Partida Rol por web

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   Atento como estaba a la historia del anciano, no reaccione cuando el techo se derrumbó y maldito de mí, se lo llevaron, sólo un magro consuelo de que no moriría, quizás, si estaba en lo cierto. Pero la certeza de que sería torturado no alivió mi espíritu.

  - Dalmau, Damiá, ¿piensan lo mismo que yo? - mientras me apresuro a recoger el bastón que tanta sangre está derramando, - que este anciano es hombre del pacto original, que envejece pero no muere, el que nombró ese ser del averno como Josué ben Jonás y esa que era su mujer, separada ha, es la vieja de las montañas, la que se presentó como Carme... -

   Mientras aseguro el bastón que tan importante es, me dirijo a mis compañeros. - Auxiliemos en la medida de nuestras fuerzas a los hermanos y vayamos raudos en busca de los demás, y Don Dalmau, por lo más sagrado, ¡no mencione las marcas de su pecho! Quiera dios que no seais vos el poseido de la familia que nombró este hermano. -

   Intento ayudar en la medida de lo posible a los hermanos, antes de prepararme para partir.

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Las palabras con las que terminó aquel anciano su relato no le dejaron indiferente.
De algún modo sabía que lo que contaba era real, que toda esa historia de demonios y maldiciones era cierta.
Y también supo, o creyó saber, que aquel anciano no era si no el monarca del que hablaba en su relato.
Y lo más preocupante, esa marca en su pecho... ¿tenía acaso él algo que ver con esa historia? ¿Era posible que sin saberlo fuera el heredero de esa historia?...

Sea como fuera, el techo voló por los aires, y mientras se recuperaba de la explosión, el anciano fue secuestrado por aquellas sombras... sin que Dalmau entendiera cómo eso era posible.
En todo caso, antes de desaparecer de su vista, el anciano dejó caer una vara y pidió que se la entregaran a Sebastián.
Dalmau dejó que fuera Eguzki quien la tomara, pues él aferró de nuevo su montante.
Las palabras del curandero se encontraron con un asentimiento por parte del caballero.
Sí... parece que el anciano era el propio Jonás del relato... ¿qué demonios eran esas sombras?... entonces, si la señora Carme era su esposa... quizás aún pueda sernos de utilidad...
Y faltaría saber qué es el ungüento que nos han enviado a buscar...
Lo que tengo claro es que por ahora será mejor no contar esto a nadie más que nuestros compañeros. dijo, ante el claro riesgo no sólo de que les llamaran locos, si no de que más seres malignos fueran contra ellos.

Deberíamos ir a ver si Sebastián y compañía están bien... dijo, comenzando a correr hacia el último punto donde los había visto.

El capitán estaba anonadado por el relato del anciano, parecía un cuento de sirenas y serpientes marinas. Cuentos de fantasía que el capitán nunca había creído, pero después de los acontecimientos acaecidos en estos meses estaba más dispuesto a creer. ¡Válgame dios! Esto debe ser cosa del dimonio, y puede que sea el mismo dimonio que ha maldecido al pueblo de Burriac. Busquemos a nuestros compañeros y ayudemos a estos pobre hermanos que han sufrido en sus carnes una maldición que no les atañe.

El primer ataque no encontró su destino pero, por suerte, los rivales tampoco parecían muy diestros en la lucha y en principio debían suponer una amenaza menor al no portar arma alguna. Lo mejor que podían hacer era abatirlos cuanto antes para poder seguir ayudando a los demás monjes.

En esas cavilaciones estaba, y dispuesto a arremetar nuevamente contra aquel ser, cuando una explosión rompió si cabe aún más lo que debería ser un remanso de paz y tranquilidad como esa abadía.

