo quiero que sepas que estoy aquí, ¿vale? Aunque sea para hacer bonito. —Río—. No, en serio… Tú ya me has dejado pegarte la paliza alguna que otra vez. Sería injusto que no te devolviese el favor.

Sin embargo, cuando vuelve a mostrar preocupación por si sus omisiones pudiesen suponer un riesgo para Sophie o para mí, sacudo ligeramente la cabeza.

—¿Lo ves? —pregunto en un tono de voz calmado—. Lo haces otra vez. No se trata de nosotros, de que nos puedas poner en peligro o no. Se trata de ti. —Suspiro, con una sonrisa de medio lado, aunque mis ojos parecen tristes. Doy un par de suaves golpecitos en el pecho de Arthür—. No cargues con más peso del que debes. Me da la sensación de que siempre has sido alguien que se ha preocupado más por los demás que por sí mismo, ¿verdad? Sí… —Asiento, como respondiéndome a mí mismo—. En cierto modo, yo también me he comportado así toda la vida. Es como si, de manera inconsciente, tratara de ajustarme a las expectativas, a lo que mi padre me enseñó desde pequeño que era correcto. Como si no me permitiera ser completamente yo, hacer o decir lo que realmente me gustaría… ¿Me entiendes? —Apretando los labios a modo de sonrisa, doy una palmadita en el compungido rostro de Arthür—. Mira, sé que normalmente sois Sophie y tú los que me animáis. Pero creo que hoy me corresponde a mí. Y aunque te cueste ver más allá de cómo te sientes ahora, escúchame a mí: lo vamos a conseguir. Estoy convencido de ello, por lo que yo siento, por lo que tengo dentro en este momento. No puede ir de otra manera, Arthür, y escúchame: no te voy a dejar caer. Antes me tiro yo. ¿Me has oído? —Aprieto el brazo de Arthür, intentando evitar que se suma en sus negros pensamientos, obligándolo a ser consciente de mi presencia. Le guiño un ojo—. Estoy aquí.

Por un lado no pudo evitar sentirse incómodo al escuchar a Mats hablando de él, de cómo pensaba que era, acerca de su impresión de que se cargaba a sí mismo con más de lo que debía soportar. Su amigo quería reconfortarle con el claro y enérgico mensaje de «no estás solo», lo cual era realmente importante para él y lo que necesitaba escuchar pues, fuera la que fuera la vida que se le abría ahora, tendría con quien compartir sus dudas o sinsabores, o al menos eso deseaba fervientemente porque no era capaz de intuir lo que podría venir después y eso era en parte lo que le más le asustaba: el terminar siendo alguien tan verdaderamente extraño que ya no pudiera encajar con nadie ni con nada.

Sus pensamientos se centraron entonces en el mensaje que Mats le transmitió, ese «lo vamos a conseguir». Fuera sobrevivir, fuera encontrar a la hija de Montillet, fuera ayudar a Sophie a librarse para siempre de los soñadores o algo que ni siquiera eran capaces de imaginar todavía, lo consiguieran o no, era en lo que debían centrarse totalmente en adelante. Ése era desde el inicio su deseo, aunque su confianza se había tambaleado peligrosamente tras el encuentro con Vendela y la visita de Munin. Pero estaba claro que algo como aquello no podía ser fácil; y más problemas que surgirían de aquí en adelante, eso era seguro.

—No, no voy a caer —respondió con un tono más firme esta vez, mirando a su amigo directamente a los ojos con cierto aire solemne, casi como el de un juramento.

Tras un momento de silencio en que era fácil, incluso gracioso, leer tan claramente en su rostro cómo estaba tomando una decisión, respiró hondo, esta vez visiblemente aliviado —Gracias, Mats. Muchas gracias —sonrió con un gesto mucho más relajado. Y como bajando los pies de nuevo a este mundo añadió—: creo que necesito un baño y dormir un poco y me sentiré mucho mejor—. Mats no dejaría de entrever ahí cierta voluntad de terminar de hablar de sí mismo, pero ante todo Arthür estaba siendo realmente sincero: sus palabras le habían dado el necesario apoyo que tanto precisaba para comenzar a recomponerse.

La luz de la tarde le daba un aire optimista a la casa recién pintada. Cada uno tenía sus llaves y aunque lo básico estaba disponible y la casa era perfectamente habitable, no habían traído sus cosas.

Mirando a mi alrededor y viendo las paredes limpias y recién pintadas del que va a ser nuestro nuevo hogar, sonrío con satisfacción. Al fin parece que disfrutamos de cierta tranquilidad, una sensación francamente bienvenida.

