Partida Rol por web

El Teniente se pone en posición de firmes y convoca a los Reclutas que van a Jurar:

- "¡Reclutas! ¡Paso al frente y rodilla en tierra! Hoy os arrodilláis por última vez como Reclutas." -

Es en ese momento cuando los hermanos de capa deberían salir de la formación y colocarse tras sus apadrinados, pero este caso es verdaderamente inusual.

El Cabo Cortaplumas se coloca tras sus dos hombres, y Ballestero tras sus cinco reclutas. Parece que ambos van a apadrinar a más de un Recluta a la vez. Algo inusual y más bien mal visto. Pero después de todo por lo que han pasado esos Reservas, todo el mundo está dispuesto a callar y no decir nada en contra.

El Teniente se acerca entonces a los siete Reclutas arrodillados y les dice en voz baja:

- "Ahora el Capitán pronunciará las palabras del Juramento. Después, el Capitan y Portaestandarte se acercarán a cada uno de vosotros por turno. Cuando lo hagan, debéis poner la mano sobre el asta del Estandarte de la Compañía y decir en voz alta y clara: ¡Juro! Entonces os pondréis en pie, vuestro hermano de capa os pondrá la capa y yo os ajustaré el broche de plata." -

Los que recordáis anteriores Juras sabéis que era Analista quien ajustaba los broches de plata mientras el Capitán presidía la Ceremonia. Parece que esta vez han solapado ambas funciones.

El Capitán toma aire lentamente. Parece como si le costara hasta respirar. Después mira con detenimiento a todos los hombres y mujeres de la Compañía Negra. Sólo tiene ojos para ellos, su mirada no se vuelve hacia los Cho'n delorianos.

Guarda silencio unos momentos. Nadie habla. El únido sonido es el de la tela de los estandartes, agitada por el viento sobre Cho'n Delor.

El Capitán toma aire una vez más, y entonces pronuncia el Juramento. Un Juramento que muchos conocen perfectamente y que casi todos los presentes han pronunciado al menos una vez.

- "Esta es la Última de las Doce Compañías Libres de Khatovar. Esta es una Compañía Libre de hermanos juramentados.

Como nuevo hermano de la Compañía, juro obediencia a mis superiores, pero también, y más importante, juro lealtad a la Compañía y lealtad al resto de mis hermanos juramentados.

Mi pasado antes de entrar en la Compañía ya no importa. Atrás quedan las rencillas, atrás queda la venganza. Mis hermanos me protegerán, y yo les protegeré a ellos, aunque no les ame.

Si alguna vez nos traicionan, recordad que la oscuridad siempre llega.

Os juro lealtad a vosotros, hermanos míos, hasta el día en que decidáis liberarme de mi juramento o muera al servicio de la Compañía." -

Portaestandarte acerca el asta del Estandarte de la Compañía para que los hasta ahora Reclutas puedan tocarla mientras juran.

Todos y cada uno de los Reclutas pronuncian la misma palabra al unísono.

- "¡Juro!" -

Analista va anotando los nombres de los Reclutas en los Anales de la Compañía. Y va asintiendo lentamente en dirección a cada uno de ellos para que se pongan en pie.

El Cabo Cortaplumas y Ballestero van colocando por turnos una capa negra de tela de la mejor calidad sobre los hombros de los Reclutas.

El Teniente va ciñendo las capas con el cráneo de plata, emblema de la Compañía.

- "Bienvenidos a la Compañía, Hermanos. Os alzáis ahora como Hermanos Juramentados." –

- "Es un honor, Capitán. Gracias." –

Cada uno de ellos se pone en pie, tocan el asta del Estandarte de la Compañía y las tapas de cuero de los Anales.

En medio de la ceremonia, aun con los nervios, Sabandija se percata de que uno de los espectadores mantiene la mirada fija en él.

Es esa enorme mercenaria, la llamada Sierra, que no quita el ojo de encima a Sabandija, y mantiene el rostro imperturbable.

Sólo Sabandija parece percatarse de ese hecho.

No es posible. ¡Qué tontería!

Si hubiera podido se hubiera dado con la palma de la mano en la frente pero debía mantener las formas para no avergonzar a sus compañeros Campamenteros. ¡Estaban en medio del Juramento! Con un movimiento de ojos casi imperceptible volvió a mirar.

