Partida Rol por web

El pirata continuaba vigilando. Eso le recordaba sus tiempos de grumete y las horas en vela en lo alto de la cofia. 

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   Tras guardar rápidamente los libros, miro e intento encontrar el que creo, un acceso, pero es inútil, así que a la despesperada, me confío a la suerte y empiezo a palpar casi a ciegas el posible acceso y casi cuando estaba a punto de rendirme... encontré algo...

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Estaba claro: alguien se acercaba. No es que alguien hubiera detectado vuestra presencia, pues os habíais tomado las suficientes precauciones como para evitar ser vistos, pero alguno de los vecinos de Puiggraciós se acercaba. Era normal, todos congregados allí arriba, tal vez alguien bajara hacia su hogar. Sin embargo, parecía dirigirse a la vivienda de Adelaida, donde Eguzki estaba. Quizá fuera un vecino o tal vez su trayectoria acabara en esa casa. Lo que estaba claro a tus ojos era que Eguzki podría estar comprometido (más bien su discreción dentro del hogar de la bruja).

Palpabas a ciegas, o casi a ciegas. Sabías que allí abajo había algo, y marcharse de allí con las manos vacías era un sacrilegio casi. Por tanto, que con tanto empeño que le pusistes, tus dedos lograron encontrar la rendija donde poder clavar tus uñas. Con suma fuerza tiraste hacia arriba de ella, haciéndote daño en tus dedos. Sin embargo, un cuadrado que hacía de falso suelo de madera logró elevarse por tu búsqueda incansable, y viste que unas escaleras de madera muy toscas bajaban a un sótano... ¡Allí! ¡Un sótano en mitad de la aldea! ¿Acaso Adelaida tendría algo que esconder o era tal vez una verdadera bruja?

Entregué las armas a Sebastián, no hacía falta que hablara para saber que había sido imposible ni siquiera negociar un aplazamiento, pues los gritos del lancero habían traído la noticia a la que la multitud había respondido con algarabía exigiendo la quema de la bruja.

Podíamos tratar de rescatarla, pero dos caballeros contra varios soldados y todo un pueblo congregado apoyándoles era una empresa demasiado grande que no podía salir bien. Miré al santiagués.- Se ha intentado. Solo espero que aún podamos encontrar lo que necesita Don Alejandro.

Había sido imposible. Habló Sebastián a Dalmau mientras recuperaba sus armas, montura y pollito de reata.

-No han querido atender, incapaces de ver la verdad- y es que el de la Torre no tenía por costumbre mentir, sabía que era pecado. Pero toda ley tiene su laguna, un margen por el que poder entrar a jugar. Adelaida estaba gritando, se intentaba zafar. Sentía como un poder divino le imploraba que actuase. No había otra amenaza para nadie allí que no fuesen las llamas para Adelaida, la bruja con los cabellos de fuego. Y sí, seguramente bruja fuese, ¿por qué la quemarian si no fuese así? Pero todavía tenía designios que cumplir. 

-Hay que detener esto- declaró a Font de Tossa -sé que es de vital importancia que no arda hoy. Ya os pondré al corriente de un asunto después- no era plan de mostrar un objeto divino allí, ante todo el gentío. Aunque quien sabe... ¿Y si resultase ser capaz de dominar la voluntad de los mortales? Negó para si con la cabeza, si el Señor hubiese querido eso no hubiese otorgado el libre albedrío a la humanidad, no habría lugar al debate de si hacer el bien o el mal. 

- ¿Está conjurando? Temo que utilice las llamas de la pira para hacer arder a todo el pueblo junto con todos sus  habitantes. No sería la primera vez, lo mismo ocurrió en Maratá- y ahí estaba, el vacío legal aprovechable. Pues Sebastián realmente creía que Adelaida pudiese estar conjurando en sus gritos, o tal vez solo fuese víctima del terror. Si bruja era lo lógico sería que conjurase contra todos los presentes. Y también temía que todo ardiese, aunque no por Adelaida, si no por el demonio que ya habían visto otras veces, que sucediese lo mismo que en Maratá o en el convento. Pues cuando sentía la sortija nada bueno estaba por llegar. 

En esta ocasión habló para que los aldeanos que les rodeaban le oyesen, quizás se asustasen lo suficiente como para implorar aplazar la quema, tal vez todavía pudiesen hablar con la bruja. Segurente muchos de los congregados en la plaza hubiesen tenido ya noticias de Maratá calcinado. En cuánto a Adelaida, si tuviese la medicina ya hecha en su casa podían encontrarla, de alguna pista disponía, pero si debía realizar la fórmula, entonces, muerta, iba a resultar extremadamente difícil. 

