Partida Rol por web

El que responde al nombre de Darnor se limita a asentir con la cabeza cuando recibe los cumplidos de los extranjeros. Su padre yace en la carreta cubierto con un sudario y las afiladas palabras del mercader rubio le hacen mostrar una sonrisa amarga. Sin embargo, deja que sean los ancianos los que respondan.

El anciano padre de Varhen se adelanta y habla con una voz fuerte y decidida, como si perteneciera a alguien veinte años menor.

- Os doy la bienvenida a Karia, extranjeros. Es curioso que tanto los enanos como vosotros hayáis llegado hasta aquí siguiendo la estela de los secuaces de Samaliman, el que llora con falsas lágrimas cuando un enfermo que ha sido encomendado a sus cuidados muere sin que pueda remediarlo... o eso dice. Y lo cierto es que el hombre santo de Urox aquí presente, Holguer al que llaman el viejo, y yo digo aquí que solo de cuerpo y no de intelecto, ha sospechado que algo tramaba el meldek con las cada vez más frecuentes muertes de ancianos de la región. El padre de Palgrem no hace mucho que falleció cuando tras enfermar le llevaron a la torre, y ayer le tocó el turno a Garlan, patriarca de los Kelebram. Y siempre los lacayos del meldek actuan con prisas para que cumplamos nuestros rituales con el cadáver, pues según sus palabras podría su pestilencia pasar a los vivos, y nunca dejaban ver el aspecto de los muertos bajo el sudario. Por eso el plan de Holguer era que los enanos tendieran una emboscada aquí como cosa propia, sin que los colonos nos mezcláramos, para aparentar que seguimos ignorantes de sus desmanes ocultos. La idea era que alguno de los mercenarios que escoltaban el cuerpo escapara para informar que un pequeño grupo de enanos les atacó y así que el grueso de sus jinetes salgan de la torre para atacar el campamento de los enanos y entonces caer todos sobre ellos por sorpresa y exterminarlos entre todos. Y después encargarnos de la torre.

Levanta una mano para indicar que aún no ha terminado.

- Y ya de paso el astuto Holguer guardaba un golpe de efecto, revelándonos a todos sus sospechas mostrando el resultado de las artes de los meldeks sobre el pobre Garlan Kelebram, y seguramente sobre todos los ancianos que han ido muriendo en las últimas dos estaciones...

Hace un gesto a Darnor, que con gravedad no carente de respeto, levanta el sudario del cadáver de su padre, mostrando el espantoso aspecto en el que ha quedado tras pasar apenas un par de noches en la torre a la que llegó aquejado de unas fiebres y convulsiones...

Examina el caballo, no sin antes examinar a la belleza salvaje de la mujer que le ha traído de las riendas, y puede comprobar que tiene una herida que juraría es de una de las mágicas armas enanas que tanto estruendo forman al ser disparadas. Sin probarlo, ignora si la magia curativa que conoce tendrá efecto con esas heridas como con las normales. Y tampoco se le ocurre cómo curar al animal con métodos mundanos.

El enano que lidera el grupo de mostalis se gira hacia Argörath por algo que este ha dicho. Parece algo preocupado, y mientras el resto está explicando a los recién llegados los antecedentes que han llevado a todos allí, hace un gesto a sus camaradas para que se aproximen y así discutir en privado.

Krunk, con el ceño profúndamente fruncido mira directamente a Argörath. Baja mucho la voz y habla en mostali, para que si alguien escucha, no haya muchas probabilidades de que les entiendan.

- El que ese Holguer haya saqueado el cadáver del hechicero muerto no me preocupa ahora mismo. Si ese anillo del que se ha apoderado contiene el elemento de oscuridad con el que se ayudaron para cometer el robo del eolipilo como sugieres, supongo que sabrá sacarle partido. Aunque si tú eres capaz de dominarlo, siempre puedes decirle directamente que te lo de. Al fin y al cabo fuerno los certeros dardos de Martilloalto los que lo abatieron, no su cuchillo.

