Partida Rol por web

Perdiendo el equilibrio y dando un paso para adelante por el tirón de Samira, Moris puso cara de susto y de puro milagro pisó sobre unas piedrecitas en el camino que no estaban enlodazadas, salvando así su calzado y vestiduras. Con ambos pies juntos se percató que no había esperanza, lodo o nada.

- Sea como deseéis, mi señora Samira, pero que conste que el protocolo entre nuestros guturales anfitriones tiene un sinfín de sutilezas.

Con un suspiro encogió los brazos por dentro de su ornamentada vestimenta de pesados refuerzos de cuero, colocándolos en cruz sobre su pecho empujó hacia arriba mientras su cabeza desaparecía bajo el cuello de sus ropajes, sus ojos emitiendo un reflejo animal desde la sombra, dedicó un gesto de nariz arrugada a la bailarina antes de perderse de vista por completo a medida que iba desprendiéndose de aquella disimulada armadura de Karuth.

Su nacarada palidez cubierta por unos calzones de tela, pareció recibir la luz del Sol con movimientos lentos, bañándose en los rayos y absorbiendo su calor con apetito. Un nuevo suspiro, este profundo gracias a la libertad que le otorgaba no encontrarse constreñido bajo aquella carga sobre sus hombros y pecho. Moris dobló sus vestimentas, tomó su calzado y lo guardó todo en su saca.

Ahora, con el coraje restablecido, pisó sobre la tierra embarrada y sonrió al sentir el frío y húmedo lodo pegarse a sus pies.

- Vuestro intérprete está listo, convenzamos a estas ranitas que ante ellas se encuentra una celebridad que viene a honrar su hogar con un baile ¿Os parece?

Fue entonces que siguió a la Brisa de Puerto Calim hasta la curiosa capilla de la mujer-batracio, su mente tratanto de recordar algo que pudiera haber oído de semejante representación durante sus años de monasterio pero plenamente consciente de haber sido un pobre estudiante, más dado a vivir la fé de Wee Jas que a memorizar sus escrituras.

Se quedó perpleja al ver cómo su amigo se desprendía del calzado y los ropajes. Comprendió que no deseaba ensuciarlos con el barro y esto arrancó una sonrisa de los labios de la muchacha. Cuándo él se detuvo un instante para dedicarle un leve gesto con la cara antes de que esta desapareciese entre las telas, Samira le miró sonriente.

-Vaya, sois todo un provocador- Le dijo en buena parte bromeando. Sin embargo estaba segura de que ninguna de las féminas ni alguno de los varones del lugar podrían evitar recorrer el cuerpo del Karuth con la mirada. Ella misma no se salvaría de aquello. 

Moris era blanco sobre blanco, algo que a Samira se le antojaba completamente exótico y se alegró de haberle conocido, pues toda novedad era refrescante.

Tomó la mano de él y, como una chiquilla, llevó a su compañero medio corriendo para aproximarse a la estatua y las ranas. Pocos metros antes se detuvo entre risitas. 

-Ui- dijo cubriendose la boca con la mano libre -Se me olvidaba que debéis anunciar mi llegada.- Miró al Karuth con afecto pero también como si por su mente se agolpasen miles de pensamientos e ideas superponiéndose entre ellas. 

-Pero- continuó mientras alzaba el dedo índice para enfatizar sus palabras -Antes de emprender la misión os recompensaré con un beso- Acto seguido y sin dudarlo se inclinó hacia él para besarle tiernamente en la mejilla. 

Tras ello se quedó en pie, mirándole con una amplia sonrisa en los labios, esperando a que el juego continuase.

Tan cerca del rostro de Moris se puede ver que no hay ni sombra de barba o tan siquiera poros discernibles sobre su piel, pese a parecer humano su sangre estaba mezclada con un sinfín de seres distintos; aquella forma en las orejas podían delatar algún ascendente élfico o feérico, los ojos cambiantes entre los tonos suaves de la miel o duros cual oro en forja pudieran ser de algún celestial y aquella palidez agradecida de luz pudiera ser la herencia de un ajeno inmaculado. Hijo de mil padres y madres, el Karuth cerró los ojos y contuvo la respiración al sentir el beso sobre su mejilla, extasiado en el momento y guardando aquel instante para la posteridad como ya había ocurrido en la Driada bailarina.

- Me honráis demasiado para algo que haría gustoso -articuló abriendo de nuevo los ojos para ver a Samira tan próxima a él, sonrió dichoso, escuchó lo que tenía planeado y echó un pie hacia atrás para comenzar aquella función.

