Partida Rol por web

- Correcto, Robin - afirmó Quentin, cargado con su saca de correos y mirando al zarpatierna de soslayo - Durante el invierno, las reservas de comida se reducen visiblemente, así que como Guardias debemos asegurarnos el sustento durante las primeras lunas de Primavera.

Le había gustado el comentario de su pupilo. Mostraba un buen corazón y nociones estratégicas que harían de él un buen Guardia. Sólo faltaba ver cómo se manejaba en combate.

- No te alejes mucho - respondió a Baron. El joven Guardia parecía desear estar siempre alejado de ellos y mostrar su valía, pero a Quentin no le parecía la mejor forma de actuar. Eran un grupo, y como tal, debían de conocerse. Si Baron se pasaba las jornadas ausente o sumido en sus pensamientos, nunca sabrían qué sucedía entre sus orejas.

Parece que el invierno estaba dándoles una tregua en cuanto a temperatura, y cargar las sacas de correo de momento parecía una tarea sencilla. El camino se hacía paso a paso, y cada una de sus patitas les acercaban más a Elmoss.. ¡Qué contentos estarían de recibir por fin sus cartas!

El ánimo del roedor era muy positivo. "¡En una mañana como ésta, pocas cosas pueden ir mal!", pensaba.

Su capa blanca ondeaba con la ligera brisa mañanera, y se arrebujó un poco con ella. A veces el viento aún frío le hacía estornudar, y prefería evitarlo.

De nuevo vio cómo Baron se alejaba un poco en busca de comida, y la recomendación de Quentin fue la misma que le habría dicho él. Alejarse solo nunca es bueno, y perder de vista al grupo, peor aún. 

-Aunque Baron no encuentre comida ahora, podemos buscarla más adelante. De momento tenemos aún las raciones del Hogar*, y no pasaremos hambre, por suerte. Pero mejor racionar, como bien dijo Robin.

https://youtu.be/UtI-uf-VXG0

El anochecer os alcanza antes de daros cuenta. Caminando sin descanso y tras una loma llegáis por fin a un hito la senda. Desde la distancia podéis vislumbrar un cruce de caminos que se extiende en cuatro direcciones y justamente en uno de los lindes se levanta una antigua construcción. Desde lejos podéis apreciar una tenue luz desde el interior de la misma. Pensáis que habéis tenido suerte por no tener que buscar refugio esta noche. Quizá no disponga de grandes comodidades, pero un techo es un techo...

Más tarde que pronto vuestras esperanzas se ven truncadas cuando descubrís que es una posada abandonada. Múltiples tablones hacen de barrera de puertas y ventanas. Lo que os extraña es ver luz en el interior. Y no sólo eso, se oyen voces y movimiento de muebles. 

Para cuando os queréis dar cuenta de entre los matorrales aparece un ratón. Tan sorprendido se encuentra el de vuestra presencia que vosotros de la suya. Echando un rápido vistazo veis que no supone ninguna amenaza, es un ratón anciano y no parece portar más que un hacha de leñador consigo.

- ¡Salve a la guardia! Menuda suerte hemos tenido de tener este encuentro. Pero que digo, acompañadme, ya está anocheciendo y no hay refugio decente para vosotros en muchas millas a la redonda. Dejad que os hospede en lo que antaño fue mi humilde posada.

Veis como al darse la vuelta cojea notablemente mientras se acerca a la entrada. Apartando uno de los tablones, que solo parecía estar clavado a ambos lados, se cuela por debajo y abre la destartalada puerta antes de acceder al interior...  

Al ver al anciano, el pequeño se acercó rápidamente ofreciendo su ayuda, o incluso ofreciendo su cabezota para que se apoye, pero quiso ser muy directo tal vez, su intento de ser amable, le llevo a no ser tan discreto como hubiera querido, a la hora de ofrecer su ayuda.

- por favor permita que le ayude, parece que no está en su más jovial época, y no quisiera que se hiciera daño - intentó ayudarle con los tablones casi pidiendo que no se esforzara tanto, como podría considerarse guardián si dejaba que un anciano se desplomara ante sus ojos.

