Partida Rol por web

Al ver como los otros dioses se fugaban perseguidos por cientos de arpías, Eris decidió seguir a los susodichos.

Qué discretos... quizás deberían haber aceptado la propuesta de negociación que les había dado. En fin, veremos como acaba ese intento de huida.

Atenea logró escaparse a las alturas dejando a buena distancia a las arpías más cercanas, sin embargo mientras buscaba algún refugio o algo por la zona que les sirviese de ayuda para huir, no pudiste evitar fijar la vista en Apolo.

Sería el dios del sol y un imponente grifo, pero lo cierto es que su vuelo no había sido lo suficientemente rápido ni veloz, pues varias arpías lo habían rodeado y mostrándose amenazantes trataban de hacerlo regresar a la cueva.

Sin envargo el fiero Dios no estaba dispuesto a dejarse vencer y arremetió contra una de ellas, impactándola con fuerza y quebrándole un ala, lo que hizo que esta perdiese el equilibrio y empezase a caer malherida.  Un par de arpías descendieron en su auxilio y otras dos cercanas se abalanzaron sobre el grifo, sin embargo, el nerviosismo de la situación hizo que ninguna cumpliese con su objetivo.

Mientras tanto, el resto de arpías en masa se acercan a toda velocidad y tras ellas algún tipo de criatura que no acabáis de discernir.

Asciendes con gran velocidad y manteniéndote a una distancia prudencial te aproximas poco a poco a las arpías, tratando de mantenerte oculta y no ser vista, o al menos, no revelarte a ti misma.

Desde tu altura, a parte de ver con claridad la precaria situación de Apolo, observas con tu vista aumentada de lechuza todo el lugar tratando de pensar un plan en un breve instante justo antes de actuar, pues has de ser rápida.

Observaste el lugar casi como si de un mapa se tratase, entremezclándolo con tus propios conocimientos del lugar...

El Inframundo, el reino de uno de los tres grandes Dioses de tu tiempo, Hades, tanto que muchos llamaban Hades también al lugar y no sólo al Dios.  

Tras las enormes puertas del Inframundo permanece el impasible Cancerbero, encargándose de que nadie que no deba entre ni salga.

Una vez traspasadas, bien era sabido que existían varios lugares muy particulares dentro del Inframundo: los Prados Asfódelos, los Campos Elíseos, el Erebo, la Isla Elísea y el temible Tártaro.  Sin embargo desde tu posición y a pesar de la altura a la que te encontrabas, no podías discernir tantas ubicaciones, aunque para ti era evidente que os encontrábais en esta última, en el Tártaro.

El Érebo es la primera zona donde los muertos acceden al Inframundo, donde Caronte ayuda a los muertos a cruzar la laguna Estigia para acceder al reino de Hades, donde los muertos deben pasar toda la eternidad, siendo enviados al lugar para el cual hayan sido juzgados.  Pero Erebo no era sólo un lugar lleno de oscuridad, sombras y niebla, sino que se trata de un Dios primordial, personificación de la oscuridad y la sombra, llenando todos los rincones y agujeros del mundo, aunque su morada fuese el Hades, se decía que era el padre de Némesis. 

Una vez cruzada la laguna Estígia y superado el Erebo, las almas de los muertos llegan a los Prados Asfódelos, donde serían sometidos a juicio.  En aquel lugar las almas de los mortales vagaban abatidas entre espíritus menores y Hermes era quién los conducía ante un tribunal formado por Minos (rey de Creta), Éaco (rey de Egina) y Radamantis (hermano de Minos).  Cuando la sentencia se conocía, las almas ni virtuosas ni malvadas volvían a la llanura Asfódela, las impías o malvadas eran enviadas al Tártaro, y las heroicas o benditas a los Campos Elíseos.

Pero estos lugares eran mucho más aún de lo que parecían...

