Partida Rol por web

PUEBLO DE TRUNAU: BAJO TRUNAU

AÑO: 4715 RA.

ESTACIÓN: INICIO DE LA PRIMAVERA.

MES: FARASTO.

DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MENOS DE UNA HORA DESPUÉS DEL OCASO.

Cuando Tronquito le habla a Peludo, este inclina la cabeza pues se extraña de la gran perspicacia que tiene aquella planta móvil. La mayoría de los otros humanoides, a pesar de ya haber visto que tiene capacidades bien particulares que le alejan de la estrecha visión que tienen ellos acerca de los gatos, ninguno se ha propuesto el intentar entender su lenguaje. Tronquito, en cambio, desde el principio se propuso intentar comprender las tonalidades, los tiempos y los diferentes sonidos que Peludo es capaz de pronunciar, para hilarlos como un lenguaje que, a pesar de ser muy distinto al común, es igual de efectivo al momento de compartir sus ideas.

"Sonreiría si tuviera músculos que lo permitan."

Pero solo puede asentir con su pequeña cabeza para demostrarle al ghoran que está en lo correcto en todas sus suposiciones. A Peludo le cae muy bien Tronquito y le da gusto que esté entre ellos, aunque aún tiene muchas ganas de afilar sus garras en sus piernas.

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-Ah, así que era eso lo que me estaba diciendo -Win confirmaba sus sospechas. Peludo hablaba. Y aquello además de fascinante era maravilloso. Sí, tenía que aprender a hablar con el gato. Sin duda le abriría las puertas de un mundo sin igual, visto a través de los ojos y la psique de un felino. Estuvo a punto de echarse a bailar ante la gloriosa expectativa de futuro, olvidando el terrible presente. Afortunadamente, era un ghoran que a veces recordaba que debían tenerse las raíces en el suelo-. Gracias, Peludo -dijo al tiempo que le rascaba brevemente tras las orejas-. Eres un buen amigo. 

Se incorporó y asintió mudamente al consejo del invidente. 

-No me precipitaré -lo cual además de una afirmación era un hecho. El vikingo, ansioso de sangre o de lucha o quizá por protegerle a él, sabedor de que no era un gran guerrero, se le había adelantado y ahora ocupaba el estrecho pasaje que desembocaba en aquella enorme cámara al sur-. Tal vez haya mucho polvo, Win. Si fuera tóxico habrían huido. Si no, morirían sin que intervengamos. 

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Observo como la gente va pasando, afirmando. Me acerco al puente, aprovechando la cobertura que ofrece Haluk.

Haluk, yo pasaré el penúltimo y te cubro mientras pasas tú. Parece que allí delante hay algo, debemos tener cuidado.

Observo a Ekaterina preparada para pasar. Frunzo un poco el ceño, ella es delgada pero cualquiera de nosotros tres somos más Pesados que Momo o Ertiznao, así que temo por el puente tras tantos cruzando. Sólo la presencia de Garinya me da algo de tranquilidad.

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Haluk Molok miró a Willbur, el trasgo negó con la cabeza y le hizo un gesto para que pasara él – “Tú primero Willbur, tengo más posibilidades de derruir el puente yo que tú. Tenemos que asegurar lo mejor para el grupo y si paso yo antes que tú y el puente se derrumba, serán dos menos. En caso de ser yo el último, como mucho seréis uno menos.” – mientras hablaba su vista estaba fija en la oscuridad, vigilando la retaguardia del grupo.

- “No me voy a mover de aquí hasta ser el último.” – sus palabras eran firmes, no iba a moverse – “Lo juro por Asmodeus.” – allí sentenciaba su decisión de pasar el último. Haluk se había percatado del estado del puente y no quería arriesgar a separar al grupo, también les cortaba el acceso de vuelta pero ya era cosa de ellos salir vivos del enfrentamiento.

- “Si tenéis una cuerda podría anudarla, de todas formas para prevenir toma esto Willbur”-  Haluk le ofrecía las 3 bombas de mecha y un fuego de alquimista.

