Partida Rol por web

Asterope asintió al comentario de Ludmila. La tranquilizaba, al mismo tiempo, que su compañera pensara igual que ella. Eso significaba que no se había perdido ninguna información y que la profesora Lovegood no esperaba que las serpientes recuperaran ahora en conjuro.

No obstante, quería conocer el hechizo. Si había venido al colegio era para aprender todo lo posible, no para saltarse las clases y, con ellas, conocimiento valioso. Así que se alegró mucho cuando Orsolya accedió a enseñárselo. A simple vista no parecía muy útil, el susodicho Dectattem, pero Asterope sabía no había que fiarse. ¡Podría incluso salvarte la vida! Conocidas son muchas historias en las que magos poco precavidos han agarrado objetos que contenían poderosas maldiciones. Con ese sencillo hechizo podría haberse evitado. Es cierto que no te dice si la magia que lo encanta es buena o mala, pero al menos estás avisado de que debes tener cuidado.

Atendió a la explicación de Orsolya y a su posterior demostración sobre la varita de ¿Asterope? ¡No! De Booky. La madera emitió un brillo púrpura precioso-. Oooh... ¿Y sabéis qué significa cada color? -¿De qué dependería? ¿Del objeto en sí, del tipo de magia que tiene dentro, de la personalidad del mago que la posee?

Sacó un libro que tenía en la mochila. Lo había sacado el día anterior de la biblioteca y sabía, sin ningún tipo de duda, que estaba encantado. El porqué de su seguridad es un misterio, menos para ella. El caso es que podía practicar con él y estar segura de que su hechizo había –o no- funcionado. Pero luego se acordó-. Ay, que no se puede usar magia con los libros de la biblioteca... –Se quedó pensando en qué podía usar-. Pues lo hago sobre tu varita también, Orsolya.

- Dectattem –Si no hubiera abierto la boca el resultado habría sido el mismo. Nada. Ni una chispa, ni una vibración. Un muggle podría pensar que se le habían acabado las pilas a la varita.

-Gracias chicas. Al fin de cuenta, parece útil. dijo encogiendo los hombros algo desganada. Observo como Orsolya movía la varita y recitaba. Adivinación siempre había sido una materia idiota, y tenía que esforzarse el doble para comprender los fundamentos (muy pocos) de la materia.

Recordó lo que había leído en el libro y repaso los movimientos de la gemela. Apuntó con su varita la rama que tenía de soporte Asterope. -Veremos si esto tiene magia Aste...Dectattem...dijo con su habitual voz apática colocándose casi inconciente en puntas de pie.

Y la varita comenzó a resplandecer a los pocos segundos. -Parece que sí es mágica después de todo. Dijo y luego se volvió a las chicas. -Gracias Orsolya. 

Aquel era uno de esos dias en los que todo el mundo parecia amable y dispuesto a colaborar los unos con los otros. Sin embargo, en mi caso era mas bien todo lo contrario.

Nada mas terminar la clase me marche de alli, con el semblante serio. No tenia ganas de pararme a hablar con nadie, ni de sociabilizar.

-Adios chicos -me limite a decir, saliendo de la clase.

Asterope sonrió ligeramente cuando Ludmila consiguió sacar el Dectattem sobre su varita-. Pues sí. Aunque no lo parezca, este palo es mágico... A ver si me lo demuestra más a menudo –dijo guardándola en la manga de la túnica-. Eso, gracias por la ayuda, Orsolya.

Estaba a punto de hablarle a Kendra cuando, de repente, la morena se largó. ¿Qué le pasaba últimamente? Parecía Asterope cuando perdió a Hefesto: asocial, seria y con cara de pocos amigos. Algo raro le estaba pasando al colegio, que ya no era el mismo que cuando empezó el curso. Estaba claro que los últimos y terribles acontecimientos le estaban pasando factura.

- Bueno –comenzó a decir una vez Lestrange salió del aula, mirando hacia el resto-, vosotras tenéis la recuperación, ¿verdad? No os entretengo más, que iréis con prisa. Espero que tengáis mucha suerte, aunque seguro que no la necesitáis. Vuestras habilidades son superiores a las de muchos otros alumnos de este colegio –dijo muy convencida mientras pensaba en varios casos concretos. Ella había conocido la magia de las gemelas y realmente tenían talento. Y, si algo valoraba Asterope, era el talento que todo mago o bruja debería tener. Una pena que no todo el mundo cumpliera con los requisitos mínimos aceptables; una pena que ella misma no los estuviera cumpliendo las últimas semanas...-. Más bien habéis tenido mala suerte al no haber sacado el conjuro a la primera, de eso estoy segura.

- Me parece que yo me iré a dar una vuelta a los jardines. Así me despejo un poco, que el aire frío ayuda a aclarar la mente –Recogió sus cosas y se echó la mochila a la espalda-. Si alguien quiere acompañarme, es bienvenido.

Orsolya encogió los hombros ante la pregunta sobre los colores. No lo explicaron, contestó. Con la rotura de la varita de Erzy la profesora se puso muy nerviosa, dijo en voz baja, como si aquello fuera un secreto. O quizás para que su hermana no la escuchara.

De nada Ludmila, sonrió risueña la pequeña.  Y no te preocupes Astro, verás que cuando te llegue tu varita todo irá mejor. Seguro que estás haciéndote más fuerte usando esa, indicó la de recambio. Pásate esta noche por nuestra mesa y probamos a iluminar las copas, ofreció a la Slytherin, extendiendo la invitación a Ludmila.

En ese momento se acercó Erzsébet. Pero venid comidas ya de vuestro lado del comedor, que esta noche O y yo tenemos una cuenta pendiente que saldar con nuestros estómagos, dijo aún con el ceño fruncido.

Vamos Orsi, que quiero quitarme esto de encima cuanto antes. A ver si el conjuro me vuelve a romper la varita y consigo permiso para ir a tirarle huevos a la tienda de Ollivanders, dijo antes de coger la mochila y encaminarse a la salida.

Hasta luego, se despidió Orsolya, cogiendo ella también su mochilita y saliendo corriendo tras su hermana.

La blonda saludó al resto de los chicos. Quería estar sola (otra vez) y se dirigió fuera de la estancia.

Maxwell abrió los ojos. Estaba solo en el aula de transformaciones. Se levantó y trató de abrir la puerta, que por fortuna no estaba cerrada con llave. La culpa era de la hoguera; tan cálida que no había podido evitar quedarse dormido. Hacía rato que se había apagado, en cualquier caso, porque el aula estaba tan fría como cuando había entrado. Le dolían las puntas de los dedos y la nariz, y tenía las orejas coloradas.

Miró el reloj de la pared. Todavía tenía tiempo de cenar antes de seguir durmiendo. Cogió sus libros, su estuche y salió del aula.

Estaba todo hecho. Se hacía tarde. Si tenía que enseñar a algún alumno algún hechizo debía ser otro día. Estaba solo, así que salió sin decir nada.