Partida Rol por web

No le gustaba estudiar, pero allí estaba, con un libro enfrascado. Aunque no todo el tiempo lo dedicó a los ciempiés, si no que de vez en cuando ojeaba lo que aquel libro de criaturas mágicas decía sobre los dragones. Estos eran más interesantes... un animal grandote que escupía fuego no se andaba con chiquitas.

Así le pasó, que se le fue el santo al cielo. Al mirar el reloj volvió a guardar el libro y se despidió de Booky.

-Adiós, señor.

Era la hora de comer, y luego, de ir a clase.

Arnold dejo el libro en su sitio, siguiendo a Ithan a los pasillos, de camino al gran comedor.

Ardeen recogió las cosas al ver la hora que era y fue corriendo al comedor en dirección a clase.

La tarde del último día de la semana, al menos para los estándares élficos. ¿Acaso los humanos no tenían tantos calendarios diversos, divisiones anuales según el sol, la luna, la rotación terrestre y tanta variedad de opciones? Incluso dentro de una misma categoría, algunos decidían acabar la semana en sábado y otros en domingo. Bueno, pues los elfos como género y Booky como particular había decidido que la semana élfica acabase los viernes. ¿Por qué? Estaba claro que los viernes eran los mejores días. Pero como esto no es algo que venga a colación, pues quedará en el limbo de las divagaciones élficas.

Volviendo al tema, era viernes por la tarde. La chavalería había acabado las clases del día y seguramente alguno acabase en la biblioteca buscando lectura ligera, para los más estudiosos, y pesada, para lo más vagos, para el fin de semana y quizás adelantar los trabajos pendientes.

Booky, en su banqueta, estaba pensando si cambiar aquel taburete alto tan incómodo por un sillón de altas patas, que le permitiese apoyar la espalda cuando estuviese leyendo. Mientras lo hacía se encontraba en el mostrador de la entrada de la biblioteca, haciendo una lista de pros y contras. Siempre que entrara algún alumno, el elfo libréstico levantaría la cabeza y deslumbraría al invitado con su radiante sonrisa, más radiante que mil soles espléndidos.

Apenas había tenido que andar mucho desde el aula de conocimientos mágicos. Había decidido que aquel lugar sería el sitio perfecto para trabajar en paz, cuando la biblioteca y la sala común de los hufflepuff estuviera llena.

Entró silencioso a aquel gran hogar del saber y devolvió a Booky una sonrisa tímida, como si fuera un gesto que Mircea no estuviera habituado a realizar y menos con una alegría tal que era imposible no sentir cuando veías al elfo libréstico.

Buenas tardes, saludó al bibliotecario. Metió la mano dentro del sombrero y sacó un libro que depositó sobre el mostrador. ¿Le importa guardarlo para cuando vengan mis hermanas? Creen que no me he dado cuenta que trataban de quitármelo. Supongo que tienen la primera redacción de Ciudado de Criaturas Mágicas y les vendrá bien este volumen.

Después de todo el mes viniendo casi diariamente a la biblioteca, no se acostumbraba a tutear a Booky. Aunque aparentase ser joven, estaba convencido que aquel pequeño ser debía acercarse al siglo de vida.

Muchas gracias, le dijo de corazón cuando hubo acabado con sus trámites de readmisión del libro. Hasta luego, le despidió antes de internarse entre los pasillos.

Con una sonrisa y un asentimiento como respuesta, Booky selló la ficha de la contraportada del libro de Newt Scamander y registró todo lo necesario en el gran tomo de seguimiento.

De nada, despidió al muchacho. Era de los pocos que nunca le preguntaba sobre la localización de algún libro. Aunque viendo el tiempo que se pasaba allí, no le extrañaría que en su primer curso se aprendiese cada rincón de aquella inmensa biblioteca. El propio Booky apenas había tardado unos días en actualizarse, aunque era cierto que tras tantos años en Hogwarts y tantas visitas nocturnas a la biblioteca, era difícil no conocérsela como la palma de su mano.

En vez de devolver el libro a su estantería, lo dejó en una balda bajo su mesa.

Colin entró en silencio en la biblioteca. Se sorprendió al ver que el elfo doméstico se ocupaba ahora de ella. 

- Buenos días.- Que no lo supiera indicaba que hacía mucho que no venía a la biblioteca. Había estado liado pero no podía repetirse. Saludó al pálido Mircea, de los tejones, con un gesto de la cabeza para no hacer ruido. En unos años quizás acabara siendo el bibliotecario pues pasaba allí mucho tiempo por lo que veía. Se acercó al mostrador y le solicitó información sobre dónde buscar los libros sobre centauros.- Necesito encontrar libros sobre los centauros para una redacción...- No tenía que darle más explicaciones. La charla con Will, el chico de primero, le había hecho sentirse ligeramente incómodo, pero no había razón para ello.

Buenos días, Colin Aldridge sonrió a la nueva incorporación al aula del saber. Vaya, otro Ravenclaw de segundo, pensó Booky. Ninguno de primero en todo el mes...

