Partida Rol por web

Los oficiales dejaron de reír y parecieron mirarse con cierta vergüenza. Las mejillas de uno enrojecieron y el otro prefirió examinar con gran interés algún resquicio de la pared más cercana, evadiendo tu mirada. Y aunque ellos parecían prestos a acogerte a tu orden, fue el oficial que había entrado justo delante de ti quien intervino.

-Señorita, tenemos órdenes de vigilar todas las estancias y a todos los presentes. Así que tendrá que tolerar nuestra presencia, gústele o no- dice con cierto aire desafiante.

La mujer observó y se unió a tu protesta. -Buitres, ¡eso es lo que son! Los he visto mirando la despensa, esperando a que me distraiga. Desde que el tal inspector empezó a cuestionar a su padre, mi pequeña Sally ha roto en llanto. ¡No tenéis vergüenza! Somos una familia honrada, y venir aquí a enturbiar nuestro negocio con vuestra presencia. Nos dejaréis en la ruina, nadie querrá quedarse más aquí- empezó a decir la señora, mientras su hija la miraba, con ojos enrojecidos y aguados todavía.

Mina no se dejo amilanar por la actitud autoritaria y desafiante del oficial parado frente a ella, tan solo logro que su determinación a echarlos de aquella estancia fueran mayores. Cuando la mujer estalló en aquel arrebato contra los agentes, les dedico un gesto sutil con la mano a modo de petición que guardara silencio. Acto seguido se encaro al oficial al mando, irguió su postura y una gélida expresión de desprecio se dibujo en su bello y pálido rostro, cerciorándose que ninguno de los presentes a excepción del oficial lo vieran.

-Bien, no debe preocuparse por vigilar esta estancia yo misma me ocupare de ello, veamos sin su presencia tanto madre como hija pueden serenarse – clavó su mirada zafirea en la del hombre concentrándose en ellos, una mirada que habría hecho sentirse orgulloso al mismo Conde y añadió una última comanda – salgan, ahora

Necesitaba quedarse a solas con la mujer y la niña, podría no se nada o podría haber algo pero su instinto le decía que allí había algo que necesitaban para recomponer una pieza del rompecabezas que se presentaba ante ellos.

Irene ladeó el rostro de un modo encantador al escuchar la corrección de Lestrade. 

—Oh, eso cree, ¿no es así? —le dijo, sonriendo, para después continuar registrando la prenda mientras le escuchaba. 

Tras darle varias vueltas dejó el sobretodo en el mismo lugar donde lo había encontrado y miró alrededor. Sus ojos se movían rápido por la estancia, buscando algo más que registrar, algún rincón que no hubiera revisado adecuadamente o alguna pista que hubiera pasado por alto. Parecía que no estaba prestando atención al discurso del policía, pero cuando terminó de hablar lo miró y una de sus cejas se elevó en un fino arco perfectamente delineado. 

—Vaya. ¿Eso hará, inspector? —preguntó, con aire inocente—. Me pregunto qué le parecerá a la Corona cuando nosotros le pasemos nuestro informe y se den cuenta de que ha cerrado usted un caso de asesinato como si fuese un simple suicidio. ¿También considera entonces que este hombre se agujereó el cerebro a sí mismo?

Parpadeó con dulzura, sin que la sonrisa se hubiera desprendido de sus labios en ningún momento. Después miró a sus compañeros y su mano dibujó un suave ademán en el aire al señalar el sobretodo.

—Está vacío. Completa e inusualmente vacío. Curioso, ¿no es así?

Tras haber señalado a los demás las heridas del muerto, el doctor Jekyll seguía sobre ellas, examinándolas con una mezcla de asombro e incertidumbre. Tal y como había hecho antes, metió el alfiler que Halcombe le había dado en otro punto, introduciéndolo poco a poco para asegurarse de que tenían la misma profundidad. Siguió las palabras del inspector mientras tanto, anotando mentalmente una vez más que el hecho de que no entrase ni saliese nadie no significaba nada: podría tratarse de otro huésped. Sin embargo, lo que hizo que el ceño del doctor se arrugase no fue eso, sino cuándo se suponía que había pagado la habitación aquel hombre. Iba a decir algo al respecto cuando Adler realizó una amenaza verdaderamente certera, a la que el doctor sintió deseos de oponerse por el simple hecho de sentir lástima por Lestrade. Sin embargo, decidió pasarla por alto, como si negando haberla oído el ambiente pudiera mejorar.