Tras un rato no parecía haber más comida por los alrededores y Baron sabía, como los demás que no llegaba a media ración para todos. Insistir en buscar más era derogar lo obvio. Había fracasado en su tarea de ayudar en la comida. Cabizbajo, con la cola lánguida y las orejas gachas lo admitió.

— Lo... lo lamento compañeros. Creo que ha sido todo culpa mía.

Sin más, como un autómata, siguió a sus compañeros cargando su saca para dar paso a una nueva situación que sacaba de Baron toda la perspicacia y desconfianza que un ratón puede tener. Se encontraron a un ratón viejo con un hacha. ¿Por qué iba con un hacha?. Obviamente no era para partir leña. Luego le extraño que llamara a aquel sitio "su hogar". Baron se mostró reticente a creerlo. Más bien tenía la pinta de ser una coincidencia y largaba todo aquello para obtener algo de la Guardia. Barón no paraba de preguntarse qué podía ser. Tales sospechas aumentaron cuando se encontraron tablones impidiendo la salida o la entrada de cualquiera. ¿Desde cuando se ponen tablones en tu casa si vives en ella a diario?, eso por no mencionar los agujeros del techo y demás. Y además, ¿el viejo ratón vivía sólo? Eran demasiadas cosas, pero como Baron no paraba de cagarla con sus compañeros para evitar que lo mandasen de vuelta a Lockhaven sin sacas y sin regreso, se forzó a si mismo a mantener los dientes juntos y los bigotes quietos. "Veamos que nos ofrece para comer, ¿Foie gras au cyanure?", se dijo mientras observaba la deteriorada casa.

Cuando Baron regresó con menos comida de la necesaria para llenar sus estómagos, obligándoles a tirar de las raciones, se disculpó inmediatamente. Quentin se acercó, dejó la saca a un lado, posó ambas patas sobre sus hombros y le obligó a mirarle a los ojos.

- Un Guardia a veces falla. Un Guardia comete errores. Lo importante es que aprenda de ellos - hablaba con su monocorde tono, a medio camino entre el ratón sin alma y el serio profesor - Somos cuatro en la patrulla, con sus fortalezas y flaquezas. Apóyate en tus compañeros para tus puntos débiles.

Podría haber dicho más. Que quizás Dain o él mismo podrían haber sido más útiles al buscar comida, o que tampoco era tan necesario que fuera el primero en todo, porque no servía de nada que terminara el día agotado y sin fuerzas. Pero Quentin consideró que el joven Guardia tenía suficiente con sus palabras y la propia culpa que cargaba sobre sus hombros.

Horas después, el disco solar se sumergió en el horizonte y llegaron al cruce de caminos. La luz de la luna y las estrellas le permitieron a Quentin tomarse unos segundos para marcar ese hito en su propio mapa mientras el resto observaban que no hubiera depredadores en los alrededores. Le estaba quedando un dibujo del que su mentor estaría muy orgulloso. Sin embargo, la llegada del anciano primero le resultó inquietante, pero luego empezó a sacar sus propias conclusiones: una posada en un punto como ese podría ser magnífico como punto de encuentro, pero también un lugar fácil de asaltar debido a su céntrica ubicación. Probablemente fuera inviable y el anciano decidiera seguir viviendo allí, camuflando su hogar como abandonado para evitar visitas indeseables.

Sin embargo, le dedicó una mirada a Dain a modo de advertencia.

Dain asintió a las palabras de su amigo al regreso del joven guardián. Las raciones que portaban estaban para ser gastadas, y, tal y como ya advirtió él mismo en varias ocasiones anteriores, era más importante permanecer unidos y tener apoyo mútuo. 

Un solo guardián podía ser temible. Cuatro, con más razón todavía.

Parecía que Baron necesitaba entenderlo, pero poco a poco iría dándose cuenta de que forma parte de un equipo. Ojalá fuese así desde ahora.

