Partida Rol por web

El ojo eclosiona bajo el acero, el rostro deforme se desata hacia atrás y hacia arriba, una columna de energía se difunde hasta el cielo plomizo, los músculos restallan cuando el objeto de su tensión se licua y salpican el humor vítreo en todas direcciones.

Este magma sanguinolento y vibrante repiquetea sorpresivamente sobre el contorno recién asentado de Ibrahim, una vez ejecutada la maniobra centelleante. Las gotas atraviesan sus prendas hasta alcanzar su epidermis y poner en ebullición el metal del que está trenzado, ocasionándole a él un escozor molesto a lo sumo, pero una fricción insoportable a la tela, que comienza a arder.

Rick, por su parte, acertó por los pelos a recoger lo que el otro le largaba. En un visto y no visto, su compañero había cubierto la distancia y dado cuenta de la amenaza, y está en trance de convertirse en una antorcha viviente.

Huele a humedad y ozono en toda la ciudad. Los gritos de las sirenas os hacen dar un respingo. Rick distingue en terrazas y balcones a decenas de osados curiosos metidos a reporteros.

Cuando aquel grano de pus infecto revienta, no me quedo a contemplar el espectáculo. La molesta sensación de quemazón es lo de menos, me está destrozando la ropa y hay mucha gente mirando. No es pudor, es rabia por ver cómo ese pútrido ser me está fastidiando hasta después de muerto.

Realizo el movimiento a la inversa, mientras me arranco lo que queda de ropa sobre mi piel. No me interesa ir por ahí con las ropas ardiendo, sería demasiado incómodo. De un salto, hermano del anterior, vuelvo junto a Rick.

- Joder, compadre. Hay que ver la cantidad de mierda que tenía ese hijo de puta dentro.

Sacudo la cabeza, como deshaciéndome de gotas de aquél líquido. Aunque quizá fuera sudor.

- Hay que largarse de aquí, joder. Necesito ropa y tenemos que ir a buscar a la tía esa que nos ha dicho el puto viejo. Esto huele a mierda.

Espero a ver qué opina Rick de todo esto. Si por mí fuera, daba un salto a la primera azotea y buscaría ropa tendida para cubrirme las partes nobles, pero primero prefiero esperar a ver qué opina mi compañero. Al fin y al cabo él es quien le pone las neuronas al asunto, yo sólo la reacción y la fuerza.

Lo que sucedió me ha dejado mas que consternado, una sensacion de repulsión con asco me ahoga completamente de pies a cabeza mientras que no paro de pensar en que diablos está sucediendo y en que momento fuimos a meternos en este problemonon.

El tipo ha dicho que  alguien ha ensanchado su mente...¿Crees que hay otro mutante metido en esto?, por mi parte no quisiera encontrarme con otro como este...

Ya por los pelos habia logrado seguirle el paso a Ibra en su velocidad y acelere y ahora debiamos alejarnos de aqui o seriamos la cena de los periodicos locales e internacionales.

Haz lo que quieras, Ibra....de todas maneras nuestro trasero corre mucho peligro, si mataron al viejito loco en cualquier momento vienen por nosotros Siempre he confiado a ojo cerrado en mi compañero y hoy no seria la excepcion

Los coches patrulla están avanzando por la calle San Andrés y del Divino Pastor. Una pareja de policías municipales irrumpen en la plaza por el ángulo más opuesto. El discapacitado anómalo sufre un último espasmo y se derrama de la humeante silla de ruedas. Alertados por el estertor, caminan en su dirección con las armas desenfundadas, gritando órdenes.

Mientras tanto, los compañeros se disponen a abandonar la fachada de la librería, convertida en un portal en ruinas. Sin embargo, puede que la discreción no esté a su alcance en estos momentos; las carnes morenas de Ibrahim se ofrecen con impudicia a la vista.

El lugar del accidente marcado en la autopista, y dónde deberían de contactar con Alicia Egeo está a unos doce kilómetros de Alcorcón.

Asiento ante las palabras de mi compañero. Miro en derredor y veo con estupor que la policía ya ha hecho acto de presencia. Algo en mi interior cree que no cuadra que se personasen en el lugar tan pronto, pero no le doy demasiadas vueltas. Llevo demasiados años esquivando a la policía como para mantenerme impertérrito ahora al verlos aparecer.

