Partida Rol por web

Aparecéis en un brillante circulo, sus runas inscritas en las baldosas de piedra bajo vuestros pies.

Os encontráis de pie en lo que parece una especie de patio real rodeado de estatuas de mármol humanas y humanoides. Sus posturas y porte os indica que pertenecen a grandes héroes de antaño. 

Delante de vosotros hay una alberca ornamental donde sus reflejos parecen brillar de forma apenas perceptible. La estatua de una mujer con grandes ropajes extiende su mano por encima del agua con una relajante luz entre sus dedos.

Un humano ataviado con túnicas y capa plateada, tan antiguo como la propia ciudad, se inclina pesadamente en su gran bastón a modo de saludo.

-Bienvenidos, campeones- Dice con una voz fuerte. -Bienvenidos a Argén-

En ese momento, la tranquilidad del patio se rompe ante el fuerte envite y retumbar del portón a vuestras espaldas. Alguien está intentando derribarlo y con cada poderoso golpe el viejo hombre parece estremecerse.

-Aguantará ... aguantará- Su voz no suena tan convencida como intenta aparentar.

-Mi nombre es Obanar y soy el ultimo guardián de Argén. ¿Con quien tengo el placer de hablar?-

El viaje y cambio de luz enturbia mis sentidos por unos instantes. Andando practicamente a ciegas un par de pasos alejándome del portal, pero en cuando empiezo a ser consciente de cuanto me rodea veo docenas de figuras en todas direcciones.
De repente una nueva oleada de dolor surge de mi vientre y se propaga por mi cuerpo como las ondas en un estanque. Aprieto el puño y los dientes, convirtiendo la rabia en energía bruta que se concentra en forma de delgadas hebras negras y un zumbido sordo.

Bienvenidos, campeones. Bienvenidos a Argén

Imponentes palabras desde izquierda me rompen los esquemas. Me giro para descubrir un anciano con un aspecto acorde a la voz que proyecta. Su porte tranquilo y sereno me desconcierta y la ira que me invade empieza a tambalearse, carente de cimientos. Es en ese momento, que volviendo a mirar alrededor, empiezo a discernir con mayor claridad que estamos solos únicamente rodeados por estatuas de antiguos héroes de Argén.

En ese momento, la tranquilidad del patio se rompe ante el fuerte envite y retumbar del portón a vuestras espaldas.

Vuelvo a mirar de inmediato hacia mi derecha donde un gran portón resiste las embestidas de "algo" pesado que intenta abrirse paso a golpes.

Aguantará ... aguantará.
Mi nombre es Obanar y soy el ultimo guardián de Argén. ¿Con quien tengo el placer de hablar?

De nuevo centro mi atención en el anciano, un poco confusa y desorientada. Incapaz de pensar con claridad y poder actuar en consecuencia con la situación. Cálmate ... cálmate y ya pasará. Sabes que ya pasará. Como siempre. Relajo los músculos, la mano y los dedos se abren lentamente. Poco a poco los filamentos oscuros se desvanecen en el aire como las cenizas de un fuego extinto.
El dolor no desaparece, nunca lo hace, pero lentamente va volviendo a un cauce mas llevadero.

Recuperando ligeramente la compostura, devuelvo el saludo con una ligera reverencia. - Eva. - Digo sin mas. Deliberadamente omito mencionar ninguno de los sobrenombres que me he granjeado durante mis años "perdida" (*).

La majestuosidad de aquellos jardines era algo que Andet solamente había vislumbrado en viejos tapices, en desgastadas pinturas o ejecutado mediante fórmulas arcanas que generaban enormes espejismos. El entrar allí, las sensaciones del aire templado, el fuerte aroma de las cuidadas plantas, la presencia perseverante de la roca tallada en gráciles figuras heroicas o antiguas runas, todo eso sobrecargó sus sentidos, como si las mismísimas leyendas volvieran a vivir.

La figura imponente de Obanar encajaba perfectamente en la ciudad de Argén, cada detalle, desde las esculturas viviendo eternamente inmóbiles en la piedra como las runas portando el conocimiento y el poder, hablaba de él mismo. El mago evidenció sin lugar a dudas la eterna nobleza del guardián de la ciudad: él inspiraba verdadero y profundo respeto. Era el opuesto absoluto del noble malcriado y taimado, no necesitaba falsas adulaciones o formas vacías en sus interlocutores.