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A Ekaterina le tocaba esperar a que Momo y Ertiznao cruzaran el puente, y eso fue lo que hizo, esperar. Pero a su espalda, mientras aguardaban, sus compañeros decidieron matar el tiempo de chachara.

La muchacha permaneció inmóvil, en silencio, y si hubieran podido ver sus ojos se habrían percatado de que mientras parloteaban los había puesto varias veces en blanco. Pero es que no podía evitarlo, al escucharlos hablar de sacrificios, de ver quién era el último, de quién cubría a quién y quién era el más machote, se convenció de que si hubiera habido una mesa delante de ellos no hubieran dudado en bajarse los pantalones para ver quién la tenía más grande.

Con gusto hubiera suspirado, pero por disgusto. No lo hizo porque ella, a diferencia de ellos, intentaba ser sigilosa y discreta.

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El camino de la cueva se vuelve un paso estrecho, pero la percepción de la presencia de los lobos es cada vez más clara. Peludo está completamente consciente de que un gran peligro está al otro lado de aquel camino. De hecho, piensa que los lobos son versiones más grandes y apestosas que los perros, por lo que le dan más miedo aun.

"Lo mejor será ir sobre los hombros de Win, alejado de esas fauces babosas."

Por lo que Peludo corre a subirse en los hombros de Win. Cuando llega sobre ellos, se frota en el rostro del ciego, para dejarle claro que no olvide que es SU humano y su deber es cuidarle así como él le cuida.

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Así que lobos terribles... Dragos no tenía muy claro lo que era eso, pero lo que sí sabía con total seguridad era que no estaba dispuesto a adelantarse en solitario, o poco acompañado, para que esas bestias le destrozaran. Así que siguió el ejemplo de Win y se mantuvo alerta, a la espera. Sin duda muchas preguntas acudían a su mente, como la de como era posible que un gato hablara, o por qué aquellos lobos estaban estornudando. Pero en el futuro inmediato, su respuesta no era urgente, pues le preocupaba mucho más ser devorado. 

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Win avanzó hasta situarse en cabeza, cubriendo el estrecho corredor por donde el grupo, o al menos una parte de él, avanzaba. Los lobos habían estado estornudando, más diversos compañeros no aparecían y se prefirió esperar. Los lobos se repusieron de su indisposición, más diversos compañeros parecían entretenidos con algo y se prefirió esperar. Los lobos sabiendo de la llegada de los defensores se pusieron a la defensiva, más diversos compañeros, sabe Iomedae por qué, seguían sin hacer acto de presencia. Oró para que no estuvieran en graves problemas, aunque no parecía el caso y se volvió a esperar o a hacer la fotosíntesis y echar raíces en caso del arbóreo. Los lobos comenzaron a bostezar y el ciego pensó que quizás si seguían esperando tal vez los abordaran ya dormidos... si es que no caían en sopor ellos primero. Lo que quedaba bien claro es que los lupinos no iban a ir por ellos y que los presentes debían salir a campo abierto para que su potencial ofensivo no se redujera a tan solo al individuo primero en ese estrecho túnel y para abordar a los orcos y ver qué diantres hacían y si acaso evitarlo antes de que lo terminaran de hacer. Sintiendo a Peludo sobre su hombro y frotándose en su cara, se decidió.

- Debemos avanzar. Ahora. Que Iomedae nos ayude - dijo el iomedano a sus compañeros, al menos los presentes, avanzando a por uno de los lobos gigantes, el más cercano, arma en ristre y atacándolo.

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Win habla, decidido a comenzar el ataque, por lo que Peludo le asiente. Está completamente de acuerdo y también cree que es el momento de comenzar la lucha. Los lobos no parecen haberle detectado aún y eso es una carta de ventaja para ellos pues significa que tienen la sorpresa de su parte.

"Es momento de atacar y ser rápidos. Si conseguimos acabar con los lobos en un instante, no tendremos de qué preocuparnos."

