Partida Rol por web

Al oír a Hank, me vuelvo con el semblante serio, tal vez lo más serio que hayais podido verla hasta ahora.

Yo tomaré la túnica blanca, amigo mío. Todo aquel que tome la túnica roja, siento decirlo, pero no creo que sea muy de fiar, pues puede tender tanto al bien como al mal, ya sea inconsciente o conscientemente. Debes de tener cuidado con tu elección. Solo te diré que sigas lo que te dicte tu corazón y búsca en lo profundo de tu alma. Si te ayuda en algo, piensa en qué haces ahora mismo aquí.

La decisión tendré que tomarla en la prueba que debo realizar. Solo los dioses saben cual será mi camino. Pero no dudes que para mi mis compañeros son lo primero por encima de cualquier botin. 

Tras sus palabras mira a sus compañeros en busca de algun gesto de apoyo a sus palabras.

Entiendo por qué a nadie le caen bien los elfos... Que obsesión por calificar a todos los que no piensan como ellos... - piensa Gnart mientras escucha atento la conversación a pesar de que no entiende la mitad de las cosas mágicas de las que hablan.

Asintiendo a las palabras de Hank

Sé que lo harás, confío en tí.

¿Y qué mas da el color de tus ropas?

Dice Kolthar meneando la cabeza por que cada vez entiende menos.

De un hombre, elfo, enano o minotauro hablan de él sus acciones. Hay muchas leyendas sobre guerreros minotauros, la mayoría buenas y otras malas, pero desde luego en ninguna se les recuerda por el color de sus vestimentas, si no por lo que hicieron en combate...

Parece que hablar de estos temas hace que me suelte la lengua

Los colores de las ropas no influyen en nada. Tan solo se hace para diferenciar las tres órdenes de hechicería que se corresponden con las tres lunas. De hecho, el poder de cada magia se ve influenciado positiva o negativamente en función de la luna que prevalezca en el cielo.

Es algo así como los símbolos de los clérigos, no influyen en su forma de actuar pero es importante que eligan el Dios al que van a dedicar su devoción.

Las aguas brillantes del mar de Khurman son una vista placentera tras las Tierras Ardientes y, como un diamante en bruto en la corona de un mendigo, la ciudad fortificada de Ak-Khurman se acuclilla al final de la península que se adentra en ellas.

Las puertas de la ciudad son altos portales de madera reforzadas con hierro de la altura de dos hombres y que abren el paso bajo una muralla de piedra de veinte pies de altura que rodea la ciudad. Varios caballeros de la Legión de Acero, vestidos con túnicas holgadas sobre sus corazas, vigilan ante las puertas y controlan a los que entran y salen, o montan guardia a lo largo de las murallas.

Más allá de estas impresionantes puertas, pueden verse elfos con turbantes elaborados, marineros khuritas con el pecho descubierto y la piel morena, el gnomo ocasional con un sombrero de ala ancha y multitud de comerciantes y ciudadanos. Ak-Khurman es realmente una ciudad cosmopolita, una maravilla en esta era de desconfianza y aislamiento.

A un centenar de pies de las puertas, vuestros guías se despiden y os desean suerte en vuestra misión. Al parecer, se siente incómodos en esta gran ciudad y aprovecharán su viaje hasta aquí para visitar a unos parientes de Alakar y transmitirles algunas propuestas de su jefe.

Gnart despide a los guías mientras mira a la ciudad con recelo.
Nunca había entrado en una de estas y esperaba no tener que hacerlo en muchas más ocasiones...

Viendo el recelo de Gnart por entrar, me acerco a él con una sonrisa de superioridad

No tengas miedo, no creo que haya ningún problema. Allá en Pashin conocimos a una boticaria de tu misma raza, se llamaba Klaudia y parecía que le iba bien el negocio.

Es de esperar que no tengas problemas por entrar, si es eso lo que quieres, claro.

No hay nada de malo en dormir en una buena cama y comer sentado en una mesa por unos días.

El minotauro camina animado.

Tranquilo Gnart, no nos meteremos en problemas.

Deberiamos buscar una posada donde alojarnos. Tras descansar del viaje Quivalen y yo deberiamos presentarnos en la orden de hechiceria para presentarnos y en cuanto sea posible deberiamos preguntar en los muelles por algun barco que nos lleve hacia nuestro destino, Kendermore.

Algo pensativo, Amílcar se mantiene en silencio mientras el resto del grupo decide a dónde ir. Desde el último encuentro con aquel espíritu del desierto parece que el nómada de las llanuras está un poco aturdido.

Cuando os dirigís a una de las puertas, dos guardias con tabardos de la Legión de Acero os detienen:

Alto. Esas armas deben ser entregadas. No podéis entrar con ellas en la ciudad.

Señalan las lanzas de Gnart y Kolthar. También la gran hacha del minotauro.

Kolthar se encoge de hombros y entrega la lanza que fue un regalo de Alfio, pero cuando va a entregar el hacha duda unos instantes.

No lo entiendo, si solo sirve para abrir puertas... no voy a atacar a nadie con ella.

Aun así la entrega mirando a sus compañeros en busca de una explicación.

No las pierdan, que estas cosas se dejan por ahí en cualquier rincón y luego a uno se le olvida donde las a puesto.

Gnart mira su arma y pregunta a los guardias.

¿Por qué hay que entregar estas armas y otras no?