Y a todo esto ¿dónde estaban Eguzki y Damià? Si debiesen salir a pleno galope supondría dejarlos atrás. 

El pirata se asomo para ver quien era la persona que se acercaba y como abordarla mejor. Puede que fuera una campesina y solo tuviera que hacer uso de la labia, o puede que fuera un guardia y tuviera que improvisar alguna que otra treta. Lo que tenia claro, era que los cuchillos serian su ultima opción. 

Te asomaste al exterior, por la parte trasera, a través del acceso por el que habías entrado en la casa de Adelaida. Allí no había nadie. Damiá debía haber ido a algún lado, pues ya no estaba junto a la tapia, vigilando. Sin más tiempo que perder, descendiste hacia el sótano, pues alguien podría pasar por allí en algún momento (amén de entrar en casa de la bruja para saquearla, si es que no lo habían hecho ya).

Tras bajar las escaleras del acceso secreto te encontraste en un lugar oscuro y a tientas... Allí no se veía nada. Palpaste un poco, para saber si había objetos cerca, y notaste una mesa o un escritorio (no sabías muy bien qué).

Al girarte tras escuchar unos pasos y algunas vocecillas ahora que se acercaban, te asomaste para descubrir tus identidades. No veías muy bien quiénes eran, por lo que te acercaste un poco, por la misma zona donde os habías situado antes de acceder por la parte trasera a la casa de Adelaida. Dos muchachos venían directamente a la casa de la bruja.

-Tal vez guarde algún tesoro -decía uno, que debía tener unos diez u once años-.
-No lo creo, las brujas no tienen tesoros... tienen cucharas encantadas, y ungüentos para llamar al demonio... entremos pues... -dijo, ordenando al pequeño-.

Ambos se acercaron a la puerta delantera, la principal, aprovechando que el resto del pueblo estaba en lo alto del cerro contemplando el fuego purificador de la hoguera. Cuando ambos comprobaron que la puerta estaba cerrada, se dispusieron a dar la vuelta, por el mismo lugar en que tú estabas, tal vez para entrar por la parte trasera.

Entonces te vieron, pues habían llegado corriendo.

Ambos se quedaron perplejos.

No esperaban ver a alguien allí, en la oscuridad, el cual ahora les observaba.

Tras entregar sus armas a su compañero Sebastián, el caballero Dalmau no tuvo reparo en dejar que aquella mujer fuera quemada, cosa que parecía inminente ya. Sin embargo, el de la Torre Quebrada parecía no estar por la labor (o al menos eso pensaba) en dejar allí a la mujer, a punto de ser abrasada. Mientras trataba de infundir algo en los aldeanos cercanos (suponiendo el poder de la bruja del estrado) Adelaida fue llevada junto al poste de la pira. Se la ató, le fueron arrojadas objetos desde el expectante público (alguna que otra piedra incluida) y finalmente, cuando estuvo retenida de pie en el poste, una antorcha llevaba por uno de sus captores se colocó a los pies de la mujer. La intención es que comenzara a arder... y así fue. El fuego había comenzado, y la mujer miró las primeras llamas cerca de sus pies.

El presente de Sebastián comenzó a apretarle en el dedo... Y le hacía algo de daño, algo de presión. Por su parte, ni Eguzki ni Damiá estaban por allí, ¿dónde diantres se habrían metido? (tampoco era tan difícil reconocer una cara conocida en aquella aldea, pues no había mucha población).

Sebastián hizo una muy leve mueca, ¿tal vez le molestaba el olor a tocino que emanaba de aquellas piras o era el dolor en su dedo? No lo podía creer, ¿realmente le estaban pidiendo aquello? Si así era no podía desoírlo, si le habían escogido a él tenía que ser por alguna razón. 

Miró a Dalmau con una seriedad profunda.

-¿Dónde están los otros dos?- preguntó nervioso. ¿Y si malinterpretaba la señal? ¿Y si no debía centrarse en Adelaida si no en sus compañeros? Y sin embargo no había tiempo.

-Vive en una casa llena de gatos. Lo lamento compañero, pero debo hacerlo. Que Dios nos ayude-

Inmediatamente clavó los talones en las costillas de Tormenta, la yegua salió de parada al galope en dirección a la pira. Sebastián pretendía desembainar su espada, cortar las cuerdas y llevarse a la bruja como un fardo sobre sus rodillas, saliendo al galope de aquel pueblo. No iba a ser fácil, por eso había que ser rápidos y aprovechar la confusión y la sorpresa, sin embargo era muy posible que terminasen tachándole de hereje y condenándolo también.