La caminata continuó tranquila, hasta que la casa y el ratón desconocido se cruzaron en nuestro camino. 

El voluntarioso Robin se ofreció a ayudarle, y a Baron pareció no gustarle la idea de compartir techo con él. Quentin y yo nos miramos, entendiéndonos inmediatamente. Desde luego al capa blanca no le daba tampoco buena espina el desconocido armado, al fin y al cabo. Y les llevaba a su terreno.

Decidió ser cortés e indagar un poco más al ratón, para conocer sus intenciones y cazarlo en alguna contradicción si era posible. De momento, ni estaban mu cansados ni era excesiva la necesidad de refugio. Si el anciano era simplemente amable, sería una deshonra para la Guardia tratarlo mal de algún modo.

-¿Cómo os llamáis, buen anciano? ¡Sois muy amable al ofrecernos alojamiento, sin duda! Es bien cierto lo que comentan sobre la amabilidad de las gentes de esta tierra. ¿Cómo es que esta casa presenta un aspecto tan... curioso?

Prefirió fingirse despreocupado y levantar las mínimas sospechas, aunque era inevitable estar alerta.

Uno a uno vais entrando a la destartalada posada. El mobiliario es prácticamente inexistente, sólo un pequeño montón de sillas apiladas en una esquina, bajo uno de los pedazos de techo todavía indemnes. Las mesas se habían convertido en improvisadas chozas que apenas cubrían los jergones tirados en el suelo. La chimenea es de lo poco que se conservaba al ser de piedra y en ella arde una frugal fogata que se consume lentamente. Alrededor de ella, tres ratoncitos, se calientan las zarpas. Otro, no muy lejos del fuego, yace en uno de los jergones... no parecía estar muy bien. 

- Disculpad que no me presentara, pero me pudieron los nervios. Todos me conocen por el viejo Gilbert de Elmoss. Y estos son mis pequeñines, como yo les llamo. - Los tres ratoncitos que estaban sentados junto al fuego se giran entonces para veros. Al principio parecen algo inseguros, pero tras un gesto del viejo, se empiezan a destensar. 

Los pequeños apenas tienen entre 8 y 12 años. Parecen estar pasando faltas en aquel lugar. Pero algo os hace intuir que no era falta de cariño, sino más bien de alimento e higiene. El tono con el que el viejo habla de sus "pequeñines" es sincero y paternal. Y ellos parecen tenerle mucho cariño. Y pronto os invitan a sentaros junto al fuego.   

- Trae una silla Marvin que hoy tenemos invitados. 

El mayor de los ratoncillos, dando un salto, sale disparado hacia la cada vez más escasa pila de sillas. Arrastra una de ellas hasta la hoguera. El viejo hace los honores partiendola con el hacha. - Mañana será otro día, pero hoy vamos a mantenernos calientes. - Mientras parte la silla os comenta... - Tengo que pediros ayuda guardianes. a partir de ahí su tono cambia a uno un poco más sombrío.

Estos pequeños son huerfanos de la Guerra. Yo cuido de ellos en la medida de mis posibilidades. Pero cada día estoy más mayor y no creo que pueda mantenerlos otro invierno como este. Mirad como está la pobre Talin. - Dice señalándoos a la pequeña que dormitaba en un jergón con un paño húmedo en la frente. - Lleva dos semanas enferma y cada vez está peor. - Entonces la voz se le quebró. - Tenéis que llevaros a estos niños de aquí y buscarles un lugar mejor. Esta posada en ruinas no es lugar para ellos...

Los pequeños comenzaron a protestar. No querían irse de allí dejando al viejo Gilbert. Desde que los había acogido se sentían parte de una misma familia. 

- ¿y usted? - añadió Robin a las quejas de los niños, era obvio que aquel lugar no era el mejor en ese momento, pero seguramente fue un buen sitio en su momento - ¿ha pensado en acomodar un poco el lugar? Podrían estos pequeños ayudarle a renovar la posada, y podrían ir a la ciudad para pasar el invierno.