Quizá, en lugares como ese, la vida era diferente, y las historias tenían tanta substancia como los cimientos profundos que sostenían los altos muros. Pero todo ello no significaba que la ciudad fuese impugnable, los fuertes embistes trajeron esa realidad al humano. Su rol allí era prestar socorro al ser anciano que los recibía.

-Mi nombre es Obanar y soy el ultimo guardián de Argén. ¿Con quien tengo el placer de hablar?-

El calvo hechicero ejecutó una profunda y lenta reverencia, muy diferente de sus típicos manierismos cortesanos, menos exagerada y adornada. -Me conocen como Andet Lagsbregda, Maestro de las escuelas del Ilusionismo y Encantamiento, Narrador de Historias, Embaucador y Muchos Rostros- Hizo una pausa breve mientras tomaba una bocanada de aire.
-Podeis llamarme Andet simplemente, Maese Obanar-

Iannes llego mareado y apunto estubo de sentir la necesidad de devolver a la tierra lo que llevaba en el estomago, pero la sensacion se fue enseguida cuando escucho las palabras. 

Bienvenidos a Argén

La ciudad que habia escuchado solo entre las lineas de viejos libros e historias, estaba alli, viviendo en ese momento entre las leyendas, lo que nunca habia imaginado.

El anciano tan viejo como la ciudad se dio a conocer.

Mi nombre es Obanar y soy el ultimo guardián de Argén. ¿Con quien tengo el placer de hablar?-

 Uno a uno fueron contestando antes el saludo de Obanar, bajo el retumbar de las puertas de la cuidad golpeada con sabienda violencia.

Mi nombre es Monseñor Iannes, discipulo de Amaunator, la luz siempre eterna, el faro en estos momentos de oscuridad. Esperemos haber venido con premura a los acontecimientos.

El corazón de Sizzly se aceleró al cruzar al otro lado, mas por la emoción que por el salto interplanetario. La belleza del lugar la tenía embelesada, sentía que era un honor estar ahí a pesar de las consecuencias y los motivos por los que habían sido convocados.

La muchacha hizo una grácil reverencia como saludo ante el ultimo guardián. -Mi nombre es Sizzly, de las Hijas de Shehanine. Una simple entusiasta trotamundos. -Su presentación fue corta y humilde, sin puntualizar en títulos u honores.

-Venimos a ayudar, honorable Obanar. Solo decidnos que podemos hacer por Argen y lo haremos.
 

Dayereth sintió el viaje mágico, ya había sentido algo similar pero no de semejantes dimensiones. Aquello escapaba a su poder y comprensión.

A pesar de todo ello, al llegar sus ojos vislumbraron un lugar de héroes. Enormes estatuas y semejante lugar que se impuso a la presencia de un anciano.

Aunque el momento resulto fugaz pues cuando este se presentaba fuertes golpes a un portón llamaron la atención del eladrin.

- Dayereth, Espada Arcana. – Fue la presentación del eladrin. Su mirada se cruzó con el anciano y realizo una reverencia a este. - ¿Qué podemos hacer con aquellos que importunan golpeando ese portón? – Pregunto esperando que dieran rienda suelta a la furia que sentía por la incapacidad que llevaba consumiéndole por el asunto de los gigantes.

Todos os presentáis y Obanar agradece a su amigo la situación.

-Elegiste bien, viejo amigo

Parece que luego se dispone a responder la pregunta de Dayereth, pero los golpes se vuelven insistentes y hacen fruncir el ceño al anciano.

-Vamos a un lugar un poco mas tranquilo para hablar. Os responderé allí.

El hombre hace la intención de querer partir, pero justo en ese momento el suelo estalla y dos Bulettes aparecen del suelo con sus fauces abiertas.

El suelo se rompe y ocurre lo inevitable. Que quienes fuese que golpean la puerta, empiezan a entrar. Hemos llegado tarde. La fuerza arcana que ya parecía estar desvaneciéndose de mis puños vuelve a adquirir a potencia, alimentando las llamas que crecen a medida que se tensan mis músculos.

De repente algo me golpea nuevamente en el vientre, provocando que se me escape un grito entre los dientes apretados. La ola de dolor envite sin piedad. Me obliga a volver a hincar una rodilla al suelo en el peor momento. Con la mano presiono con fuerza la herida invisible, intento de mitigar la agonía pero de mi boca solo salen grotescos murmullos que, de bien seguro, no son bendiciones de amor hacia la madre de alguien.