El resto del equipo no parece estar tan preparado como el ciego, lo que no es bueno para la efectividad de ataque, pero el gato confía en que cuando la acción comience, todos atacarán y los lobos serán historia.

De momento Peludo está completamente preparado y listo para la lucha que va a comenzar en cualquier momento.

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Ertiznao abandonó el traicionero puente y Ekaterina, creyendo que Momo le seguiría, a punto estuvo de dar un paso sobre él, probablemente precipitándose al vacío como ya le había ocurrido a Dragos. Pero la alquimista no avanzó, se quedó inmóvil en el sitio, sin retroceder ni avanzar, como si hubiera caído presa del miedo ante lo que abajo esperaba a aquellos que no tomaban las precauciones suficientes.

Dudó un instante, y casi deja atrás el sigilo para preguntar a la gnoma si se encontraba bien o necesitaba ayuda. No lo hizo porque antes de tomar una decisión presenció cómo se recuperaba y llegaba sana y salvo al otro lado, allí donde les esperaba el resto.

Por fin había llegado su turno.

Cuando ella franqueara aquella lengua de tierra ya solo quedarían los dos chatarreros que a su espalda intercambiaban objetos con unos tintineos que nada tenían que envidiar a los de la mayoría de mercados más transitados.

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Ni le daban miedo las arañas, cuyas pegajosas telas estaban por todas partes, ni le daban miedo las alturas. Lo que le pasaba a la gnoma, parada en medio del inseguro puente que debían atravesar el grupo para continuar su avance, es que le había dado un "bajonazo". Así lo llamaba ella, al menos. Tanto ingerir compuestos alquímicos de fabricación propia tenía sus consecuencias. La cantidad ingente de ellos que había bebido durante el combate le habían provocado una sobre excitación, reducción de la sensación de cansancio y de peligro y un aumento de la frecuencia cardíaca y de la presión arterial. Ahora, cuando muchos de sus efectos se habían desvanecido, le venía el "bajón": fatiga, hambre y unas ganas terribles de orinar.

Cuando volvió en sí se dio cuenta de que estaba formando tapón y continuó su avance. Sólo esperaba que sus compañeros no necesitaran su ayuda, porque poco podría hacer ya. Al parecer más adelante se producía otro atasco. ¿Qué estaría pasando?

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Rabus avanzaba por la cueva con la mirada perdida, sujetando la ballesta contra el pecho como si de un amuleto se tratara. De sus labios escapaban suaves murmullos, pero en un tono tan bajo que se hacían incomprensibles hasta para los compañeros más cercanos. ¿Era quizás alguna oración o tan solo las divagaciones de un loco? Teniendo en cuenta por lo que había pasado el tabernero en esas últimas horas, ¿quién podría culparle si se viniera abajo? Rabus estaba herido, sucio, cansado y aterido por el húmedo frío de esa odiosa caverna. Y asustado. Terriblemente asustado. Tal vez los guerreros que le acompañaban estuvieran habituados a los caóticos derramamientos de sangre y al extenuante frenesí de la Guerra, pero no así el gerente del Campo de Muerte.

Unos roncos y amenzadores gruñidos contestaron al invidente soldado de Iomedae cuando este se lanzó a la carga. El tapón que se había formado en el estrecho pasaje subterráneo se diluyó como por ensalmo y Rabus trastabilló tras sus compañeros sin saber muy bien qué es lo que les esperaba. 

La caverna se ensanchaba hasta convertirse en una vasta cámara abovedada. Las tenues luces, que revoloteaban como luciérnagas guiadas por la magia del ser arbóreo, apenas llegaban a iluminar una pequeña parte de la gruta, pero sí lo suficiente como para distinguir las tremendas siluetas de dos gigantescos lobos. Win ya se había trabado en combate con las babeantes criaturas, que chasqueaban las pesadas mandíbulas a su alrededor buscando probar la sangre del ciego. Rabus apuntó con su ballesta, pero la lucha era tan caótica y su confianza era tan baja, que no se atrevió a disparar por miedo a herir a quién no debía. Indeciso, siguió avanzando hacia un lateral de la sala, buscando un ángulo mejor, y así fue como descubrió que había alguien más entre las sombras de la catacumba.