El suelo aún temblaba, y sólo Dios sabe cómo Eguzki tenía esa facilidad para hilar toda aquella historia contada con sucesos que ya sabíais entre la cantidad de polvo, piedras y muros caídos en derredor (aparte de suelo aún tambaleante). Éste tomó el bastón, y sabiéndose el caballero Dalmau el posible heredero del linaje maldito (¿acaso sería así por tales marcas en su pecho?), que el Gavinet estaba también convencido que Burriac soportaba carga de maldición. Los tres salísteis entonces del derruido hospital, mientras algunos hermanos estaban recogiendo los cuerpos de los suyos malogrados. Una vez afuera, mientras corríais detrás de la iglesia (lugar donde se supone que estaban el resto de los vuetros), vísteis (y olísteis) un espectáculo infame, si aún había cabida para ello: Un hombre vestido totalmente de rojo, montado en un caballo del mismo color, estaba subido en lo alto de la torre de la biblioteca. Lleva en la frente una corona, y detrás de sí dicha torre ardía con grandes llamas embebiéndola en ruina. La silueta miraba hacia abajo, hacia vosotros, y un terros os infundó un miedo atroz. No obstante, seguísteis corriendo hacia la otra punta de la abadía.

Tras atravesar la iglesia en el centro de la misma, vísteis que a vuestro lado algunos muertos del cementerio se habían levantado, y andaban toscamente apenas sosteníendose. Corrían detrás de los hermanos, como persiguiéndoles. El suelo seguía temblando. Claro que, en vuestro afán de encontrar a los vuestros, los vislumbrásteis bajo el muro de la parte noreste del recinto: en el cementerio. Tras llegar a la valla de madera que lo separaba del resto de la abadía, vísteis los tres seres de piel oscura que antes habíais oteado, y éstos estaban luchando contra Osvaldo, Caitán y Sebastián de la Torre. Los seis estaban mano a mano...

Resumen turno 2:

Vísteis entonces por el rabillo del ojo la llegada de vuestros compañeros Eguzki, Damiá y Dalmau. El suelo temblaba, era como si Dios o el demonio lo golpeara una y otra vez.

Caitán formuló dos lanzazos hacia adelante, pero mientras que uno cortó el aire, el otro, que iba en buena dirección, fue esquivado en el último instante por la criatura de aspecto africana. Mientras que Osvaldo y su rival forcejeaban entre sí (pero no se dañaban el uno al otro), el rival de Caitán logró arrearle un puñetazo que lo dejó un poco aturdido:

Daño: crítico (Máximo, 1d3+1d6 e ignora armadura): 9 puntos de daño.

Finalmente, Sebastián pudo encajar un buen mandoble al que forcejeaba contra él, haciendo que su hoja hiriera de gravedad a la criatura en el pecho:

Daño: 6 (sin armadura): 6 puntos de daño.

Toda esta escena fue admirada por Eguzki, Dalmau y el pirata Damiá, los cuáles, por cierto, estaban llenos de polvo desde sus cabezas hasta sus pies. Además, el curandero vasco, lejos de su particular bracamante en mano, llevaba una vara alargada en su mano, como un bordón muy bello y curvado en su extremo superior.

Por último, Caitán, ahora herido, Sebastián y Osvaldo vieron a lo lejos, más allá de la iglesia central a vuestras espaldas, que la cúspide de la biblioteca, en la parte sur de la abadía, ardía. ¡Ardía casi por completo! ¡Y alguien montado en un caballo rojo se precipitaba desde lo alto hacia abajo!

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   Al ver a la criatura que salta entre las llamas, grito para mí. - ¡aaaiiieeeee, el anticristo! - tran santiguarme sin soltar el bracamante, hago de tripas corazón y me dirijo hacia el caballero para entregar el bastón que tanta sangre está derramando.

   - Espero que no me sacudan un espadazo al aparecer cubierto de polvo, - pienso para mí mientras llego a la altura del caballero y sin mediar palabra me pongo a la siniestra del caballero y tratando de ponerme en guardia en postura de esgrima tal como me enseñaron enarbolo mi bracamante.

   Observando que sangra por el pecho, lanzo un par de tajos intentando alcanzarle en el pecho herido, esperando que el extraño ser que parece salido de algún infierno quede fuera de combate o distraerle al menos lo suficiente para que lo abatiese Don Sebastián.

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El combate no había concluído y bien seguro parecía que aunque lo hubiera hecho, los problemas sólo habían comenzado.