Tras la conversación que mantuve ayer con Arthür, me dediqué a buscar con mi móvil una agencia de mudanzas cuya ubicación nos resultase conveniente. No pensaba emplear una que estuviese situada en París, por razones evidentes, aunque eso supusiera tener que pagar más en concepto de desplazamiento. Cuando al fin di con una adecuada, programé la mudanza para el día de hoy, no sin antes llamar al señor Ginouvès para asegurarme de que la casa estaría lista. Esa misma tarde me personé en las dependencias de la agencia y les entregué las llaves de Arthür y las mías, dando instrucciones acerca de lo que debía ser recogido y la dirección a la que habría de llevarse. El día transcurrió sin mayores complicaciones, y mis amigos y yo pudimos relajarnos un poco. Creyendo que había pasado un tiempo prudencial, envié un mensaje de texto a mi jefe, Jérôme, para saber cómo estaba. Por la noche volví a pedir que Arthür me atase las manos para dormir, aunque el sueño ha sido reparador y carente de sobresaltos. Sea cual sea la maldición que pesa sobre mí, sus efectos no parecen tan previsibles como había supuesto inicialmente.

Esta mañana me he levantado descansado y extrañamente optimista. Para animarnos, he propuesto a los muchachos que hiciésemos una ruta por los pueblos de la zona. Esta parte es preciosa, y el luminoso cielo, el verde de los campos y las pintorescas casitas de los pueblos realmente me han hecho olvidar los problemas que nos acosan. Es casi como haberse tomado un día libre después de una agotadora jornada de trabajo. Hemos parado a comer en Dourdan, un encantador pueblo con importantes vestigios medievales, y hemos estado charlando de todo un poco hasta que el señor Ginouvès nos ha llamado para confirmar que la casa Gresta estaba lista para recibirnos.

Y vaya si lo está. Está relativamente vacía teniendo en cuenta su abigarrado estado anterior, aunque Ginouvès se ha encargado de dejarnos todo lo necesario para nuestro confort. Y lo más importante de todo: mi alergia agradece la limpieza. Una vez Arthür, Sophie y yo nos quedamos a solas, dejo escapar un suspiro de alivio. Con las manos en las caderas, empiezo a hablar:

—Bueno, pues ya estamos aquí. Supuestamente, a lo largo de la tarde deberían llegarnos nuestras cosas. No sé si vosotros, pero yo estoy deseando cambiarme de ropa —asevero, recordando que llevo alrededor de un día y medio con el mismo traje y el mismo jersey. Me quedo unos segundos en silencio—. ¿Qué creéis que deberíamos hacer a partir de ahora?

Lo cierto es que, ahora que ir a visitar a la doctora Gibran se ha convertido en algo arriesgado, pocas alternativas se me ocurren… Aparte de seguir hackeando a Vendela Döbeln y, quizás, incluso a Ada Bytnar.

Arthür agradeció que Mats se ocupara del tema de la mudanza. Aprovechó los siguientes días para conocer mejor a sus amigos, de ahora en adelante también compañeros de piso, y verdaderamente disfrutó de escucharlos, incluso simplemente observarlos, como le gustaba hacer con la gente siempre que no resultara llamativo, inapropiado o molesto.

La excursión también fue una buena idea. Aprovechó el paso por Dourdan para comprar en una librería de segunda mano, acudir a la catedral (a la que no podía evitar quitar con la mente el reloj horroroso que mancillaba su torre), y también por primera vez comenzó a relevar a Mats y atreverse a empujar la silla de Sophie y servirle de ayuda cuando la chica en algún momento lo necesitara.

A pesar de los profundos cambios en la casa Gresta le pareció que su encanto se mantenía intacto. El señor Ginouvès había tenido mucho gusto eligiendo los colores de la pintura y los pocos muebles que ahora la ocupaban eran sencillos pero bonitos. Propuso que Sophie eligiera primero cuál deseaba que fuera su habitación, tanto por cortesía como porque la chica era la descubridora de aquel lugar increíblemente bonito y barato. Luego se quedó un rato en el que sería su cuarto, casi tan grande como lo era toda su buhardilla, aún vacío, sin sus cosas, echado en la cama. Quería tomar contacto con la luz, los sonidos y los olores que llegaban hasta allí. Si éste iba a ser su nuevo hogar deseaba comenzar a empaparse de él.

