Partida Rol por web

En cuanto el hombre les llevó al pequeño puesto que servía de tienda, se dio cuenta de que no iban a conseguir lo que buscaban. Al pensarlo, era lógico. Los grandes mercados a los que estaban acostumbrados en las ciudades, incluso el bien surtido intendente del Gran Templo de la Inquisición, estaban fuera de lugar allí, una pequeña isla alejada de la civilización. Eso sin contar con que apenas unos días antes habían sido prácticamente aniquilados por el Caos, y todo lo de valor que tuvieran seguramente habría acabado saqueado o destruido.

—Me temo que vamos a tener que aguantar un poco más, compañeros —dijo a Harold y Gerald, observando detenidamente la mercancía, sin pararse demasiado... Hasta que vio los objetos alquímicos y mágicos más básicos; eso parecía más interesante, y aunque tardarían tiempo en reponerse, podría servir—. Aunque tal vez si encontremos algo.

Sin duda, podían sacar partido a algunas cosas, que pese a ser básicas podían ser de utilidad. Rápidamente fue escogiendo unas cuantas, hasta seleccionar las que veía de mayor valor para adentrarse en el volcán de nuevo.

—Quiero dosis de Piesuave y Crema de camuflaje. Dos de cada. Y un equipo de camuflaje, me vendrá bien.¹ —Siguió, apartando señalando más objetos—. También deberíamos depender menos de tu Luz, Harold. Llevar cada uno un par de cetros solares vendrían bien para explorar y por si nos separamos. Yo quiero dos —dijo a Renfi—. Y también necesitaría reponer mis flechas, veo que tenéis de varios tipos. —Trasteó con cada una, con ojo crítico y mano experta, hasta que encontró las que quería—. Éstas. Me llevo dos aljabas de veinte de las de Lengua de Serpiente.

Harold quedó algo decepcionado por la falta de suministros, pero era de esperar en un lugar como aquel, que no hacía tanto tiempo era una zona de guerra devastada. Solo vio un fetiche de plumas, pero era de los que se convertían en ancla. Era un objeto extremadamente útil para los marineros, pero inservible para ellos. 

Sin embargo, como bien dijo Damrod, había unas cuantas cosas útiles. Harold cogió dos varas de hierro rematadas en chapa de oro, cetros solares. Solo duraban seis horas, pero mientras lo hacían iluminaban con claridad todo a su alrededor. Las guardó en el cinturón y le dejó cuatro piezas de oro a cambio al mercader. 

Sacó de su mochila uno de los objetos que habían encontrado y que más le había llamado la atención, aquel casco con el que se tropezó en la cueva. Estaba claro que llevaba mucho tiempo ahí y sin embargo no parecía afectado por haber estado sumergido en un agua estancada y nauseabunda tanto tiempo, donde un casco normal estaría corroído y oxidado. Eso era indicativo de que se trataba de un arma mágica, y quería descubrir lo que hacía. Si era útil, podía limpiarlo y usarlo en su nueva expedición al volcán. Lo puso frente al vendedor. 

-¿Podrías decirme qué magia contiene este yelmo?

El mercader lo analizó con sus instrumentos, como los joyeros analizan los diamantes antes de dar su precio, y finalmente le reveló que era un yelmo que generaba un campo de desvío a su alrededor. Harold lo cogió de nuevo con renovado aprecio. Aquello era algo que nunca había visto, ya que solían ser anillos los encantados con aquella magia. 

-Gracias-le dijo entregándole el oro. 

A continuación se dirigió de nuevo con los guardias, a quienes pidió agua para lavar el casco. Una vez lo tuvo limpio y seco, se quitó el suyo propio (lleno de arañazos, abolladuras y cortes) y se puso el casco. No notaba nada, pero sabía que la magia estaba ahí, y podía detener un golpe que de otra forma fuese fatal. 

En cuanto terminó de guardar las cosas, así como los demás hicieron sus compras e incluso identificaron el yelmo, asintió.

—Parece que estamos listos. —Con el gesto torcido, miró la entrada al volcán, a la oscuridad. Iban a tener que volver allí, a terminar el trabajo—. Deberíamos regresar.

No le hacía gracia entrar al volcán de nuevo, pero era necesario. Debían reunirse con sus compañeros, explicarles toda la situación e intercambiar información. Había que acabar con aquel Pensante, y terminar de limpiar la superficie. La isla aún no era segura. 

-Mantened la posición-les dijo a los guardias-Estad alerta por si sale algo que no seamos nosotros. Si vierais salir algún demonio grande o un sapo humanoide montado en una rana gigante, no tratéis de enfrentaros a ellos, escondeos o corred. Todo lo demás, acabad con ello en cuanto lo veáis. Cuidad de Abysthor.

-Vamos-les dijo a Damrod y Gerald.

Y así, se introdujeron de nuevo en el volcán. 