Parece impaciente y cambia de tema.

- Pero vamos Argörath, cuéntanos eso que sabes de una invocación y el Caos en el día Salvaje. Hoy es el día del Viento, así que mañana es el día del Fuego y pasado el día Salvaje... ¡podría estar acabándosenos el tiempo!

El viejo Holguer asiente con sobriedad ante las explicaciones de Heenshen, el mercader que parece liderar la caravana, y luego a las ofrecidas por el buen Helerlavi, uno de los hombres más influyentes entre los colonos de Karia.

Observa solemnemente la prueba fehaciente que su arriesgado plan ha logrado exponer en público, para poner en evidencia el mal que se esconde en estas tierras, en esa maldita torre… todas sus esperanzas para empujar a la comunidad a la guerra se fundamentan en ella.

Y cuando todos han contemplado la aberración provocada por las nefastas artes de esos meldeks, se dirige de nuevo a los recién llegados, sonriendo levemente, tal vez para intentar parecer afable… sin embargo la mueca que asoma en sus labios todavía no va acompañada por un cambio en la expresión de la escrutadora y gélida mirada.

- Antes de hablar nada más, me parece correcto que como sugiere Crisol Hirviente, nuestro aliado mostali, sea el portador de la muerte que os acompaña quién se encargue del prisionero – sugiere implacable, aunque con un tono engañosamente suave, exigiendo que los recién llegados se manchen las manos de sangre – Sería un riesgo demasiado grande para todos nosotros mantenerlo con vida ahora mismo, podría poner en peligro nuestro plan… y las funciones de ejecutor no son ajenas a los fieles de La Espada.

Durante sus muchos años combatiendo al Enemigo ha luchado en más de una ocasión hombro con hombro junto a los humaktis y conoce sus métodos y rituales ante una ejecución sumaria, así que podrá constatar si el aludido es realmente quién dice ser. Y además, con ese gesto simbólico les obligará a tomar parte directamente en esta guerra, no hay mejor manera de sellar un pacto que cobrándose la vida de un enemigo. Por no hablar de que si como dicen han viajado juntos, compartiendo la hoguera de campamento con esos meldeks, necesita una prueba palpable de dónde están realmente sus verdaderas lealtades.

La sangre es más fuerte que las palabras. Urox lo sabe bien.

- Te diré todo lo que sé, aunque me temo que no sea mucho - responde Argörath en el lenguaje de Mostal - En mis viajes  oí hablar de un poderoso conjuro que permitiría invocar a una criatura compuesta de esencia pura del caos - Hace una pequeña pausa como ordenando sus pensamientos y continúa - Dicha entidad tomaría forma y capacidades de las razas cuyos objetos robados se sacrifiquen en el ritual; que debe ser realizado en el dia Salvaje y en el cual se debe sacrificar como mínimo un objeto fuertemente ligado a una de esas razas, para que la criatura obtenga forma y poderes de dichas razas. Además en dicha invocación sería necesario el sacrificio de una criatura manchada por el caos... -

Groth escupe al ver el aspecto del cadáver. Sus percepciones no le fallaban cuando compartieron viaje con los habitantes de la Torre. Hace un gesto supersticioso y una mueca de repulsión. 

- ¡Esto apesta a nigromancia! -gruñe, asqueado y añade con mirada torva- Y estaré encantado de concederle el Don de Humakt al prisionero.

Desciende del carro mientras saca la daga de su funda. Se inclina sobre su víctima y parece pensárselo mejor por un momento.

- ¿Lo habéis interrogado? Imagino que tenéis acceso a la Torre, pero tal vez este tipo pueda decirnos algo que no sepáis y que nos ayude a tomarla. Recordad que ni los lugareños ni nosotros somos considerados todavía sus enemigos y tal vez podamos acceder al interior de forma encubierta -acerca el filo a la barbilla el cautivo- El Don puede ser concedido de muchas maneras, amigo, puede ser rápido, o lento... tuya es la decisión.

