Partida Rol por web

Phalanax maldijo en sus pensamientos a la Flota Enjambre una y otra vez. 30 naves era un presagio de muerte y devastación que solo se detendría si actuaban rápido. Eristede estaba en lo cierto y debian marcharse cuanto antes.

El intervenir por una zona peligrosa era igual que entrar en los ascensores, un riesgo para la seguridad de todos...en ese caso los elevadores cobraban de nuevo importancia por la rapidez con la que les llevarían a la zona acordada...pero a Phalanax le parecían jaulas de metal más que una opción viable.

- Muestranos el camino Eristede - Dijo mientras consultaba el trazado que había hecho su hermano de batalla en el mapa de la estación. Al mismo tiempo el resto de marines lo analizaron y comenzaron a seguirlo a paso rápido.

- Estad atentos, permaneced juntos, es la mejor forma de sobrevivir, pero aun así, la prioridad es que Verticorda llegue al objetivo - Dijo seriamente. Todos sabían que podían morir, y una vida no podía ser más útil que si era sacrificada por el Dios Emperador, pero saber que varios de sus hombres o incluso él mismo podía morir en los minutos que se iban a suceder era algo que no conseguía encajar Phalanax. Le resultaba difícil enviar a sus hermanos a la muerte. Pero un Ángel de la Muerte no conocía el miedo, ni siquiera a dejar de existir, y por eso, marcharon con fuerza hacia su objetivo, para acabar con cuantos xenos pudieran antes de fenecer.

El hechicero alzó la espada y bloqueó el ataque con éxito, sin mucho esfuerzo, como si hubiera esperado esa trayectoria. Mantuvo la espada ahí un segundo con una mano y con la otra hizo una serie de gestos mientras de ese yelmo rajado salía una risa maligna y gorgoteante, tras lo que una serie de rostros y fantasmas empezaron a rodearle. Todos y cada uno de ellos prometían desgracias, muertes insufribles, destrucción... 

Tras hacer eso, destrabó la espada e intentó lanzar un corte descendente al brazo de la mujer, pero falló estrepitosamente.

-Eso es sencillo, no habría gran complicación, pero necesitaría un punto de acceso directo, no auxiliar, aunque no debería de ser uno de los principales. ¿Informas tú al Jefe de Escuadra o lo hago yo?

La comunicación chasqueó de nuevo.

Hermano exterminador Phalanax, ¿me recibe? Soy el hermano apotecario Septimus. Hemos conseguido reactivar sistemas de la forja, y el hermano tecnomarine Storm se ha conectado a ésta para derribar los organismos de la flota xenos que se aproximan. Esperamos presencia hostil pronto. ¿Cual es su situación?

-Andando -dijo Eristede antes de salir apresurado. Esta vez primaba más la velocidad que el sigilo, pues todos los xenos ya sabían que algo pasaba. Todos siguieron al que ahora era su guía mientras este corría ligeramente por los pasillos, como si supiera perfectamente hacia donde deberían de dirigirse. En cada intersección paraba y alzaba la mano para que pararan los demás, se asomaba ligeramente y continuaba.

Tras unos minutos corriendo os llevó a una sala en la que había unas escaleras poco seguras que subían hacia arriba, pero lo peor era que se veían un par de agujeros enormes en las paredes, que parecían ascender. Estaban hechos por xenos, sin duda, pero la pregunta era si eran guaridas o túneles para subir hacia la parte superior.

El tecnomarine escuchó lo que se le venía encima, pero no podía despistarse. Debía masacrar a la flota antes de girarse. Confiando plenamente en sus hermanos de batalla, el tecnomarine Storm continuó apuntando, disparando y avasallando a las flotas enemigas. De momento, ese era el principal problema. Si conseguían detener el avance de la flota podrían aguantar mucho más dentro de la forja y recuperarla lentamente.

Nathaniel hizo un gesto con su mano a Verticorda, como invitándole a que hiciera participe a Phalanax de sus opiniones. No tenía ganas de decirle nada al Sargento en aquel momento pues podría ser considerado de una forma que no quería en aquel momento.

A pesar de todo escucho las explicaciones de la transmisión y asintió a Eristede, ahora la prisa primaba sobre el sigilo y discreción. Sus pasos le llevaron hacia adelante esperando las indicaciones del Sargento.

El hermano Verticorda habló por la frecuencia de escuadra- Hermanos, si me lleváis a un punto de acceso que no sea de emergencia, no tiene porqué ser el principal, podría activar las defensas internas e iniciar una purga en los niveles en los que no se encuentre nadie, ganando tiempo y evitando los refuerzos Xenos.

-¡Vamos hermanos! ¡Ésta Forja pertenece al Imperio, no debe caer!-gritó Septimus, mientras empezó a abrir fuego contra la horda tiránida, decidido a purgar su flaqueza contra el líctor. El apotecario dispara, y el bólter escupe muerte en dirección a la horda.

Phalanax escuchó atento a sus hermanos. Después de la sugerencia de Verticorda, miró al resto para ver qué les parecía.

