Partida Rol por web

Las Sombras de la Mente

Prefacio: El Club Diógenes

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10/02/2017, 13:59
Narración

Londres, 28 de Marzo de 1894, alrededor de las 10:00 pm

Es una húmeda y oscura noche de primavera. Vuestros mensajes llegaron a través de couriers adustos en medio de la noche, cerca de las nueve. Se notaba que habían galopado apresuradamente por las calles de la ciudad a pesar del temporal y, que conocían con conveniente exactitud vuestra ubicación. Sin mayor ceremonia, os entregaron las misivas cerradas con el sello en cera roja, como una gota de sangre, de su alteza, la reina Victoria. Aquello sólo podía significar que uno de sus agentes os había citado, en cumplimiento de las obligaciones que habéis adquirido con el imperio, con la corona y con cada uno de sus habitantes.

Los couriers, a cambio de una propina adicional de dos chelines, os informan de la ubicación del club Diógenes, sobre el boulevard del Pall Mall. Después de obtener un carruaje disponible, os dirigís a la misteriosa convocación. Londres, hoy y a esta hora, huele a tierra, a agua y a la ceniza de las chimeneas de los techos escarpados que escupen densas nubes que opacan cualquier luz en e cielo. El frío primaveral es particularmente fuerte esta noche y la lluvia sólo ha logrado que los perfumes de la tierra se levanten, haciendo que toda la maldita y oscura ciudad, a pesar de sus lámparas de gas iluminando las callejuelas empedradas, tenga el mismo aroma de una tumba recién cavada. Los cascos de los caballos sobre la tierra se disuelven en medio de las gotas de lluvia que caen con intensidad, con fuerza, con una rabia natural, la misma que pareciera querer arrancar a Londres de las orillas del Támesis a fuerza de inclemencias naturales. 

Vuestro trayecto acaba frente a la fachada del amplio edificio del Club Diógenes que apenas está marcado como tal. Espacioso y elegante desde el exterior, una pequeña placa apenas visible y cerca a la puerta es lo único que lo identifica como tal. Al entrar, no os cuesta reconocerlo como un club de caballeros, exclusivo, iluminado, ostentoso y con la mirada reprobatoria del anfitrión en cuanto las dos mujeres cruzan el dintel de la puerta y violan la más sacrosanta regla de aquel recinto. Los perfumes del Diógenes son diferentes, chovinistas como sus clientes, llenas de tabaco importado, de un calor furioso y de la promesa de una ostentosa cena lejana. Una alfombra recibe a vuestros pies y un vestíbulo se abre a varios corredores con diferentes puertas, tan blanco, como si hubiese acabado de ser construido. Una lámpara de araña cuelga del techo, con más extremidades de las que se pueden contar en un simple vistazo, emanando tanta luz, que podríais imaginaros que cualquiera que estuviese desde muy temprano allí podría jurar que, a diferencia de toda Inglaterra, aún era de día, y no habría manera de convencerle de lo contrario.

El anfitrión es un hombre elegante y alto, ataviado con estilo, su cabello corto y un gesto constante de desagrado que fácilmente podría pasar por una máscara de aspecto casi humano. Cualquier intento de entablar conversación se encuentra con su reprobatoria mirada y un dedo índice en sus labios. Silencio, era la norma. Sólo al ver las cartas y los sellos de los sobres, asiente, y comienza a caminar. Le seguís por uno de los pasillos, notando que cada puerta está cerrada y que la privacidad de cada espacio no sólo está protegida por la madera blanca, sino por la más increíble ausencia de ruidos. Ni siquiera la lluvia allá afuera parecía ser capaz de perturbar la tranquilidad de aquel santuario.

Llegáis frente a una de las puertas. El hombre toca dos veces, y el sonido reverbera como si se tratase de un gong. Abre la puerta y os deja seguir.

Aquella estancia era amplia y no menos lujosa que el resto de la mansión. Las paredes ornadas en motivos exquisitos sobre un rojo pálido portan toda suerte de pinturas de paisajes y personas de aire noble y digno. Varias lámparas colgando del techo prestan una iluminación más que adecuada a una gran cantidad de sillas cómodas, amplias, distribuidas a través de diferentes mesas. Cerca a la chimenea, ese espacio presentado con la nobleza de un templo al mismo Apolo y en el que crepita un fuego cálido, se encuentra cómodamente sentado un hombre. Decir que se encuentra sentado era una interpretación de su estado, que era en realidad como si él quisiera estar acostado y lo único que se lo impedía era la mullida en la que se encontraba. Es este hombre, robusto y de cabello corto, vestido con elegancia y con su mirada perdida en las chispas del fuego, el que, tras unos instantes, se atreve a romper el sagrado silencio. La mesa a su lado deja descansar varios documentos bocabajo, algunos sobres abiertos, y una pluma en su tintero. 

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10/02/2017, 18:04
M.H.

-Miss Adler. Mrs Harker. Doctor Jekyll- pronuncia con lentitud. El aspecto del hombre tenía algo de impactante. En realidad su apariencia era una amalgama de contrastes sutiles difíciles de señalar. Adivinar su edad se probaba una tarea ardua, pues si bien parecía haber envejecido con cierta gracia, al mismo tiempo ostentaba los signos una madurez prematura. Sus ojos, pequeños y de un extraño tono oscuro, eran lo más vivo en lo que más se aproximaba a un cuero vencido por la fatiga. Y sin embargo, la expresión que enmarcaban sus facciones eran más próximas a la tranquilidad que al cansancio, a la más extraña y profunda meditación que los filósofos sólo achacaban a los ejercicios intelectuales más puros. El extraño, pues ninguno de vosotros reconoce sus facciones, ni su gesto erudito, ni la propiedad con que habla, parece ser quien os ha citado esta noche en nombre de su majestad. 

-Sed bienvenidos al club Diógenes. Por favor- Y sin miraros fijamente, mueve su brazo y  su mano señala, abierta, plena, llama vuestra atención hacia un grupo de asientos cercanos.-Os he llamado para hacer efectivos vuestros compromisos para con la corona.- dice el hombre, y las escasas sombras que su rostro posee, parecen bailar, oscilando entre la preocupación, la reflexión e incluso, la introspección maquiavélica. -El Destripador ha regresado a Londres.- pronuncia con lenta parsimonia, dejando que cada sílaba naciera con una inflexión siniestra que sólo pronunciar ese título podía adquirir. Y podríais asegurar que, por los breves instantes en que lo pronunciaba, el aire dentro del club se hacía más oprimente.