Hablaba entusiasmado, por como escuchaba a los pequeños sabía que separarles no era buena idea - este lugar está posicionado en un lugar idóneo para quienes tienen que viajar de un punto a otro, estoy seguro de que si pide una audiencia con la matriarca de lockheaven, estará encantada de ayudarles en medida de lo posible, para reavivar este lugar. Ella es amable, comprensible, y sabia, no dejaría que un lugar como este cayera.

La amabilidad siempre presente del muchacho le llevaba a confiar muy pronto en los demás, y es que más valía herirse por confiar en otros, que herir a otros por negarles la confianza. Eso decían en la academia en la que le habían entrenado, y creía firmemente en esa frase, una muy semejante a la que sus padres le decían cuando le comenzaron a enseñar a tratar los metales, "más orgullo trae el quemarse y saber que intentaste hacer una espada, a lograr sin esfuerzo una espada sin arriesgarse a recibir una quemadura.", el significado venía siendo el mismo, solo que uno hacía referencia a las personas y el otro algo así como que valía más herir el orgullo propio que descubrir que nunca tuviste orgullo.

Si podía querría ayudar, pero no sabía hasta que punto era aceptable desviarse de la misión, por ello miró a su mentor Quentin, al líder Dain, y al dolido Barón, seguro que sus opiniones eran más acertadas de las que pudiera tener él.

La perspicacia de Baron iba en aumento y puso los ojos en blanco al ver a los tres pequeños. "¡¿De verdad ésto es real?!" Se dijo mientras observaba el techo en busca de alguna deidad... o algún murciélago que lo escuchase pensar. Pero se obligó a estar callado una vez más mientras lo que tuviera que ser, sucediera murmurando en su mente el mantra; "No soy el líder de la misión, no me compete resolver la situación", algo que luchaba con muchos pinchos  con su creencia de que tenía que hacer lo que fuera para que la Guardia tuviera un buen nombre. Estaba en la Guardia para ayudar a cualquier ratón, pero ésto... era un exceso de tuerca. 

¡Y cómo no!. Era tal cual pensaba Baron. ¡El viejo ratón estaba destrozando aquel magnifico lugar, en lugar de arreglarlo!. "¿Por que no aparecen las comadrejas cuando se las necesita?", se dijo cuando vio destrozar la silla para alimentar el fuego. "Se ve que afuera en el bosque no hay leña suficiente, ¡Pobre!", continuó diciéndose ahora con ironía y sarcasmo. 

El calor del fuego, que Barón agradeció, dio lugar a un pequeño relato. Y a Baron le encantaba escuchar historias y relatos. Especialmente si eran mentiras creíbles, pues la mayoría infundían valor en los ratones de la Guardia. Y el viejo, que por fin tenía nombre, Gilbert comentó que los tres pequeños estaban enfermos y hambrientos. Baron no pudo evitar mirar como un resorte los rasgos de Dain y Quentin. Y alzó las orejas tanto como pudo pues por muy bien intencionada que fuera la Guardia, llevar a los pequeños echaría por tierra el escoger el camino más rápido, y peor aun, reduciría más drásticamente las raciones tan difícilmente obtenidas.

Algo crepitó, y no fue el fuego, sino el corazón de Baron. Tenía una nueva oportunidad de ayudar a la Guardia.... o de liarla de nuevo. Tenía que ayudar, no podía evitarlo.

— Gilbert, viendo a los pequeños... se me parte el corazón separarlos de usted. Sería una crueldad tan grande separarlos que no me cabe duda que a mitad de camino, lo más seguro es que se escabullan para regresar a su lado. Pero, está en su día de suerte. — Remarcó subiendo el tono de su voz y alzándose en toda su estatura para que le escuchará o tomase en consideración. —  Nosotros vamos a Elmoss a entregar estas sacas y buscaremos medicinas y ayuda para la pequeña. Eso sería más eficaz que llevarlos con nosotros por los caminos. — Se aprestó a decir tras las palabras del zarpa tierna. — En cualquier caso, sacar a estos pequeños antes del verano contrae demasiados riesgos para la salud de todos. — Dijo pensando en que la primavera es la estación del despertar tanto del clima, como de los predadores hambrientos.