¡Joder!- Tenían que ser imaginaciones suyas. Esta vez se giró un poco para ver quién estaba detrás suyo. Tenía que ser a otro. ¿Quién diablos iba a fijarse en una sabandija como él? Se obligó a permanecer atento a la parafernalia de la jura pues pronto tendría que hacerlo él para ponerle la capa y broche a su Hermana de Capa. Tenía que pensar unas palabras para ensalzar las cualidades de Plumilla. A pesar de los nuevos reclutas, sus nuevas responsabilidades adquiridas para con la curandera de los Campamenteros y las novedades incluidas en el procedimiento de jura, Sabandija no conseguía prestar toda su atención al asunto. Como si de la miel a las moscas se tratase no pudo evitar volver a dirigir la mirada hacia ELLA. Trató de asegurarse esta vez de que lo miraba a él manteniendo unos segundos más su vista en la gigantesca mujer pero enseguida bajó la mirada al suelo. Le hubiera gustado meter la cabeza en un agujero como el avestruz.

¡Mierda!- Era un cobarde, un pusilánime incapaz de mantener la mirada. Pero ya no le cabía duda alguna. Comenzó a sentir cómo sudaba profusamente y la respiración se le agitaba. ¿Por qué le miraba así aquella imponente mujer? Multitud de razones se le venían a la cabeza. Quizá la hubiera ofendido de alguna manera o puede que le pareciera tan despreciable que, cuando fuera a pedir su dádiva al Chambelán de las Cuchillas, interviniera para echarlo todo a perder. ¿Y si tenía algo en contra de los Tres Castores y, al haberse vestido y peinado a la manera de su tribu originaria, había despertado su irrefrenable ira? El caso es que su rostro permanecía impertérrito. Volvió a mirar para descifrar en su mirar y en sus gestos faciales cualquier pista de lo que pudiera pensar.

¿Qué sabía de ella? Lo que saltaba a la vista era su aspecto tan brutal como el de Campaña. Además era la líder de los Mercenarios Independientes de Cho'n Delor al servicio del Señor del Dolor. Tragó con dificultad pues la boca se le había quedado seca.

Sabandija presenciaba el juramento con la mirada perdida y visiblemente incómodo. Estaba claro que no se sentía a gusto y que, si por él hubiera sido, se hubiera escabullido entre la muchedumbre hasta una posición más discreta. Sin emabargo no podía, tenía que pasar el mal trago, aunque sólo fuera por Plumilla y los Campamenteros. Parecía un pájaro enjaulado deseando tomar el vuelo y huir.

Era ahora el turno de los campamenteros. Pipo miró a Tarado y asintió en su dirección. Estaba preparado para secundarle. ¿Tenía la capa nueva? Palpó con disimulo su zurrón. Esperó al momento adecuado para ponerse en posición. Suspiró. Todo esto no era tan malo como se había pensado, pero por poco. Sofocó un bostezo. Sofocó las ganas de rascarse la entrepierna. Sofocó las ganas de pegar brincos aquí y allá.

Esperaba la orden para destacarse de la formación, lentamente y sin darse cuenta empezó a tamborilear pausadamente sobre el asta de su lanza. Vió el gesto de Pipo y le devolvió el asentimiento, estaba nervioso y cualquiera podría decir que era la primera vez que veía a un k'hlata de color verde a causa de las nauseas. Esperaba no vomitar cuando dijese "Si, juro" sería algo bochornoso y el peor augurio posible, además temía la reacción del sociopata de Portaestandarte si le vomitaba encima ¿Lo desollaría o lo mataría antes?.

La impaciencia parecía ser nuevamente la protagonista del momento. Los oscuros eran lentos para todo lo que hacían, dialogar, defecar, jurar, morirse o entender. Mientras esperaba su turno el tiempo se le hacía cada vez más eterno, repaso mentalmente su frase "Juro" y se tranquilizó sabiendo que no se le había olvidado. La espera estaba machandole los nervios.

El Capitán mira a los ojos de Lengua Negra, su antiguo aprendiz, y asiente con la cabeza, indicándole que es su turno para hablar.