Se acercó con cuidado a un grupo numeroso de ranas cercanas a la estatua, se puso de cuclillas frente a ellas y gorgoreó, mostró interés en la actitud en respuesta y luego gorgoreó de nuevo para terminar mirando a la Samira de reojo.

- Creo que nos concederán audiencia -dictaminó con una sonrisa, luego miró a un lado y a otros para añadir en un susurro-, aunque preparáos a correr si se ponen a croar al unísono y se nos aproximan dando saltos. Esta corte es de gustos exquisitos.

Con pasos cortos y postura de corte, Moris se acercó a la estatua de la extraña mujer , se detuvo a diez pies y llevó a cabo una profunda reverencia en su dirección, se enderezó y la repitió a izquierda y derecha, como dirigiéndose a las ranas que se encontraban alrededor de ella.

- Saludos distinguidos a vos, Dama del Parque, y a vuestro distinguido séquito -habló con voz grave-. Me presento humildemente ante vuestras mercedes: soy el Karuth Moris y vengo a esta corte como paje para una doncella humana tocada por los dones de la Hechicera Carmesí y virtuosa de la danza; de allí su reputación en su hogar, su atrevimiento al pedir audiencia y sus pasos que acercan para hacer su deleite. Disfruten.

Con una nueva reverencia reculó hacia atrás y a un lado para acompañar a Samira en su esfuerzo tal y como ella le hubiese indicado.

Sonrió ante la presentación que interpretó Moris, la verdad es que creía sinceramente que no se le daba nada mal. Cuándo su hubo terminado y elaborado un gesto para abrirle el paso a ella, empezó a caminar con elegancia, todavía más de la que le caracterizaba, pues esta vez ponía atención en ello. 

Se acercó despacio, con solemnidad. Cuando estuvo a la altura de su compañero se acercó para mirar las ranas. Quería saber qué estaban haciendo y que aspecto tenían. Si eran ranas grandotas o si eran de pequeño tamaño. Siempre las había imaginado verdes, pero aquellas podían ser de otro color. También dedicó una ojeada a la estatua, todo con una cierta ceremoniedad para no salirse del juego. 

-Muchas gracias por recibirme- Dijo mientras observaba todo aquello -Espero que la sorpresa de mi visita haya sido grata. Desearía hablar con vuestro rey o vuestra reina, si es que se encuentran aquí en este momento. El motivo es que desearía complacerles con un baile- Hablaba de un modo en que parecía que lo hacía completamente en serio, si no supiesen que se trataba de un juego podría parecer que había algo más en todo aquello.

Parecía que las ranas aceptaban su propuesta. Samira sonrió a Moris y se quitó los zapatos tal y como había hecho él anteriormente, se desprendió de la capa, que dejó colocada cubriendo los hombros de la estatua mujer-batracio, y se separó un poco de ellos. 

Adoptó una postura relajada, muy quieta, y después, sin música alguna, comenzó a danzar descalza sobre el barro. No realizaba grandes saltos ni acrobacias, pues no se fiaba del todo del suelo resbaladizo, tan solo ejecutaba pasos y movimientos que podía controlar. Algo sencillo aunque sugerente. 

Había una profunda dicha en compartir aquel espectáculo con las ranas, con la estatua y con la Hechicera Carmesí a través de su fe y su sangre. Samira componía con su cuerpo una musicalidad que no necesitaba de instrumentos o canción, sólo el chapotear de sus pies contra el fango, los croares espontáneos y el latir de los corazones recibiendo el compás. Moris, por su parte, contemplaba aquel momento embelesado, con miedo a romperlo cualquier acción no planeada.

Estaban solos en aquel paraje, eran ellos dos y las ranas. Samira bailaba, en realidad, en exclusiva para Moris. En su mente dibujaba árboles creciendo, estirando sus ramas, inspirando sus movimientos en ellos y en las formas orgánicas de la naturaleza.

Sus pies se impregnaban del fango sin que a la bailarina pareciese importarle lo más mínimo. Los bajos de su vestido púrpura  se humedecían y sus cabellos naranjas desprendían destellos con los rayos del sol que los iluminaban. Habían momentos en los que sus ojos parecían mirar alrededor, o incluso cerrarse, tratando de sentir con más profundidad, sumergiéndose en su mundo interior. En otros aquellos ojos turquesa se clavaban en el Karuth mirándole con intensidad. Sus pies se desplazaban y se delizaban paseando a la bailarina por el parque, pero en todo momento a la vista de su compañero. Se detenía un poquito aquí y allá mientras sus caderas se contoneaban y su cuerpo se contorsionaba. Unos segundos se dedicó a estar en un espacio sin ningún árbol, allí giró varias veces sobre sí misma para después volver a aproximarse a Moris, pues su baile finalizaría justo frente a él.