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15/02/2017, 22:04
Narración

El rostro de aquel hombre te recuerda al de otro, más esbelto, más joven, pero con la misma mirada llena de convicción e inteligencia. No te cabía duda de que M.H. no podía ser otro más que Mycroft Holmes, el hermano del difunto Sherlock Holmes, el detective más famoso de Inglaterra.

Mycroft Holmes, según recuerdas, trabaja para el gobierno y su influencia parece ser tan grande, que tus contactos suelen bromear implicando "Holmes es prácticamente el gobierno británico". Pero más allá de los rumores, la cita de esta noche parecía dar cierta veracidad a la influencia del mayor de los Holmes.

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15/02/2017, 22:10
Irene Adler

Los dedos de Irene se deslizaban con descuido por la tela del traje masculino que colgaba de una percha en su armario mientras sus ojos entrecerrados parecían estar evaluando posibilidades. Con el rostro ladeado y la otra mano delicadamente posada en su cadera, la cantante retirada pareció decidirse de repente, pues giró sobre sus talones abandonando esa idea para acercarse al tocador. Aquella parecía una buena noche para ser una dama. 

Se sentó frente al espejo y su mirada cayó sobre la carta que descansaba junto a su cepillo de plata labrada. Su nariz se frunció graciosamente con cierta indecisión. Tenía sentimientos encontrados sobre la velada en la que requerían su presencia. Por un lado le disgustaba la idea de tener a alguien por encima, con autoridad suficiente como para llamarla con tan poca antelación... ¿Y si hubiera tenido otros planes? Por otra, la recompensa prometida, pendiendo al alcance de su mano, era motivo suficiente como para que esos hipotéticos planes fueran cancelados de inmediato. 

Así pues, media hora después de recibir aquella nota apremiante, la señorita Irene Adler abandonaba el Pabellón Briony, la villa de lujo que poseía en la Serpentine Avenue de St. John’s Wood. Había escogido un traje de falda y chaqueta de un color indefinido entre el azul y el verde, discreto pero elegante, y que permitía vislumbrar su bonita figura. La abertura de la parte superior dejaba entrever una camisa de un suave color crema que se adivinaba también por encima del cuello de la chaqueta, que se cerraba con un broche perfectamente conjuntado con los pendientes que había escogido para esa noche.

Había hecho que su doncella recogiese sus cabellos cobrizos en la coronilla para dejarlos caer después en una cascada de bucles que se esparcía por sus hombros hasta llegar a media espalda. Antes de salir había dedicado un vistazo de reojo al sombrero que debería llevar, para finalmente dejarlo en la entrada de la casa con una media sonrisa atrevida en sus labios. El decoro debería considerarse satisfecho con los guantes verdes a juego con el vestido, o eso debía pensar ella mientras sus ojos claros buscaban al cochero que la llevaría a su destino de aquella noche. 

El rostro de la que había sido prima donna de la Ópera Imperial de Varso­via era ovalado y sus rasgos suaves, aunque el pico de sus cabellos podía recordar en forma a un corazón. Sus ojos eran grandes, de un tono entre el gris y el verde, y sus labios parecían tersos y carnosos. Era, en definitiva, una de esas mujeres que se llevan las miradas tras ellas a su paso. Y, para su propia suerte, también era perfectamente consciente del efecto que solía provocar en los hombres que se cruzaban en su camino, así como poco escrupulosa para aprovecharse de él si le era menester. 

Entró en el club donde la habían convocado con porte digno de una dama, contemplándolo todo con una curiosidad que quedaba oculta tras una expresión de esa cierta altivez inherente a la nobleza. Y no porque la sangre de la señorita Adler fuera más azul que la del resto de mortales, pues en la intimidad de su cuarto su acento abandonaba la corrección británica que mostraba en público para tornarse más distendido y americano. No corría sangre de reyes por sus venas, pero tenía esa capacidad de adaptarse al ambiente en que se movía. Y un club de caballeros ingleses se le antojaba el mejor lugar para vestirse con el rostro de una perfecta dama. 

Si se sintió sorprendida al no haber sido ella la única que había sido convocada aquella noche, no lo demostró más que con una mirada evaluativa hacia la señorita y el caballero que habían entrado en aquella sala también guiados por el anfitrión. Sin embargo, su atención no tardó en recaer sobre el hombre que se sentaba ante ellos y sus ojos tomaron un brillo astuto cuando recorrieron sus rasgos detenidamente.

«Qué retorcido es el destino», pensó para sí con cierta diversión mientras realizaba su mejor reverencia cortesana ante él. 

—Señor Holmes... —correspondió a su saludo con esa voz grave y bien modulada que había derretido los corazones del público en un tiempo que, si bien muchas noches era añorado, no iba a regresar. Al menos, no por el momento—. Señor, señora —agregó, dedicando una inclinación de cabeza a los otros dos «invitados». 

Su ceja se alzó en un arco perfectamente delineado cuando el hombre fue al grano sin más ceremonias, pero sus labios se curvaron en una sonrisa que tenía cierta sombra de melancolía en ella, tal como si el hombre que les había convocado despertase algún tipo de remembranza en su pecho. 

Aunque eso no tardó en caer en un segundo plano cuando les dejó saber el motivo de su llamada. Los labios de Irene se fruncieron entonces en un leve mohín de disgusto. 

—Ah, qué poco halagüeña es esa noticia —manifestó mientras se dirigía a una butaca próxima a la que ocupaba el caballero—. No le importa que me siente aquí, ¿verdad? —preguntó mientras se sentaba sin esperar respuesta. Colocó la falda de su vestido y cruzó una mano sobre la otra en su regazo antes de añadir una pregunta más, para la que tampoco sentía necesaria una respuesta, pero que debía ser puesta en voz alta para que los términos quedasen claros—. ¿Y qué espera la corona que hagamos nosotros? 

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16/02/2017, 14:00
Mina Harker

Poco tiempo había pasado desde que Mina abriese sus ojos en medio de la oscuridad cuando notó que alguien golpeaba la puerta de su abandonado hogar.  El Courier fue recibido por una mujer de largos cabellos y rostro pálido que no parecía estar en uno de sus mejores momentos.  No fue necesaria demasiada charla para saber el asunto que la requería aquella noche en el Club Diógenes, y cerró la puerta con algo de inquietud tras entregarle la propina requerida a su informante.

El aire que se colaba por las rendijas de las ventanas de su hogar la invitaba a pensar que fuera debía hacer una temperatura desagradable para moverse, pero poco o nada le importaba a ella. Se movió por su hogar buscando qué debía elegir para una ocasión como la que acontecería aquella noche. Al final optó por un vestido que ocultaba sus curvas de una tonalidad azul oscuro con un sombrero a juego.  La premura de la invitación hizo que no perdiera demasiado tiempo en arreglar sus cabellos, que fueron peinados en un sencillo moño para evitar que el viento hiciera de las suyas.  Entregó su fino rostro al maquillaje para ocultar la palidez casi antinatural de la misma.