- ¡Agárrate fuerte! - Y casi sin darle tiempo a pensarlo, con un ágil movimiento, echo a mi compañero a mi espalda, a horcajadas, sosteniéndolo con mis manos hacia atrás. Y salgo corriendo a toda velocidad. Intento aprovechar el caos originado para hacer que me pierdan la pista, pero todos los curiosos de la plaza me señalan, haciendo casi imposible pasar desapercibido.

Me adentro por la calle del Dos de Mayo, que es un tramo peatonal y por donde no podrán perseguirme los coches. Cruzo la calle de Palma y continúo recto hasta el final de la calle Dos de Mayo, que es el cruce con la calle San Vicente Ferrer. Ahí, en lugar de girar a derecha o izquierda, salto hacia arriba, con mi compañero a la espalda, hasta alcanzar la azotea situada en el cuarto piso de altura.

No me detengo ahí, sigo corriendo de azotea en azotea. Atravieso la siguiente calle (calle del Espíritu Santo), de un salto. A mi izquierda veo la Plaza de Juan Pujol.

Al observar la situación con mayor detalle puedo percatarme que pronto este lugar se va a poner feo por lo que observo a Ibra cuando de un momento a otro me grita que me agarre fuerte a lo que simplemente se me pasa por la mente un par de palabras

pero que demonios...

Montado sobre mi amigo me siento un tanto idiota y con un evidente retroceso a mi edad infantil cuando jugaba con alguien que no recuerdo a esto. En estos momentos me doy cuenta que mis habilidades no son muy utiles y que en ningun momento debí haberme levantado de la cama

El famoso Rick Jones, seductor y galante entre las mujeres huyendo montado al lomo de su fiel amigote Ibrahim Gutierrez, quien lo creyera...

Por un breve, muy breve momento siento deseos de golpearle como a un caballo pero es mas bien una idea loca que dejo a un lado por la gravedad de lo que sucede y el riesgo que tenemos que asumir al haber seguido la corriente al viejo loco ese

Creo que no voy a resistir mucho... No se si es por la velocidad en que se mueve o la fina tela de mi traje pero siento que voy resbalando y que estoy a punto de caer...

En la huida, noto que Rick no consigue sujetarse bien y parece resbalarse, así que lo agarro mejor e intento volver a colocarlo en posición para evitar perderlo entre edificio y edificio.

Vicente y Juan, aquellos dos policías municipales, primeras fuerzas de la autoridad que habían puesto un pie en la plaza Dos de Mayo, no se habían tomado muy en serio el aviso de bomba anónimo, porque faltaba para las elecciones generales, y entonces sí, el fantasma de los hechos fatídicos del once marzo de 2004, cuando aquellos mutantes de Al Qaeda se habían inmolado en aquellos trenes, convulsionando la ciudad y el país, podría campear a sus anchas. Así que se les cayó el alma al suelo cuando, al ir a torcer la esquina con el coche, vieron salir despedidos aquellos rayos destructores, emisiones como de un faro frenético o de una batidora fuera de control.

Vicente, el más veterano, tuvo la iniciativa de comunicar el suceso por la radio. Las unidades dispuestas para una virtual evacuación y examen de la zona venían en camino.

-¡El aviso era cierto, repito, el aviso era cierto! ¡Dense prisa!

Juan ya había descendido. El fulgor se extinguió en cuestión de segundos. Los viandantes comenzaban a salir de estampida de la plaza, en todas direcciones. Sus cuerpos se estampaban en el capó del coche, se atropellaban entre sí, era imposible imponerse en aquella multitud llevada por el pánico. Cuando amainó, Vicente se reunió con su compañero en el exterior del auto y avanzaron con cautela, manteniendo desenfundada y baja el arma reglamentaria. Ya se escuchaban las sirenas de los cuerpos policiales, eso les tranquilizaba.

Se asomaron a la plaza, justo a tiempo de ver a un joven desnudo que empuñaba una catana saltando como un gamo una distancia de doscientos metros hasta una fachada hecha añicos y aterrizar sin hacerse daño. Sin embargo, había algo más, oculto para ellos por el Arco. Sortearon el monumento y descubrieron aquel despojo humeante y pegajoso, tirado junto a una silla de ruedas, que había sido Balor.

