Partida Rol por web

La Conjura por fin había terminado, y los traidores habían sido enviados a donde merecían estar...  ¿verdad? Sin embargo, no podéis evitar sentir cierto desasosiego, al fin y al cabo érais...  amigos, familia, amantes...  compañeros de eternidad.  Sacudís la cabeza tratando de alejar aquellos pensamientos, pues no tenían cabida en aquellos momentos en que todos estaban preparándose para festejar la victoria de los Leales.

Pan tomó su flauta y comenzó a tocar una alegre melodía que acompañase a aquel acontecimiento, y en cuanto sus labios tocaron el instrumento, a Selene se le fueron los ojos, siendo completamente consciente de la promesa que se habían hecho.

Vuestras miradas se encontraron, cargadas de palabras que no habían sido pronunciadas y sobre todo, cargadas de una promesa que debía ser cumplida...

La fiesta continuo entre miradas furtivas y sonrisas sinceras, pero lo cierto es que ninguno de los dos quería estar allí, sino que ambos sabían perfectamente donde deseaban estar.  Y entonces ella recordó las palabras de Pan, donde este le había dicho que si le necesitaba le ofreciese una azucena...

Selene se alejó de la divina muchedumbre en busca de una azucena que ofrecerle al Señor de los Sátiros, un mensaje discreto y privado que sólo ellos entenderían y...  Endimión...  bueno, no necesitaba saberlo todo. 

No tuvo que alejarse demasiado para encontrar aquella hermosa flor creciendo cerca de un arrollo, a penas se escuchaban desde allí las voces de los Dioses por lo que sintió cierta tranquilidad, observó con calma la planta y seleccionó la más hermosa de las flores que crecían en ella, y una vez elegida la mejor comenzó a inclinarse para cortar aquella maravilloza azucena, sin embargo, mientras lo hacía, una melodía comenzó a sonar a su espalda, una melodía que conocía muy bien.  

Ligeramente sobresaltada y con una sonrisa en los labios, te alzaste con la flor en tus manos y te giraste para comprobar lo que ya sabías, que Pan había comenzado a tocar aquella melodía para ti una vez más, y la puerta no se hizo esperar...

Los juegos de miradas eran pura complicidad entre ambos. Sabíamos lo que venía y la pura espera era lo que nos hacía desearlo más si cabía. De este modo no aguardo más, pues es en cuanto toma la flor que sé que es el momento... y mi música convierte esa misma flor en los cimientos de mi habitación. No sabía dónde saldríamos, pero me gustaba la aventura.

De este modo terminamos atravesando la puerta y llegando a la habitación de los placeres.

Sin mediar palabra me acerco con un par de saltos hasta terminar frente a ella y rozar sus labios con los míos, para descender por su cuello y, mientras voy dejando caer su ropa, besar sus hombros, pechos, vientre... ella debía ser adorada, y yo estaba encantado de adorarla. Sencillamente quería que no hubiese nada que se interpusiera entre nosotros, siquiera la ropa.

Una vez más, la flauta del sátiro me llama a su lado con su dulce melodía. Le sonrío y le entrego la azucena que acabo de recoger, la más bella que había encontrado a pesar de no rivalizar con las que adornaban el lugar e impregnan el ambiente de un delicioso aroma.

Al cruzar la puerta mis ojos se encuentran con los suyos y el recuerdo de una promesa aviva la llama de un deseo reprimido. El sátiro roba un beso de mis labios y noto como las ligeras prendas rozan mi piel al caer al suelo. Sus labios van recorriendo mi piel con suavidad, como si de algo precioso se tratara. Con suaves jadeos, siento como los lugares que ha besado arden como llamas de pasión.

Cierro los ojos, dejando que las agradables sensaciones me invadan por un momento, y después, me inclino sobre él para ir desprendiendo también sus ropas.

Sus suaves jadeos son justo la recompensa que busco, siendo como una melodía que consigue que un calambre me recorra desde la nuca hasta donde la espalda pierde su nombre y que, durante mi recorrido, una sonrisa un tanto boba aparezca en mi rostro. Siento la piel erizada.

Algo que ella puede notar cuando comienza a desvestirme, siendo ropas de cuero que caen con cierta pesadez, mientras mi cuerpo se torna completamente humano. Algo que imagino que ella agradecerá, y mis ojos buscan los suyos para tomar su mentón y hacer que sus ojos e crucen con los míos. Me acerco despacio a sus labios, quedándome a unos escasos centímetros, dejando que nuestro aliento se cruce y entreabro mis labios... y sólo rozo los suyos en una caricia.

Me retiro un paso con una leve risita y, tomando su mano, la guío hacia la cama.

¿Hay algo que desees, mi Luna?

Pregunto en un susurro juguetón, humedeciendo lentamente mi labio inferior con la lengua.