Tras un corto viaje que se le hizo eterno ante la incertidumbre de lo que encontraría en el club, la dama aterrizó y se dirigió hacia el interior con la idea de que aquella no sería su noche. Los ojos, de un color azul profundo, se encontraban apagados desde que le robaron lo que más apreciaba y ahora miraban el interior del lugar de una forma crítica. En su rostro de rasgos suaves se apreciaba una expresión de total indiferencia ante lo que la rodeaba; si bien había sido una persona risueña y soñadora, ahora se encontraba en una eterna lucha contra las sombras de lo que se había instalado en ella.  Tras adentrarse entregando su invitación, colocó una sonrisa en su rostro que no indicaba alegría, sino más bien saber estar.

Allí se encontró con tres personas: el hombre que los había reunido, la preciosa mujer de cabellos rizados que rompió el hielo, y un caballero que permanecía como ella bajo un ligero mutismo. Desde hacía un tiempo, la señorita Harker se había vuelto más calculadora y prudente, y entendía que lo único que podía hacer era escuchar y obedecer en esos momentos.  Inclinó su cabeza en saludo a todos los presentes y tomó asiento haciendo caso a las indicaciones de su anfitrión, que no dudó en exponerles lo que acontecía y el motivo –a medias- por el que habían sido llamados.

Las preguntas de la mujer eran suficientes como para iniciarse en la conversación. No obstante, tras colocar sus manos con sutileza sobre una de sus rodillas, habló con una voz suave y femenina, de aquellas que no estaban acostumbradas a gritar, sino a decirlo todo siempre con el mismo tono pausado.

-La pregunta de la señorita me parece de lo más indicada- comentó, observándola de reojo unos instantes- ¿Hay algo con lo que podamos empezar? Luego, recordando los modales que sus padres le habían inculcado con el paso de los años, continuó- Disculpad mis modales, soy Wilhelmina Harker, aunque agradecería que me llamasen Mina. Es un gusto conocerles- a pesar de su forma de hablar, no se apreciaba en ella ninguna emoción aparente. Cuando no tienes nada bueno que mostrar, es mejor que no muestres nada. 

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17/02/2017, 02:48
Doctor Jekyll

Las necesidades humanas eran siempre más relativas de lo que uno creía. Comer y dormir, por ejemplo... Henry Jekyll, doctorado en medicina, siempre habría recomendado ambas con regularidad. Sin embargo aquella noche, cuando la carta llegó, ni él mismo habría sabido decir cuándo era la última vez que había ingerido alimento o descansado. Se encontraba —cómo no— en su laboratorio, trabajando como si le fuera la vida en ello.

En ese momento de su vida el doctor era menos que una sombra de sí mismo. Su jovialidad habitual, esa que en tiempos anteriores le había hecho ganar buenos amigos, se había tornado en preocupación y pesimismo. Su rostro se había vuelto más pálido y sus ojeras eran tan marcadas que uno podría pensar que estaba enfermo. Y no habría estado desencaminado.

Había pocas cosas que pudieran interrumpir sus quehaceres, pues si no atendía su salud mucho menos su vida social. El señor Poole, su mayordomo, hacía tiempo que había asumido que su señor había cambiado y ya no luchaba por mantenerlo a flote, sino que intentaba que no se hundiera demasiado.

Cualquier otro remitente habría sido ignorado, y probablemente su carta olvidada entre algún montón de papeles desordenados. Había cosas más importantes que hacer, más importantes y más urgentes. Sin embargo al ver aquel sello el propio doctor sintió una mezcla de emociones que trató de contener. Eso sí, no dejó que la ansiedad le llevase a precipitarse, y pagó a quien había traído la carta lo suficiente para que le diera las indicaciones necesarias.

Henry Jekyll no era un hombre que soliese salir por la noche, y menos de una manera tan improvisada. Eso era algo que hacía más... Bueno, el otro. Pero las palabras que aquella carta contenía fueron suficientes para pedir a Poole que preparase lo necesario y que lo hiciera con rapidez.

Para cuando Jekyll llegó a la entrada del club sus ojos vidriosos recorrieron la fachada y a las dos mujeres, aunque no se detuvo en ellas más que en la placa de la puerta o en la aldaba. Sabía reconocer la belleza, pero la admiración quedaba sepultada bajo la tormenta de sus pensamientos.

Una vez dentro se dejó guiar, mirándolo todo y manteniéndose callado. Era un hombre delgado y que aunque no llegaba a caminar encorvado se encogía a sí mismo. Ahora que estaba dentro su sombrero se mantenía en sus manos, y sus dedos lo agarraban como si fuera una especie de salvavidas en medio de un mar incierto.

No tuvo que esperar a que aquel desconocido los recibiera para entender que las mujeres estaban de alguna forma relacionadas con aquello que él venía a hacer en ese lugar. Y aunque se le pasó por la cabeza presentarse decidió aguardar a saber más. Luego, cuando aquel hombre les saludó, él hizo un simple gesto con la mano del sombrero al mismo tiempo que con la cabeza, devolviéndole de manera muda el saludo. Aguardó hasta que su interlocutor les dijera exactamente qué hacían allí, pero el hombre no se anduvo con rodeos: el doctor lo agradeció. Un escalofrío le recorrió desde la base de la nuca hasta los tobillos al escuchar qué era lo que había hecho que los reunieran, y por primera vez sus ojos se desviaron un instante hacia las damas de manera discreta. Fue una suerte que hablasen, así no parecería un descarado por observarlas. Aunque él ni siquiera se planteó eso demasiado. Los modales requerían una compostura que él no había conservado completamente.

Entiendoenunció, dejando que su voz se arrastrase por la alfombra. Carraspeó levemente, oscilando el peso de su cuerpo un poco hacia adelante antes de volver a hablar.

—Mucho gusto —respondió a la mujer llamada Mina casi de forma automática antes de recuperar un poco de sus modales—. Mi nombre es Jekyll. Doctor Henry Jekyll. —Las palabras salían llevadas por una mezcla de costumbre y de compromiso, como si su atención estuviera sólo a medias en aquella habitación.

Tras aquella breve presentación habló a quien los había reunido allí.

—No he leído nada en los periódicos —dijo, lo que no era esencialmente una mentira sino una especie de eufemismo. ¿Cuándo era la última vez que había leído un diario? Probablemente hacía varias semanas, pero Poole sí lo hacía y no había dicho nada al respecto—. ¿Están seguros de que se trata de él?