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El combate contra los lobos había comenzado demasiado pronto, pero no había otra alternativa. Win y Dagfinnr iban delante en una fila de uno por el estrecho túnel. No podían quedarse quietos, así que los guerreros no dudaron en salir a buscar a los gigantescos lobos. Los primeros ataques no resultaron dañinos, pero entonces Dagfinnr se abalanzó sobre el Lobo que tenía más al alcance, y esta vez el golpe parecía encontrar su destino.

-¡POR ALVAR!, exclamó al ver la sangre brotar de la herida.

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El avance de Win marca el comienzo de esta nueva batalla letal. Peludo se prepara sobre el hombro izquierdo del ciego, viendo que delante en la cueva no solo están los dos lobos de descomunal tamaño que fue capaz de detectar previamente, sino también un humanoide con rasgos de orco que parece ser el jefe de los cánidos.

Peludo mira con desconfianza, preparándose para el combate, cuando el lobo muerde a Win y le derriba. Peludo cae y su pequeña cabeza se azota contra el suelo, dejándole inconsciente.

Cualquiera diría que está profundamente dormido, pero la verdad es que no está soñando ni en las Tierras del Sueño, sino que está inconsciente de un feo golpe en la cabeza del que es difícil que despierte luego.

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El inestable puente de arcilla sigue perdiendo densidad. Trago saliva, no quiero pasar pero más adelante escucho el combate. Aullidos de lobos, gritos humanos y... ¿bombas? Joder...

Acelero el ritmo. Que importa el Sigilo cuando mis amigos están en peligro. No, eso no importa, solo ayudarles.

Me lanzo a la carrera por el puente, sacando el arco y guardando la bomba que me dio Haluk en el proceso. Tengo que ayudarles, si alguien les tira bombas será a distancia mi especialidad.

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La anunciada amenaza se hizo presente bajo la forma de dos lobos terribles, tal y como ya habían intuido. Tronquito se sintió momentáneamente agarrotado, como si su cuerpo rechazara aquel combate, sabedor de sus debilidades y del hecho de que no era un gran guerrero. Apretó con su puño derecho el pomo de la espada, esperando que el metal le transmitiera su férrea dureza y frialdad.

Ante él, a escasos metros, Win caía para levantarse casi de inmediato, sufriendo la dureza del embate de aquellas monstruosas criaturas. Por su parte el vikingo era atacado por el extraño personaje que se había materializado ante ellos. No era tiempo de dudas, era tiempo de actuar.

Enarboló su espada y se dirigió al combate.

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El cruzado de Asmodeus entregó dos bombas con mecha al aquero Willbur Cole, pudo ver como el humano inicio su paso por el puente de arcilla.

- “Ten cuidado…” – dijo el hobgoblin, al mismo tiempo pudo percibir ruido de combate en la lejanía parecía que el grupo había iniciado una pelea contra enemigos.

<< Mierda, siempre llego tarde ¡Siempre! >>

La paciencia no era una gran virtud en el seguidor de Asmodeus, poco a poco se empezaba a impacientar viendo como el humano iba avanzando por el puente de arcilla.

<< Mejor con cuidado, sí… no quiero acabar muerto entre telas de arañas. >>

Pudo ver como Willbur cogió carrerilla para pasar el puente y eso le sorprendió, sin pensárselo dos veces se acercó al puente para pasarlo.

- Sin mirar atrás… vamos Haluk, tampoco pesas tanto… - susurró mientras sentía el peso de sus armas y la armadura que portaba encima.

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Win sintió a su pequeño amigo caer de su hombro y rodar por el suelo mientras él era derribado por las dentelladas y zarpazos de los gigantescos lobos. Peludo no se movió, así que el ciego se preocupó... y se enardeció. Como si de un resorte se tratara el iomedano se levantó de un salto mientras las afiladas garras de los lupinos seres lo desgarraban. Pero aquello no detuvo al seguidor de la Dama del Valor.

