Partida Rol por web

La misión había terminado, el mercader Sadon había llegado sano y salvo a Argluna. De mala gana pagó por los servicios y sin siquiera invitar una copa se largó a resolver sus asuntos.

Los cuatro estaban eufóricos y querían celebrar con una buena jarra de lo que fuera y una comida caliente que descongelara el tuétano de los huesos, pero Arast Wulf había llegado a Argluna con un propósito que no daba espera. Los otros 3 decidieron acompañarlo, unos minutos más no era gran problema.... Después celebrarían

Tenía en sus manos una carta de un amigo suyo, Wim, el simple nombre de un campesino, sin apellido, sin sobrenombre... Simplemente Wim. Se dirigieron a la calle escarlata y tocaron a 6 puertas del mercado. Eso decía la nota. Wim precisamente fue quien abrió la puerta y los dejó pasar.

Era una casa de una sola planta, bastante pequeña. Una hoguera con una olla encima adornaba el centro de la habitación mientras una mesa con 5 taburetes rústicos adornaba otro lado. Una puerta de madera permanecía cerrada, sugiriendo que se trataba de una habitación. El olor del Guisado entraba a los pulmones de los viajeros y exaltaba los sentidos, haciendo rugir los estómagos.

Mientras esperaban sentados, Arast ponía al tanto a Wim sobre lo sucedido en las últimas Dekhanas, entre ellas el viaje que tuvieron desde Eternlud. 

Era un viaje tranquilo, hasta la emboscada de ese grupo de orcos. Tres de los guardias murieron, pero los cuatro héroes sobresalieron en el combate, demostrando porque valían lo que había pagado el mercader. Apenas unos rasguños sufrió Bran, pero nada grave. 

Apenas se conocían, pero haber derramado sangre juntos los hacía de cierto modo cercanos, como sise conocieran de años atrás.

La edad ya pesaba sobre el pobre Wim, los años a cuestas le habían pasado factura. Los dientes estaban podridos y su olor corporal dejaba mucho que desear. Las manchas y cicatrices cubrían su rostro.

Sirvió 5 cuencos de guiso y se sentó junto a los viajeros, no sin antes brindarles una cerveza aguada.

-Ohh Arast, bueno es verte después de tanto tiempo.

El hombre empezó a hablarle de cosas poco trascendentes, contándole de su vida y de porqué había migrado de Cumbre hacia Argluna, nada importante para quien no fuera amigo de él, como el paladín. Luego de un aburrido discurso casi interminable, empezó con su verdadera intención sobre el llamado al paladín.

-Cumbre sufre -Empezó diciendo -Tu apreciada villa a quien tú y tu padre les deben unas cuantas amistades rústicas, pero sinceras. Las criaturas de las montañas han estado rapiñando, es algo normal que algunas ovejas o ganado se extraviaran ocasionalmente, pero en las últimas Dekhanas los asaltos se han estado intensificando, la gente clama por ayuda. Cumbre no es un pueblo especialmente rico, pero han logrado reunir algunas monedas para pagar a quienes les libre de ese yugo.

El silencio reinó en la modesta casa mientras Arast sopesaba la situación.

Habían sobrevivido a aquél viaje en caravana, a pesar del feroz asalto orco en el que habían perecido, tras luchar con valentía, tres de los guardias. Él habría querido salvarlos, pero le había sido imposible. Estaba claro que Arast había aguantado gracias a la robusta armadura de bandas y su experticia manejándola para detener los embites de esas bestias.

Otros hombres habían viajado con él y habían prevalecido: aquellos que se habían mostrado diestros o versátiles durante la batalla. Habían querido acompañarle para aclarar el tema del viejo Wim, que era conocido de la familia Wulf. Tras encontrarse e intercambiar saludos, el hombre les contó varias de sus historias y Arast esperó, armado esta vez de paciencia. Por otra parte, le pareció que evitaba el tema de encontrarlo con esa nueva armadura y el emblema de Tyr en el pecho, en puesto del de la familia Wulf. Ahora, el joven era un paladín, situación a la que había llegado circunstancialmente, pero en la que se sentía cómodo. Quizá ese había sido el designio de su dios desde el principio.

- Cumbre está en problemas y eso es suficiente para que yo me interese.

Su código de honor le predisponía a implicarse en esa situación que parecía problemática.