Con ágiles manos le quito uno a uno las prendas que van cayendo pesadamente al suelo con un seco ruido. Mientras lo hago voy acariciando su cuerpo que bajo mis manos cambia a una forma más humana, haciendo su presencia aún más agradable. Una vez que le quito la última prenda siento su mano en mi mentón y soy capturada por su mirada. Mi respiración se hace más agitada, cierro los ojos y abro ligeramente los labios, pero el ansiado beso no llega. Tan sólo su leve aliento llega hasta mi. Abro los ojos y, entonces, sus labios por fin rozan los míos.

- Eres travieso, mi buen Pan - susurro entre cantarinas risas mientras dejo que me guíe hacia la cama - haces que mi corazón palpite para dejarme con el néctar en los labios.

Al acercarnos a la cama, me doy la vuelta quedando de espaldas a esta y dando la cara al sátiro. Mi mano lo toma por la nuca y suavemente tiro de él para robarle un apasionado beso. 

- Quiero rememorar lo que una vez vivimos en esta habitación, recordar porqué una vez nos amamos - respondo cuando nuestros labios se separan.

Me siento en la cama y, sin soltar todavía sus manos, deposito un ardiente beso en la palma de la mano.

Una risilla traviesa resuena cuando menciona mi travesura, mis ojos le miran con una mezcla de adoración y cariño... y pasión. Me roba entonces un beso que hace que mis ojos se abran por un momento al no esperar ese movimiento, y me relajo, para sencillamente disfrutarlo y dejarme llevar.

Una sonrisa suave ante su petición.

Sean tus deseos, mi diosa.

Una cortés reverencia hacia la Luna, como no podía ser de otro modo. Cuando se sienta en la cama me yergo frente a ella y con delicadeza coloco sus cabellos para que no perturben sus ojos, para poder perderme en ellos. Desciendo para acariciar su cuello y, al llegar al pecho, empujo con suavidad invitándola a tumbarse, del modo que lo harías con algo tan puro que lo único que puedes desear es brindarle sensaciones.

Siseando con mi cabeza desciendo hasta sus muslos, para besarlos varias veces y ascender hacia la cadera. Mientras mis besos le cubren, mis manos acarician el contorno de su silueta para detenerse a ambos lados del vientre, jugando con la yema de mis dedos, sencillamente dejándole disfrutar de su propio cuerpo.

Respondo a su reverencia con una sonrisa y una leve inclinación de cabeza, son estos detalles los que le dan a Pan un encanto irresistible. Pícaro y travieso, pero al mismo tiempo todo un seductor hace que mi corazón lata emocionada con cada uno de sus gestos.

Cuando retira mi cabello de mi rostro, cierro los ojos y apoyo suavemente mi mejilla contra su palma un instante antes de mirar hacia arriba a sus hipnotizadores ojos. Contengo la respiración al sentir como su mano desciende hacia el pecho y me empuja hacia abajo. Mi manos sobre el lecho se deslizan por la suave superficie a medida que voy tumbándome en la cama quedando a ambos lados de mi cabeza.

Los labios de Pan recorren mis muslos provocando que mi cuerpo se estremezca con cada contacto. Con un inesperado jadeo, me estiro mientras sus manos me acarician con delicadeza. 

- Pan... - mi voz sale entrecortada, un susurro apenas audible, al mismo tiempo que vuelvo a cerrar los ojos.

Su inesperado jadeo es el paso previo a una cortinilla de estrellas que surge de algún lado y envuelve a ambos para acallar el resto de gemidos que vendrán más tarde, precediendo a algunos gritos y sudores que vendrán más tarde.

La pasión se abre paso haciendo que el tiempo, pasado o presente, carezcan de sentido y sólo tengan que pensar en dedicarse por completo el uno al otro en una mezcla de caricias y besos y otros juegos que quedan opacados por las estrellas de la cortinilla.

Sólo cuando ambos han conseguido rozar el cielo con la yema de los dedos -varias veces- sin necesidad de salir de aquella cama, en aquella habitación que guardaría los secretos de la Luna, el Sátiro se da por satisfecho, por ahora.

Tras deshacerse de la misteriosa cobertura, acaricia el rostro de ella con cariño y entorna la mirada, terminando de recobrar el aliento que le había robado.

¿Satisfecha?

Aunque mi impresión era que sí, no iba a dejar que alguien como ella se quedase a medias. Aún lucho por recuperar un poco el aliento.

Amparados por la cortinilla de estrellas damos rienda suelta a nuestras pasiones y nos entregamos a los brazos del otro para una noche de placeres. Nadie puede interrumpirnos ni nadie es testigo de nuestros amores, ni la dulce fragancia de las azucenas es capaz de apartarnos el uno del otro.