Antes de poneros en marcha uno de los soldados de la guardia se acerca hasta vosotros con un tosco mapa en sus manos. - " Tengan, la guardia investigo el nivel de entrada del volcán. Como puede ver aquí hay una puerta secreta (4) y tras ella una trampa que hemos bloqueado, tras ella una escalera desciende al nivel inferior donde lucharon contra los guardias del pensante. Más al norte hay una fuente con una runa palpitante de energía caótica, no contiene agua, sino sangre de los muertos lanzados en su interior (6). En una gran sala más al norte pequeños túneles se internan en el volcán hacia el este, de allí salieron multitud de ratas las cuales dieron algún problema a nuestros oficiales (8). Y al norte del todo, al final del pasillo (9A), una poderosa runa late, los estudiosos de magia de la guardia decidieron que ese lugar era demasiado poderoso para ellos, así que se señaló el lugar y se abandonó su investigación. Eso es todo lo que sabemos señor. Se que no es un gran mapa, pero quizá sirva para encontrar a los nuestros. ¡Que los Dioses de la Ley les acompañen con su bendición! " -

Harold estudió el mapa con atención. Allí había varias cosas que no habían visto la primera vez, como aquella puerta secreta. 

-Gracias, soldado. Nos servirá bien. Que Aengrist os guarde a todos. 

Dicho eso, guardó el mapa y se dirigió junto con sus compañeros al volcán de nuevo. Había que explorar aquella puerta secreta, tal vez hubieran ido por ahí sus compañeros. 

Habían descansado lo suficiente, aquella brisa marina que mecía los árboles jamás pensó volverla a sentir porque el haber salido de ese volcán fue por pura gracia de los dioses y pensar que debía volver a entrar le hacía ya añorar sentir la grama en sus pies y el sol en su espalda aún sin haber entrado.
el deber es el deber pensaba mientras se acomodaba la armadura
La explicación del guardia fue de mucha ayuda pero iban a necesitar mucho más que eso para completar esa odisea porque el enemigo era muy numeroso y más fuerte de lo que se habían imaginado, Gerald no alcanzaba a vislumbrar que tanta fuerza habían perdido los seguidores del caos al perder el monolito pero pronto se daría cuenta.
Vaciando su mente de cosas innecesarias para hacer fluir con normalidad sus poderes se adentró junto con sus dos compañeros en la penumbra de la cueva hasta desaparecer en las sombras de esta.

Os volvéis a adentrar en el interior del volcán, hacia su ya no tan desconocida oscuridad, en menos de un minuto, dejáis atrás la sala de recibimiento, la sala de descanso del sacerdote que hacía guardia hace cientos de años en la entrada y llegáis hasta la puerta secreta. Ahora es más que evidente su naturaleza, ya que una runa trampa tras explosionar dejó hace horas su marca de fuego entre la puerta oculta y el muro real, dejando claramente entrever el marco de la puerta. Por otro lado al norte de vuestra posición al fondo del pasillo se nota la runa roja que late aún poderosa en la fuente de sangre.

Tras prepararse con las pequeñas baratijas que habían comprado, se despidieron de los guardias —y de Abysthor, al que dejaron a cargo de los soldados— y dieron unas últimas instrucciones. Si seguían sus consejos sobrevivirían, que era más de lo que podrían esperar si el sacerdote slaad o algún poderoso demonio salían por allí.

La oscuridad del volcán les saludó como una amiga ya conocida. Habían sobrevivido allí una vez y, tras escapar por los pelos, ahora volvían a internarse en el maldito lugar. Habían desbaratado los planes del Caos y con ello les habían derrotado. A largo plazo caerían de manera indefectible, era cuestión de tiempo, pero como Inquisidores no podían simplemente irse. Las huestes de sus enemigos podían seguir por allí, y aún había peligro. La isla seguía estando mal defendida y, por pocos que quedaran en comparación con el gran ejército que se había ocultado allí, bastaba para arrasar todo a su paso si decidían salir.

La luz de Harold alejó las sombras y marcó el camino. Conocían bien por donde pisaban, pues ya habían estado allí. Al menos, hasta que llegaron a la puerta secreta marcada en el mapa y que, de todas formas, ya habían descubierto por su cuenta.¹ Allí habían dado por terminado su paseo por ese nivel, y se habían internado hacia los pisos inferiores. Y una vez más, debían decidir si seguir el mismo rumbo o descubrir aquello que había asustado al capitán y sus hombres.

—Según el mapa, exploraron este sitio bastante a fondo. Solo se dejaron ese pasillo —señaló al que se refería (9A)— y no veo más caminos. Si abandonaron en ese punto, es probable que no hayan regresado allí, así que lo más probable es que hayan descendido. —No se había parado a revisar las huellas a fondo, le tomaría algo de tiempo distinguir las de los distintos grupos y el tiempo que llevaban, y aún así no era seguro, pero le parecía algo lógico—. ¿Por dónde queréis que rastree?²

Con un suspiro, viendo la indecisión en los rostros de sus compañeros, se agachó y empezó a buscar un rastro que les diera alguna pista.