- Si las criaturas de las montañas se alejan de su hábitat, puede ser que haya algo que las impulse a ello.

El paladín miró a sus nuevos camaradas.

- Terminamos un encargo y ya damos con otro. La buena fortuna nos sonríe. Además que esa gente necesita ayuda. ¿Qué pensáis?

Él era de noble cuna, pero no por ello iba a tomar decisiones por los demás. Deseó que cualquiera de esos dos motivos les instara a aventurarse junto a él.

- De que tipo de criaturas estamos hablando? Goblins? Orcos? Trolls?... Demonios? 

Susurrándole a Arast: - Debería reunir un poco de información por Cumbre, no me gustaría meterme en esas montañas con los ojos vendados. 

- Todo lo que ocurre en las montañas y en los bosques es de mi incumbencia y de mis hermanos- indicó Quivalian, mientras trataba de evaluar la situación. El elfo se frotaba el mentón mientras pensaba en las posibles implicaciones de las palabras del viejo campesino- seguramente me gustaría averiguar qué es lo que pasa aunque no hubiera paga de por medio. Cuanto más si puedo costear estos días de viaje.

- ¿Qué pensáis? - había comentado despreocupadamente el paladín, como dando por sentado que la oferta del anciano estaba dirigida a todos los presentes.

Y con aquellas escuetas palabras, el llamado ARAST había conseguido lo que toda la extensa y lastimosa perorata del pobre WIN no había podido lograr en toda la velada: que el callado y circunspecto BRAN apartara por un momento su mirada del cuenco humeante que tenía frente a él. Y que dejara por un instante de tragar como un cerdo desesperado para prestarle atención.

Por supuesto, aquella aparente demostración de interés era más una cuestión de simple acto reflejo, y no tenía en verdad mucho de auténtica curiosidad. Pues lo cierto era que BRAN no terminaba de dar crédito a lo que escuchaba. Después de todo, ¿cómo podían extenderles una oferta semejante si apenas se conocían?

Sin embargo, inmediatamente después, y antes de que el famélico guerrero pudiera reaccionar, el resto de los asistentes comenzaron a discutir con total naturalidad las implicancias del asunto. Como si su participación en tan descabellada empresa jamás hubiera estado puesta en duda.

BRAN desconocía cómo diablos habían llegado todos hasta allí. Pero lo cierto era que él lo había hecho por simple educación. Y tal vez también por hambre. En cualquier caso, solo por pura inercia..

Pues aunque era cierto que había accedido a acompañar al llamado ARAST en sus pesquisas por la ciudad por el respeto que el sirviente de Tyr había conseguido ganarse, no podía negar que también existían otro motivos. Más precisamente, la expectativa de dar con alguien que pudiera patrocinar el tan demorado festejo. Después de todo, si el paladín efectivamente tenía un conocido en el lugar, y había hecho todo ese camino solo para ver al sujeto, lo más probable era que pudiera disfrutar de su hospitalidad. Y con toda certeza esa hospitalidad se extendería también a todos los que viajaran con él. Pues ningún anfitrión osaría ignorar a los camaradas de quien se había tomado tanto trabajo para acudir a una llamada.

En cualquier caso, festejo o no, aquel encuentro de seguro implicaba una comida caliente. Y por muy frugal que fuera, era algo que las exiguas arcas de BRAN no podían permitirse. Pues el astuto SADON se había aprovechado al máximo del estado de desesperación en que se encontraba el guerrero, de manera que su último contrato apenas si le había reportado algunas monedas. Para peor, el tacaño mercader ni siquiera había tenido la deferencia de invitarlos con unas rondas...

Sin embargo, BRAN nunca imaginó que por querer pillar una simple cena gratuita iba a terminar metido de lleno en semejante predicamento.

Así, inmerso en aquellos pensamientos, el fornido guerrero se mantuvo un buen tiempo sumido en el más sombrío silencio, observando con gesto ausente los restos de guisado que aún tenía en su cuenco. Finalmente, asintió de manera sutil con la cabeza, sin dejar de masticar. Un gesto que evidenciaba a las claras que no se sentía demasiado convencido del asunto.

- Supongo que no perdemos nada con echar un vistazo. A veces una simple manada de lobos puede tener aterrada a toda una región.

Arast pudo escuchar a sus tres acompañantes, para ver que estaban dispuestos pero mostraban algunas reticencias sobre el tipo de enemigo al que iban a enfrentarse. Se giró para mirar a Wim.