La narrativa del baile en el que creía ver representado el conflicto entre la calma natural mostrada y lo feral del espíritu escondido le cautivó, la maestría en la ejecución de los pasos y la capacidad de transmitir aquella búsqueda interior lo impresionó pero fue la interpretación que hizo de aquellas miradas cargadas de intensidad lo que llevaron al Karuth hacia un entendimiento de lo que allí estaba ocurriendo; para cuando los pasos de Samira se aproximarón hacia él para concluír el número los ojos de Moris se iluminaron bajo la fuerza de aquella epifanía.

Samira finalizó su baile justo frente a Moris, y después estiró sus brazos hacia él, acariciándole los brazos desde los codos hasta llegar a sus manos, las cuales asiría con mucha suavidad y delicadeza, tirando de él ligeramente para que se pusiese en pié y siguiese a la bailarina que caminaba lentamente sin dejar de mirar a los ojos del Karuth ni soltar sus manos.

Cerrando sus manos en torno a las de ella Moris se levantó y acompasó sus pasos con los de la bailarina. Manteniendo la mirada aquel aasimar menor se daba cuenta que, con todo el rato que Samira llevaba bailando, ninguno había roto el silencio para hablar - qué curiosa la mente humana, tan llena de recovecos, intereses, emociones y secretos.

La bailarina hizo avanzar unos metros a Moris, caminando lentamente y con la mirada clavada en los ojos de él. Una leve sonrisa se dibujaba, muy sutil, en las comisuras de los labios de Samira. Llegado un momento se detuvo y, sin soltar las manos de él comenzó a acercar su rostro al del Karuth muy despacio, cuando escasos centímetros les separaban desvió sus labios hacia la oreja de Moris casi rozándola, él pudo sentir la calidez de su aliento mientras Samira le susurraba:

-Observa las huellas del suelo-

En efecto, si Moris hacía caso a las palabras de ella, podría apreciar marcas en el fango como si una rana enorme, gigantesca, hubiese pasado por allí. 

Aprovechando que miraba hacia atrás la bailarina estudió aquella estatua, ¿tendría aquella mujer-anfibio unos pies que encajasen con las huellas que había descubierto?

Desde luego se sentía intrigada, y quizás algo más a parte de la intriga le moviese a desear saber más. 

Tras observar la figura volvió su mirada a las huellas, no sin antes detenerse brevemente a estudiar la reacción que pudiese haber tenido Moris. Observó las huellas y los árboles partidos, quebrados seguramente por el paso de aquel monstruo.

-¿Tienes miedo Moris?- Preguntó con voz entre inocente y melosa.

-Observa las huellas del suelo-

Girando lentamente la cabeza, mientras rozaba con la punta de su nariz desde el la oreja hasta el pómulo de la cara de Samira, el Karuth miró aquellas pisadas que se le señalaban y se permitió una sonrisa.

- ¿Es obra vuestra o ya estaba allí?

Pese a lo próximo que se encontraba de ella Moris carecía de los impulsos animales que le harían perder las formas, parte era su naturaleza pero otra eran los años en el templo, educado para la entrega y no para la obtención egoísta. Dicho esto, agradecía de mil maneras impronunciables la proximidad de aquellos momentos, recuerdos para el futuro.

Observó las huellas y los árboles partidos, quebrados seguramente por el paso de aquel monstruo.

-¿Tienes miedo Moris?- Preguntó con voz entre inocente y melosa.

Fue entonces que, siguiendo la mirada de ella pudo comprender lo que allí ocurría, las huellas eran obra de alguna criatura enorme. Sus ojos se clavaron en los de ella, había un juego a perseguir pero también una vida que preservar.

- Sí, Samira. Mucho -apretó por un momento los dientes-. Si es lo que queréis me veréis a vuestro lado, con ilusión, curando vuestras heridas hasta que las oscuridad nos envuelva... y seáis mi acompañante en la corte de Wee Jas para la eternidad -esto último le trajo un brillo a sus ojos y relajó sus facciones, aceptando su destino fuera cual fuera la decisión de la bailarina.