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17/02/2017, 13:19
M.H.

El hombre se mueve y reacciona con parsimoniosa actitud. No asiente ni protesta ante la elección de asientos, y es obvio, en diferentes niveles para todos los presentes, que su mente debe estar ocupada y que sólo una minúscula proporción parece hacer parte de la conversación. Sólo cuando Irene Adler saluda con "señor Holmes", los ojos del extraño se giran rápidamente, y como si la mujer se tratase de un fantasma, pareciesen observar con detenimiento el espacio que ocupaba y no la respetable dama que estaba allí. Este breve instante de infructuoso contacto visual da lugar de nuevo a que el desconocido ocupase de nuevo aquella postura pétrea y flemática con que se ha caracterizado. En la chimenea, el fuego crepita con un crescendo de violencia temporal que se niega a dejar que el silencio se asiente sobre la sala.

-Los periódicos no saben nada, pues hemos hallado el cuerpo de su más reciente víctima hace cerca de dos horas en Surrey Docks. Y tras recibir un reporte de la escena, no me cabe duda de su identidad- dice. Cada palabra se desliza minuciosamente con un tono indescifrable y elevado. No hay emoción, hay tan sólo una fría contabilidad de hechos. -El público debe permanecer ignorante al regreso de este criminal.- y hay un énfasis en ello. No es una orden, pero a todas luces se siente como una.

-Dar con su paradero y detener una segunda ola de asesinatos, Miss Adler. Tengo confianza en que vuestras diversas capacidades deberían ser más que suficientes para daros una apropiada ventaja contra un enemigo de gran intelecto y exagerada malicia- responde el hombre a la pregunta de Irene. Luego replica a Mina. -El Dr. Thomas Neil Cream es la verdadera identidad del Destripador. Hace 6 años, después de asesinar su última víctima, logró evadir su captura por parte de nuestros efectivos y escapó rumbo a América. Hemos colaborado con los americanos para seguirle muy de cerca y de nuevo estábamos a punto de capturarle. Pero su paradero volvió a ser un misterio hace un par de semanas... hasta hace unas horas. No me cabe la menor duda de que está en Londres y sin embargo, su modus operandi ha sido diferente en esta ocasión. Lo que me hace sospechar algún siniestro propósito.- hace una pausa. Las llamas en la chimenea crecen un poco y arrojan una extraña sombra sobre el rostro de vuestro interlocutor. -En tres días su majestad estará presente para la apertura del Tower Bridge. El regreso de Cream y la presencia de su su majestad en un evento público están relacionados- añade misteriosamente. El Tower Bridge ha sido uno de los proyectos insignias de Londres en los últimos años, una hazaña arquitectónica sobre el Támesis, con una elegancia y pompa, que exigía la presencia de la mismísima Victoria para su apertura.

-Sobre la mesa hay una copia transcrita de los archivos de Scotland Yard sobre Cream y la investigación hasta antes de que dejara Londres.- añade señalando un grupo de papeles sobre la mesa catalogados en un folder con la letra "J". -Los demás reportes luego de que Cream abandonara Inglaterra son información diplomática sensible que es imposible facilitaros- puntualiza.

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23/02/2017, 17:23
Irene Adler

—Un doctor —repitió la mujer tras escuchar la presentación del hombre que parecía querer encogerse en sí mismo—. Vaya, eso es muy interesante, ¿no es así? —añadió, con una sonrisa encantadora y un leve asentimiento de cabeza. No obstante, no llegó a explicar cuál era el interés que había encontrado en la profesión del doctor Jekyll antes de presentarse ella también, para él y para la hermosa joven de pálida tez—. Soy Irene Adler. 

Cualquier observador común podría haber pensado que la señorita Adler no prestaba la atención debida a las palabras del anfitrión, pues mientras él ampliaba la información, los ojos de la joven no se mantuvieron quietos. Recorrieron al tipo primero y después a los que a todas luces parecían estar a punto de convertirse en sus compañeros en esa investigación. Sin embargo, Irene no dejó escapar ni una sola de las palabras pronunciadas por aquel hombre, ni tampoco sus silencios, y tomó buena nota mental de cada detalle.  

Sus ojos regresaron de nuevo a él con esa mención hacia los documentos y a juzgar por el brillo de sus ojos encontró más interesantes los que les estaban vetados que los que les ofrecían en esa carpeta. 

—Tres días —remarcó tras un par de segundos, ladeando el rostro con suavidad—. No es mucho tiempo, supongo que eso explica mi —Miró a los otros dos y se corrigió a sí misma con una sonrisa— nuestra presencia aquí. 

Se puso en pie y caminó hasta llegar junto a la mesa donde se encontraba la carpeta para tomarla entre sus manos y abrirla con cuidado. A pesar de la compostura con la que se movía a cada paso, sus dedos cosquilleaban impacientes de pura curiosidad al encontrarse con un misterio por resolver justo ante sus narices. 

—Confiaremos en que esa información sensible no resulte demasiado crucial —comentó entonces con cierta gracia antes de que su mirada se centrase en ojear el contenido de los documentos. 

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24/02/2017, 04:24
Doctor Jekyll

Al escuchar la respuesta que la señorita Adler dio al doctor Jekyll este la miró durante un instante con la expresión de quien trata de ponerse en el lugar de la otra persona. Sin embargo no llegó a decir nada respecto al expresado interés en su profesión. En lugar de eso apartó la mirada como si tuviera algo que ocultar. No sabía aún todos los detalles, pero no creía que le hubiesen hecho llamar sólo por su formación. Aunque esperaba poder evitar a los demás el trago de saber —y, sobre todo, comprobar —qué había más allá.

Cuando la única que aún no había dado su nombre lo dio el doctor simplemente asintió. En esa ocasión no llegó a poner en voz alta las palabras «Mucho gusto», o «Encantado», aunque sí murmuró una mezcla casi inaudible entre ellas. La fuerza de la costumbre y de su educación inglesa, después de todo, aún tenía cierto poder sobre él aún cuando no se fijaba en ello.

Acto seguido su anfitrión comenzó a hablar, y el hombre le prestó atención. Parecía que iba a dar un buen discurso, de modo que optó por buscar una asiento cerca de la chimenea. El calor siempre era agradable, sobre todo cuando uno estaba ligeramente anémico.

Henry Jekyll no era, por naturaleza, un hombre desconfiado. Sin embargo los infortunios y las vicisitudes por las que había pasado le habían obligado a cuestionarse las cosas, a intentar pensar más allá. De modo que una de las primeras cosas que se preguntó fue por qué con sólo recibir un informe de la escena del crimen estaba tan seguro aquel hombre de que no era otra persona intentando aprovecharse de la memoria del Destripador para cubrir sus crímenes. Quizá había algo en el cuadro que no era de dominio público, algo que sólo el asesino y ciertas personas conocían en realidad. Y más si, como dijo más tarde, el modus operandi había cambiado.