Los Prados Asfódelos, eran el lugar donde acababa toda alma de aquellos que habían tenido una vida equilibrada respecto al bien y el mal.  Se trataba de una llanura de flores del género de los asfódelos, comida favorita de los muertos.  Un lugar fantasmal, mucho más precario a la vida en la Tierra, pero una tierra neutral donde sus habitantes, que no son ni buenos ni malos, realizan sus monótonas tareas diarias.  Aquí era donde Hades tenía su morada.  En este lugar, también había una pequeña isla gobernada por Radamantis, las Islas de los Bienaventurados o Islas Elíeas, morada de los muertos virtuosos y los iniciados en los misterios antiguos.  Sus habitantes tenían la posibilidad de regresar al mundo de los vivos, aunque no muchos lo hacían, quizá el modo más sencillo de salir...  ya fuese por méritos o convenciendo a Hades en su propio hogar.

No lejos de esta pradera se encuentran los afamados Campos Elíseos, gobernados por Chronos, a donde van a parar todos los héroes y buenas personas, aunque sin embargo, no se trata de un lugar tan paradisíaco como muchos creen, pues para llegar a él se debe cruzar el río Lete, el río del olvido, perdiendo así sus identidades y convirtiéndose en seres sin consciencia.

Y por último, el Tártaro, una gran prisión fortificada rodeada por un río de fuego llamado Flegetonte, que en un principio sirvió exclusivamente como prisión de los antiguos titanes, aunque posteriormente pasó a ser el calabozo de las almas condenadas.  Y desde luego lo veías, estaba en tu campo de visión, un enorme y candente río anaranjado.

Para tener alguna opción deberíais llegar a los Prados Asfóleos, y o bien convencer a Hades o acudir a las Islas Elíseas buscando la ayuda del propio Chronos.  Para ello deberíais atravesar todas las mazmorras del Tártaro, el río Flegetonte, evitar los Campos Elíseos o al menos el río del olvido, yendo a través de los ríos Cocito y Aqueonte (lamento y pena respectívamente)...

Tus ojos veían en la distancia el Flegetonte, e incluso dos ríos gemelos, la pena y el lamento, sí, tenías una hoja de ruta, sabías en qué dirección ir...  también veías un pequeño y solitario río a lo lejos, Fete, el Olvido, debíais evitarlo o...  ¿quizá usarlo para dejar atrás a vuestros perseguidores?

Son demasiadas para ellos sin sus armas. Si dejo que les alcancen poco podrán hacer. Tengo que mostrarme.

Con esos pensamientos en mente voy aproximándome al pelotón perseguidor.

Poco a poco una idea arriesgada se forma en mi mente, pero, después de todo, yo no estoy presa, así que... ¿qué riesgo real hay? - Bastante, pero lo vas a hacer igualmente - Pienso para mi.

Cuando estoy suficientemente cerca del pelotón para que mi voz se oiga adquiero el aspecto de genio maligno y digo a viva voz.

Abrid paso, inútiles. Briareo ha prometido una recompensa para quien les de caza y un castigo ejemplar para las demás ¡Y yo voy a cobrarme esa recompensa! ¡Solo una será recompensada y el resto sufrirá su ira!

A pesar de mis palabras, me aseguro de volar más lenta que ellas.

Atenea dejó muy atrás a sus dos perseguidoras y, usando sus bellos ojos glaucos, celebrados por tantos poetas y místicos, abarcó de una larga e inquisitiva mirada todo el Inframundo. No era muy diferente a como lo recordaba, y eso que hacía siglos que no se dignaba a pasarse por él. Le bastaron unos segundo para procesar toda aquella información y elaborar un plan aunque, a decir verdad, tampoco les quedaban demasiadas opciones en su situación actual.

Después miró hacia atrás y se dio cuenta que el dios de la luz y la clarividencia estaba en problemas... problemas serios. No por aquellas miserables arpías que tenia frente a él y de las que podría liberarse en un momento, sino por la llegada inminente de aquellos "escuadrones voladores" que se aproximaban a él a toda velocidad. Lanzó una maldición al aire, le encantaría ayudarlo pero lo cierto era que en su forma de lechuza sus habilidades de combate eran casi nulas. 

Intentando sobreponerse a su frustración, Atenea lanzó un vuelo picado hacia Apolo buscando desconcertar a las arpías y ganar tiempo, quizás incluso pudiera picotear a alguna en los ojos y ganar un tiempo precioso durante el desconcierto.