Cuando parecía algo mas calmada la cosa dos criaturas surgen de suelo, jamas vista por sus ojos o leídas en algún libro.
Alguien podría decirnos algo sobre estas criaturas, la forma de vencerlas.
Sus reflejos nos habían menguando en absoluto en los días del clero, y estaba preparado para el combate, pero no dejo de ver a Eva gesticulando de dolor.
Eva? Estas bien? Te han herido de alguna forma? Eva?

El retumbar de las sólidas puertas había puesto al calvo mago en guardia, aún teniendo que presentarse ante tal imponente señor había mantenido a mano el orbe transparente que usaba como foco para sus hechizos.

El guardián quizás tenia razón y las puertas aguantaran, pero a las criaturas que aparecieron no parecía importarles aquel detalle, aún menos si podían escavar por el suelo como si de nadar se tratara. Su mayor temor era que los enemigos utilizaran los túneles para entrar.

-¡Debemos acabar con esas cosas cuanto antes! ¡Puede que vengas mas enemigos por los túneles!

A pesar de su edad y parecer mas antiguo que los propios dioses, Obanar reacciona con rapidez y presteza demostrando tener un vigor en su interior mucho mas poderoso de lo esperado.

El anciano rodea la alberca y una vez a su lado empieza a reunir su poder arcano para reestablecer las defensas de Argén.

-¡Ocupaos de las criaturas, yo restableceré las barreras de la ciudad!- Exclama hacia el grupo.

El caos se había desatado con solo dos bestias enormes. Parte de los escombros cayeron encima de la muchacha y la magullaron. Por lo menos no había muerto sepultada debajo.

Sin perder más tiempo encendió la magia maldita de sus venas que transformó su cuerpo en una combinación de vapor y humo, pasando a través del cuerpo de los bulette y cruzando al otro lado para encontrar el ángulo perfecto. Desde ahí canalizó sus poderes de piromancia en ambas manos, haciendo danzar el fuego delante de ella para terminar uniendo las manos y desatar una llamarada digna de un dragón que cubrió a los dos monstruos.

Los enemigos les habían pillado desprevenido y si no fuera por las experiencias sufridas en otros combates, el resultado podría haber sido mucho peor. Muchos habían sufrido daños, pero aunque no fueran muy severos, prefirió pedir ayuda a Amaunator.

-Señor de Luz eterna, escucha mi suplica, que mi cuerpo sea canalizador de tu poder y cura nuestras heridas, yo, tu mas humilde servidor te lo pide-

El cuerpo del clérigo empezó a brillar de forma exponencial esta estallar en una explosión de luz suave y tenue que cerro las heridas de sus aliados, bañados por el don de Amaunator.

-Repito que sería bueno a que alguien nos dijera contra que nos enfrentamos.-

Mientras decía sus palabras regulo hacia atrás, seguramente sus allegados haría llover áreas dañinas, y no le gustaría ser centro de ellas

El suelo tembló de manera creciente, todo sucedió de manera rápida e inesperada. Cada sacudón superó en potencia al anterior, pero así el mentalista logró manterse en pie. Lo que siguió fue doloroso, la roca estalló debajo de sus pies, volando por los aires fragmentada, filosa; golpeando y cortando.
Andet solo atinó a cubrirse el rostro con ambos brazos cruzados, aprovechando la amplitud de sus mangas para evitar que el polvo y los guijarros los cegasen.

Entre el fuego que desató el súcubo y la potente energía divina que lo sanó, conjurada por el sacerdote, el hechicero logró hacer uno de sus pensamientos y comenzar a tejer una red arcana sobre las dos bestias que los atacaban.
Retrocedió con cuidado, pues las enormes fauces se abrían demasiado cerca, los colmillos gigantescos y afilados le provocaron una natural repulsión e instinto de conservación.

-Aún con vuestro salvajismo y tamaño podeis ser domadas, bestias inmundas- susurró mientras sus dedos ágiles revoloteaban alrededor de su cristalina esfera. Las fórmulas antiguas de los sortilegios brotaron como un murmullo apenas perceptible entre sus dientes. El orbe brilló, atrayendo los ojos de esas horribles criaturas, haciéndolas caer en la trampa.

-Alejaos y devoraos entre vosotras- ordenó con vos suave.