- Como puedes ver, estamos interesados. Queremos ver qué está pasando allí y si está en nuestra mano librarles del problema, lo haremos.

Le indicó, dando prioridad al hecho de buscar información antes de comprometerse. Claramente, si aquello parecía por encima de sus posibilidades, entonces sería cuestión de buscar más gente, o pedir asistencia en los templos de Tyr. Podía llevar más o menos tiempo, pero el paladín pensó que lo lograrían.
 

-No lo se joven -Respondió Wim al bardo. -No se ha investigado y yo no tengo más información que la que les acabo de dar, hace años no voy a Cumbre. Amo esa villa, pero la edad me impide realizar un viaje como tal, fue un viajero el que me trajo la carta. El anciano se levantó y rebuscó entre unos papeles desorganizados, efectivamente halló una carta enviada por los habitantes de Cumbre pidiendo auxilio a Wim, narrando exactamente lo que acababa de mencionar. -Lo mejor es que viajen hasta alláy busquen más información.

Al ver como iban aceptando, la fea cara verrugosa del hombre empezó a formar una sonrisa que era de todo menos inspiradora. Volvió a levantarse de su butaco y esculcó detrás de un armario, en un lugar secreto. Junto a sus ahorros de toda la vida sacó 2 botellas de vino. -Son bastante finas, las estaba guardando para una ocasión especial. Destapó la primera botella y ofreció un brindis por su amigo Arast y su grupo que denominó "los salvadores de Cumbre". La bebida y la charla se extendió hasta largas horas de la noche hasta que ambas botellas quedaron completamente vacías. Con el licor en la sangre, la camaradería se elevaba a un nuevo nivel.

En medio de la noche, el sonido de la puerta interrumpió la conversación. Eran el escudero y el sirviente del paladín (insertar sus nombres), fueron actualizados e informados de las nuevas. El escudero se emocionó mientras el sirviente empalideció de miedo. Suficiente había tenido con esos orcos de montaña y ahora debían volver.

Todos durmieron en la pequeña morada de Wim, hasta que el sol despuntó. Se reunieron en el mercado donde poco a poco empezaba a bullir de gente, guardias, mercaderes, mercenarios y aventureros. Era hora de tomar decisiones con respecto al viaje ¿Viajarían hoy u otro día?

Quivalian se levantó temprano para acercarse al mercado, todavía sus compañeros se desperezaban o seguían durmiendo pero al guardabosques le gustaba sentir el frío de la mañana en su piel. Nunca desayunaba pues comer demasiado temprano solía sentarle bastante mal. Su cuerpo también necesitaba un par de horas para ponerse en movimiento.

Cuando llegó, algunos de los comerciantes todavía estaba colocando sus mercancías y sólo los más madrugadores empezaban a moverse entre los puestos buscando las verduras más frescas y la carne en mejor estado.

Quivalian sabía bien lo que buscaba y ágilmente se desplazó entre los tenderetes hasta dar con ello. Hizo un cálculo rápido y se hizo con diez raciones de viaje, un saco de dormir, yesca y pedernal y un silbato de señales. El combate con los orcos había hecho estragos entre sus pertenencias y debía reponer algunas cosas perdidas o destrozadas.

Habían charlado un poco sobre el modo de planificar el viaje. Él se quedó con el detalle de que Knives era buen negociador y que podía iluminar casi permanentemente. El grupo parecía bien pertrechado, incluso podía forrajear durante el viaje. Lo único que necesitarían sería una carreta y una mula, para poder transportar algunos heridos. Por si acaso, llevarían algunas raciones de sobra.

- Knives, si me acompañas al mercado podremos comprar todo esto que hemos acordado. Si me ven a mí, inmediatamente subirán el precio.

Le explicó para que tomara él la iniciativa. A él le supondría una gran dificultad realizar cualquier negociación.

- Carreta, mula y 40 raciones sería lo justo para el viaje. Durante el camino con suerte encontraremos más.

- Yo me encargo de hacer las compras, solo quiero estar seguro de no dejarme nada. Cuando quieras vamos. 

Knives esperó la confirmación de sus compañeros, estaba harto de esperar.