- ¡Guía mi brazo, Iomedaeee! - exclamó el joven invidente, atacando a las bestias ante sí. Su mandoble, ennegrecida por la abundante sangre orca que había bebido, aun brillante con la azulada sangre arácnida, sedienta de más líquido, se tiñó de vivo rojo cuando osciló en un arco, causando profundas heridas en ambos animales. Si pensaban que el humano iba a ser presa fácil, se equivocaban. Como se equivocaron al no huir y lanzar nuevos garrazos contra él. Pero este no cayó.

Win, en su furia combativa, tuvo un instante de lucidez en el que se preguntó si su desbordado tesón en combate estaba bien. Si su afán por destruir a los oponentes era correcto. Si la satisfacción cuando abatía a un rival sería del agrado de Iomedae. Especialmente si mediaba por medio sangrías y desmembramientos. Quizás, cuando aun podía ver, las imágenes dantescas que estaba provocando le hubieran hecho parar y reflexionar sobre sus métodos de combate. Pero en ese momento admitió que el ser ciego le proporcionaba una nueva ventaja: no era capaz de discernir con detalle la masacre que perpetraba y le liberaba del filtro del pudor.

Sus breves pensamientos introspectivos terminaron al volver en sí tan pronto sintió el abundante, cálido y rojo líquido de uno de los gigantescos lobos, bañándose esa noche en sangre por enésima vez, mientras la enorme cabeza lupina se separaba del cuerpo, volando unos metros hacia un lado después de recibir un brutal mandoblazo del ciego. La hoja continuó e impactó salvajemente en el otro animal, abriéndole una nueva herida muy grave que casi lo destripó. Y el joven enseñó sus blancos dientes emitiendo un gruñido, un grito de batalla. Una plegaria de gratitud a Iomedae por guiar su brazo. Sí, la Heredera parecía complacida.

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Los cruentos gruñidos de los lobos se mezclaban con los enardecidos gritos de batalla de los guerreros de Trunau. La lucha era encarnizada, sin clemencia ni cuartel. Rabus no se acercaría ni una pulgada más de lo  necesario a ese festival de muerte.

El tabernero avanzó por un lateral de la gruta, palpando casi a ciegas la húmeda pared de piedra. Su mirada no se apartaba de las sombras que se cernían más allá de los combatientes, esforzándose por distinguir a la huidiza figura que se ocultaba en la oscuridad. El resplandor de una chisporroteante mecha terminó por alumbrar al acechante enemigo. Rabus levantó la ballesta y apunto rápidamente hacia la tenue luz, pero el semiorco lanzó la bomba un instante antes de que el posadero apretara el resorte de su arma y el virote fue engullido por la negrura de la caverna. ¿He acertado?, se preguntó, abriendo los ojos de par en par para escrutar entre la densa lobreguez. Si había habido algún gemido de dolor, quedó enmascarado por el terrible ruido de la batalla.

Sin pensárselo dos veces, Rabus se echó a un lado para recargar el pesado armatoste con otro virote. Tal vez la próxima vez... 

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No sabía qué le esperaba más allá del recoveco hacía el que se aproximaba, pero de nuevo el silencio reinante volvió a llenarse de los sonidos de la batalla. Veía como más adelante sus compañeros se movían producto del frenesí del combate, avanzaban y retrocedían, saltaban o esquivaban, mientras desenvainaban sus armas o disparaban.

A ella aún le quedaba un trecho para alcanzarlos, pero no era su intención unirse a la refriega en un primer momento. Por ello siguió avanzando aún en sigilo, esperando con ello poder pillar desprevenido al enemigo, sobre todo si entre los que ya luchaban había alguno que buscara causar daño desde la distancia.

Si así era, se acercaría a él, con cuidado, y hundiría con rabia las garras en sus entrañas.