—¿Sí? —afirmó (o más bien preguntó) a Adler antes de hablar al policía. 

—¿Monsieur Victoire? —preguntó un poco confundido—. ¿Cómo la reina Victoria? —Tomó aire antes de volver a hablar—. ¿Le han preguntado a los Rosen  si tenía acento francés, y en qué moneda pagó? —Miró a sus dos compañeras antes de concluir—. Si lo que dicen es cierto y no me equivoco, llegó a la posada antes de que llegase cualquiera de los dos barcos.

-En efecto, nos gustaría hablar con los huéspedes, al menos con los que estaban en la habitación más cercana a esta. Al menos por mi parte-Podría haberle hecho algún comentario sobre su forma de razonar, pero sus compañeros ya estaban haciendo un buen trabajo al respecto. No sabía si los demás querían participar en cuestionar otros huéspedeso seguir en la habitación-¿Supongo que ningún huesped o los dueños pudieron sacar nada de la habitación? Porque incluso si decidió no llevar sus documentos encima por si era atrapado, esperaría encontrar algún efecto personal más. Como una cartera o bolsa de monedas, o incluso las llaves de su casa. Un hombre al que le gustaba viajar ligero. -Miró la pistola y comprobó sus características antes de comprobar su interior.-Un hombre entró en la taberna en la que estaban la señorita Adler y el Doctor Jekyll y dijo que se habían escuchado dos disparos en la zona antes de que llegara la policía. ¿Tiene constancia de que haya habido algún otro incidente con disparos cerca de aquí? Por cierto, señor Lestrade, ¿que puede decirme de este arma?¿Es común por la zona?

-¿Eso creo? ¡Es lo que ha sucedido!- replica Lestrade, que parece estar perdiendo la confianza de forma visible y rápida, así como la paciencia. La amenaza de Adler hace que los colores de su rostro desaparezcan con la misma rapidez que su seguridad. No dijo nada de las heridas, pero no le quitaba la vista de encima a los agujeros en la sien del hombre. Si tenía alguna conjetura, el inspector se la guardó para sí mismo.

Las preguntas de Jekyll parecieron lanzarle un salvadidas. -Dijeron que tenía acento levemente francés, pero pagó en libras por adelantado- explicó Lestrade. Negó con la cabeza. -Llegó antes del Halcón. El Vermillon llegó ayer al mediodía...- entonces hizo una pausa, sacando un reloj de bolsillo. -... Bueno, antes de ayer. No me he dado cuenta cuando hemos pasado la medianoche.- y observó a Marion un momento. -Esperad un momento. ¿Sospecháis que pudo haber venido en el mismo barco que la víctima?... quizás haya virtud en revisarlo una vez más.- dice, aún inseguro de cómo actuar. Estaba claro que la duda roía lentamente la seguridad con que estaba llevando el caso.

Se encogió de hombros ante la solicitud de Marian. -Adelante- dijo parcamente. -Que sepamos, no, nadie ha sacado nadie de la habitación. Pero si este hombre había planeado desde el principio esto y terminar...- dice mirando de reojo la pared -... así, no iba a necesitar más. Esta era su última parada después de todo.- formuló Lestrade, una vez más intentando deducir lo que sucedía.

Miró a Jekill y a Irene. -No que sepamos. Mis hombres estaban en distintas distancias y sólo algunos escucharon un disparo. Fueron los Rosen quienes gritar por ayuda. Si ha habido otro incidente similar, no estoy al tanto- se excusó frunciendo el ceño y mirando fijamente el arma. Se trataba de un revolver con un tambor de 6 balas que estaba vacío. No muy largo y de aspecto negruzco. -Es común si tiene el dinero y conoce a la gente apropiada. Aquí o en cualquier otra ciudad de Europa- dice encogiéndose de hombros. -No parece nuevo.- concluye.

El oficial te encaró, y aunque su porte demostraba más firmeza y disciplina que sus subordinados, no tenía forma de hacer frente a las habilidades sobrenaturales que la influencia del conde te había proporcionado. Puedes ver como su mirada se pierde y como su voluntad se hace arcilla en tus manos, al igual que el marinero francés. El efecto era intoxicante, casi embriagante; al tiempo que sentías la punzada de una extraña ansía enterrada en lo más profundo de tu ser. Una sed que te hacía pensar en aquella caja que guardabas contigo.

El oficial asintió y sin mirar atrás, comenzó a salir. Los otros dos oficiales, quienes en principio se creían a salvo, se miraron entre sí y decidieron salir detrás del otro, con rapidez y sin poder sostenerte la mirada. Cuando la puerta se cerró tras ellos, la mujer te miraba y la niña pequeña trataba de esconderse entre sus ropas.