Observó con preocupación la ceremonia de la jura viendo el mal estado que transmitía el nuevo Capitán y para colmo de males estaba realizando el trabajo de Analista también, aquello no era bueno y seguramente el hombre se viera afectado por tanta carga física y emocional arrastrando con él a todos los miembros de la Compañía Negra.
Se mantuvo solemne mientras recitaba el juramento y volvió a repasarlo, era importante tenerlo en cuenta pues ahora les unía en un vínculo fuerte, mucho más allá del broche y la capa. Fijó la vista en los que eran sus nuevos hermanos y deseó que fueran muchos más pues estaban faltos de gente, aunque le preocupaba que no estuvieran aún preparados. Claro que si habían luchado y sangrado por la Compañía y seguían vivos sería porque tenían lo que había que tener. Esperó al resto de los juramentos en su sitio esperando que no se alargaran demasiado, eso podía poner nerviosa a la gente y provocar algo por precipitación o impaciencia.

A pesar de que algunos no recibían bien los vítores, a mí me insuflaban fuerza. Había nacido en La Compañía y moriría en ella, igual que muchos otros, por lo tanto mi vida era la del soldado. No esperaba reconocimiento en mi vida por nada que no tuviese que ver con ello. Batallas, guerras, estrategias, discursos... Y aquellos vítores me lo daban, tanto a mí cómo a las decenas de hermanos a mi alrededor. Aquellos que no lo apreciaban pecaban de falsa modestia, o de idiotez.

Finalmente llegamos al final del desfile. El patio de armas estaba decorado en honor a La Compañía y todo estaba preparado para la jura. Tomé posición y seguí con diligencia todas las órdenes, asentí en mis adentros a todas las palabras que decían el Capitán y mi padre y miré con orgullo nuestro estandarte. Seguí la ceremonia con solemnidad a pesar de que notaba cómo mi cuerpo empezaba, poco a poco, a quejarse. Pero yo no. Yo no me quejaría. Me mantendría erguido hasta que la última capa fuese colocada y cerrada con su broche, hasta que el último juramento fuese recitado, el último ascenso hecho oficial. Tras los reservas, iban los Campamenteros. Después Campaña recuperaría su más que merecida capa y ascenderían a mis primos y otros oficiales. Todo eso iba a ocurrir, y en algún momento en las siguientes horas, me presentaría cómo tantos otros ante el Chambelán de las cuchillas en busca de mi dádiva. Seguía teniendo dudas sobre si lo que pedía era adecuado, pues no quería ofender por pedir demasiado ni demasiado poco.. Pero llegados a ese punto, ya no podía pensar más en ello. 

Sólo quedaba esperar.

Dio un paso al frente.

-Niña de Oro, Perdida, Plumilla, Tarado, Piojillo -llamó a aquellos que habían de jurar-. Compañía, estos cinco campamenteros se han ganado el derecho a jurar con la sangre vertida, propia y ajena. Son supervivientes de las diferentes batallas contra los campamentos de los Fantasmas, y de la batalla del Fuerte Chuda.

Su mirada regresó a sus Campamenteros, esperando que tras ellos se alzaran sus correspondientes padrinos.

Con paso lento me alcé para colocarme a la altura de Niña de Oro.

Mi capa negra estaba firmemente colocada con su broche de plata. En mi brazo, la capa que iba a colocar sobre los hombros de Niña de Oro.

Aún recordaba aquel tiempo en el que estaba en su lugar, temblorosa, casi a punto de recibir mi capa de las manos de Loor. Aquel momento marcó mi vida para siempre, y esperaba que lo mismo ocurriese para mi ahijada.

Con una mano en su hombro, le intenté transmitir fuerza y valor para el cambio que se avecinaba. Un cambio, sí, un cambio... era como dejar la niñez, el resguardo del entrenamiento, para convertirte en un soldado de la Compañía. A partir de ahora todo seria diferente. Pero no pensaba dejarla sola, ahora su formación y su buen hacer dentro de la Compañía dependía de mí en cierta forma. Ahora estaba conmigo, y esa responsabilidad no la eludiría jamás.

Escudo estaba en su posición, detrás de Perdida y con la capa preparada. Su semblante serio por un momento se suavizó mientras recordaba su propio juramento, con Testudo detrás de él. Al igual que Testudo confío en él en aquel momento, él confiaba en Perdida. Se sentía orgulloso de que la nueva hermana le hubiera elegido como su hermano.

La ayudaría. Le daba en el corazón que esta chica será una gran guerrera.

Esperaba su momento para investirla con la capa que llevaba.