Partida Rol por web

Escuchas la voz de un hombre, entrecortada que intenta recuperar el aliento.

-Busco a dos hombres ... un cura y su escolta se trata de un asunto de ... vida ... o muerte-

-Sí, sí, están aquí ... tranquilo buen hombre, pase y tome aliento- responde el carpintero.

-No, lleveme hasta ellos-

Se escuchan los pasos apresurados del hombre y un tintineo metalico, parece que el sujeto lleva armadura y espada.

- Un
hombre con espada y armadura, dice traer un mensaje de vida o muerte. Pregunta
por nosotros. – susurra Andrei mientras se pone en pie lentamente – Viene
como si la vida le fuera en ello. – se coloca detrás de la silla,
poniendo esta en su lugar pegada a a la mesa con el asiento bajo esta – Estad
preparado por si fuera un farsante.

Asiente
levemente a Aymar al cruzar al fin su mirada con la de aquel, tras lo que queda
expectante al discurrir de los próximos acontecimientos. 

El cruzado atisbaba las sombras del pasillo con gesto intranquilo. No le había gustado nada aquella interrupción a horas tan intempestivas, y algo en su mente había hecho sonar la alarma. Quien se moviera entre las sombras de la noche no podía estar detrás de nada bueno. El lo sabía mejor que nadie.

Sin embargo, nada en su persona pareció evidenciar tal cambio de actitud. Mantenía su gesto preocupado pero sereno, y no había ansiedad en sus movimientos. Simplemente se había desplazado hasta una mejor posición para seguir los pasos del carpintero. Todo ello cambió en apenas un instante.

El ruido de su espada al ser desenvainada sorprendió a su compañero Obertus, que notó como el Brujah tomaba posiciones de combate junto al pasillo. Se había parado a un costado de la puerta, dispuesto a tomar por sorpresa a quien quiera que apareciera por aquella abertura.

- Cuidado… - fue lo único que escapó de sus labios. Un susurro quedo y casi inaudible, que solo los Condenados podrían haber percibido.

Andrei negó
con la cabeza en dirección al cruzado, haciéndole gestos para que guardara su
espada y se acercara hasta su posición.

- Así
no se comportan los siervos de Dios. Guardad vuestra espada y venid junto a mí, por
favor.

Estaba
claro que se sentía muy seguro de su posición y que deseaba mantener el papel
aunque fuera a costa de un poco de riesgo. Al fin y al cabo, ¿qué podía hacer
un único guerrero contra Aymar y él mismo?

Aymar dedicó un gesto intrigado al imponente monje, y su mirada fue alternativamente a la puerta y de nuevo a su compañero, como si no terminara por decidirse. Finalmente, optó por confiar en la estrategia de Obertus. Hasta el momento, había controlado la situación de forma magistral, así que merecía cierta confianza. Por otro lado, parecía tener mejor oído.

Con un fugaz movimiento, apenas perceptible por ojos mortales, el cruzado guardó su espada en la vaina y se retiró unos pasos de la puerta. Inclinó levemente la cabeza en gesto de asentimiento a la propuesta de su compañero, pero a último momento agregó con un quedo susurro:

- Ya hablaremos largo y tendido sobre como se comportan los siervos de Dios...

Un hombre irrumpe a toda prisa en el taller del artesano, sus ropas apenas ocultan su malla, a su costado una espada, su cabello pelirrojo esta perlado de sudor, sudor que cae por su mejilla.

Detrás, airado por las formas el maestro artesano -¡como se atreve, irrumpir en mi taller a estas horas y sin la menor de las cuitas!- increpa furioso.

El recién llegado lo ignora, clavando su vista en vosotros -mi señora os necesita, corre grave peligro, algo siniestro aguarda en la calle- dice con aprensión.

No era un
olor que conociera, pero nunca antes había conocido al siervo de Aspasia, si
realmente se trataba de él.

En
cualquier caso, la noticia era lo suficientemente inquietante como para
arriesgarse a seguir a aquel humano sudoroso. Si en verdad había algo en la
calle que pusiera en peligro a Aspasia, podría estar esperándolos a ellos
cuando salieron, además de que ahora, la Brujah pertenecía a su manada; un Cazador protegía
a su manada cuando cazaba con ella. Era un principio básico de la supervivencia.

Asintió al
hombre, tras dirigir una fugaz mirada a Aymar. Luego se dirigió al maestro
carpintero.

- Continuaremos nuestra conversación más
tarde.

Sin más
ceremonia le indicó al supuesto siervo que les guiara.

- Id delante y mostradnos donde se nos
necesita.

Fuera lo
que fuera, habrían de darse prisa. 

El cruzado maldijo con lo bajo con un juramento. Había sido demasiado descuidado. De haber sabido que aquel endeble personaje era el protector de la dama Aspasia, nunca habría aceptado dejarla sola en la oscuridad de la calle. Se reprochó amargamente por su estupidez, recriminándose su incompetencia mientras avanzaba por el pasillo con paso apresurado.

El hombre asiente quedo con la cabeza, girando sobre sus talones por donde ha venido, dejando atrás al indignado carpintero, rojo como la grana por tamaña falta de respeto y consideración.

Ya fuera, una fría brisa os recibe, una brisa que os pone los pelos de punta, algo imposible dada vuestra naturaleza.

En un callejón, con la mirada clavada en una esquina veis a Aspasia, ni rastro del nosferatu.

-Mirad- señala el criado de Aspasia con el dedo, al mirar atentamente veis unas grietas que se abren en el suelo.

Michel, sale a toda prisa de la casa del carpintero, precedido de Andrei y Aymar, el pelirrojo señala una de las grietas que se abre sobre la tierra.

Andrei corría
tras el criado de Aspasia, atento como un felino a los peligros que pudieran
acechar, pero al girar la esquina del callejón era obvio el motivo de su
interrupción. Aquellas grietas traían el sonido de los infiernos. No se podía
estar seguro de que estaba pasando, pero las evidencias apuntaban claramente a
una invocación y más que probablemente, demoniaca.  En estas situaciones sólo había dos opciones,
o acabar con lo que era convocado o acabar con quien invocaba, y la segunda
solía ser mucho más complicada que la primera. Sin embargo, no era capaz de
ubicar la procedencia de los cánticos.

Lo que si era
capaz de ubicar era la figura agazapada con capucha donde Aspasia estaba
mirando. Puso su mano en el brazo del soldado, para soltarlo rápidamente y
señalar en la dirección del hombre.

- No lo
mates. Necesitaremos interrogarlo. – le susurró justo antes de
colocarse él mismo la capucha de sus hábitos.

Una vez dadas las
indicaciones a Aymar, él se alejó a pegarse a las sombras de la pared. Debía
localizar la procedencia de aquellos cánticos. Era su mejor baza ahora mismo. 

Por fin había localizado el origen de los cánticos, justo cuando me volvía hacia allí dispuesta a actuar llegaron el monje y el soldado corriendo, seguidos por Michel, cuyo rostro seguía pálido. Volviéndome les miré y me acerqué a ellos rápido, mis recursos eran limitados para capturar a ese ser pero ellos podrían ayudarme.

- En el callejón, cubierto con la capa, es ése el que está haciendo la invocación- susurré moviendo la cabeza imperceptiblemente. Luego me giré y avancé hacia allí dispuesta a actuar.