El doctor comenzó un gesto, aunque no llegó a terminarlo, al escuchar que el público no tendría que oír nada. Le gustase o no, lo comprendía, y no estaba en posición de cuestionar nada.

Un escalofrío recorrió la espalda de Jekyll al escuchar la descripción que se dio del asesino. Lo del gran intelecto y la exagerada malicia le recordaba demasiado a... Al otro. Pero prefirió guardarse aquel detalle para sí mismo, por supuesto. Luego siguió prestando atención a lo que el hombre decía, y al señalar los papeles de la mesa el doctor se puso en pie. Sin embargo, cuando se dio cuenta de que la señorita Adler los tomaba primero, permaneció a algunos pasos de distancia. Ya los ojearía más tarde.

El doctor se encontraba dándole vueltas a algunas de las cosas escuchadas cuando la mujer volvió a hablar. Lo que dijo no le pareció llamativo, salvo el último comentario. Este provocó en el hombre una mirada que era como una relámpago de lucidez en medio de una tormenta.

—El doctor Cream... —empezó, pensativo, antes de mirar directamente a su informador—. ¿Puede tener algún interés político? —preguntó. Con la imagen que tenía del Destripador esa idea se le hacía extraña, pero era una posibilidad. Otra, la simple venganza—. ¿Qué es lo que había diferente esta vez? —dijo con una voz que casi parecía pedir permiso para preguntar, aunque no tardó en ir a lo que de verdad le llamaba la atención—. ¿Y qué es lo que ha sido común? —preguntó para volver a tomar aire—. ¿Y quién ha sido la víctima?

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24/02/2017, 21:45
M.H.

-No lo será- replica el hombre al comentario de Irene Adler, con tranquilidad y suavidad. No había espacio para duda o para reflexión en sus palabras, había sólo una certeza en su voz modulada y sus gestos pasivos. Su mirada sigue perdida en las llamas y con cada minuto que pasa, la sensación de ausencia de vuestro interlocutor crece. Irene Adler se adelante y toma los papeles para ojearlos, mientras el doctor Jekyll decide cuestionar la situación.

-Sus crímenes nunca tuvieron un componente político, Mr. Jekyll. Sin embargo, las razones que me llevan a sospechar de una motivación más oscura que la que tenía tras su última visita a Londres son algo difusas. Necesito más información, pero la manera como ha procedido esta vez... me hace pensar que intenta enviar un mensaje. O mejor expresado. Una advertencia- su tono parece transmitir un relato de terror. Sus inflexiones correctas y medidas, chocan con la severidad con que va revelando sus propias conjeturas de manera superficial.

-Aún no conocemos la identidad de la víctima, pero las heridas que le causaron la muerte tienen su firma única. Dos cortes de izquierda a derecha en la garganta, un corte irregular en el abdomen y extracción parcial de sus vísceras. Es el estilo inconfundible de Cream. Sin embargo esta vez...- dice y hace una pausa. Sus ojos se mueven para observaros lateralmente, mientras que su cabeza permanece en la misma posición. -... la víctima ha sido un hombre.- hace una pausa que arroja otra capa de silencio incómodo. -Todos los crímenes asociados a Cream, en tierras británicas o en tierras extranjeras han tenido como víctimas mujeres, como podréis leer en los archivos. Es la primera vez, desde que comenzase su ola de asesinatos, que su blanco es un hombre- de nuevo vuelve a fijarse hacia la chimenea.

-El cuerpo aún está en la escena. He pedido al inspector Lestrade de la Scotland Yard, quien está a cargo de la investigación, que preserve todo para que podáis comenzar vuestra investigación desde allí- dice volviendo a recuperar el tono inicial, más explicativo y menos... siniestro.

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24/02/2017, 22:07
Narración

Los archivos son algo numerosos y probablemente te tome algún tiempo leerlos. Contienen la ficha del caso, con la descripción de Thomas Neil Cream, un registro de sus rasgos físicos y un dibujo en lugar de una fotografía.

 

 

El documento contiene un descriptivo detallado de al menos 10 víctimas del llamado "Jack el Destripador" y un rápido vistazo te permite corroborar que todas eran mujeres prostitutas en Londres. La información está transcrita a mano con diversos estilos y aunque faltan fotos, tiene abundantes dibujos y esquemas que ilustran los desagradables detalles de los diferentes crímenes.

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26/02/2017, 17:24
Mina Harker

Mina asintió en silencio y asimiló la información. Tan solo dos horas, nos avisaron con premura. Es obvio que deben tenernos vigilados a cada momento. No comentó nada hacia sus dos compañeros por el momento, porque su mente reflejaba una y otra vez la imagen de una persona, aquella por la que hacía eso.  ¿Sería probable que el crimen permaneciera oculto? Y de ser así, ¿cuántas más cosas les podrían haber ocultado a lo largo de los años? La corona hacía guardar todos los secretos que no le interesaba sacar a relucir.

Thomas Neil Cream- repitió aquel nombre. Si había estado a punto de ser capturado, ¿por qué había regresado a Londres? ¿Trataba de enviar un mensaje? ¿había sucumbido el Destripador a sus instintos… o había algo más? El detalle sobre la posible presencia de la Corona en un evento importante quizá había hecho saltar las alarmas, y por eso ellos eran necesarios. ¿Creerían los servicios de inteligencia que alguien podría llegar a atacar a la santa reina en un evento tan vigilado como el que se daría en pocos días?

La mayor parte de sus pensamientos tuvieron respuesta en la boca de Mr. Holmes, la persona a la que la señorita Adler había puesto identidad.  Le sorprendió saber que la última víctima escogida había sido un varón, pero no entendió el motivo que llevaba a alguien a cambiar su conducta en tan poco tiempo. Sin duda, quizá la identidad de la víctima les entregara más información de la que cabría esperar.

-¿Estamos seguros de que no puede tratarse de un aprendiz, o incluso un admirador de los trabajos del  Dr. Cream?- preguntó.  Revelar la identidad de la víctima quizá nos entregue más pistas del motivo de la llegada del asesino.  Desde luego, el cambio del género en las víctimas es algo notorio que puede desvelar parte del contenido del mensaje.  Sea como fuere, el tiempo apremia- comentó, sin mirar a nadie en particular- y tres días no son precisamente demasiado tiempo. ¿Debe ofrecernos algún dato más que no esté en el informe?