El soldado no parece en absoluto dispuesto a morir por la causa de sus patrones...

- ¡No es necesario que me matéis, yo solo cobro una soldada por hacer un trabajo duro! -arrodillado como está, mira a unos y a otros buscando comprensión- Yo... no sabía de... eso... -dice señalando con las manos atadas el cadaver de la carreta-. No sabía que los monjes eran unos galvostis depravados... ¡lo juro!. ¡Me marcharé!, ¡me marcharé para no volver!

El mercenario traga saliva y mira los gestos fríos y duros de los que les rodean...

- En cuanto a la torre... no puedo ayudaros... no sabría cómo hacer que entrárais. No hay puertas ocultas... ni ventanas por donde colarse con una cuerda y un garfio. ¡Tenéis que creerme!

El mercenario hace una mueca y se acerca más al soldado. La punta de la daga le roza la nariz.

- ¿Galvostis? ¿Y qué coño es eso, amigo? ¿Y no sabes cómo podríamos entrar? Tendrás que darme algo más si quieres que termine rápido -mira a su alrededor, como buscando algo- ¿Este imbécil llevaba una espada? Con el cuchillo puedo cortarle a trocitos, pero necesitaré una espada para acabar con él adecuadamente, y no me apetece ensuciar la mía...

El mercader se sobresalta al ver el cadáver espantoso del difunto Garlan y exclama un grito ahogado. Mientras Groth interroga al prisionero, Vaerles empieza a comprender las sospechas de Holguer, Helerlavi y los demás. Recuerda las vendas que cubrían a los conductores silenciosos de los carros de los mercenarios de la torre. Por todas las estrellas... -murmura-. Así que el tal Samaliman es un nigromante y está intentando crear... muertos vivientes con los enfermos del lugar... -afirma para sí, sorprendido, con la vista fija en el suelo. Entonces -reflexiona-, podría ser que lo que robó a nuestro patrón y a esos trolls sea lo que necesita para perfeccionar su magia oscura...

Escuchando como los grupos piensan de manera similar, se centra en el animal herido. La forma en que los Humaktis abrazan la muerte siempre le ha sobrecogido, prefiere estar ocupado en otras tareas.

Como no sabe cuanto tardarán en enfrentar al enemigo, no quiere malgastar su energía mágica, intentará mejorar la herida del caballo con el mínimo poder necesario, como ya ha probado en alguna ocasión con su yegua. Así, aunque no se recupere por completo, quizá cierre la herida y no empeore. Lo ata a una de las carretas de los extranjeros, también a su yegua.
Deposita en el suelo varias pertenencias pesadas que pueden molestarle para conectar con el aliento de sanación, calma al caballo ofreciendole un poco de agua en su propia mano, lo acaricia, le susurra e inicia el pequeño ritual.

Al tener éxito al primer intento, esperando a ver si tiene algún efecto positivo, mientras todos prestan atención al soldado, decide debilitar un poco su aura para fortalecer el cristal que porta colgado al cuello.

Bosporus escuchando las palabras de unos y otros baja de su caballo al mismo tiempo que el humakti y con un paso seguro hacia el prisionero saca la espada y lo señala hasta quedarse justo delante de el. El humakti con su daga en el cuello del prisionero intenta sacarle informacion. Pero Bosporus no tiene paciencia para eso asi que le dice a Groth - Amigo mio... hazlo ya o sere yo mismo el que le muestre el camino al infierno.