-Debe ser usted muy importante...- balbuceó la señora detenidamente. -¿Es usted... de la realeza?- preguntó ingenuamente, avergonzándose ante la escena de hace unos minutos. -Gr-gracias...- dijo finalmente la señora, con un nudo en la garganta, abrazando a su hija, quien todavía parecía a punto de sollozar.

Al cerrarse la puerta tras el último oficial Mina exhalo tranquila, tratando de recuperar la compostura antes de volverse para responder a las palabras de la mujer.

-no hay de que – pronunció finalmente parándose frente a ellas, a una distancia que puedieran sentirse cómodas ante su presencia – y no, nada más cercano a la realiza de lo que pueda estar usted pero sirvo a su majestad – dijo con solemnidad – a la que esos zopencos olvidan que sirven también – añadió con cierto desdén hacia los oficiales y la actitud demostrada por ellos, aquella noche sin duda estaba agriando el, por normal, gentil y calmada personalidad de Mina – mi buena señora, no tenemos mucho tiempo antes de que esos hombres vuelvan a irrumpir aquí, molestando. Así que seré breve...se que les ha contado todo a los oficiales, pero yo no soy ellos, si quiere que ayude a su marido – dijo mirando primero a la niña sollozando sobre el regazo de su madre y luego a la mujer – y esclarecer los hechos, alejando cualquier sospecha sobre su familia y devolviendo el buen nombre a su negocio...por favor tienen que decirme cualquier detalle que recuerden...por minúsculo que le parezca

El doctor Jekyll bajó la mirada al oír de boca de Halcombe aquello de que les gustaría hablar con los huéspedes. A él gustar, lo que era gustar, no le gustaría hablar con nadie. Le gustaría volver a su casa y no salir de allí al menos en una semana. Si acaso, dar un paseo por el parque en algún momento en que estuviera tranquilo. Respirar sin sentir aquella presión en el pecho, ni el constante avance de una marcha atrás que no sabía dónde tenía su límite.

El buen Henry Jekyll volvió a mirar en dirección de la mujer del bastón al oír su nombre y asintió, confirmando lo de los dos disparos de cara a Lestrade. Un momento más tarde, con las palabras del inspector, el doctor carraspeó.

—La... La verdad es que yo casi siempre lo he dado por hecho —comentó en respuesta a lo de que víctima y verdugo quizá compartieran barco. Luego cambió el peso de pierna y volvió a acercarse a la cama, dispuesto a mirar una vez más el cuerpo con meticulosidad.

—Disculpe, inspector —prosiguió—. Pero aunque no conozco en detalle cómo funciona la mente de un asesino —dijo de pasad, sin querer pararse demasiado en esa verdad a medias—, no entiendo por qué alguien planearía asesinar a alguien y luego hacer lo mismo consigo. Y si de verdad ese era el plan, bueno... ¿Por qué esperar a volver a la habitación para eso? ¿O por qué pagar para tener una llave extra? —El doctor hablaba sin mirar al policía, sino sólo al cuerpo—. Incluso aunque esto fuera un suicidio, no tiene sentido que fuera planeado, ¿no?

Tras aquellas palabras el doctor tomó una de las manos del muerto y comenzó a examinarla con cuidado, mirando bien entre los dedos y bajo las uñas. Después haría lo mismo con la otra. Lo más probable era que no encontrase nada... Pero no por eso iba a dejar de intentarlo.

-Lestrade, si está de acuerdo en que la víctima y este hombre pudieron venir en el mismo barco, quizás lo mejor sea que mande a sus hombres cuanto antes a investigarlo.-antes de que cualquier prueba, o cualquier culpable, desapareciera.-Mientras tanto, si le parece, quisiera hacer algunas preguntas a los testigos.

No sabía si los demás en la habitación querían seguir investigando el cuerpo y la habitación o unírsele. Dejó la puerta de la habitación entornada, esperando que lo que estaba dentro quedara fuera de la vista desde el pasillo, pero pudiesen oír su conversación desde dentro* y se dirigió a investigar las habitaciones contiguas.

La sonrisa de Irene se amplió un poquito a medida que el inspector iba perdiendo la confianza en sí mismo y cuando continuaron hablando ella desvió de nuevo sus ojos para pasearlos por la escena, escuchando atenta todo lo que decían los otros, pero sin mirarlos.