Observé alertado cómo una torre estaba ardiendo y me encomendé a todos los santos al ver descender de aquel lugar a un jinete a lomos de un caballo rojo como las llamas del infierno. No dejé que esa distracción me oportunara más allá de esos instantes y, viendo por el rabillo del ojo cómo los compañeros que habían quedado atrás también se unían a la lucha, así con fuerza la espada esperando dar el golpe mortal a la criatura contra la que estaba encarado.

La situación se había descontrolado por completo, y una vez salieron del hospital, Dalmau contempló horrorizado como la muerte y el caos se habían apoderado por completo de la abadía.
Y lo peor fue ver a aquel ser... un caballero todo de rojo, con un caballo del mismo color... ¡era el ser de su pesadilla!
Dalmau sintió una punzada de miedo, de ver como todo parecía perdido.

Pero entonces algo le hizo recuperar el valor. Era como una luz que creyó ver resplandeciendo en aquel cielo encapotado.
Lucharía.

Tomó con firmeza su montante y se dirigió hacia el ser de piel negra que atacaba a Caitán, esperando la llegada del caballero de rojo para dirigirse hacia él.

El capitán se lanzó con sus dos cuchillos en alto sobre una de las criaturas y le propino dos rápidos golpes. Uno dio en el brazo izquierdo, y el otro, para equilibrar en el brazo derecho.

Aún aturdido y casi tambaleándome conseguí aguantar el equilibrio. Ví al caballero Dalmau luchar contra el ser que me había dado el puño y dando gracias a mi compañero quise no dejarle solo luchando contra esas criaturas del infierno. Como pude agarré mi lanza para hacer un nuevo ataque.
 

Resumen turno 3:

Caitán, pese a estar herido, no se vino abajo. Logró enarbolar su lanza a dos manos y hendirla en el cuerpo de su agresor, concretamente en su pecho.

Daño: 10 (sin armadura): 10 puntos de daño.

Aquel ser se esfumó. El lanzazo le había perforado el pecho bien hondo, y lejos de aguantar aquel ataque, éste decayó y murió en el acto. Eso sí: su cuerpo no cayó al suelo, sino que se volatilizó, desapareciendo como ceniza. En ese momento, el caballero Osvaldo, que en lance anterior había fallado su ataque, cargó su espadón de nuevo contra otro de los infames seres que había allí delante, y logró cortarle de cuajo una de sus piernas.

Daño: 12 (sin armadura) (/2 por pierna): 6 puntos de daño.

Y antes de que éste cayera al suelo, el cuerpo del ser también se hizo ceniza, y se esparció entonces como la de su vil compañero. Ahora sólo quedaba uno. Por ello, que siendo el turno de Sebastián de la Torre quebrada, habiéndole sido entregada la vara, que ahora tenía sólo intención de hendirle la suya espada en el infame que quedaba. Y así lo hizo: su hoja se incrustó en el vientre de susodicho, y éste no pudo hacer nada por detenerlo, pese a que intentó zafarse:

Daño: 11 (sin armadura): 11 puntos de daño.

Pareciera que era una letanía de movimientos al compás, pero uno a uno, y éste último incluyéndose también, que se conviertieron todos en ceniza. Sebastián había mandado al infierno al último de aquellos horribles seres de aspecto siniestro y cadavérico.

Entonces, cuando las tres figuras ya eran polvo, los muertos que correteaban por el monasterio dejaron de hacerlo, desplomándose de igual manera, pero quedando allí, postrados sobre el terreno. Entonces, la figura que estaba vestida totalmente de rojo y montado en un caballo similar (y que estaba subida en lo alto de la torre de la biblioteca), hizo arder con furia la corona de fuego que tenía sobre su cabeza.

¡¡¡ESTO NO QUEDARÁ ASÍ!!! -gritó desde las altura mientras la contemplábais allá arriba-. Finalmente una pequeña deflagración la atrapó y la sumergió en sus propias llamas, desapareciendo al instante.

Y tal vez lo que ocurrió entonces sí que os infundó un miedo indescriptible: el completo silencio de aquella abadía, protegida por el Arcangel Gabriel. Lo único que se escuchaba era el crepitar del fuego que ahora comenzaba a extenderse de edificio en edificio, iniciada por la explosión del hospital. Ningún monje había sobrevivido tras el ataque, y tan sólo vosotros érais los únicos seres vivos que había allí.

