Partida Rol por web

Las acciones de Sebastián me indicaron sin ningún género de dudas que la tal Adelaida era sin duda una bruja y que las palabras que murmuraba no eran para maldecir a toda la plaza sino solamente a mi compañero.

¡MEDID VUESTRAS PALABRAS, BATLE!- Grité para que toda la plaza pudiera oírme mientras me acercaba a lentamente a la hoguera aunque sin intención de rescatar a Adelaida que cada vez me parecía más peligrosa.- ¡Esté hombre es un caballero de Dios y nunca ha mostrado signo de herejía alguno!

¡Si actúa de este modo es sin duda por estar hechizado por la bruja! ¡Así que cuidado con lo que afirmáis no debáis confirmar ese ataque a su honor en justa liza!

Bajas pues al sótano oculto, no sin antes colocar la alfombra que la tapaba por encima con destreza. La trampilla se clausuró, y una vez que bajaste allí encendiste el candil y la estancia se iluminó.

El habitáculo estaba decorado sobriamente con telas de satén negro. Era, a todas luces, un despacho o un laboratorio propios de un alquimista... ¡o una bruja! (¿tendrían razón el Baile y las gentes del pueblo acerca de Adelaida?) Aquella mesa de trabajo estaba llena de trastos y papeles, unos anaqueles con frascos de cristal, alambiques, cachivaches de metal, madera y herramientas como tenazas, morteros, vasos, pinzas y toda serie de juguetes en los que bien podrías trabajar a gusto si tuvieras tiempo y tranquilidad. Tan sólo una velita apagada, sobre un candelabro, debía iluminar la estancia si se encendiera. Eso sí, había algo que olía extrañamente y venía del fondo del sótano: en una esquina un recipiente colocado sobre una balda de madera en la pared parecía despedir un hedor insoportable... ahora que estabas más cerca lo habías percibido.

El caballero Sebastián, una vez subió al pequeño estrado, espoleó a su caballo, tratando de no aplastar a un crio, y con ello hizo que su caballo pisara su pezuña en un tablón débil. Por ende, ambos cayeron a un lado. Dios quiso que el de la Torre Quebrada no se hiciera daño alguno, pues su bestia no impactó sobre él. Pero todos en la aldea vieron tamaña acción, de buenas intenciones, pero de nula resolución. Justo después, la bestia de Sebastián se levantó, y entre el ruido de la muchedumbre, las lenguas de fuego a su lado, y la incipiente batalla que se presentaba, trotó fuera de lo alto de la loma, calle abajo, perdiéndose en la oscuridad... Las gentes, que se habían apartado un poco, se asombraron de la caída del caballero, mientras el otro, Dalmau, trataba de hablar al Baile desde su caballo (y el receptor en el balcón). Don Llorenç lo miró, pero luego desatendió sus intenciones para así seguir firme en su disposición de prender a Sebastián.

¡Que no escape! -gritó desde el balcón, y una piara de soldados, los mismos que habían estado con Sebastián dentro del palacio, apareció por la puerta del mismo, tratando de cargar contra el salvador-. ¡Ese hombre es su cómplice! ¡Soldados! ¡Matad a esos dos, y a la concubina del demonio!

Entonces los siete soldados comenzaron a hacerse entre la gente, lanzas en mano. Algunos pretendían cargar contra el caballero Dalmau, y otros contra Sebastián. Mientras tanto, las llamas del fuego que ya había comenzado seguían ardiendo para Adelaida, la cual seguía nerviosa y apresada en la pira.

¿Qué estaba pasando ahora? ¿Habrían comenzado a quemar a la bruja? El pirata se decidió finalmente a adentrarse en la casa para comprobar si Eguzki necesitaba ayuda, y así, acercase a la plaza lo antes posible. Eguzki, soy yo, voy a entrar. Dijo en voz baja antes de entrara, para no causarle un susto al fraile.

Por querer ayudar a Sebastián me había metido en una lucha que no deseaba mantener. Desmonté de mi montura y me encaré con los soldados que se me echaban encima.

- ¡No oséis levantar armas contra dos hombres de Dios y ayudadme a reducir sin dañarlo al caballero santiagués! - Les pedí por última vez mientras intentaba parar sus golpes.

Sebastián andaba pendiente de las sensaciones que recibía en su dedo, entonces Tormenta estuvo a punto de aplastar a un zagal y comenzó a complicarse la tragedia. Oyó como Dalmau trataba de hablar en su defensa y lamentó que se viese envuelto en todo aquel asunto.

En su mente no dejaba de palpitar la idea de que si Adelaida era una bruja, entonces, ¿acaso toda la misión en la que se habían visto inmersos había sido un engaño? Es decir, habían visto al diablo, los muertos alzarse y otros sucesos increíbles que reafirmaban la existencia del bien y el mal con un gran poder sobrenatural. Pero si Adelaida era una bruja, ¿debían fiarse de su brebaje? ¿Quién les había enviado a por él debía ser otra bruja? ¿Les habían utilizado y estaban ayudando a vencer al oscuro pese a querer luchar contra él? Había demasiadas preguntas sin respuesta y Sebastián se sentía perdido y desorientado, abrumado. 