—Tuvo tiempo de sobra para conseguir que algún herrero copiase la llave y tener entonces dos copias, ¿no es así? —comentó con aire distraído, llevando sus ojos hacia el inspector al final—. Sin duda deberían registrar el barco. Además de que es probable que ambas víctimas formasen parte de su tripulación han sucedido algunas irregularidades durante esa travesía que les conviene revisar. 

Miró a Marian que se disponía a salir de la estancia y luego al doctor.

—Creo que alguno de nosotros debería acompañar a los agentes que acudan al barco, ¿no les parece? Cuantos más ojos más difícil será pasar algo importante por alto.

Tras esas palabras echó un último vistazo al cuarto y se dispuso a salir de allí en pos de Marian.

La mujer asintió. -Les hemos dicho todo lo que sabemos a los oficiales. El marinero pagó extra para tener una copia de la llave y poder entrar luego de que cerráramos las puertas. Si alguien paga lo suficiente, no hacemos preguntas de más. No es cosa de nosotros, cualquiera lo haría, puede usted preguntar- dijo, como si quisiera justificarse, y con algo de rubor en sus mejillas. -Nos despertamos de golpe durante la madrugada y luego escuchamos el disparo. Fue horrible, pensar que ese hombre...- dice y mira a su pequeña sin completar la frase.

-Cuando nos dimos cuenta, tocamos a las puertas de los huéspedes y Mr. Victoire fue el único que no abrió. Abrimos su puerta con la llave maestra y lo encontramos así...- dice reluctantemente. -Ha debido regresar borracho durante la noche y ya sabe, hacer eso- y en ese instante, ves como la pequeña mira a su madre, con ojos grandes, con un temblor en su labio. Había algo que aquella pequeña sabía, pero que no parecía capaz de decir con su madre. Te miró luego a ti, intimidada y se aferró con más fuerza a su progenitora, con visible duda y miedo en sus ojos. -Es todo lo que sabemos. Luego los agentes del tal Lestrade se tomaron nuestra posada y han entrevistado a mi esposo hasta el cansancio. Ya los ha visto usted. Seguro perderemos a todos nuestros huéspedes esta noche luego de todo este revuelo...- confesó preocupada.

-La mente de los asesinos sigue siendo un misterio para mí también, doctor. Tomar un cuchillo y salir a degollar gente en la noche no es de alguien normal, ciertamente. Quizás nuestro imitador tenía algún extraño gusto por lo teatral y quería acabar su vida dejándonos este grotesco espectáculo- dice Lestrade, demostrando invariablemente que era tan inglés como el té a las 3 de la tarde o un pastel de pastor.

-Adelante, adelante.- dice ante la iniciativa de ir a entrevistar a otros testigos- Le avisaré al sargento que tome a un puñado de hombres y revisen el barco en cuestión.- luego la sugerencia de Irene lo frena un poco. -Muy bien, si alguno de ustedes quiere ir, no me opondré. Pero tendréis que decidirlo pronto. Si es tan urgente volver a revisar el barco- dijo, sin esforzarse demasiado en ocultar cierto escepticismo testarudo en su voz. Seguramente estaba apostando mentalmente que no encontrarían nada particular, pero ciertamente no iba a manifestarlo en voz alta.

No parecía con muchas ganas de seguir debatiendo. -De acuerdo, por aquí. hay cuatro huéspedes, podemos comenzar por los dos que estaban en este piso, y luego revisar los de los otros pisos, si os parece. Por aquí- dice, saliendo de la habitación y esperando a que le siguierais para dirigirse hacia las otras habitaciones en cuestión.

-comprendo y le estaremos eternamente agradecida por su sinceridad – admitió con sencillez ante la mujer, ocultando su frustración por una fracción de segundo antes de percatarse de la mirada huidiza y cohibida de la niña – eso me temo, que ya no esta en mi mano pero trataré de resaltar su remarcable colaboración en todo el asunto para que tanto su marido como su negoció no salgan perjudicados

Su mirada se fijo en la criatura que se mantenía callada entre los brazos de su madre, intimidada por su presencia pero percibiendo que había algo más tras toda esa timidez. Siendo consciente de lo perturbadora de su cercanía, Mina optó por permanecer a la misma distancia de ambas pero agachándose para estar a la altura de la niña. Procurando dulcificar sus facciones, sin duda alarmantes bajo la inocente mirada de la infante, antes de dirigirse a ella.