- Eristede, busca una ruta alternativa para un acceso secundario que pueda usar Verticorda, si está más cerca que el principal, nos dirigiremos hacia allí - Ordenó, creia que sus hermanos lo agradecerían pues parecía que el plan anterior no les gustaba nada. Ahora que tenían otras opciones era posible escucharlas y plantearlas. Se comunicó con el apotecario Septimus mientras su escuadra mantenía la formación cerrada de control del perímetro.

- Septimus, aquí Phalanax, estamos al pie de las escaleras de acceso al piso superior - fué un poco más especifico en cuanto a su ubicación indicando el sector y la zona - nos disponemos a llegar al acceso, el más inmediato, sea el principal o el secundario, para dar apoyo a Storm desde ahí.

Lejos de amedrentarse por el dantesco espectáculo que le mostraba su oponente (con el objetivo sin duda de enloquecerla de pánico y así poder corromperla con la debilidad y derrotarla) Leah rugió arrugando la nariz tras el casco mientras la pantallita de su visor parpadeaba al tiempo que su rostro se convertía en una máscara de tempestuoso ímpetu.

El Emperador mediante, Leah esquivó (o más bien ese engendro del Caos falló) el ataque y lanzó una contra sin ningún tipo de miramiento por las almas en pena que clamaban su desdicha queriendo augurarle el mismo sino a la dama.

El hechicero del Caos movió la espada para cruzarla con la de su rival mientras retrocedía un pie para equilibrarse mejor. Parecía sentirse mucho más a gusto ahora y estar más seguro de lo que tenía que hacer, como si al principio simplemente le hubieran pillado por sorpresa.

Tras bloquear con éxito el ataque, balanceó la espada con ambas manos para lanzar un golpe al brazo derecho de la inquisidora, y parecía que iba muy bien dirigido ésta vez.

 En un momento dado, las paredes, suelo y techo se llenaron de pequeños seres xenos, los conocidos devoradores, pero parecía más bien un río de Devoradores, pues se les veía el principio; pero no el fin.

 La Escuadra astartes, con todo su hipnoentrenamiento y después de haber sufrido el ataque de una bestia camuflada, estaban atentos, y en cuanto asomaron sus cabezas les recibieron con una auténtica lluvia de proyectiles bolter. Eikos bañaba la entrada con promethium haciendo arder a muchos de los pequeños seres, licuándolos, mientras que el resto de la escuadra, el apotecario incluído, abrían fuego destrozando montones de xenos, convirtiendo el pasillo en una masa de quintina y babas sanguinolentas. El que parecía tener más éxito era Marius, que abrió fuego con su bolter pesado y arrasó literalmente a los enemigos, incluso destrozando parte de la pared y techo de la forja por la potencia del calibre del arma que empuñaba.

Pero lo malo es que aun así no pudieron detener la cantidad de xenos que les hubieran llegado. Estos se lanzaron de cabeza contra los astartes, saltando desde las paredes, el techo o incluso de entre sus compañeros muertos. Eikos alzó el lanzallamas, rociando de promethium a los xenos, aniquilando a otros tantos, pero aun así no fue suficiente. Fue cubierto por una marabunta de esos pequeños seres y estos empezaron a arañar y rasgar la armadura del astartes. 

La horda se lanzó a por todos los demás, creando el caos. Septimus consiguió disparar una segunda ráfaga, pero aun así se abalanzaron sobre él, al igual que sobre Sharaq y Anatoli, que tuvieron que desenvainar las espadas sierras y comenzar a segar pequeñas cabezas con arcos amplios. Marius se movió con el bolter pesado mientras lo disparaba, no con tanto éxito como antes, pero si asegurando que tuviera una línea de tiro perfecta, igual que hizo Anteros.

La carnicería está servida.

Pero entre todo ese caos, la radio se activó, era Phalanax

- Septimus, aquí Phalanax, estamos al pie de las escaleras de acceso al piso superior - fué un poco más especifico en cuanto a su ubicación indicando el sector y la zona - nos disponemos a llegar al acceso, el más inmediato, sea el principal o el secundario, para dar apoyo a Storm desde ahí.

-Sí, Jefe, por aquí -dijo mientras corría hacia las escaleras, subiéndolas hasta encontrar un rellano en el cual daba una puerta hacia un lado mientras que las escaleras subían- según el mapa hay un punto de control secundario aquí dentro -fue a echar mano para abrirla cuando sonó un golpe tremendo desde el interior.

Dio un par de pasos hacia atrás y apuntó con el bolter. Los otros astartes apuntaron con las armas hacia todos los lados. Los golpes aumentaban en potencia y, para colmo, volvían a escucharse esos miles de pasitos por todos lados de nuevo.

-Señor, ¿entramos o subimos? -la pregunta era firme, pero clara. Podrían entrar y limpiar esa sala o subir hasta donde estaba el resto de la escuadra uno para reunirse todos.