En cuanto a la doctora Gibran, deberían encontrar el modo de contactar con ella. Tal vez podrían tratar de hablar por teléfono o conseguir alguna dirección de correo electrónico. Lo difícil sería saber qué decir para poder citarse con ella en algún lugar que consideraran seguro. Por ahora era su mejor pista para seguir buscando a la pequeña Montillet. Respecto a Ada estuvo de acuerdo con que Mats tratara de encontrar algo; no podía quitarse de encima la sensación de que la habían abandonado.

Sophie disfrutó de los días de calma con Arthür y Mats. El vínculo que les iba uniendo se iba estrechando, casi parecía que se podía sentir físicamente. A su lado se sentía tranquila y a salvo, y sentía que podia confiar completamente en ellos. Les habló de su obsesión con los pájaros, cómo cada vez que salían a la calle no podía evitar buscar en las copas de los árboles o en los tejados a los cuervos, a la abubilla, incluso, de manera casi infantil, al avestruz.

Aprovechó la excursión para tomar alguna foto, cuidando de que tampoco fuese un sitio demasiado reconocible, para mandársela a sus padres, reforzando así su coartada de que estaba en unas improvisadas vacaciones. Agradeció también que Mats se encargara de la mudanza, aunque en su caso no hacía falta. Compró un par de camisetas y mudas de repuesto en uno de los pueblos, por si tardaba en volver a casa.

Le sorprendió el cambio de la casa Gresta, pero le gustó. Sin duda era más agradable que el cargado ambiente que tenía antes. Eligió la habitación que consideró que tenía más espacio para la silla y se dedicó a explorar el piso, abriendo todos los armarios y cajones y haciendo inventario mental de lo que tenían a su disposición.

Y cuando Mats dejó caer el "¿qué vamos a hacer ahora?", Sophie no supo que contestar. La verdad es que llevaban tanto tiempo huyendo de problema en problema que no tenía ni idea de por dónde empezar siendo ellos los que tuvieran que tomar la iniciativa.

Ante la pregunta de Mats, Arthür se quedó unos minutos pensativo. Todos estaban algo paralizados dada su situación pero habían detalles que se les tenían que estar escapando o al menos debían ser capaces de tratar de superar ciertos escollos:

—Tras el encuentro con Vendela, antes de saber qué podría pasar, te comenté que no debíamos personarnos así, sin más, en el hospital de la doctora Gibran —comentó mirando a Mats—. En vuestro sueño quedó claro que los soñadores querían indagar hasta qué punto sabías más, pero estuvisteis muy acertados evadiéndoos sin dar ninguna información. Ahora sin embargo creo que debemos encontrar una forma más discreta para hablar con la doctora. No será difícil conseguir algún correo electrónico o teléfono de su hospital con que ponernos en contacto. Deberíamos ser capaces de darle confianza, que sepa que investigamos por encargo de Montillet y que no deseamos implicarla en lo que no desee, sino simplemente hablar con ella donde prefiera y poder usar la información de que disponga para seguir buscando a la pequeña —se dirigió entonces a la chica—. Sophie, sé que hace mucho tiempo que hablaste con Montillet y han pasado muchas cosas, pero es a ti a quién le habló de su psiquiatra, ¿recuerdas algo de la conversación que podamos hacer valer para demostrarle que vamos de su parte? Un pequeño detalle podría suponer la diferencia para tener éxito, lo que sea. Piénsalo tranquilamente. Y otra cosa... Bueno, dos cosas más... —hizo una pequeña pausa para tratar de no agobiar a la chica con tanta pregunta repentina—: cuando hablaste con el «bulldog» en el sueño, ¿te dio alguna pista para poder ponerte en contacto con él? Sé que se presentó como el doctor Duun y tal vez Mats pueda averiguar qué fue de él y ponerse en contacto, pero siempre cabe la posibilidad de que fuera alguien diferente y si lo que desea es ayudarnos o bien es enemigo de los soñadores, sería perfecto poder encontrarle.

Lo otro que te quería comentar, también para que reflexiones sobre ello, es algo que debería haberte dicho hace días, cuando nos hablaste del ciprés blanco: de alguna forma supiste cómo vencer a Vendela y aunque te habló de la fuente, aquello no te afectó. Sólo quería pedirte que pensaras sobre ello, cómo hiciste para resistirle —Arthür sonrió—. Has sido como una heroína de cuento haciéndole un corte de mangas a la bruja malvada.

—Y sí, Mats, cualquier información que puedas encontrar sobre Ada o sobre Vendela nos podrá ser de provecho, sin duda. Me parece una buena idea.

Al terminar de hablar se sonrojó —perdonad que parezca que os estoy poniendo deberes a vosotros... Haré cualquier cosa que me propongáis. —añadió decidido.