-¡Alto! –gritó Juan. Vicente, víctima de las arcadas, siguió la mirada de su compañero. En una acción inaudita y rapidísima, el hombre desnudo, de tez morena y facciones sureñas, se había echado a otro muchacho, con aspecto de dandy y que apretaba un cofre bajo su brazo, a la espalda y torcían por la calle peatonal a una velocidad inaudita.

El extraño equipo enfilaba la recta y alcanzaba a los despavoridos ciudadanos rezagados en un santiamén, sus figuras se volvieron diminutas en un santiamén, y volaron hacia las alturas en la esquina con la calle San Vicente Ferrer.

El aterrizaje en la azotea desestabilizó un poco a Rick, que se afanaba por conservar entre su pecho y la espalda el cofre del librero, y siendo que el agarre de Ibrahim no era el más eficiente del mundo, puesto que empuñaba su espada.

-¡Los terroristas están en las azoteas, van hacia el sur, van armados y son peligrosos! –está comunicando por radio Vicente.

Un helicóptero de la policía nacional no tarda en perseguirlos. ¡Y avistarlos!

Y por si fuese poco, Ibrahim y Rick sufren un serio contratiempo en el último salto sobre la calle del Espíritu Santo: el tejado en el que acaban de aterrizar era de tejas, que en gran número se precipitan contra la calzada, como una catarata letal. Ibrahim sortea la dificultad, pero el bamboleo de su cuerpo hasta alcanzar un lugar seguro ha hecho que su amigo se le escurra, reteniendo tan sólo la tela de un bolsillo, y salga disparado hacia su izquierda, colándose por un patio interior.

Cuando se asoma, respira aliviado, Rick ha podido aferrarse a un saliente. El cofre ha caído sin embargo, está sobre un toldo, a unos diez metros por debajo.

En cuestión de segundos, tendrán el helicóptero encima.

-¡Quédense quietos! ¡Al suelo! ¡Tiraremos a matar! –ya les están avisando por megáfono.

- ¡Jodida pasma! - Maldigo culpándoles por lo que acaba de pasar - Siempre están jodiendo. Se podrían quedar en sus putas casas, ¡Joder!

La situación está complicada, por suerte no soy de pensar mucho las cosas, así que me lanzo a la acción, casi como por instinto. Arrojo la katana hacia la terraza cuyo toldo ha recogido el cofre, para liberar las dos manos, y comienzo a descolgarme por el patio interior. Es fácil. Siempre ha sido fácil trepar por sitios tan generosos en asideros como los patios y tragaluces.

La katana alcanza su objetivo, ahora sólo hace falta emular su precisión.

En cuanto llego a la altura de Rick, de un rápido movimiento, me lo vuelvo a colocar a la espalda. 

- ¡Agárrate fuerte, joder! - Le digo a mi amigo y continúo descendiendo, como si fuera una araña, hasta llegar al balcón sobre cuyo toldo está el cofre. Refugio a Rick bajo el toldo, para ocultarnos de la vista del helicóptero, y yo, rápido como un relámpago, recupero el cofre y regreso junto a Rick.

La velocidad de mis movimientos y la precisión de mi escalada en descenso hace que, para un observador ocasional, pareciera que me deslizase sobre la fachada en caída libre, en lugar de agarrándome a los salientes y ventanales. Los del helicóptero nos tienen a tiro, pero confío en que mi velocidad y estar en un lugar donde una bala perdida puede causar estragos, haga que se lo piensen dos veces a disparar.

Un par de balas han silbado cerca de Ibrahim antes de zambullirse en el hueco y recuperar a Rick como si se tratase del macuto de un escalador o de un paracaidista enredado en la copa de un árbol.

Sin embargo, el balcón que da a ese patio es estrechísimo, a duras penas cabéis y vuestro empellón más reciente hace que las puertas de madera acristaladas se abran hacia dentro. Os recibe la oscuridad de un dormitorio, en un apartamento del primer piso.

Las aspas del helicóptero ocasionan un gran estruendo sobre vuestras cabezas. La voz del megáfono insiste:

-¡Ríndanse! ¡Están atrapados, el edificio está rodeado!