Aunque en un primer momento, la acumulación de huellas recientes marcadas en el polvo acumulado durante años te descoloca, ya que se ven multitud de pisadas de tamaño mediano y pequeñas por todas partes y hacia todos los lados, paras a pensar en un momento dado e intentas despejar tu  mente. Tras un largo minuto de observación, deduces que el grupo de guardias y el resto de inquisidores marcharon por la puerta secreta y no hay pisadas más recientes que esas que indiquen que volvieran sobre sus pasos, así que de seguir vivos, se internaron por el túnel secreto hacia el nivel inferior.

Al principio le costó distinguir el rastro correcto, sin duda no por su falta de capacidad sino porque una mota de polvo se le coló en el ojo, haciéndole llorar y emborronar ligeramente las huellas que estaba inspeccionando. Sin embargo, una vez se tomó su tiempo para limpiarse y volver a mirar con detenimiento, descubrió en seguida el camino que habían tomado los otros. Exactamente el mismo que ellos habían seguido.

—No es buena señal —dijo casi para si—. No les hemos visto al regresar, así que es posible que hayan ido por alguno de los caminos más peligrosos que nosotros dejamos atrás.

Si habían acabado por enfrentarse a alguno de los elegidos o los poderosos demonios que habitaban allí, seguramente estarían muertos, o prisioneros. No sabía que era peor.

—Será mejor que nos demos prisa.

De nuevo el primero ahora que necesitaba guiar a los demás, siguió rastreando y avanzó sigiloso y atento, aunque un poco nervioso, preparado para lo que podrían encontrarse allí.

Dejáis atrás el primer nivel siguiendo los pasos de la guardia y tras casi 5 largos minutos descendéis hasta el siguiente nivel, aquí una pequeña estancia os aguarda, una pequeña charca a vuestra derecha y una puerta de hierro forzada es lo único que queda en este lugar, tras ello avanzáis por el pasillo norte, aquí las huellas son mucho más claras ya que el polvo acumulado revela que el grupo de compañeros giró hacia el oeste, nada delata su presencia en la cercanía.

El camino era bien conocido ya y, al igual que durante su huida, no había enemigos que interrumpieran sus pasos. Tampoco parecía que nada ni nadie hubiera andado por allí recientemente, más que ellos y a quienes buscaban. El grupo del capitán —y probablemente los Inquisidores rivales— habían seguido el sendero del oeste, aquél que ellos mismos habían evitado en favor del contrario, que ya habían recorrido y explorado. Así se lo hizo saber a sus compañeros.

—¿Les seguimos? —preguntó una vez les contó lo descubierto—. También podemos ir por el este. Nos dejamos cosas allí —dinero y otras riquezas que vendrían bien más adelante, pero algo en especial—, sobre todo aquél extraño templo que hacía que nos picaran nuestras marcas. Podemos seguir a los demás, o ir a enfrentarnos a aquél mal por nuestra cuenta.

Harold avanzaba siguiendo a Damrod, confiando en sus aptitudes de rastreo para ver lo que para él era totalmente invisible. Bajaron hasta un nivel inferior, tras un largo descenso, y la luz mágica azulada iluminaba su camino reflejándose en las armas. Ahora descansado, alimentado y curado, se sentía con fuerzas de enfrentarse a todo lo que se le viniera encima. 

Escuchó a Damrod, era cierto que se habían dejado algunas cosas, pero ahora la prioridad era dar con el capitán y los demás. Ya habría tiempo de lo demás. 

-¿Puedes saber por dónde se fueron? Si es así, sigámosles. Tal vez estén en problemas. Lo primero ahora es reunirnos. 

Asintió.

—Si, por aquí. —Hizo un gesto a sus compañeros y avanzó por el pasillo, siempre atento a todo y con especial cuidado. No conocían aquello y, aunque sus compañeros hubieran pasado por allí ya, podía haber trampas y enemigos que hubieran pasado desapercibidos.

El estrecho pasillo da a una caverna mucho mayor, de la que surgen pasillos en todas direcciones. El lejano lado sudoeste termina aparentemente en un saliente que da a la oscuridad. Inmediatamente a la derecha ha una depresión de 10 pies que contiene tierra suelta, bloqueando el acceso a un pasillo que hay más allá. Extrañamente, la caverna carece de estalactitas o estalagmitas. Aunque es grande, la caverna principal está aparentemente vacía. Su techo está a unos 30 pies sobre el suelo. 

En el centro de la caverna se puede ver el suelo chamuscado en múltiples puntos, además restos de cristales desmenuzados por todo el suelo, como si muchas botellas se hubiesen roto en este lugar. Aún en el suelo, restos de los dos gólem caídos, el de arcilla descompuesto en trozos, el de carne con sus trozos de olor nauseabundo despedazados por el lugar, la cueva todavía huele a carne chamuscada. Ni siquiera los animales han querido rapiñar la carne del gólem caído. Las huellas parecen dirigirse en tres direcciones, una hacia el noroeste, van y vienen de ese lugar, otras hacia el sureste que también van y vienen y por último otras hacia la depresión del este, las cuales Damrod determina que solo son de ida.