Cuando el bardo, el paladín y el guerrero llegaron al mercado, no tardaron en encontrar al explorador negociando raciones secas para el viaje. Su habilidad para forrajear no se descutía, pero ¿quién no se aburría de comer solo bayas y raices?, aunque las raciones secas no fueran la mejor opción a la hora de merendar, al menos daban algo de variedad.

El paladín convenció a knives para que comprara un carro, una mula y raciones. El bardo se puso manos a la obra y buscó almejor postor. Pero en Argluna los comerciantes y mercaderes eran duros para bajar precios, además, los viajeros no disponían de mucho tiempo para negociar. No pudo hacer gran cosa y gastó la mayor parte de la fortuna del paladín en el carro la mula y las raciones.

Ya se empezaba a hacer tarde para marchar, así que los viajeros volvieron a la puerta del sur junto a Wim que los despidió efusivamente deseando suerte y esperando noticias pronto...

- Yo iré en vanguardia- dijo el explorador- me iré adelantando regularmente para asegurarme de que no tenemos sorpresas en el camino. 

Ya estaban listos para partir, tan sólo quedaba decidir el orden de marcha.

- Hagamos como la última vez, yo iré en retaguardia y mis acompañantes en medio. Ahora podrán llevar el carro y mi caballo. Si a mí me intentan atacar por la espalda, descubrirán que soy duro de pelar.

Su entrenamiento le confería una gran resistencia, que pensaba aprovechar inmiscuyéndose rápidamente en cualquier combate.

- Vosotros dos tendréis que ir atentos también, no sea que nos embosquen por el camino. Y si eso sucediera, poneos a cubierto y huid si es necesario.

Ordenó a los dos jóvenes que iban con él. Pensó que con eso se ocupaba de todo. Lo cierto es que no quería que les sucediera nada malo, ya que era su responsabilidad cuidarlos y que aprendieran sin exponerlos demasiado.

BRAN había sido el último en despertar. Un proceso que se demoró hasta bien entrada la mañana, y que solo se aceleró cuando el bullicioso ajetreo de la ciudad comenzó a colarse por las ventanas de la humilde morada, acompañado de los cálidos y molestos rayos del mediodía.

Con sus estentóreos ronquidos inundando el lugar, el agotado guerrero ni siquiera había escuchado a sus camaradas compartir el desayuno. Y lo cierto era que bien podría haber dormido durante días. Semanas, quizás. Aunque pocos podrían reprochárselo. Pues si bien no conocía las historias que traían consigo sus nuevos compañeros de viaje, dudaba que alguno de ellos llevara tanto tiempo en el camino.

En verdad, hacía literalmente semanas que BRAN no pasaba una noche bajo techo. Ni siquiera a cubierto. La última había sido probablemente aquella breve estadía en Alerce Rojo, mientras la caravana que lo había cobijado tras su huida se detenía para conseguir provisiones. Igual, apenas si se habían demorado allí un par de días, hospedados en una posada bastante decente, que tenía una torreta más propia de un castillo que de una residencia para viajeros. "La Espada Colgante", según creía recordar. O algo por el estilo.

De todos modos, BRAN nunca había llegado a conocer las instalaciones. Pues el desesperado acuerdo que había concertado con el líder de la caravana solo le permitía compartir los establos con las bestias.

En cualquier caso, después de aquella noche BRAN solo había visto duros días de marcha forzada hasta Yartar, casi sin detenerse. E inmediatamente después, el escabroso e interminable sendero que llevaba a Eternlund, durmiendo siempre a la intemperie y con un ojo abierto, atento a cualquier sorpresa. Aquella había sido ciertamente la parte más pesada del viaje. Y la más peligrosa también.

Incluso peor que el corto tramo hasta Luna Plateada, donde habían sufrido el peor de los ataques y donde BRAN había derramado sangre por vez primera. Tanto propia como extraña.

Con todo, aquello había sido todo un progreso en relación a su precaria situación en Orlbar...

De modo que aprovechó cuanto pudo aquel sencillo lecho de paja y el humilde techo que tenía sobre su cabeza. Después de tantos años acechado y perseguido, aquello era un verdadero lujo.

Finalmente, en algún momento del día BRAN notó que su anfitrión se disponía a abandonar la morada. Y le solicitó que lo guiara hasta el resto de sus compañeros. Siguiendo sus pasos, no tardó demasiado en llegar hasta la puerta Sur del poblado, donde los demás aguardaban su presencia.