Así que venís a robar a una pobre mujer. Dijo mientras ponía los brazos en jarra e iba buscando una posición para alcanzar a los chicos en caso de que decidieran huir. Si los chicos huían podrían avisar al resto del pueblo. ¿Qué veníais a buscar? Si me contáis todo los que sabéis sobre la señorita que habita esta casa, os dejare marchar sin más problemas.

Están en la casa de Adelaida buscando el brebaje.- Le dije a mi compañero en un susurro esperando que el tumulto del gentío que nos rodeaba ocultara mis palabras.

Noté a Sebastián nervioso. Nuestra misión, ni la de nadie temeroso de Dios, podía ser rescatar una bruja de la hoguera. No habíamos estado en el juicio y desconocíamos las pruebas presentadas igual que los hechos que se le acusaban. Si Adelaida había sido condenada, bien probable es que fuese una bruja. Y si tras rescatarla de las llamas embrujaba a otro hombre, ¿Qué sería de nuestras almas?

¿Has perdido el juicio?- Pregunté cuando el santiagués imploró ayuda a Dios con ánimo de rescatarla.

Por un aliento profundo, tal vez una inspiración interior, o una señal interpretada a su manera o a la manera de cualquiera (que muy fácil y falaz es el hablar a las bravas), Sebastián de la Torre Quebrada, instantes después de escuchar de boca del caballero Dalmau que sus otros dos compañeros estaban en casa de Adelaida, espoleó su yegua. Dalmaun vio todo y se sorprendió tanto como las gentes allí congregadas, y aunque exclamó la prueba de su incredulidad para con su compañero, el caballero Sebastián ya había envalentonado a su montura.

Enseguida, Tormenta se encabritó y se hizo paso entre la gente, que a su vez comenzaron a gritar y a hacerse a un lado. El caballo empujó a algunos de los presentes, y en menos de lo que cantaba un gallo se colocó delante del estrado, junto a Adelaida y junto a la pira, y los dos tipos que allí estaban a su lado (soldados seguramente del Baile), no reaccionaron (al menos de momento) ante la incredulidad de aquel rescate... ¡Un caballero religioso, monje de espada y espuela, tratando de salvar a una bruja!

Entonces el Baile salió al balcón donde lo habíais divisado al comienzo. Vio a Sebastián delante de las pira y las primeras llamas, enarbolando ya su espada para cortar las cuerdas y tratar de rescatar a Adelaida, y entonces dio una orden a sus soldados (que aún estaban dentro de la vivienda donde se habían reunido con "el salvador", y que aún no habían salido).

¡Pero esto qué es! -gritó el de Olot- ¡Atrapad a ese demente! ¡Atrapad a ese hereje! ¡SOLDADOOOOSS!

Uhm... no, bueno... esa mujer es una bruja -aclaro el mayor-. Quien roba a una bruja es como si roba a un ladrón, no hay culpa alguna... -entonces bajó sus cejas un poco-. ¿y tú quien eres? -preguntaba, entre intrigado e indignado por si ya habías saqueado tú su vivienda-. Pero antes de que pudieras contestar escuchaste, y los dos niños también un alarido en lo alto del pueblo. La muchedumbre comenzó a gritar arriba, en la "fiesta" que se celebraba en Puiggraciós. Algo ocurría allá arriba, y los dos muchachos desistieron de su intención de latrocinio, y corrieron calle arriba, pisoteando el barro y la nieve acumulado al borde de las viviendas.

Acto seguido, oíste los cascos de un caballo. Procedía de lo alto del cerro, en la plaza. En pocos segundos, viste a una montura bajar al galope, asustada. ¡Era el caballo de Sebastián! Pasó de largo la vivienda de Adelaida, perdiéndose calle oscura abajo...

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   Tras barruntar si no se habría metido en algún problema, pues nada veía... pero tampoco oía nada... misterios, con lo mal que se me dan a mi los misterios.

   Pero el tiempo corre, y no había mayores que dijeran que facer o desfacer al pobre Eguzki, así que hubo que tomar una decisión. Volví lo más sigiloso que pude a la trampilla, deteniéndome sólo un momento para acariciar a algún gato que hallara de camino. Me introduzco de forma sigilosa en ese sotano y cierro la trampilla tras echar (antes de cerrar) la alfrombra que la tapaba por encima. De forma que más o menos este disimulado.

   Ya abajo, pues enciendo el mio candil, que esos felinos de arriba verán bien a oscuras, pero yo... no.

   La mano bien agarrada en el talismán Cruz de Caravaca que estaba bajo mis ropas.

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