Partida Rol por web

No quería hablar. Habría tiempo para conversaciones y lo suyo era guardar silencio y no poner sobreaviso al enemigo. Escrutó el oscuro callejón, perfecto para una emboscada. 

Acurrucado en las sombras, acechante, Layla dejó pasar a sus presas una a una, por delante de ella, seleccionando el siguiente bocado. Aguardaba a la presa más débil. Y por complexión y tamaño, el pequeño Ivalic era incluso más fácil de matar que el gordinflón de Vjelkus. O al menos eso dictaba la teoría.

El licántropo se lanzó, en forma híbrida, sobre sus dos patas, y descargó el brazo con fuerza haciendo que la garra aterrizase sobre Ivalic. El niño, en un acto reflejo, logró interponer su broquel, haciendo que las zarpas hiciesen saltar chispas al rozar el metal de la rodela.

¡Layla!

Su hija se giró en un gesto hostil, y le gruñó con rabia acumulada.

Arik descargó un golpe de su alabarda, que chocó contra los adoquines del suelo mientras el licántropo esquivaba el filo de un ágil salto. A la luz de la luna, su hombro presentaba un corte profundo que manchaba su pelaje de sangre. Una sangre tan roja como la de cualquiera de ellos. Tan humana como la de ellos. Un monstruo con alma de inocente.

El golpe a Ivalic, el grito de Arik... bien, baste decir que era excesivo. Parriwimple, esta vez, sí pudo moverse con velocidad, lanzando un tremendo golpe con su clava sobre el hombro de la mujer lobo.

- Parriwimple golpear para que parar. No querer matarte- decía el gigantón innecesariamente- Layla tener que dormir para poder buscar curarla.

- "¡Cuidado!" - Alcanzo a gritar, tal vez demasiado tarde mientras me pongo en guardia y me dispongo a atacar al monstruoso ser mitad lobo, mitad no se sabe qué.

No hubo tiempo para pensar. Helene actuó y su maza voló contra Layla casi inmediatamente después del ataque de Parriwimple. El crujido del terrible golpe del gigante hizo que la clérigo abriera los ojos con temor a que aquel golpe, unido al suyo, hubiera podido ser más de lo que buscaban para debilitarla. Con la respiración contenida rezó para que aquello no fuera cierto, preparada para restituir su salud si fuera necesario. 

La tranquilidad con la que Ivalic hablaba y caminaba se vio interrumpida de repente por el ataque de aquel ser, medio lobo, medio persona. Apenas le dio tiempo a interponer su broquel para protegerse y aunque se salvó de ser desgarrado el golpe había sido lo suficientemente fuerte como para dolerse.

-¡No Layla! ¡Somos nosotros para!

Pero aquel ser que tenía atrapada a su amiga dentro no parecía poder razonar ni parar, tan solo podían seguir las indicaciones de su padre e intentar aturdirla para poder atenderla luego. Primero Arik sin fortuna lo intentó, y después fue Parriwimple el que descargó un golpe como los que solo el grandullón podía dar. ¿Sería suficiente? La Señora Helene no pensaba eso pues volvió a golpear, sin embargo Herr Urik tan solo se limitó a advertirles del peligro, quizás bastara con eso. Ivalic cogió su tirachinas y buscó una de las canicas de plata en su mochila.

El tremendo golpetazo de Parriwimple hizo que el licántropo agitase la cabeza, algo aturdido, sin embargo logró esquivar la maza de Helene a pesar de la confusión. Layla seguía encaprichada de Ivalic, tratando de rematar a uno de los rivales más desquiciantemente parlanchines. Hoy Ivalic no iba a llegar al corazón de Layla, pero puede que las garras de ella sí alcancen el de Ivalic. Con una potencia furibunda, la zarpa de la bestia rasga la pechera de la armadura, hundiéndose en la carne del joven Yanoff hasta trazar unos surcos como en tiempo de cosecha.

Arik, en un estrecho equilibrio entre lo que quiere y lo que debe hacer, volvió a golpear a Layla con el filo de plata de su alabarda. Esa herida se sumaba a la que propinó el propio Arik antes de caer inconsciente un minuto antes, y al garrotazo de Parriwimple. Visualmente, el cuerpo híbrido entre lobo y ser humano se tambaleaba, gravemente herido. Sin embargo, la resistencia superior del licántropo le permitía seguir luchando.

Entonces, Vjelkus tuvo una idea.