Notas de juego

Perdonad, ya os dije que estoy sin pc. Os leo desde el móvil, pero responder con él es complicado y prefiero hacerlo bien aunque tarde. 

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02/03/2017, 04:42
Irene Adler

Irene había dedicado una mirada al doctor al darse cuenta de que había tenido la misma idea que ella, pero no le cedió la carpeta por el momento. En su lugar le regaló una sonrisa de disculpa antes de que sus ojos comenzasen a recorrer esos documentos. 

De nuevo podría haber parecido que la mujer no estaba prestando la atención debida a los otros invitados o al señor Holmes, pues toda ella parecía estar entregada a esos ficheros que ojeaba uno a uno sin profundizar demasiado en ninguno. Sin embargo, una vez más quien la creyese distraída de la conversación se equivocaría. Las comisuras de sus labios se estiraron en determinado momento del discurso del anfitrión. 

—Una advertencia, ¿no es así? —repitió un instante después de que el hombre dijese esas palabras, aunque el comentario parecía más bien hecho para sí misma que para recibir realmente una respuesta. 

Tan sólo apartó la mirada de los papeles cuando la rareza del asesinato cometido un par de horas atrás llegó a sus oídos. En ese momento su ceja derecha se enarcó y alzó el rostro para contemplar al señor Holmes. Con cuidado cerró la carpeta sin apartar sus ojos del hombre y cuando terminó asintió despacio. 

Las preguntas de la señorita Harker pusieron en voz alta alguna de las ideas que pasaban en ese momento por su mente y, sin embargo, no dieron en la diana que más cosquilleaba su curiosidad. Así que, cuando ella terminó, Irene dio un par de pasos para ofrecerle la carpeta al doctor Jekyll —o para dejarla sobre la mesa de nuevo si él no la tomaba— y agregó algo más a lo ya dicho.

—Cuanto antes vayamos, más frescas estarán las pistas —dijo, con cierto brillo en la mirada—, pero hay algo que me gustaría saber, señor Holmes... —Hizo un leve ademán hacia él mientras su rostro se ladeaba levemente—. ¿Qué relaciona este asesinato con la apertura del Tower Bridge? Si se desconoce por el momento la identidad de la víctima, ¿qué le hace pensar que la advertencia se trata de algo relacionado con ese evento?

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02/03/2017, 23:13
Doctor Jekyll

El doctor Jekyll escuchó la respuesta del que los había reunido, y aún de manera inconsciente tomó nota de cómo en la primera frase le había despojado de su titulación. No le pareció mal, ni siquiera se planteó corregirle, pero sí se lo tomó como un indicio de lo ocupada que estaba la cabeza de aquel hombre.

Los ojos cansados y algo hundidos del doctor se separaron de su interlocutor en el momento en que la señorita Adler habló casi como si se hubiera anticipado a las palabras de aquel que los estaba poniendo al día. Aquel detalle no le pasó inadvertido, como tampoco lo pasó la manera que tenía el tipo de no responder verdaderamente a sus preguntas.

Una vez el hombre prosiguió hablando Jekyll bajó la mirada, dejando que la descripción le permitiera imaginar la escena. Le costaba creer que aquella firma fuese única casi tanto como que fuese casual, y más si el asesino era verdaderamente un doctor. Probablemente cualquier otro con suficiente destreza podría imitarle. Quizá incluso él mismo, si tuviera la posibilidad de ver uno de los antiguos cadáveres. Pero esa línea de investigación parecía descartada desde el mismo momento de su nacimiento, según decía su anfitrión.

Al oír la diferencia que esta víctima tenía con respecto a las anteriores el doctor cambió un poco su postura. Quizá era por su naturaleza científica, pero le costaba no mantenerse escéptico acerca de muchas de las cosas que escuchaba. Creía saber demasiado sobre asesinatos como para no hacerlo. En cierta forma los había sufrido, aunque desde ninguno de los lados habituales, y creía comprender ciertas cosas.

Para cuando el hombre terminó de hablar el doctor sintió cierto agrado al escuchar sus dos preguntas precisamente en las bocas de sus dos compañeras. Tomó el informe que Adler le tenía y, aún sin abrirlo, se pronunció.

—El inspector Lestrade está a cargo de la investigación—enunció, poniéndose en situación. Una vez que ellas habían extendido sobre la mesa las cuestiones sobre el caso, había otra que a él le importaba—. ¿Estamos a sus órdenes?

Tras aguardar la respuesta se dispuso a ojear lo que tenía entre manos con minuciosidad.

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03/03/2017, 00:13
M.H.

El hombre replica, aún concentrado. -Es una posibilidad lejana por el momento. Los detalles médicos recopilados en los archivos que Miss Adler tiene en sus manos no fueron revelados a la prensa. Sólo los inspectores a cargo del caso y el experto médico que realizó el examen de las diferentes víctimas conocen las particularidades del modus operandi de Cream. Pensar que alguien externo conozca dichos detalles con tanta especificidad implicaría una cadena de indiscreciones o posibles traiciones que reducen las probabilidades de que se trate de un imitador.- En este momento se gira y los observa a los tres. -Salvo que encontréis evidencia que respalde dicha teoría y elimine la posibilidad de que Cream sea el autor esta vez.- comenta, y podéis jurar que su voz tiene una chispa de desafío o emoción en medio del atullimiento emocional que podéis achacarle.

-Nuestros agentes en el extranjero han enviado en los últimos meses informes que apuntan a la existencia de planes para atentar contra la familia real en público para debilitar la posición del imperio frente a nuestros aliados y rivales. Sin embargo, los detalles específicos nos han eludido, dejádonos efectivamente a oscuras. La presencia de Cream en estos momentos no puede ser vista como accidental dadas las circunstancias, y si él hace parte de la conspiración o es sólo está actuando en respuesta a los impulsos oscuros de su naturaleza, es vuestro deber esclarecerlo  y mantenernos informados de vuestros descubrimientos.- explica lenta y enfáticamente. -De cualquier manera, la captura de Cream será vista como un gran logro.- vuelve a encararse al fuego.