Si pudiese permitirse ser expresivo, la boca de Dain se hubiera abierto hasta el suelo, con la escena que se les presentó. De todas las cosas posibles de las que desconfió, lo que vieron nunca se le pasó por la cabeza.

El corazón del valiente guardián apeló a su ternura, y se estremeció ante el modo en que vivían esos ratoncitos. Comprendió la situación del anciano, y su desesperación. Durante unos minutos no dijo nada, analizando las posibilidades.

Tenían una misión que cumplir, que estaba por encima de todos ellos y sus debilidades.

Llevarse a los niños posiblemente la haría más difícil, sobre todo el estar cuidándolos. 

No podían ignorar esa situación, ya que les habían pedido ayuda y un guardián sirve a los demás.

Había que encontrar un equilibrio en todo ello.

Decidió ser sincero con el anciano, y hablar con sus compañeros antes de decidir nada. Lo que fuese, lo establecerían todos.

-Maese Gilbert, sin duda sois un héroe por haber cuidado de estos pequeños tan bien. Se nota el amor con que os miran y eso se consigue con más cariño que dinero. Supongo que ver a una patrulla de guardianes os pareció providencial, pero como supondréis, tenemos una misión que cumplir en la que quizás estos pequeños corran más peligro que tranquilidad. Mis amigos os han propuesto varias soluciones sensatas, tanto ir a buscar ayuda y medicinas a Elmoss, como arreglar y vivir de esta posada en un futuro.. Creo que ellos estarán de acuerdo con nosotros que aunque en principio parece mejor que se vengan a Elmoss, aquí tienen un mejor futuro con vos en una posada a pleno rendimiento. Hemos de hablar de esas posibilidades entre todos, maese Gilbert. Ahora ya no estáis vos solo.

Tampoco había que olvidar que ellos tenían una cura para las urgencias. Quizás dándosela a la ratoncita enferma pudiese mejorar, y el drama ya no sería tanto. Pero eso era decisión de los cuatro.

Las sospechas de Quentin se desvanecieron cuando observó la lamentable situación en que se encontraban Gilbert y los ratoncitos. A la nariz del Guardia llegó el olor a abandono y a suciedad, pero sobre todo, era la ausencia de otros olores lo que captó su atención: no olía a restos de comida, ni a la amalgama de olores tan habitual en los pueblos y ciudades. No parecía que allí viviera nadie más que ellos cinco. 

En silencio, escuchó la narración del anciano y las respuestas de sus compañeros, asintiendo lentamente. Estaba de acuerdo en que viajar con ellos no sería buena idea, sobre todo considerando que podrían enfrentarse a depredadores en los caminos aún pendientes de abrir tras el invierno.

- Para arreglar la Posada necesitan cosas que no tienen: recursos que no pueden pagar, alimentos que no pueden encontrar, y una mano de obra que los niños no podrán aportar - negó, desenrollando el mapa - Mire, anciano. Éste es el camino que hemos hecho desde Lockhaven. Es seguro y no tardaría demasiado, en un día podría estar allí si sale mañana temprano. Nosotros podríamos proporcionarle algo de alimento para que tengan fuerzas. ¿Qué opina?

El viejo Gilbert estaba algo confuso al ver como le dabais tantas opciones distintas. Escuchó atentamente y analizó cada una de las propuestas sin saber bien quien llevaba el mando de la patrulla y por lo tanto la decisión final de como actuar. Sólo podía intuir que Robin, al ser más joven y no portar capa, era uno de los llamados zarpatierna...

- Os contaré nuestra historia para que podáis entender el alcance de nuestros infortunios... - aseveró bajando su voz a un tono más melancólico mientras movía los trozos de madera, antes parte de una silla, que ardían en el hogar. 