Indicó al chico las distintas zonas que tenían algo que ver con criaturas mágicas y como llegar a ellas, entre las cuales estaban: zoología mágica, evolución de magia en criaturas y otras variantes más. La biblioteca era tan grande que podía permitirse secciones independientes para tan solo una docena de libros. Se podía encontrar uno con una estantería con hasta cien materias distintas.

Despidió al pequeño con una gran sonrisa. Aunque si tenía alguna otra pregunta, el elfo le ayudaría encantado.

A Mircea le paso desapercibido el saludo de Colin. No lo hacía aposta, simplemente era que el chico durante todo el primer curso solo había tenido relación con la niña vivaracha de Gryffindor, Diana. Nunca le había visto relacionarse con nadie más. Así que como nunca había visto la posibilidad de un acercamiento con él, era demasiado sencillo para Mircea olvidar que el chico se encontraba allí, al igual que hacía con todos los alumnos de los cursos mayores y algunos de su propio curso, como ocurría con el propio Colin.

Ya entre estanterías, se dedicó a investigar algunas de las zonas que los demás alumnos solían obviar por no estar en secciones dedicadas expresamente a criaturas mágicas. Para buscar información sobre la gente del agua que no podía encontrar en el viejo libro de Newt, estaba mirando en la zona de sociedades premuggle mágicas.

La tarde del último día de la semana, al menos para los estándares élficos. ¿Acaso los humanos no tenían tantos calendarios diversos, divisiones anuales según el sol, la luna, la rotación terrestre y tanta variedad de opciones? Incluso dentro de una misma categoría, algunos decidían acabar la semana en sábado y otros en domingo. Bueno, pues los elfos como género y Booky como particular había decidido que la semana élfica acabase los viernes. ¿Por qué? Estaba claro que los viernes eran los mejores días. Pero como esto no es algo que venga a colación, pues quedará en el limbo de las divagaciones élficas.

Volviendo al tema, era viernes por la tarde. La chavalería había acabado las clases del día y seguramente alguno acabase en la biblioteca buscando lectura ligera, para los más estudiosos, y pesada, para lo más vagos, para el fin de semana y quizás adelantar los trabajos pendientes.

Booky, en su banqueta, estaba pensando si cambiar aquel taburete alto tan incómodo por un sillón de altas patas, que le permitiese apoyar la espalda cuando estuviese leyendo. Mientras lo hacía se encontraba en el mostrador de la entrada de la biblioteca, haciendo una lista de pros y contras. Siempre que entrara algún alumno, el elfo libréstico levantaría la cabeza y deslumbraría al invitado con su radiante sonrisa, más radiante que mil soles espléndidos.

- Muchas gracias.- Colin se perdió entre las estantería de la biblioteca, pro las zonas que amablemente le había indicado el bibliotecario.

Sara entró en la Biblioteca caminando de puntillas. Se acercó hasta el mostrador y empezó a hablar en susurros.

Hola Booky también le saludó con la mano. Realmente, al no haber visto a una criatura como él antes, no sabía cómo expresarse. ¿Y si era más tonto que los humanos? ¡O quizá no hablara su mismo idioma! De pronto recordó que otros le habían hablado con total normalidad, así que, roja como un tomate, continuó hablando como si no hubiera pasado nada.

Booky, busco la zona de Conocimientos del Mundo Mágico. ¿Me puedes decir dónde está?

La tarde del último día de la semana, al menos para los estándares élficos. ¿Acaso los humanos no tenían tantos calendarios diversos, divisiones anuales según el sol, la luna, la rotación terrestre y tanta variedad de opciones? Incluso dentro de una misma categoría, algunos decidían acabar la semana en sábado y otros en domingo. Bueno, pues los elfos como género y Booky como particular había decidido que la semana élfica acabase los viernes. ¿Por qué? Estaba claro que los viernes eran los mejores días. Pero como esto no es algo que venga a colación, pues quedará en el limbo de las divagaciones élficas.

Volviendo al tema, era viernes por la tarde. La chavalería había acabado las clases del día y seguramente alguno acabase en la biblioteca buscando lectura ligera, para los más estudiosos, y pesada, para lo más vagos, para el fin de semana y quizás adelantar los trabajos pendientes.

Booky, en su banqueta, estaba pensando si cambiar aquel taburete alto tan incómodo por un sillón de altas patas, que le permitiese apoyar la espalda cuando estuviese leyendo. Mientras lo hacía se encontraba en el mostrador de la entrada de la biblioteca, haciendo una lista de pros y contras. Siempre que entrara algún alumno, el elfo libréstico levantaría la cabeza y deslumbraría al invitado con su radiante sonrisa, más radiante que mil soles espléndidos.

Hola Sara, saludó el bibliotecario a la pequeña, sonriendo tan radiantemente como siempre.

No existe esa sección, pero seguro que encuentras lo que quieres si miras por la zona de "Magia, magia y más magia", "La importancia de la magia" y en "Mundo Mágico", contestó el elfo. No era su culpa que las secciones tuviesen nombras que pudieran ser más acordes a títulos de libros, pero la verdad era que algunas de las zonas de la biblioteca había mantenido sus denominaciones desde hacía siglos y Booky tan solo había añadido una decena de nuevas separaciones.