El viejo uroxi se sonríe ante la cauta actitud del seguidor de La Espada. Durante su larga experiencia vital ha llegado a conocer bien a los humaktis, aunque nunca haya logrado acabar de entenderlos del todo, siempre tan absurdamente atados por sus deberes, votos y restricciones. Algunos se niegan tercamente a participar en emboscadas incluso cuando son lo más conveniente, otros no vulneran jamás la palabra dada, aún cuando fuera ofrecida a un enemigo que demuestra no tener honor ni dignidad... y por tanto no merece recibirlos. Algunos incluso renuncian a los placeres más sencillos de la vida, como el sexo o el alcohol, llevados obsesivamente por la solemne sobriedad de su función como heraldos de La Muerte. Y todos ellos, sin excepción, siempre parecen empeñados en discernir la verdad última de las cosas, como si importase realmente perder el tiempo en todo eso.

Porque sólo hay una verdad relevante en el universo: saber identificar al Enemigo, darle caza sin piedad y descargar sobre él una violencia infinita, sin límite ni freno, hasta asegurarse de haberlo erradicado definitivamente. Todo lo demás es una absurda pérdida de tiempo…

Éste muchacho en particular parece muy interesado en interrogar al prisionero, averiguar cuánto sea posible antes de darle el don de la Muerte. Se diría que al menos suena bastante pragmático, aunque en el fondo sólo le está dando vueltas a detalles sin relevancia. Holguer prefiere la actitud del hombretón corpulento que se ofrece a continuación para acabar el trabajo él mismo. En realidad, tanto da de dónde venga ese tal Samaliman el Compasivo, sabemos a dónde vamos a enviarle… ¡Con eso basta!

- Pregunta todo lo que quieras, pero el final sólo puede ser uno… – grazna el viejo con una voz ronca y desagradable, confirmando una irremediable condena – Algunos de los colonos de Karia, llevados por el engaño, colaboraron en la reparación de esa vieja torre antes de que la ocuparan los meldeks, así que tenemos toda la información que precisamos… y si nuestro plan funciona como debe, conseguiremos atraer a la mayor parte de sus tropas a la Cañada de la Serpiente – afirma señalando el corredor rocoso en el que se han refugiado los mostalis – Vendrán a dar caza a los señores enanos que les han atacado, pensando que actúan en solitario… y se verán obligados a dejar atrás sus monturas para adentrarse en ese terreno agreste. Entonces nosotros caeremos sobre su retaguardia, asegurándonos de que no pueden retirarse y ante todo de que no aprovechan las ventajas de la caballería.

El plan es simple pero parece bien trazado, es bastante probable que funcione…

- Incluso podríamos aprovechar los uniformes que hemos obtenido de algunos de sus caídos para acercarnos a los guardias que custodien las monturas y eliminarlos, para luego espantar los caballos antes de lanzar nuestro ataque – su sed de sangre es manifiesta – Mientras logremos que permanezcan a pié, ni uno sólo de ellos logrará regresar con vida a esa maldita torre – y concluye con malicia – Ya veremos cuanto es capaz de resistir ese Samaliman sitiado allí casi en solitario, sin soldados que le defiendan…

La voz del enano truena, casi cortando la de Holguer. Parece haber terminado de consultar con sus camaradas enanos e interrumpe la conversación sobre la suerte del prisionero y los detalles de la torre.

- Puede que ese hechicero que llora lágrimas falsas no sea el que necesite contar las horas con preocupación, sino nosotros. Al parecer, tras conocer Argörath las causas que han traído aquí a los extranjeros que acaban de llegar a nuestra presencia, ha estado atando cabos y ha hecho un descubrimiento inquietante. Según dice, durante sus estudios alguno de los maestros de los que ha aprendido le habló de la existencia de un siniestro y maligno conjuro que permite invocar una criatura compuesta de esencia pura del Caos. La criatura tomaría forma y capacidades de las razas cuyos objetos robados, fuertemente vinculados a esas razas, se sacrifiquen en el ritual. El ritual al parecer se hace en el día Salvaje y también incluye el sacrificio de una criatura manchada por el Caos, además de la destrucción de los objetos.

Asiente ensimismado, repasando los acontecimientos una vez más.