- Mi hermano pequeño Roy y yo regentábamos esta posada mucho antes de la Guerra. Nunca nos había ido especialmente bien como para hacernos ricos, pero siempre había buenos comerciantes y guardianes a los que servir. Pero al estallar el conflicto con las comadrejas todo se fue al traste. Primero tuvimos que dar muchas de nuestras reservas a las huestes de valientes ratones que se dirigían al frente. Pero lo peor llegó cuando estas tierras quedaron sin protección a causa de la movilización de tropas. Muchas bandas de ladrones y maleantes aprovecharon la situación para robar y saquear. Por desgracia nosotros, en un cruce de caminos y sin protección, fuimos un blanco fácil... y cuando Roy quiso hacerles frente...

Veis como su rostro se oscurece como nunca. Los ojos se le pusieron vidriosos reflejando la danza del fuego que ardía con ritmos sinuosos. - Terminaron con la vida de mi hermano. Yo en cambio conseguí salir con vida, aunque mi pierna apenas ha vuelto a funcionar bien desde entonces.

- La posada nunca volvió a ser lo mismo desde su muerte. Vendí todo lo que no se habían llevado y aún conservaba algún valor. Me mudé a Elmoss con lo poco que conseguí reunir. Este lugar quedó abandonado durante varios años hasta que después de la guerra todo comenzó a volver a la normalidad. Este verano regresé para ver si todavía se tenía en pie y me encontré con que estos pequeños... - Dice girándose y dirigiendo una tierna mirada a los jóvenes ratoncillos. - ya la habían hecho su hogar.     

- Desde entonces les he estado ayudando, enseñándoles todo lo que se, para que si yo faltara, pudieran sobrevivir sólos y sin familia que les cuidara. Hemos pasado juntos el Otoño y sobrevivido al Invierno. Pero este viejo ya no tiene fuerzas para hacer nada más por ellos...     

- Os estoy muy agradecido por lo que podáis hacer por nosotros. Pero... - se giró para mirar a la pequeña Talin. - Ella no se si podrá aguantar sin remedios sanadores hasta la llegada de ayuda. Tenéis que llevárosla a Elmoss para que puedan tratarla con su famoso musgo curativo. Y el resto de chicos... no creo que os retrasen, son fuertes y rápidos. Y que mejor que con una escolta tan maravillosa para evitarles los peligros del camino. Yo regresaré sólo, mi pierna si que os retrasaría mucho en vuestro viaje.  

Hacer ir a los niños solos hasta Lockhaven, sin escolta era muy peligroso. Si iban con el viejo, podían tardar 3 o 4 días en recorrer lo que sólo se tardaba uno. A demás la protección que podía darles el viejo era muy pobre...

En cuanto a reconstruir la posada, Quentin había sido el más realista. Se necesitaba dinero para comida y mano de obra de la que el viejo no disponía. Era un bonito sueño... pero por ahora, sólo eso, un sueño.

Quentin dejó la saca junto a la puerta y recogió su mapa. No, ese hombre no podía viajar con los ratoncitos, y menos con una de ellos tan enferma. El Guardia se aproximó a la pequeña y tocó su frente para comprobar la temperatura. No era sanador, pero quizás podrían hacer algo para ayudarla.

- No nos podemos llevar a esta pobre con nosotros - sentenció, severo - El camino aún está pendiente de ser redescubierto después de las nieves y no sabemos qué encontraremos. Además, el frío podría empeorar su estado.

Se incorporó, miró a Dain para preguntarle si podía seguir por ese cauce de ideas y su compañero y amigo le asintió, conforme. Sabía bien lo que iba a sugerir.

- Uno de los pequeños puede venir con nosotros. Será más rápido que viajar todos juntos. Lo mejor será que sea el más rápido y que esté más sano, porque tendrá que hacer un largo viaje - mostró el mapa, había un trecho considerable hasta Elmoss - Nos acompañará hasta Elmoss y allí nos aseguraremos que los guardias de la ciudad se encarguen de escoltarle de vuelta, quizás incluso tengamos suerte y haya algún Guardia Ratonil allí que sepa cómo tratar la enfermedad de la pequeña.