¡Ya lo tengo! ¡La aguja de Maligno! Pincharé uno de sus brazos para que no nos pueda atacar con esa garra.

El ternero, con la aguja en la mano, y los titubeos, recordaba a alguien con los ojos vendados jugando a ponle la cola al burro.

​Viendo al hombre lobo cegado en desgarrar la carne inocente de Ivalic, le clavo el cuchillo de plata en un costado. No estoy seguro de si he logrado perforar el espeso pelaje. Espero al menos haber distraído a la criatura.

- "¡Eh, criatura infernal! ¡Aquí, sí, aquí! ¿Por qué no te metes con uno de tu tamaño?" -

Helene atacó nuevamente. Su impacto fue certero pero la fuerza del mismo dejaba mucho que desear. Pareciera que peleara con miedo a hacer un daño excesivo a la hija de Arik.

Los gritos de Ivalic resultaron inútiles pues Layla no parecía entenderle mientras era una lobo, incluso siguió atacándolo con más saña y esta vez sus garras si que hicieron una buena herida al niño que no pudo evitarla de ninguna manera. Ningún golpe parecía suficiente para reducirla y por otro lado tenían miedo de golpearla más de la cuenta, aunque ahora el niño solo intentaba retroceder y salvarse.

-¡AAAAAGGGGGG! ¡Layla no! ¡Somos nosotros, tus amigos!

En un intento desesperado por que parara le disparó una canica de plata, pero ni siquiera pasó cerca de la chica. Ivalic siguió intentando ponerse a salvo de los ataques del lobo.

Parriwimple no quería matar a la hija de Arik. Es verdad que era peligrosa, y que estaba atacando a su buen amigo Ivalic. También era verdad que había matado a alguien

Pero lo había hecho sin querer. Cuando hace hacía cosas sin querer, aunque fueran cosas malas, no era mala. Y a la gente que no era mala no se la podía matar.

Quizás había excepciones. Quizás había complicaciones. ¿No era una mujer lobo? ¿no podia significar eso que era inmune a las armas que no eran de plata o que se regeneraba o algo? Quizás. Pero todo eso era filosofía, política, cosas de gente inteligente como Ser Urik o la dama Helene. Incluso como su amigo Ivalic. Parriwimple era tonto. Así que golpeó a Layla, sí, pero intentando no matarla.

Aunque Ivalic retrocede un poco para disparar su tirachinas, la bestia le sigue con otro paso, descargando toda su furia en el niño. Ivalic queda tambaleante, en pie y consciente, pero solo porque el amuleto de Ashlyn evita que caiga al suelo, moribundo. Su canica falla. La espada de Urik yerra. El garrote de Parriwimple está poco preciso.

De nuevo, tan solo Helene y Arik demuestran tener la suficiente pericia como para que Layla no les esquive. Ahora, el demonio sangra profusamente. En ese momento, Arik da la orden.

¡Ahora! ¡Con cuidado! ¡Golpead con la parte plana de la espada! ¡Aporreadla en la base del estómago! ¡Apuntad a la nuca! ¡Dejadla inconsciente!

Arik está velando por la integridad de su hija... ¡¿Pero qué pasará con Ivalic?! Si por culpa de querer ser muy precisos no logran noquear a Layla en el instante preciso... ¡matará a Ivalic!

Suelto el cuchillo de plata y rápidamente desenvaino la espada mágica de Lady Ashlyn, esperando que al no ser daño argénteo pueda herir a la criatura, pero no matarla.

- "¡Rápido, atacad! ¡Ivalic está en grave peligro!" -

Lo cierto es que no me contengo en mi ataque y gracias a eso logro impactar, de lo contrario no hubiera podido atravesar la gruesa piel sobrenatural de la criatura para conseguir dañarla.

Aquella era una de esas ocasiones en las que los dioses ponían a prueba a los hombres. Un extraño sentido del humor les caracterizaba y conducía la humanidad a una constante elección, un vagar entre el blanco y el negro, la derecha y la izquierda, el bien y el mal sin un sentido aparente. Quizá por ello Helene, aun cuando les rezara y venerara, no se pronunciaba por ellos y dejaba que la fuente de su poder fuera otra. La maternidad, el amor, la ayuda al débil, la protección de los necesitados.