Indicó con alegría y eficacia como llegar a las diversas secciones y despidió a la chica con una sonrisa. Si quería preguntarle alguna cosa más, ahí estaría para ayudar.

¡Oh, seguro que... seguro que son buenas secciones! comenzó hablando en voz alta, pero después Sara moduló su voz.

Agradeció a Booky con una sonrisa sus indicaciones y se fue directa a las secciones que le había dicho.

Empezó a buscar libros para el trabajo de la clase anterior. ¡Y cuántos había! Empezó a rebuscar para encontrar algo sobre las varitas. Cogió varios libros y, sin tirar ninguno al suelo, se sentó en una mesa libre y empezó a tomar nota.

Las crías llegaron corriendo hasta la biblioteca y justo en la entrada se detuvieron. Decidieron arreglarse un poco, sacudiendo el polvo inexistente que se las podía haber acumulado en sus trajes de batalla, pellizcándose las mejillas para darse algo de color en el rostro que ya llevaban rojo por la carrera hasta allí y respirando hondo antes de dibujar sus mejores sonrisas de niñas tímidas e inocentes.

Así fue como traspasaron el umbral a la estancia del saber y se colocaron enfrente de Booky.

Booky, dijo Erzsébet con un marcado acento rumano. Verás, nuestro hermano cogió hace una semana un libro de criaturas mágicas muy bueno..., la pequeña dio un codazo a Orsolya, para que siguiera.

Sí, ehhh, comenzó. Cambió a su acento rumano y continuó, nos gustaría saber si puedes decirnos cual es y donde encontrarlo.

Sonrieron como si nunca hubieran roto un plato. Resultaba cuanto menos sospechoso, sobre todo cuando Booky había sido quien las había presentado a dos de sus primas que fueron las que se hicieron pasar por Pizpireta y Polvorilla en la fiesta de primero. Y por supuesto Booky sabía de qué eran capaces.

Cuando las niñas idénticas revoltosas de Hufflepuff se presentaron enfrente suyo con aire de ser las mas bondadosas del colegio, un cosquilleo en sus orejas le hizo desconfiar de ellas al instante.

No dejó de sonreír mientras asistía a una de las diversas facetas interpretativas de las crías. Cuando acabaron, hizo como que dudaba un momento, torció los morros, agitó la nariz y se rascó el entrecejo. Finalmente, como si pareciera que se lo había pensado mucho, sacó un libro de debajo de la mesa. ¿Habláis de este?

Decidió no decirlas que su hermano lo había dejado allí para ellas tras haberlo devuelto hacía apenas media hora.

Selló el libro a nombre de Orsolya, la más responsable de las dos y la que mejor trataba los libros de aquel dúo.

Maravilladas porque las hubiera salido tan bien el papel que hasta habían conseguido engañar a Booky, las gemelas batieron palmas de forma silenciosa, haciendo el movimiento pero sin llegar a tocarse las manos entre sí.

Muchas gracias, Booky, eres el mejor, agradeció Erzsébet según empezaba a marcharse.

Orsolya se demoró un momento, según cogía el libro y preguntaba, ¿ha sido Mir? Ante el ligero asentimiento del elfo, la pequeña sonrió esta vez con calidez y se despidió de Booky. Gracias, Booky, hasta luego. Saluda a tus primas cuando las veas y dilas que tenemos planes, reemplazó así la ternura de su rostro por un gesto avieso.

Se marcharon de allí felices y dando saltitos. Dedicarían media hora al trabajo y tendrían suficiente para la semana.

La tarde del último día de la semana, al menos para los estándares élficos. ¿Acaso los humanos no tenían tantos calendarios diversos, divisiones anuales según el sol, la luna, la rotación terrestre y tanta variedad de opciones? Incluso dentro de una misma categoría, algunos decidían acabar la semana en sábado y otros en domingo. Bueno, pues los elfos como género y Booky como particular había decidido que la semana élfica acabase los viernes. ¿Por qué? Estaba claro que los viernes eran los mejores días. Pero como esto no es algo que venga a colación, pues quedará en el limbo de las divagaciones élficas.

Volviendo al tema, era viernes por la tarde. La chavalería había acabado las clases del día y seguramente alguno acabase en la biblioteca buscando lectura ligera, para los más estudiosos, y pesada, para lo más vagos, para el fin de semana y quizás adelantar los trabajos pendientes.

Booky, en su banqueta, estaba pensando si cambiar aquel taburete alto tan incómodo por un sillón de altas patas, que le permitiese apoyar la espalda cuando estuviese leyendo. Mientras lo hacía se encontraba en el mostrador de la entrada de la biblioteca, haciendo una lista de pros y contras. Siempre que entrara algún alumno, el elfo libréstico levantaría la cabeza y deslumbraría al invitado con su radiante sonrisa, más radiante que mil soles espléndidos.

Ya le picaban los ojos de tanto leer, anotar, y resumir, y encima empezaba a tener hambre. Miró el reloj y, efectivamente, ya era la hora de cenar. Así que Colin dejó los libros al bibliotecario para que los ordenase y se despidió de los allí presentes.