- Disculpen la tardanza, camaradas. - comentó con un parco pero evidente tono avergonzado mientras ocupaba su posición en la reducida caravana - Creo que tenía algo de sueño atrasado...

Con el equipo que portaba cada uno, más el transporte, parecían tener suficiente para hacer el viaje, disfrutando de él, aunque sin perder de vista los riesgos naturales de unos parajes en los que podían aparecer bestias o seres depravados como los orcos.

Arast se dispuso a viajar en la retaguardia. Se alegró cuando llegó Bram, pues por un momento pensó que podía haber cambiado de planes y abandonado la expedición.

- Buenos días tengáis, Bram. No os preocupéis, ya estamos todos, tenemos los materiales listos y podemos partir. Hemos llegar hasta el pueblo e investigar aquellos parajes. Quizá tengamos un viaje bien amenizado por nuestro amigo Knives.

Knives tenía mucho talento para el arte. Y luego estaba Quivalian, que venía a ser un excelente guía.

Finalmente el grupo emprendió su marcha al sur, esperaban alcanzar Eternlud en la tercera jornada de viaje si todo salía bien. Llevar un carro hacía un poco más difícil el viaje, pero nada que no pudieran solventar.

Quivalian, como excelente explorador abrió la marcha guiando al resto. Seguir el sendero no era difícil hasta llegar al paso de Eternlud, donde era un poco más complicado. Pero con la experiencia del explorador, no encontraría problema en seguir el paso, como ya lo demostró una vez viniendo desde Argluna.
El recién comprado carro del paladín iba cargado con provisiones y con el sirviente. Bran lo manejaba. Manejar un carro no requería de grandes conocimientos, pero en caso de una emergencia, Bran sabía como conducir hábilmente el vehículo. Knives y el escudero seguían a pie y sin problema el paso de viaje, en el momento en que sus pies se cansaran eran libres de subirse al carro y descansar.
La marcha la cerraba el paladín, montado en su imponente caballo (¿Tiene nombre?), un semental que llamaba la atención donde quiera que llegaba. Más de un noble había ofrecido más oro de lo que realmente valía el equino, pero Arast le tenía un aprecio especial y se resistía a venderlo.

Poco tiempo de salir por la puerta Mul, y tras recorrer una legua, una caravana de tres carros se acercaba en dirección a Argluna. Al pasar por ellado, tuvieron que maniobrar un poco para salirse con cuidado del sendero, en donde no cabían 2 carros en paralelo. Bran demostró sus habilidades con las riendas. Un saludo fue lo único que recibieron.

El resto de la jornada fue normal, el día era frío como habría de esperarse en un día de invierno. Cuando el sol se ubicaba en lo más alto del cielo el camino empezó a ponerse más complicado, empezaba a ascender de forma ligera al principio y luego más abruptamente. Los picos nevados de las montañas Nezher se alzaban hasta el cielo amenazando con desgarrarlo en cualquier momento.

El avance empezó a disminuir cuando tenía que pasar por lodazales originados por la nieve derretida, el carro se quedaba atorado y todos tenían que ayudar a empujar. Al final de la jornada todos habían terminado con las ropas hechas un desastre.

El sol empezaba a perder fuerza en el cielo y los pies y espaldas sopesaban el cansancio acumulado de la jornada. El explorador, acostumbrado a los largos viajes, hubiera querido continuar, pero era consciente del cansancio del resto así que dio por terminada la jornada de viaje. 

Justo cuando estaba buscando un campamento, observó unas huellas en el suelo, eran recientes y había más de una criatura involucrada en ellas...

La primera jornada de aquél incipiente viaje transcurría con normalidad hasta que el sol buscó esconderse y ellos quisieron acampar. Quiso la fortuna que Quivarian observara algo fuera de lugar en el terreno. Desde su posición, Arast no sabía de qué se trataba, pero cuando hacían un alto lo habitual era que bajara del caballo y empuñara su espadón. No iba a confiarse y de hecho no necesitaba viajar sobre el corcel, sino que lo usaba para descansar a ratos cortos: El paladín no podía luchar con su arma de dos manos sobre el equino. Él era más bien de caminar y su montura en realidad solía servir para causar buena impresión.

Al tocar tierra de nuevo estiró las piernas y tendió las riendas a su escudero, para que él se ocupara. Él lo hizo gustoso.