Como fuera, en cuanto estuvo al lado del grifo e intentando hacerse oír sobre la algarabía y los incesantes aleteos le lanza:

-Apolo. En esa dirección están los Campos Asfóleos, la salida del Tártaro, allí nos podremos ocultar mejor. Incluso podemos usar el Rïo del Olvido a nuestro favor. ¡Vamos!- Dice lanzando el vuelo, tratando de guiar a su compañero... Y, pese a su orgullo proverbial, rogándole al Destino y a sus agentes las Moiras que permitiesen su huida. No quería pensar en las consecuencias de un posible fracaso.

Apolo en su forma grifo escuchó atentamente a la lechuza de ojos glaucos y asintió. Era momento de escapar de allí, antes de que todas las huestes de arpías se les echaran encima, y peor aún, de aquella criatura indeterminada que de nada bueno podía tratarse y no lograban identificar. En esta ocasión sus poderosos aleteos si fueron efectivos para alcanzar la suficiente velocidad y dejó atrás a las sucias arpías, elevándose a gran altura y logrando distanciarse del enemigo . Era momento de salir del profundo tártaro, mazmorra de tormento y prisión de los titanes, y llegar a los extensos campos de asfódelos, lugar donde reposaban las almas de aquellos que tuvieron vidas equilibradas, ni buenos ni malos.

- Deprisa Atenea, no podemos perder tiempo...dudo que logremos escapar volando del enemigo. Considero que deberíamos tratar de despistarlos y encontrar un lugar donde escondernos. El inframundo es demasiado extenso y les resultará difícil dar con nosotros...

Tras hablar, observó con detenimiento los alrededores para tratar de orientarse. Escapar sin sus artefactos no era la mejor de las opciones...y que el recordara, para salir del inframundo habían varias salidas pero ninguna cerca de donde se encontraban. No por nada se destinada el tártaro a las almas malvadas y a los peores y más desagradables sufrimientos.

No resultaba fácil saber discernir que había por los alrededores si se estaba atento a los peligros que les seguían por lo que simplemente se dejó guiar por la diosa de la estrategia. Confiaba en su criterio para sacarlos a los dos de allí.

- Sea como sea, te sigo. Debemos darnos prisa...

Ante la compleja situación, Apolo trata de otear el horizonte a ver si puede sacar algo en claro, sin embargo la situación de combate no le permite ver más allá de las dos arpías que se interponen entre él y la libertad, pues como sigan retrasándole, finalmente la bandada que se acerca terminará por alcanzarles y será muy difícil superar a tantas a la vez, por muy Dios que sea.

De pronto Apolo ve a Atenea en su forma de lechuza aparecer de la nada prácticamente, pues en un momento estaba alta y lejana y al siguiente había caído sobre una de las arpías, cogiéndola por sorpresa y atacando directamente a sus ojos.  Los gritos de la arpía al verse privada de la vista ensordecían vuestros oídos, e incluso algo de sangre acabó manchando vuestros plumajes.

La compañera de la arpía ciega centró entonces su atención en la lechuza y se abalanzó sobre ella, pero Atenea era más pequeña, más rápida y estaba más alerta, por lo que fracasó estrepitósamente en su afán.

Entonces un grito a lo lejos que creéis que proviene de la oscura criatura que se acerca desde detrás de las arpías capta vuestra atención:

- Abrid paso, inútiles.  Briareo ha prometido una recompensa para quien les de caza y un castigo ejemplar para las demás  ¡Y yo voy a cobrarme esa recompensa! ¡Solo una será recompensada y el resto sufrirá su ira!

Las arpías, que cada vez estaban más cerca de vosotros, tras aquellas palabras sintieron cierto pavor al castigo, mucho más que cualquier gana de ser recompensadas, pues bien conocían cómo se las gastaba el hecatónquiro, quizá por ello comenzaron a volar más rápido y a forcejear entre ellas, chocando y apelotonándose, haciéndose cualquier treta con tal de llegar las primeras...  algunas parecían incluso a punto de atacar a sus hermanas.