En pocos minutos, los edifciios comenzaron a venirse abajo, y pese a la piedra dura de sus muros, éstos comenzaron a arruinarse y a ennegrecerse. Parecía que el fuego y rescoldos del averno había llegado a la tierra a través de aquel lugar.

Las llamas. Tu sueño... Parecía haberse cumplido.

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   - Iiiieeeeeehhh - Pego un gritito y me escondo tras unos escombros, luego, salgo temblando de mi sitio cuando desaparece lo que para mi es el anticristo, sin duda.

   Retorciéndome las manos con nerviosismo, ya libres tras haber entregado el bastón al caballero Sebastián, miro con tristeza alrededor a los cuerpos insepultos. Tanto a los nuevos, los pobres monjes sobre los que se ha abatido la desdicha quien sabe si siguiendo nuestros pasos, como a los viejos, los cuerpos putrefactos y enterrados que se alzaron de sus tumbas contra sus hermanos.

   Y musito una oración en mis labios, rogando que su tránsito al otro mundo sea apacible y dichoso.

   Tapándome la boca y el rostro con la manga, para que los humores malignos no hagan mella en mi salud busco supervivientes, luego sacudo con pena la cabeza y miro al cielo.

   - No deberían estar estos santos hermanos yaciendo a la intemperie y que las alimañas roan sus huesos, sino reposar. Con su permiso mis señores, voy a ver si me da tiempo a hacer un túmulo* y taparlos con piedras. -

   Apilo los cuerpos que veo en un improvisado túmulo donde veo que mejor pueden estar y tapono con piedras para que no sean pasto de los animales. Entre medias, posiblemente cuando esté colocando piedras, entro en la iglesia a por una cruz pequeña que pueda colocar en el túmulo.

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   Entre mis idas y venidas, Eguzki quiere un par de cosas. Ni se le ocurriría saquear una iglesia, pero estando el maligno tras sus pasos cuando pase por la iglesia busca el pilón de agua bendita y recoge eso, agua bendita, algún odre o recipiente tiene que haber en algún lado y a las malas el suyo propio. Pero busca un recipiente aparte para tan sagrada agua.

   Y mira con precaución en la iglesia por si notara algo que fuera magia, fuera de la mirada vigilante de los caballeros, que si bien Eguzki sabe que la magia blanca no mancha el alma del hombre, no está tan seguro que los religiosos sean del mismo parecer...

Damiá retrocede asustado ante la figura. ¡Por el amor de deu! Qué está pasando aquí? ¿Qué maleficio es este que nos persigue? El trabajo estaba empezando a pasar fronteras que el pirata no quería traspasar. Una cosa era vérselas con brujas de carne y hueso, y otra muy distinta vérselas con el mismísimo belcebú montando a caballo. Las brujas podían arder en el fuego purificador, pero belcebú….

Antes de empezar a ayudar a Eguzki con los desgraciados hermanos, el pirata busco algo de valor o de utilidad entre toda aquella destrucción. No era avaricia lo que movía a Damiá, era supervivencia. No podían quedarse ahí llorando, deberían de continuar su camino y para ello necesitaban pertrechos.

Tras la cruenta pero efectiva lucha, Eguzki comenzó a apilar los cuerpos de los hermanos en el centro de la abadía. Allí comenzó a excavar una gran fosa y poco a poco culminó echando allía los malogrados monjes. Poco o nada pudo encontrar de provecho allá, ni un alma ni nada de importancia más allá de la pena por ver aquella gran casa de Dios ardiendo. De la misma forma obró Damiá, intentando escudriñar algún tesoro como cuando lo hacía en el mar sobre algún barco cercano... Pero nada encontró más que destrucción y muerte. Los edificios venidos abajo, negros sus restos... parecía aquella abadía una casa del terror infernal. El enterrar en el túmulo (cavar, apilar y recubrir con piedras) os llevó un par de horas. Y con ello llegó la noche, la fría noche. Luego salísteis de allí como alma que...