El tecnomarine escuchó detrás suyo el ruido del combate y la destrucción, algo que le hizo desconcentrarse, disparó, impulsivamente y sin control antes de girarse. Desgraciadamente, el disparo no lo efectúo con concentración, y se le desvió un poco. En cuanto vió que lo había llegado en unos pocos segundos, Blitz se alarmó. Que debía hacer? debía seguir atacando a la flota? Debía hacerlo, pero si aquellos bichos arruinaban la máquina, le resultaría complicado arreglarla.

-Contenedlos hermanos! Que no lleguen a los controles! La forja es nuestra!- Blitz intentó dar ánimos a sus compañeros, la forja estaba a punto de ser recuperada, pero si esos bichos atacaban los controles, deberían moverse a otro punto de control o arreglar ese, y ninguna de las dos opciones le acababan de convencer.

Séptimus, al ver que el enjambre se les echaba encima, y sabiendo que retroceder no era una opción, pues Storm y las máquinas estaban unos pocos metros más allá, enfundó su sagrado bólter y sacó el cuchillo de combate. Por desgracia, él no disponía de una espada sierra como otros de sus hermanos, pero un marine sabría cumplir su misión con cualquier arma que pudiera obtener. 

-¡Por el Emperador!-gritó, antes de empezar a apuñalar con su cuchillo. Pero, a pesar del frenesí de la batalla, había algo que debía hacer.

-¡Recibido, hermano exterminador Phalanax! ¡Nosotros estamos allí, bajo ataque de hordas devoradoras tiránidas!

Nathaniel observo el acceso y la envergadura de este.

- Sargento, ¿podría sugerir que mientras el hermano con lanzallamas y yo nos colocamos en la entrada a unos 2 metros de esta, alguien pueda abrir el acceso y abrimos fuego por la entrada mientras algunos de ustedes arrojan algunos explosivos al interior y cerramos de nuevo el lugar? Eso nos daría tiempo para utilizar la purga, si el hermano Verticorda cree que nuestro asalto no dañaría el interior del habitáculo. – Comenta el Devastador.

Sin duda el golpe encontró su objetivo y Leah apretó tanto los dientes para soportar el dolor que la mandíbula le crujió peligrosamente y flaqueó. Algo en la mente de Leah terminó por romperse, su propio poder se desató encerrándola en sí misma, inmovilizándola, sacándola de toda realidad para dejarla atrapada en su mente. Su cuerpo, por otra parte, al tener la voluntad completamente anulada por la evasión mental, cayó de rodillas ante el astarte, parapetado dentro de la armadura.

Phalanax sonrió en el interior de su casco, sus hombres querían acabar con esos xenos y no sería él quien lo impediría, pero había que tener en cuenta algunos factores.

- Es una buena sugerencia Nathaniel - Dijo mientras miró a Verticorda para buscar confirmación sobre los posibles daños a la estructura.

- Atacar primero siempre es recomendable, pero también hay que pensar en el futuro, ¿Cuánta munición os queda? - Preguntó a Nathaniel y al soldado del lanzallamas.

No había que desperdiciarla, pero no sabían qué había ahí dentro. Dependía de los propios usuarios de las armas decidir cuanta munición reservaban para después, en relación con los enemigos que encontraran en el acceso.

Aun así Phalanax preparó a otros dos hermanos dispuestos detrás del soldado de apoyo y el de armas especiales para lanzar granadas al interior, y cuando todo estuvo claro, se preparó para abrir el acceso, a no ser que Verticorda negara la acción, caso en el que seguirían hacia la consola de mando para activar las defensas.

Benzomathel impactó con su arma en el torso de la Inquisidora, atravesando la servoarmadura y provocando una herida bastante grave, pero su descarga psíquica siguió el recorrido de la espada, venciendo la voluntad de la Inquisidora y causándola un grave daño.

El hechicero alzó la espada para desatar un último golpe letal sobre la mujer, pero cuando lo lanzó este fue detenido. Godsmote recibió el impacto en la hombrera y sufrió un corte bastante profundo. Todos los fetiches que colgaban de su armadura tenían un brillo dorado, como si fueran unas antorchas fantasmagóricas. En realidad, todo él parecía un fantasma. Borroso, traslúcido, parecía estar en otra dimensión, y sobretodo, se movía muy despacio, como si fuera a cámara lenta. Alzó su Bolter con la mano del brazo sano con una lentitud que hacía casi inapreciable el movimiento. 

Benzomathel gruñó y lanzó un segundo golpe, pero esta vez no consiguió golpear su objetivo, parecía haberse detenido en un pequeño escudo, pues un destello dorado rodeó al astartes salvaje y repelió el arma. Cuando Godsmote consiguió apuntar al hechicero, disparó. Una explosión como si hubiera sido una granada bajo el agua, sorda y grave, resonó por la zona y se vio a cámara lenta el fuego salir del arma, y la bala tras éste, que iba dirigida al cuerpo del Hechicero.

Pero, con un movimiento fluído, el hechicero desapareció y todo volvió a la normalidad.

-¡GODS! -se escuchó gritar a los otros dos astartes que entraron rápido a la sala- Por el Emperador, ¿como te has movido así? -dijo mirando a la Inquisidora- Mierda... tenemos que sacarla de aquí. A los dos.