Cuando vio a Ivalic trastabillar bajo el efecto de la furia de una Layla metamorfoseada, cuya voluntad y humanidad estaban anuladas por el imperio que ejercía su instinto animal, supo que no necesitaba elegir, que debía ayudarlos a ambos e impedir su muerte. Renunció a luchar y acuclillándose con rapidez, abrazó al frágil Ivalic, como si de su propio hijo se tratara, protegiéndolo con su cuerpo y brazos de cualquier nuevo ataque. Lágrimas de pena y dolor, bañaron el rostro de la mujer mientras la sangre del pequeño teñía su armadura de carmesí. La frustración, una vez más, la embargaba, esta vez ante la consciencia de no poder emplear alguno de sus conjuros más poderosos, consumidos en aras de otras necesidades que ahora no se antojaban tan necesarias. Aun así, no cedió a la desesperación y musitando palabras llenas de amor y esperanza, dejó que la magia fluyera desde su vientre hacia Ivalic.

Nada de lo que hacía para escapar parecía funcionar, Layla era más rápida y más fuerte, ni siquiera había sido capaz de acertarla con su tirachinas. Sin embargo la chica atacó como la fiera en la que se había convertido y rajó y mordió con saña al niño que ya casi no podía aguantar más, las heridas eran tremendas.

-No Layla no... para por favor... -Ivalic apenas tenía fuerzas para hablar, pero habían llegado demasiado lejos como para echarlo todo a perder.- Ayudad a Layla por favor, ayudadla.

Ivalic ni siquiera intentó atacar, sabiendo que tenía centrada la atención del lobo simplemente intentó huir dejando el camino franco a sus amigos para que pudieran debilitarla, faltaba tan poco que estaba seguro que podrían conseguirlo, sin embargo se vio abrazado por los protectores brazos de la Señora Helene en un intento de protegerlo.

Helene interpuso su cuerpo, abrazando a Ivalic, mientras los otros intentaban detener a Layla... de una manera u otra. Urik hundió su espada con saña, pero al retirarla la herida comenzó a cerrarse, como con cualquier arma de plata. Arik atacó con la alabarda como si fuese un martillo, con el lado plano, en una maniobra extraña que no logró noquear a la bestia. Entre esas dos personalidades tan definidas, el ingenuo Parriwimple estaba indeciso. ¿Ayudar a Layla o a Ivalic? No sabía qué hacer...

Pero el lobo sí tenía bien claro su objetivo. Layla descargó sus zarpazos sobre la espalda acorazada de Helene, una y otra vez, una y otra vez. La armadura comenzaba a mellarse, no resisitiría eternamente, y las viejas costillas de Helene sufría la presión de cada impacto. Pero ella no dejaría que Ivalic muriese... así como Vjelkus no permitiría que su madre se convirtiese en mártir.

¡Deja a mamá!

Vjelkus se lanzó a la cintura de la forma híbrida, para tratar de sujetarlo. Forcejeó, tiró del pelaje, arañó. De un zarpazo con el dorso de la garra, Layla mandó a Vjelkus contra una de las paredes del callejón. El hijo de Helene se colocó a cuatro patas, impotente, mientras las lágrimas por su madre le enjuagaban los ojos. Entonces vió la maza de plata, en el suelo, que su madre había lógicamente dejado caer para convertirse en caparazón de Ivalic. Con determinación, estiró sus dedos gordos y sostuvo el mango. Y poniéndose en pie, arremetió con todas sus fuerzas contra el licántropo.

¡No la toques! ¡Aaaaaaagh!

Con ambas manos alzó la maza y la dejó caer, y del ímpetu, se quedó corto y no golpeó otra cosa que los adoquines de la callejuela.

Sé que la espada de Lady Ashlyn, al no ser de plata, apenas causa poco más que un daño temporal fácilmente regenerable en la bestia. Sin embargo, mi esperanza no es matarla, si quisiera hacer eso usaría el cuchillo de plata o le pediría la maza de plata a Vjelkus. No, el objetivo es debilitar lo bastante a la bestia como para subyugarla y que tal vez regrese a su forma humana original.

Parriwimple, lleno de preocupación, falla de forma horrible y...

Ivalic seguía doliendose de sus golpes y heridas, estaba cercano a la muerte y solo la intervención de Helene había evitado el fatal resultado, porque a pesar de los intentos del resto Layla seguía atacándolos con furia. El niño sentía los golpes amortiguados por el cuerpo de la Señora Helene. Se quedó muy quieto sabiendo que no podía hacer nada más que resignarse ante lo que el destino le tuviera deparado.