- El robo de un eolipilo mostali y de un ídolo uz, que son objetos fuertemente ligados a las respectivas razas; y lo que quiera que hayan robado a vuestro patrón -dice mirando a Heenshen- seguro que también lo será. Es el día del Viento, así que mañana es el día del Fuego y pasado el día Salvaje... ¡si el hechicero y sus lacayos ya tienen todo lo necesario puede que tengamos poco más de un día para impedir sus planes!

El anciano añade algo, preocupado.

- Dos carretas más salieron y regresaron antes que esas otras tres de las que habláis, y que habéis seguido hasta aquí por distintos senderos. Puede que también esas dos cumplieran encargos relacionados con ese conjuro del que hablas, maese Krunk. Quizá capturar una criatura manchada por el Caos para el sacrificio... quizá más robos de otros objetos ligados de alguna forma a otras razas.

Las revelaciones ofrecidas por el mostali más versado en la magia tienen un efecto demoledor sobre el veterano Señor de las Runas de Urox, que parece hundirse en la desesperación… toda su firmeza y gélida templanza se evaporan apenas en un instante, para dar paso a una rabia sorda que le hace enrojecer y rechinar los dientes, con las venas del cuello muy marcadas, incluso le cuesta controlar su propia voz:

- ¡ESO NO PUEDE SER! – exclama en un ahogado gruñido – Esos malditos meldeks son expertos en la guerra de asedio y si no logramos sacarlos con nuestra treta… si se refugian en esa torre, recién restaurada y con las despensas llenas hasta los topes, no podremos sacarlos de ahí en varias estaciones… o quizá nunca, pues nuestra gente tiene que mantener a sus familias, trabajar sus tierras, no pueden sostener un verdadero sitio.

La verdad es que si la situación fuera realmente como acaban de plantearla, el ataque frontal es la única opción, pero ante un grupo de soldados veteranos y bien organizados que defienden una fortificación como esa, no tienen nada que hacer… por no contar la magia negra que los meldeks pueden llegar a descargar sobre los atacantes desde la seguridad de su refugio… ¡Parece una batalla perdida!

- Por ahora nos atendremos al plan previsto – el desesperado uroxi responde cerrándose en banda, refugiándose en las estrategias que ya tenía trazadas, ante su impotencia para idear otras nuevas, aun sabiendo que si lo que han dicho sobre la inminente invocación es cierto los meldeks podrían muy bien enrocarse en su posición e ignorar la provocación que supone el insignificante ataque lanzado por un puñado de enanos – Continuamos necesitando el apoyo de la población local, de todos los buenos colonos de Karia… y debemos aprovechar el funeral de Garlan Kelebram para celebrar un Concilio.

Dicho esto, se vuelve hacia Palgrem y le susurra:

- Tenemos que avistar a Sökendal para que acuda a la Colina lo antes posible – le ruega a quién fue el primero en acogerle y prestarle ayuda en estas tierras – Además, necesito mis armas, todo mi equipo… la guerra se acerca.

La hipótesis que estaba tomando fuerza ahora helaba la sangre a Arbar.

¿Esencia mostali mezclada con caos?

Definitivamente este mundo necesita ser arreglado... Y de manera urgente.

Sonríe con sorna al escuchar al mercader. El bueno de Groth sabe que en estos casos la paciencia es una virtud, y la frialdad una victoria.

- ¿Oyes eso, amigo? -golpea distraídamente su muñequera con la parte plana de la hoja de la daga- ¡Quieren terminar con esto rápido! ¿Hay alguna razón que no sepamos para no enviarte a los brazos amorosos de Humakt? ¿Nos puedes meter en esa torre de alguna forma?

El mercenario no es un cobarde, y ya lo demostró con los trolls, pero tampoco es un salvaje estúpido. Humakt favorece a los audaces, pero también a los inteligentes. Y un ataque frontal contra una fortificación sin armas de asedio y con la amenaza añadida de poderosa magia en ciernes no tiene demasiado sentido.

Pero si al menos unos pocos de ellos pudieran colarse dentro...