-¿y tú pequeña?...¿hay algo que quieras compartir conmigo y tú madre que pueda ayudar a tú papa? Lo que digas no lo sabremos más que nosotras, lo prometo – dijo remarcando las palabras con un gesto su mano sobre el corazón, dibujando sobre este una señal de cruz marcando el pacto

Ciertamente, tenía mucha curiosidad por ver la carga que contenía el barco. O sus restos, porque probablemente ya la hubieran movido.  Y curiosidad también por ver si encontraban algún documento de las víctimas. Una de ellas, al menos, había estado escribiendo hacía poco. Pero lo primero era lo primero, y aún tenían que interrogar a los testigos. Dió las gracias al inspector por su colaboración, dejando por el momento la cuestión de cómo de merecidos era ese agradecimiento, y se dispuso a acompañarlo a interrogar a los testigos.

El doctor Jekyll se sintió algo dubitativo ante la oferta del inspector de revisar el barco. No sabía qué podrían encontrar allí, pero cuanto más tiempo pasaba con Lestrade menos confiaba en las capacidades de la policía para dar ellos con lo que fuese. Sin embargo, tampoco quería perderse el interrogatorio de los testigos. No era el mejor para encargarse de algo así... Ciertamente, era el mejor en muy pocas cosas. Pero sí quería escuchar lo que decían.

En cuanto el inspector salió de la habitación el doctor se encaminó a hacer lo mismo. Al llegar a la puerta se dio la vuelta, echando un último vistazo y sus ojos se dirigieron a debajo de la cama. Con un suspiro abandonó el cuarto, dando por hecho que sus compañeras harían lo mismo.

Irene asintió a Lestrade, pero se abstuvo de decir nada más por el momento. Estaba de acuerdo y conforme con que debían darse prisa en el interrogatorio si querían ir también al barco. Y, de hecho, su mente seguía valorando la idea de ir ella misma a ver ese barco que tanto había llamado su atención tras escuchar lo que Marian y Mina tenían que contar de él.

Pero también quería ver al menos las caras de los otros huéspedes, quizá participar de ese interrogatorio un poquito antes de marchar. Así que continuó caminando en su búsqueda. 

Lestrade os indica las habitaciones de los cuatro huéspedes que estaban en la posada. La más cercana, a algunas puertas de donde estaba el cadáver, la había tomado un marinero inglés. Obeso y maloliente, su habitación hedía a alcohol y vómito. Scott, como dijo que se llamaba, tenía el aspecto de estar a medio camino entre la resaca y la borrachera más profunda, con sus ojos inyectados de sangre, sus labios resecos y un persistente olor a sudor que se manifestaba como manchas visibles en sus ropas de dormir.

Scott habló entre confundido y lento, y tras detallarlo, no parecía que estuviese fingiendo su lamentable estado, ni que hubiese sido capaz de hacer las veces del asesino de su vecino bajo los efectos de lo que presumíais, era bastante alcohol. Tampoco resultó ser un buen testigo, pues admitió no haberse enterado de nada y sólo recordar muchos pasos entre sueños antes de ser despertado por los oficiales. Tras algunos eructos y repetirle varias preguntas, os queda claro que ni vio nada, ni se percató de nada.

El siguiente testigo está en el piso de arriba. Se trata de un alemán alto y delgado, entrado en edad y de cabello rubio, que solamente se identificó como "Hans". La conversación transcurrió a través de Marian. El alemán admitió que fue despertado por un ruido fuerte al interior, pero que no escuchó nada extraño. Y que luego escuchó un sonido similar a un estallido, que reconoció sonó como un disparo cercano. Dice no saber en qué momento la víctima llegó, ni haberle visto en algún momento. Sus modales eran cautelosos y desconfiados, pero no parece estar mintiendo, sin embargo la presencia de los oficiales parece tenerlo de muy mal humor.

El otro testigo, en ese mismo piso, es un viejo marino inglés  y que dice conocer a los dueños de la posada de hace varios años ya. Dado que su habitación queda en el lado opuesto de la posada, sólo se despertó cuando los oficiales llegaron y admite no haber escuchado ni visto nada. Sin embargo dice que estaba allí cuando el tal "Victoire" reservó la habitación. "Era un tío joven. En realidad no lo detallé con cuidado, parecía, ya saben, francés. Vestía como marino, hablaba como marino, y se veía como un marino, muy joven." se encogió de hombros ante las otras preguntas. Corroboró la versión del dueño al momento de realizar la reservación, no recuerda que mano empleaba, y no estuvo pendiente de sus movimientos. En realidad tuvo problemas para recordar detalles específicos de su ropa, pero aseguró que no usaba abrigo ni tenía patillas largas. 