Niega ante la pregunta del doctor. -Vosotros operáis independientemente. Lestrade os colaborará en la medida que sus funciones lo permitan- dice y extrae de su abrigo un documento doblado y manuscrito, en un papel fino y con aire importante. Lo extiende frente a él y explica su naturaleza -Pensad en este documento como vuestra Patente de Corso. Sólo altos oficiales del gobierno y de la policía; y otros agentes de la corona reconocerán su oficialidad. Pero debería bastaros, siempre que permanezcáis los cuatro.- dice y la ofrece a Irene Adler, pero dejará que cualquiera la tome. -El cuarto miembro os encontrará en la escena. Debéis ponerle al tanto de todos estos detalles-

-Hay una cosa más.- dice mientras junto a su silla, levanta una pequeña campana dorada, que hace sonar rápidamente y luego vuelve a depositar cuidadosamente en su discreta posición en el suelo. La puerta se abre y dos hombres ingresan, criados elegantes, que se paran frente a M.H. Ambos sostienen dos cajas de madera con adornos sencillos, una de mayor tamaño que la otra. -Mr. Jekyll. La grande es para usted. Mrs. Harker, la pequeña es para usted. En nombre de la corona británica, me permito honrar el compromiso que habéis adquirido con su majestad y, por extensión, con el imperio.- añade suavemente.

-Afuera os espera vuestro transporte. Hace un minuto exacto le he escuchado detenerse en la entrada. La escena del crimen está en el Norway Yard, allí estará Lestrade- dice serio y recupera su posición, como un maniquí robótico, incapaz de pararse de aquel sillón, ni de alejarse de aquella chimenea. -Manejad vuestras comunicaciones a través del club. Aseguraos de dirigir vuestros mensajes a sir Roger Smith. Yo recibiré dichas comunicaciones y actuaré en consecuencia- añade como única despedida.

Notas de juego

Sois libres de abrir o no las cajas, según vuestra discreción.

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03/03/2017, 14:28
Narración

Los archivos son algo numerosos y probablemente te tome algún tiempo leerlos. Contienen la ficha del caso, con la descripción de Thomas Neil Cream, un registro de sus rasgos físicos y un dibujo en lugar de una fotografía.

 

El documento contiene un descriptivo detallado de al menos 10 víctimas del llamado "Jack el Destripador" y un rápido vistazo te permite corroborar que todas eran mujeres prostitutas en Londres. La información está transcrita a mano con diversos estilos y aunque faltan fotos, tiene abundantes dibujos y esquemas que ilustran los desagradables detalles de los diferentes crímenes.

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08/03/2017, 03:24
Doctor Jekyll

Los ojos del doctor Jekyll observaron por unos segundos al hombre. No le miró a los ojos, sino que estudió su rostro y su fisionomía por unos segundos, dejando que las frases que les dedicaba empapasen su reseco cerebro. Todo aquello era inesperado, cuanto menos. En un momento estaba en su laboratorio y una hora más tarde en aquel club de caballeros, recibiendo órdenes de un desconocido para, presuntamente, detener un ataque a la corona y al que probablemente sería el asesino más buscado del mundo civilizado. No estaba preparado para aquello. Pero él bien sabía que poco podía hacer más que asumir el papel que le había tocado y hacerlo lo mejor que supiera. ¿El fracaso era una posibilidad? Por supuesto. Pero no intentarlo era impensable, ya no por los crímenes de aquel al que buscarían, sino por las cosas que el doctor no podía permitirse perder. Por su bien, por el de su cordura y por el de todos.

Una vez mas Jekyll asumió como ciertas las palabras de aquel hombre. Aún así su cabeza, que empezaba a estar más despierta, seguía trabajando analizando no sólo las opciones que él les planteaba, sino todas las que las tocaban tangencialmente. ¿Podría tratarse de una cadena de indiscreciones? Sí. O también el doctor Cream podría haber hablado de su trabajo a alguien, o haber tenido un ayudante, o cualquiera de una larga lista de opciones. Después de todo nunca le habían atrapado: la única certeza que poseían era que había una relación. O, si tomaban como veraces todas las sospechas de quien les había reunido, que la autoría de todo aquello era suya. La diferencia era sustancial, pero Jekyll no era un experto. Haría caso de quien le había convocado, por supuesto. Y más después de notar aquel desafío en su voz. El doctor no era precisamente de los que se enfrentan a las cosas, y menos a tipos más grandes que él, aunque fuera sólo de manera dialéctica.

Con esos pensamientos asentándose en su cabeza al calor del fuego, el doctor siguió escuchando. Una vez Adler le tendió los documentos olvidó un gesto de agradecimiento y los fue consultando mientras escuchaba. Entendió que aquello de que la captura de Cream sería un logro era algún tipo de indirecta, una forma de decir que habría saldado su cuenta. Y no fue tan ingenuo como para pensar que aquello sólo iba dirigido a él. 

Después de eso permaneció atento, desviando su mirada de los papeles sólo para observar la carta que el anfitrión tendió a Adler. Asintió al oír lo del cuarto miembro y tendió los documentos a la única que no los había ojeado, la señorita Harker. Aprovechó para volver a tomar el sombrero, preparándose ya para marcharse, pero antes de eso vio llegar aquel par de cajas.

Jekyll dudó durante un instante. Si aquello era algo personal, algo relacionado con el otro... No quería abrirlo delante de ellas. Tomó la que le correspondía y se permitió valorar su peso antes de tomar su decisión. No iba a tener oportunidad de ver su contenido con cierta intimidad al menos hasta que llegasen a la escena del crimen, y quizá era lo suficientemente relevante como para hacer conveniente saberlo de antemano. De modo que simplemente dio unos pasos, alejándose de los demás con discreción, y procedió a abrir su caja. No hizo ningún gran aspaviento, ni nada que indicase que prefería la soledad y la discreción. Después de todo aquellas cosas llamaban más la atención que la naturalidad.

Sí dibujó una sonrisa al escuchar la puntualización con la que el hombre adornó la precisión de su tiempo. Un minuto exacto. El doctor habría apostado a que así era, porque de otro modo aquel tipo no se habría molestado en aclararlo, y eso era lo que le hacía cierta gracia.

No llegó a decir más por el momento. No, al menos, hasta saber qué contenía aquella caja. El aspecto del doctor sin duda era el de un hombre que es más pequeño que él mismo, y en ese momento se le podía notar severamente preocupado, mucho más de lo que le preocupaba el Destripador o la propia corona.

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09/03/2017, 01:45
Doctor Jekyll

Tras comprobar el contenido de aquella caja el doctor Jekyll exhaló todo el aire de sus pulmones con una especie de tranquilidad recién ganada, como si aquello fuera un poco de opio en las manos de un adicto. Al pararse a pensarlo descubría, sin embargo, algunos detalles que no le gustaban demasiado en aquella especie de regalo. Sus ojos buscaron al anfitrión, quedándose a medias entre el agradecimiento y la suspicacia. Sin embargo al final optó por mostrar de manera expresa lo primero, dando por hecho que sería lo más conveniente.