- Está resultando un buen viaje, restando los problemas habituales.

También era cierto que hacía un poco de frío, pero el paladín trataba de soportarlo lo mejor que se podía. El frío no era un enemigo que fuera a matarlo. Mucho más temía a los agresivos orcos y sus rastreras trampas.

Arast miró a su alrededor, indagando si estaba todo bien, y prestó atención por si se escuchaba algo. Las montañas eran un territorio en el que no había que bajar la guardia. Al otear, pudo ver también un vasto paisaje natural cuya mera visión reconfortaba el ánimo. Uno acababa prefiriendo la naturaleza a las construcciones humanas, aunque tal apetencia acababa por convertirse en un mero deseo cuando las obligaciones familiares le reclamaban. Suerte que él aún no tenía ninguna y según creía, iba a tener que pasar una buena cantidad de tiempo hasta que tal cosa ocurriera, más si cabe porque sería indigno que se recluyera en un castillo o fortaleza si no era para defenderla de algún mal.

Quivalian fue adelantándose periódicamente al paso más lento del carro durante todo el día de travesía. Quería asegurarse de que no encontraban sorpresas por el camino. Los viajes a través de la Marca no destacaban por su tranquilidad pero, en esa ocasión, salvando una pequeña caravana de mercaderes, no habían tenido contratiempos.

Para su desgracia, la sorpresa llegó en el peor momento. Justo cuando debían detenerse debido a que la caída del sol no recomendaba seguir transitando por los caminos.

Cuando el carro alcanzó su posición, el elfo observaba preocupado los rastros de unas huellas.

- Esto no me gusta- avisó a sus compañeros- las huellas son recientes y no son humanas, al menos no todas. Eso puede significar problemas. No os separéis, colocaros cerca del carro y no bajéis la guardia. Estad prestos para el combate. Voy a tratar de averiguar algo más sobre estas criaturas.

Dicho esto, el explorador siguió el rastro de las huellas, tratando de aplicar toda su prudencia. No quería entablar combate ni mucho menos verse emboscado. Sólo quería información, saber a qué podían enfrentarse. Después, regresaría al campamento con los demás.

Hasta el momento, el viaje había resultado tan tranquilo y relajado que BRAN casi podía disfrutarlo. Observaba el panorama desde la apacible seguridad que le brindaba su ventajosa posición, encaramado en las alturas del vehículo, y solo de tanto en tanto debía ocuparse de hacer algún que otro ajuste en las riendas. En verdad, en un sendero tan cuidado y transitado como aquel, el traqueteante carromato prácticamente se manejaba solo. De modo que el esfuerzo que le demandaba su tarea era mínimo. Aunque, claro, ninguno de sus camaradas tenían por qué saberlo...

De hecho, el fornido personaje apenas si había tenido ocasión de estirar las piernas. Solo había descendido del pescante un par de veces en todo el trayecto, para ayudar a sus camaradas a empujar el carro en algún lodazal o para liberaro de alguna huella particularmente profunda, pero más por puro aburrimiento que por auténtica necesidad. Pues lo cierto era que el paladín y sus servidores prácticamente se ocupaban de todo. El resto bien podrían ir durmiendo en el carro que ni se notaría la diferencia.

Aquello era toda una novedad para alguien que había pasado los últimos años literalmente "corriendo por su vida"...

Sus camaradas de lucha en Orlbar nunca habían contado con una mula. Mucho menos con un vehículo. Y aunque los hubieran conseguido, de nada les habrían servido en los escabrosos y recónditos senderos por los que se movían, siempre evadiendo los lugares más confortables y concurridos... y también la vigilancia de los guardias.

Con todo, aquella inesperada sensación de comodidad no terminaba de agradar al reticente guerrero. Y si cabía, hasta quizás lo volvía aún más intranquilo. Como si, de alguna forma, el mundo entero solo buscara hacerlo bajar la guardia... para atacarlo por sorpresa.

Quizás por ello, y probablemente también impulsado por el tedio que le provocaba tanto tiempo de inactividad, se acercó hasta el elfo para comentarle unas palabras en voz baja.

- Deja que te acompañe. Puedes ir por delante, mientras yo te sirvo de apoyo. No creo que esta armadura me permita mucho más... - concluyó el guerrero mientras se palpaba con gesto ausente el camisote de mallas que vestía. - ... pero es mejor que andar solo.