Finalmente el último testigo está en el último piso. Un hombre de mediana edad, quedándose calvo, que se presenta como un comerciante basado en Londres que estaba allí para recoger mercancía que llegaría más tarde. Os confió (estando solo los tres) que se trataba de contrabando traído de Egipto. Tampoco os es de mucha ayuda, dice que el disparo lo despertó a él, y que estuvo despierto hasta que llegó la policía sin escuchar nada más. Os pide que no le involucréis demasiado con el asunto y que ha dicho todo lo que sabe, y que ni siquiera se cruzó con la víctima en ningún momento.

Al final, tenéis la impresión de que todos los testigos han sido sinceros y no han estado involucrados directamente en lo sucedido. Ninguno tiene rastros o señales que los puedan ubicar en la escena del crimen, ni sus coartadas delatan alguna contradicción. Es probable que oculten cosas, pero ninguna parece tener que ver con el asesinato del supuesto Jack.

La pequeña se mostró reticente, pero entre intimidada y temerosa, y pidiéndole a su madre que le dejara hablar contigo a solas, te contó una historia extraordinaria:

Avergonzada, la pequeña admitió que se había escabullido de su habitación, junto a sus padres, para robar algo de pan y confitura durante la noche. Mientras husmeaba en la cocina, te cuenta que escuchó la puerta del frente abrirse y asustada, observó quien entraba. Dice que vio las sombras de tres personas, y que una tenía un sombrero largo que sobresalía de los otros dos, y que iban muy juntas, muy pegados. Subieron las escaleras muy silenciosamente, y al ver que no eran sus padres, volvió a la cocina, ya que no era anormal que algunos huéspedes llegasen entrada la madrugada. Esto te hizo pensar que no era la primera vez que la pequeña se escapaba a la cocina a darle rienda a su glotonería.

Tras unos minutos, continúa relatando, escuchó un ruido fuerte, como un "PUM" que vino de la habitación, y esta vez si se asustó, y se arrastró hasta la habitación de los padres. "Escuché que bajaban, pero no vi al señor del sombrero grande". Fue entonces cuando un segundo ruido fuerte, esta vez proveniente de afuera de la posada la hizo acelerar el paso hasta su cama. Sus padres se despertaron entonces, sin darse cuenta de su escape, y ella fingió estar dormida porque no quería meterse en problemas. No le dijo nada a nadie, porque temía que la arrestaran, y con sus ojos grandes y llenos de lágrimas te preguntó si la llevarían a prisión y si podían ponerla en una celda con su padre. 

La señora Rosen, observaba desde una esquina con una expresión severa, tratando de enterarse, y la pequeña estaba a punto de entrar en llanto. Los oficiales volvieron, algo confundidos y mirándote con una mezcla de desconfianza y temor, como si supieran sus órdenes y al mismo tiempo no estuviesen seguros de poder cumplirlas contigo allí. La pequeña rompió a llorar, seguramente interpretando la llegada de los agentes como la sentencia sobre su crimen: el no haber dicho la verdad antes con relación a lo que ella sabía.

De cuclillas junto a la niña, lo suficiente cerca para escuchar su confesión pero no tanto como para que esta se sintiera cohibida por su cercanía. Escuchó cada palabra con reverencial atención, con la intención de infundir algo de animo a la niña y que no dejara nada en el tintero.

-Gracias – dedicó en un susurró a la niña por su sinceridad justo cuando los agentes volvían a entrar, ganándose estos una mirada inquisitiva y quizá algo siniestra con tintes de despreció que rápidamente trato de convertir en algo más cordial e inocente, como si allí no hubiera sucedido nada – caballeros, que bueno tenerlos de vuelta – dijo irguiéndose, dejando paso a que la madre pudiera abrazar de nuevo a su hija – hagan el favor de tratar a la señora Rosen y su hija con el respeto que merecen – les dijo con la misma severidad que solían ganarse los niños al comportarse mal- será mejor que no me entere que sufren ningún tipo de discriminación o agravió por parte suya o de sus camaradas ¿entendido? - volvió a centrar su atención en la mujer que envolvía a la niña entre sus brazos – no se preocupen por nada, yo me hago cargo...no le pasara nada a tu papa, te lo prometo -tras aquella promesa, aliso los volantes de su falda y se dispuso a salir de la cocina en busca de sus compañeros, hasta que observo con más atención a los oficiales - ¿que esperan? Apártesen