Una vez más, mi dulce amante hace que nada de lo que haya podido pasar importe, sólo están él y su voz, su presencia, sus caricias. Cada toque de su mano, cada movimiento suyo hace que me estremezca hasta que ambos alcanzamos el cielo que todas las noches recorro en mi carro de plata.

Cuando el ardor de la pasión se va apagando y ambos nos tendemos en la cama, satisfechos, Pan hace desaparecer el velo que nos había ocultado. Recostada sobre un costado y con la cabeza apoyada en la almohada, recibo su caricia y asiento sin decir nada. Le sonrío dulcemente.

- Contigo nunca quedo insatisfecha. ¿Y tu? - mi tono es ligeramente travieso, muestra de la alegría que siento. Me acurruco apoyada en su pecho y miro hacia el techo - ¿qué crees que estén haciendo el resto de dioses?

Se escuchan unas risas coquetas de mujer que vienen de fuera, y después silencio nuevamente...

Cierro los ojos para disfrutar del peso de su presencia sobre mi pecho, con una sonrisa tranquila y asintiendo ligeramente ante sus palabras.

No sé qué estarán haciendo, pero seguro que si supiesen qué ha pasado aquí morirían de envidia.

Bromeo ligeramente, con esa misma picardía que ella habla. Aquel velo que estaba cubriéndonos momentos atrás mientras alcanzábamos lo imposible queda muy lejano en mi mente. No obstante, lejano queda también unas risas.

No deberíamos escuchar lo que sucede en el exterior. ¿Debería salir?

Le pregunto, dejando bastante claro mi carencia de ganas de alejarme de su lado, pero por otro lado mi curiosidad innata tocando en mi hombro.

Río al oír el comentario de Pan, sin lugar a dudas más de uno de los dioses se habrían unido a nosotros si hubieran tenido la oportunidad. Entonces, un sonido de risas se oye desde fuera.

Me levanto tomando las sábanas para cubrir mi desnudo cuerpo y miro hacia la entrada. En mi rostro más que el miedo, se dibuja el desconcierto, pues aquí no deberíamos estar más que nosotros.

- ¿Quien...? - miro al sátiro antes de volver  otra vez la mirada - deberíamos sí, saber quien merodea por este lugar.

Tal vez sea por la desconfianza adquirida recientemente, pero desconfío de los hechos más mundanos. Sin perder el tiempo cubriéndome con ropas, tomo la sábana y me cubro con él como puedo para ir detrás del dios a mirar quien es.

Antes de que os acercaseis siquiera a la puerta todo comenzó a temblar, como si de un terremoto se tratase.  Para Pan era evidente lo que sucedía, alguien estaba toqueteando los cimientos, la flor, y eso no era nada bueno...  ¿deberían salir y dejar claro que les habían encontrado? ¿mostrar cuáles eran los cimientos y por tanto que las escaleras y la puerta fuesen visibles?

Los cimientos...

Mascullo, fuese el insensato que fuese...

Aguarda, yo salgo.

Sonrío a la diosa, antes de acariciar sus labios con los míos, quería quedarme y memorizar aquel sabor para después desaparecer mientras en mi cuerpo comienzan a verse unos cuernos...

Me sujeto a Pan desconcertada ante lo que está ocurriendo, pero no estoy preocupada. El sátiro no parece demasiado preocupado.

- De acuerdo...

Recibo su beso, cual dulce despedida, y lo veo marchar mientras sujeto con fuerza las sábanas. Cuando desaparece, corro a la cama en busca de mis ropas y me los pongo esperando a que vuelva.

Y así Pan, en su forma de cabra, abandonó la estancia dejándola muy vacía tras él...

Espero un rato a que Pan vuelva mientras termino de vestirme, sin embargo, parece que el sátiro se encuentra entretenido con algo. Curiosa, y en parte preocupada,  me aventuro fuera para ver qué ocurre.

Mientras entráis en la estancia, Pan toca una hermosa melodía que salvo las que habéis estado en aquel cuarto con anterioridad, no conocíais:

En cuanto el Fauno apareció, la música cesó.

Observásteis con cuidado a vuestro alrededor y era evidente que aquella estancia no estaba hecha para la vida común, sino para el placer, pues casi no había espacio con aquella inmensa y deshecha...  cama, en la que seguramente habían estado "charlando" Selene y Pan...

Apretujadas en aquel lugar, con aquel olor a almizcle en el ambiente y la tibieza de la luz, vuestro cuerpo se estremeció sólo de imaginar todo lo que aquellas paredes podrían haber y habrían visto.

Ártemis entra en la ya conocida estancia en cuanto Pan deja de tocar su armoniosa melodía. La diosa de la caza mira a su alrededor con cierta satisfacción. Aunque es el bosque donde más cómoda se siente, la ambientación del lugar se le antoja casi arbórea y le resulta agradable. Con paso decidido se dirige hacia la gran cama y se sienta sobre ella dando un pequeño saltito.