Vio que el anciano iba a responderle, pero alzó la mano firmemente.

- No podemos viajar con todos ellos, nos retrasaría a nosotros y eso sería contraproducente para su estado. Usted tampoco podría caminar a buen ritmo y también hay que cuidar de usted - se cruzó de brazos. 

Robín asintió al líder de grupo, decía lo que cabía esperar de alguien dispuesto a ayudar sin dejar de lado su propia misión, adjuntando una dificultad al camino que si bien no era sencilla valía la pena tomar.

- además y como ya ha escuchado ellos no le quieren dejar solo, hace mucho frío aun, y viajar para ella sería más duro que descansar aquí mientras esperan ayuda - el anciano parecía tener algo que decir pero si decía algo, el pequeño zarpa tierna no sería capaz de interrumpirle, por respeto a un mayor, así que siguió hablando - además vamos a Elmoss, usted vino de allí ¿no? Si sabe de alguien, podemos contactar con él, para facilitar que la ayuda que nosotros difícilmente podemos aportar sea más eficiente. El chico más rápido y fuerte puede llevar su mensaje como testigo de su necesidad, mientras los otros dos le ayudan a cuidar del lugar - dijo del lugar, para no necesitar decir "de usted y de la niña", buscando asegurarse de no herir sus sentimientos.

Advertir del problema para que pudiera ser tratado por algún curador y algunos guardias, era una solución correcta para una situación en la que ellos carecían de un conocimiento exacto. Arriesgarse a viajar sin pensar en los demás sería un fallo grave. En los entrenamientos le decían a los más pequeños, que viajar con alguien en misión de escolta, era muy duro, y que solo guardias experimentados debían entregarse a ello. Cuando debiéramos escoltar a alguien, debíamos pensar en que pudieran ocurrir los mayores problemas posibles, por tal de estar más atentos de lo normal, dado que las vidas de "los escoltados" eran su responsabilidad.

Sus compañeros expusieron unos argumentos irrefutables, que habían pensado juntos en unos breves cuchicheos planificadores. No se les ocurrió mejor solución para contentar a todo el mundo, e intentar hacer posible tanto su misión inicial como la ayuda a esta peculiar familia que el destino había formado.

-Como sabe, haremos lo posible por ayudarles, y no queremos dejar a nadie desfavorecido si está en nuestra mano poder hacer algo. Tenemos una medicina que quizás alivie su enfermedad -dijo el ratón, señalando a la enferma-. Ojalá pudiésemos curarla del todo, pero me temo que solo tenemos una dosis de medicina. 

Esperó a ver si el anciano aceptaba su propuesta, antes de pensar en ofrecerles algo de comida. No quería herir su orgullo, pero sí ayudarles de corazón. Pensó que quizás podrían dejársela en la casa cuando partiesen, aún no estaba seguro.

Baron estaba nervioso cuando sus compañeros decretaron una solución. Solo restaba acatarla. Llamo la atención de Dain, que era el líder de aquella patrulla, pues comunicarle sus intenciones era lo correcto aunque no estuviese de acuerdo.

Cuando estuvieron fuera de las orejas de los demás Baron saco valor y coraje aunque las palabras parecían no querer salir en el orden inteligible que las tenia pensadas.

— Dain, yo... Sé que no estaréis de acuerdo, pero no puedo dejar a la pequeña aquí. Me la llevaré yo, junto con la saca de Elmoss a Elmoss. Quisiera que me confiases el orden del itinerario para una vez deje a la joven Tallin en buenas manos correr a daros alcance. Llegar a Elmoss debería costarme más, pero luego sin carga alguna debería poder daros alcance con rapidez. De no ser así, es que me he topado con algún problema más duro que mi resolución. Espero me perdones por ésto, pero mi corazón no me permite dejar a la niña aquí muriendo lentamente.

Barón estaba inquieto esperando, cuando menos, la comprensión (que no su bendición) de su decisión.