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En la Plaza Dos de Mayo, los dos municipales, superados por los fugitivos, se habían dedicado a explorar las ruinas de la librería en busca de posibles heridos. Elías sigue en el sitio en que nuestros héroes lo dejaron. Un soniquete a muy bajo volumen los alerta. Parece que el muerto lleva un intercomunicador. Juan arrima la oreja para escuchar, se trata de una voz que recita:

-“(…)No he visto nunca nada semejante al cambio que se operó en sus rasgos, y espero no volver a verlo. No es que me conmoviera. Estaba fascinado. Era como si se hubiera rasgado un velo. Vi sobre ese rostro de marfil la expresión de sombrío orgullo, de implacable poder, de pavoroso terror... (…)”

Vicente encuentra un par más de estos aparatos, tirados entre los escombros, cerca del cadáver. Juan trata de convertirse en interlocutor:

-¿Hola? ¿Quién está ahí? ¿Hola?

Pero la voz prosigue con la indiferencia de una grabación:

- "(…) de una intensa e irremediable desesperación. ¿Volvía a vivir su vida, cada detalle de deseo, tentación y entrega, durante ese momento supremo de total lucidez? Gritó en un susurro a alguna imagen, a alguna visión, gritó dos veces, un grito que no era más que un suspiro: '¡Ah, el horror! ¡El horror!' (…)”

- ¡Tu puta madre se va a rendir! - Digo hacia el balcón, más que nada para desahogarme. Lo primero que hago al entrar allí, tras recuperar el cofre, es buscar ropa en los armarios y vestirme con lo que encuentre, a poder ser, que no sea ropa de señora. Si encuentro una gorra o algo que me cubra más, mejor.

Mientras me visto a toda velocidad, le digo a mi compañero: - ¿Qué hacemos ahora, Rick?

Una vez ha sucedido todo lo que ha sucedido y a duras penas me he dado cuenta ya que Ibra es tan veloz en sus acciones que apenas da tiempo para decidirse. Es necesario sacudir un par de veces mi cabeza y el rostro para entender que no es un sueño y que lo que me sucede no tiene nada que ver con alguna estupida idea de mi mente. Escucho las voces afuera y como si de otro mundo regresara la voz de mi compañero me regresa a la vida

Dime que todo esto no está sucediendo y que no es mas que un mal sueño... Le comento esperando que me diga que es una especie de broma, pero a sabiendas de lo que ocurre alrededor. De pronto en mi mente regresa el recuerdo del anciano de la libreria

Abre el cofre....talvez suceda algo...abrelo

- ¿Ahora quieres que abra el puto cofre? La jodida bofia nos va a dar pol culo si no nos largamos ya de esta mierda de sitio. - Le contesto a mi compañero, visiblemente nervioso, mientras me acabo de vestir con lo que he encontrado en el armario. A pesar de mis palabras, a lo largo de nuestras vivencias he aprendido a hacer caso a los que dice Rick, pues ha demostrado varias veces tener la cabeza más despejada que yo.

Pongo el cofre sobre la cama y lo abro. Permanezco expectante a ver si realmente sucede algo.

Por deformación profesional, dado que allanar casas es algo que tanto Rick como yo hicimos muchas veces en el pasado, tengo una oreja puesta en la casa. Es posible que haya alguien en este apartamento, dado que hemos entrado por un balcón y no hemos revisado el resto de la vivienda aun.

El pantalón de lino caqui le queda grande a Ibrahim, al igual que la camisa hawaiana.
No se siente un alma en la casa.

Un rumor de planetas rotando en el espacio se escapa del cofre. Una oscuridad más negra que la noche,

una nebulosa en miniatura preñada de estrellas que colapsan,

un navío de nubes caliginosas estriada por relámpagos

está terminando de dar forma a un objeto

(de los tres que avistáis en el interior)

y se escurre por fin por uno de los ángulos inferiores, aspirada hacia un no-lugar de Schrödinger.

Con un latido, los tres objetos cuajan en su realidad: un cuaderno escolar, un ejemplar manoseado de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, un mapa con un lugar marcado.

Ahora bien, el griterío del pánico se descuelga por el patio interior. Y el helicóptero continúa allá arriba, controlándoos.