—Se lo agradezco —dijo con un tono que podía identificarse como menos débil, pero que en realidad estaba cubierto de muchas capas de pensamiento. Aún así era imposible no rendirse en parte al alivio. Aquello demostraba, al menos, que decían la verdad—. Espero no necesitar ninguna de ellas —añadió, tomando la caja bajo su brazo y disponiéndose a salir. Luego habló en dirección a las damas.

—Cuando quieran —Finalmente se dirigió a quien les había reunido allí y se despidió por costumbre, como si no fueran a volver a verse por el momento—. Que pase una buena noche.

Aquella noche estaba siendo una fuente de sorpresas. Aquella caja había cambiado de nuevo el humor del doctor, dándole más cosas en qué pensar. Era evidente que contaban con los materiales y con el equipo, pero también con alguien lo suficientemente experto para repetir lo que él había hecho antes. Eso era lo que más le escamaba. Y que dieran por hecho que todo el contenido podría ser útil no era, desde luego, muy alentador. Él siempre había dado por hecho que le querían a él no únicamente por sus conocimientos, sino por su necesidad. Porque le tenían atrapado. Pero aquello le hacía pensar que no sólo le querían a él, sino también al otro, y eso le provocaba escalofríos, inseguridad y un temor irremediable a estar cada vez más cerca del centro de una telaraña.

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09/03/2017, 01:59
Irene Adler

Irene recogió en su cabeza todos los datos que el señor Holmes aportaba, acompañándolos de algunas anotaciones mentales. Sin embargo, su rostro continuaba mostrando esa sonrisa suave y sus ojos no permanecían quietos sobre el hombre, prestando aparentemente atención a muchos otros detalles a su alrededor. 

Un observador muy atento podría haber notado cómo la comisura de sus labios se estiraba un poco más con el desafío que había teñido la voz de su anfitrión por un instante, como si esa breve chispa tuviera algún significado para ella más allá de lo que las palabras decían por sí mismas. 

Su mirada terminó por posarse en el documento que el hombre expuso hacia ellos y al escuchar la explicación sobre él, sus ojos brillaron con cierta diversión que un momento después se tornó en curiosidad. 

—Los cuatro, ¿eh? —mencionó justo después de que el hombre pronunciase esas dos palabras, aunque no parecía que estuviera pidiendo explicaciones, ni que creyese que el señor Holmes había cometido un descuido al contar, sino simplemente repitiéndolo para sí. 

No dudó en extender la mano para tomar el documento y echarle un rápido vistazo antes de guardarlo en un bolsillo interior de su ropa, comenzando un movimiento de cabeza que parecía preceder una despedida. Se detuvo en cuanto el hombre mencionó que había algo más y sus ojos siguieron el camino de su mano hacia la campana. Observó el objeto durante un par de segundos cuando ya había regresado al suelo y después alzó la mirada para contemplar las cajas. 

¿Grillete o golosina? O tal vez zanahoria. La curiosidad de la cantante se vio estimulada no por el hecho de que hubiera una caja para cada uno de sus compañeros, sino por el de que no hubiera una para ella. Sus pupilas se fijaron en el doctor mientras tomaba su caja y se apartaba para contemplar su contenido. Lo miró con atención analizando sus rasgos al descubrir lo que era y finalmente emitió un leve suspiro antes de girarse de nuevo hacia el anfitrión.

—Sir Roger Smith —repitió—. De acuerdo. Le mantendremos informado. 

Encaró la puerta y llegó a dar un par de pasos antes de detenerse para dedicar una mirada más al hombre que les había recibido.

Ha sido un placer conocerlo, señor Holmes —añadió entonces con suavidad. Hubo algo en su forma de decirlo, quizá su entonación, o tal vez la modulación de su voz grave, que hacía pensar que no se trataba de una simple fórmula de cortesía, sino que verdaderamente había encontrado placer en aquel encuentro—. Que tenga una buena noche —terminó, ampliando un poco su sonrisa y girando de nuevo sobre sus talones para dirigirse a la salida. 

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10/03/2017, 10:55
Mina Harker

Mna estaba de acuerdo con la señorita Adler, a pesar de que no tenía experiencia alguna resolviendo crímenes, buscando asesinos o lidiando en general contra el mal. De hecho, su única batalla librada hasta la fecha había dejado un resultado agridulce y unas consecuencias que la habían arrastrado hasta el club aquella noche. ¿Conocerían sus nuevos camaradas formas para hallar al destripador? En realidad, poco o nada sabía de aquellos que la rodeaban, y se imaginaba que ella había escogida por su peculiaridad, por lo que los demás debían funcionar del mismo modo aunque no se imaginaba en qué sentido lo sería.

Mister Holmes declaraba que casi con rotundidad debía deberse al señor Cream a aparición del nuevo cuerpo, y ella no era nadie para contradecirlo. Sentía en su cabeza que había demasiadas pistas desencajadas del puzle y, en general, era incapaz de imaginar cómo acabaría correlacionando todo lo que había oído esa extraña noche. Cadena de traiciones… ¿será tan complicado que algo así pueda ocurrir? Si desde luego algunos de los miembros del cuerpo eran obligados del mismo modo que ella, quizá alguno podría haber comenzado su propia guerra contra la corona. Has leído demasiadas historias y te estás inventando la tuya propia.

Le sorprendió el saber que habría un cuarto miembro entre sus filas, sobre todo porque solo habían sido llamados tres a la pequeña introducción. ¿Sería alguien del cuerpo? ¿un agente? Optó por pensar que era alguien del círculo de Mr. Holmes, quizá una persona encargada de velar por ellos a la misma vez que los controlaba, pero le desconcertó el hecho de que tuvieran que informarle de lo que sabían. ¿Por qué entonces sencillamente no los había reunido a todos juntos?

Al ver la caja, Mina sintió que sus piernas flaqueaban. ¿Qué podrían querer entregarle justo antes de embarcarla en una misión arriesgada? Contempló de forma disimulada al señor Jekyll, a quien también le hacían entrega de algún material, y finalmente avanzó hasta recoger su paquete. Luego se alejó unos metros para abrirlo, mientras oía al señor Holmes despedirse. Notó su garganta seca puesto que, pese a que había sido toda su vida una joven de gran corazón, ahora que el mundo le mostraba su lado más oscuro temía por cada una de las cosas que pudieran rodearle. 

-Que pase una buena noche - respondió con escaso o nulo interés en la conversación, debido al nerviosismo. ¿Y si la dejaba cerrada hasta encontrarse en un lugar más confortable? Quizá fuera lo mejor, pero entonces no podría decirle nada a Mr. Holmes si el contenido de la misma le provocaba más preguntas que respuestas. Después de coger aire en dos ocasiones y notando que sus manos temblaban,  abrió su caja.