Partida Rol por web

Me desperté desorientado, aún sin saber si había sido víctima de un extraño sueño o en verdad había sido visitado por ángeles. El anillo estaba en mi mano, eso era indudable, pero las advertencia de estos me instaban a viajar en otra dirección distinta de la que la noche anterior se había hablado.

Recé unas plegarias matutinas para templar mi confundido espíritu antes del desayuno y, cuando me reuní con el resto de compañeros, evité hacer mención alguna a sueños y alhajas, si bien mi mente seguía turbada.

Traté de disfrutar de los alimentos que tan buena pinta tenían tras una noche que no parecía haberme servido para descansar demasiado bien y, sabe Dios, que algo así no era fácil de ocultar. Estar entre soldados bien le hacía sentir algo más cómodo pero era evidente que después de los sucesos del día anterior y el encuentro con el maligno, ninguno parecía estar con ánimos.

Traté de mezclarme con ellos para conocer más detalles acerca de la vida de don Alejandro y su esposa, pero poco pude descubrir. Durante esta charla lancé una pregunta al vuelo, como no dándole importancia: - Sant Pere de Clará ¿por dónde queda?

Una vez en la habitación que se nos dispuso para pasar la noche, me quité la ropa más pesaba. Al ver llegar a Eguzki me incorporé para escucharle mejor y acepté un poco más de comida y vino...pues con el susto del demonio no habíamos podido cenar agusto.

La cama se resultó cómoda, había dormido en sitios muchos menos delicados. Dormí más o menos bien, aunque a media noche me desperté sudando por un mal sueño que aún recordaba, pero que no quería contar en las paredes de ese castillo, esperaría a estar solo con mis compañeros y fuera de esas paredes. Al día siguiente todos bajamos al gran salón donde servían el desayuno, bajabamos como cinco perros que persiguen el olor de la comida, pues algo así.

En el salón se nos acercó de nuevo el estirado médico para darnos las últimas instrucciones del viaje que aquella misma mañana íbamos a hacer. Nadie mentaba al demonio cabrío, ni el médico, ni los criados...y aquello no hacía más que aunmentar mi desconfianza.

Me dedique a comer todo lo que pude y al ver a mi compañero Eguzki guardar comida, hice lo mismo...al sabio curandero no se le escapaba una. Guardé algunas piezas de fruta y lo que pude pillar. Intenté conversar con los demás sirvientes que estaban sentados y que al igual que nosotros no paraban de comer y pareció que le caí en gracia a una de las criadas, pues estuvimos un ratillo hablando- Dicen que la señora Barbara esta mejor, las raíces parece que han servido pa algo. Ahora nos han mandado a por un brebaje que parece ser hace milagros y allí que vamos...algo asustados por si nos vuelve a salir la criatura de anoche, ustedes habían visto cosa igual alguna vez por aqui? Nadie dice nada...al ver que la criada me seguía la conversación, le pregunté por el ser de la noche anterior, esperando que me pudiera contar algo. 

Con el estómago y el zurrón lleno, salimos a la calle. Allí estaba el carro, me asomé para ver si entrabamos todos, o tendríamos que ir en turnos.

Dalmau no obtuvo respuesta, puesto que el médico ya se había marchado*. No obstante, no le supo a bien algo que había pasado la noche anterior. Sin embargo, el médico también había salido de la sala en pos de llamar a más criados para recoger los cadáveres cuando sucedió la aparición. Cuando dijo que "había estado ocultando información", los soldados que había a su alrededor le miraron con cierta expresión de sorpresa, y siguieron comiendo. Por la sala cruzaron algunos criados, y pudísteis todos oir que los soldados iban a a ser enterrados en una campiña no muy lejos del castillo, todos juntos. Eguzki, el curandero, intentó también charlar con la tropa allí presente, pero fuera por su aspecto o porque era un tipo bastante peculiar, no obtuvo casi respuesta (tan sólo se limitó a asentir uno de ellos). Ninguna mejor suerte tuvo Sebastián**, una vez se mezcló con la soldadesca en torno a la mesa del desayuno. Tan sólo alguien "rumió" que Sant Pere de Clará era el próximo pueblo en dirección al noroeste de Burriac. Y que no tenía pérdida. Ello lo oísteis también todo, y recordásteis que el destino donde debía estar el brebaje, Sant Cristofol de Monteugues, también estaba en esa dirección. Al final de la mesa, en el otro extremo que sus compañeros ya citados, se sentaba el pirata Gavinet y el almogávar Caitán. Éste último que pareció caerle en gracia a una de las sirvientas, y que se puso a charlar con ella.

La sirvienta te contó, cuando tú le hubistes de preguntar por doña Bárbara, que, según había oído a otros criados, la esposa de don Alejandro gritó varias veces durante la noche. Y que gritó un nombre: Leonardo. Además, que la joven Montserrat, la hija del noble matrimonio, no se separó de su madre en toda la noche.

Luego, cuando hubieron dejado de charlar, y todos invertísteis un tiempo en desayunar, que salísteis al patio de armas (Caitán se dió prisa en ser el primero), y que allí vísteis a un muchacho que estaba atando los cintos de las dos mulas. Detrás de ella había un gran carro preparado con bultos bajo mantas (serían las provisiones del viaje). Tras acercaros, el muchacho, encargado de las cuadras, se dió prisa por traer los dos caballos de los dos caballero militares; y el pollino de Damiá. De esta manera, las provisiones, Caitán y Eguzki, podrían ir sobre el carro holgadamente. Entonces, el joven os indicó lo que allí habían dispuesto, por órden y mandato de don Alejandro:

-Ollas, cazuelas y diverso material para cocinar.
-Una manta por cabeza, oséase, cinco.
-Alimentos, varios sacos, uno de 5 Kg de arroz, otro de 3Kg de lentejas, otro de 2 Kg. de alubias, 1 jamón y dos ristras de morcillas.
-Cuatro lámparas, de aceite.
-30 metros de cuerdas dispuestos en tres fardos de 10m.
-Un juego de 5 antorchas.
-Un pico y una pala.
-Un mapa detallado de la ruta a seguir.

Mientras estábais ya revisando todo el material de la carreta (del cual, por cierto, hubísteis de pensar que era más de lo que necesitaba, y que aquello debía ser casi Navidad), que Dalmau, antes de subirse en el suyo caballo, vió debajo de una madera suelta un pequeño rollo de pergamino, el cual cabía una mano. Tras desenrrollarlo, hizo acopio de su cierta sapiencia en el arte de leer y escribir, y leyó para todos lo que allí ponía en una tinta muy bien caligrafiada:

Después de leerlo, que todos hubísteis de entender que teníais un camino por delante, y que parecía que teníais cierta "madrina" desde aquella hora de partir, bajo el entorno y paisaje nevado, de Burriac. Entonces, en cuanto el rastrillo de la puerta de entrada se elevó y la compuerta se abrió, comenzásteis a descender la resbaladiza cuesta que bajaba al pueblo. Todo direccion noroeste.