Tormenta pisó mal y cayó de costado, la suerte quiso que no rodase pasando por encima del caballero, y que al alzarse él no quedase atrapado en el estribo. Pudo ponerse en pie y saber que no había sufrido herida grave alguna, pero las espadas y las lanzas se acercaban por orden del Baile.

-¡BIEN SABEIS QUE NO TENÉIS LA POTESTAD DE DECIDIR NUESTRO DESTINO! ¡NOSOTROS SOMOS HOMBRES DE LA IGLESIA Y EL PAPA ES QUIEN DEBE JUZGARNOS! ¡¿ACASO NO VAIS A RESPETAR ESO?- Gritó al Baile mientras desenvainaba su espada presto a enfrentarse a los guardias. -¡ELLA DEBE RESPONDER POR MÁS TEMAS DE LOS QUE ALCANZAIS A COMPRENDER!- 

   Me paso el candil a la mano torpe, lo bueno de estos artilugios es que se pueden sostener con una mano, alumbran y no queman ni tienen la molestia de humo y baile de luces de las antorchas.

   Luego lo siguiente que hago es encender la vela del candelabro para iluminar más la sala.

   Seguido de desenfundar con mi mano buena el bracamante. Armado así, que nunca se sabe, echo un ojo a los papeles. Si son pocos, tras el vistazo preliminar a la saca. Mientras examino, echo de vez en cuando una mirada cautelosa al estante, mientras trato de identificar el olor. He tenido por desgracia trato suficiente con moribundos y cadávares en descomposición para saber si estoy ante este caso.

Ya les habían sentenciado a muerte así que ¿qué podía empeorar? Y al final Sebastián actuaba según lo que creía más conveniente para su misión, para vencer al maligno. Y en su interior se resistía a creer que Adelaida fuese una bruja, pues entendía que su abalorio le indicaba la importancia de salvarla de las llamas, pensaba que si ella fuese bruja toda la misión debía de ser una farsa, y si que ardiese convenía al demonio era porque a ellos les perjudicaba. ¿Por que si no no hacia acto de presencia? ¿Justo les dejaba en paz cuando estaban tan cerca de obtener el supuesto remedio? 

El caballero alzó su espada y la descargó con fuerza, pero no contra ningún soldado, si no contra la soga que mantenía a Adelaida fija al poste. Al menos para que ella pudiese usar sus manos y librarse del fuego. Después Dios diría si acogía su alma, la del caballero, o si le enviaba de cabeza a los infiernos. 

Después los hombres del baile ya se le echaban encima, trató de esquivar los ataques, pero la suerte no podía estar siempre del lado de uno. 

Solo soy un siervo del señor, cometo errores, pero nos iría bien algo de ayuda, más si no soy digno de recibirla abrazare el destino que me tengais preparado. 

Pensó, casi como un rezo, recordando al ser de luz que se le había aparecido. 

Al entrar en la vivienda viste la misma estampa que vio Eguzki al hacer lo mismo minutos antes: una docena de gatos habitaba allí, los cuáles ni se inmutaron al verte (tal vez sólo alguno, quien se levantó para estirar sus patas, pues el resto dormía plácidamente en la estancia).

Enseguida te percataste que había cuatro estancias: un salón-comedor (con una mesa de roble, dos sillas, y armarios de cocina); un dormitorio (camastro confortable y un baulcito); una despensa, con muebles a cada lado de la puerta y algunos alimentos secos por allí arrojados; y por último una pequeña biblioteca con algunos libros, donde descansaban en baldas. Advertiste a Eguzki, y los gatos, todos mansos ni se inmutaron... Miraste aquí y allá, y no se escuchaba ni se vea la presencia de tu compañero...

Una vez iluminado aquel zulo, candil y filo en mano, supiste que el hedor desprendido venía simplemente del bote vidrioso que había en una balda, en la esquina de la vivienda. Ahora se veía mejor, y estaba tapado con  telas (como tapadera) y amarrado con cuerda final para que no se derramase su... ¿ponzoñoso interior? Lo cierto es que no sabías qué componentes tenía aquella mezcla a simple vista, pues el ungüento verdoso no daba demasiadas pistas, aunque era bastante líquido y brillante. Eso sí: de tener Adelaida algún tipo de brebaje en casa debía ser ese, pues en la mesa central sólo había herramientas y frascos vacíos.

Mientras estabas allí escuchaste la voz de tu amigo Damiá. Debía haber entrado en la vivienda,pero seguramente no sabía que estabas ahí abajo:

 Eguzki, soy yo, voy a entrar.

Turno 1:

Dalmau no podía permitir ninguna afrenta contra su compañero, y menos siendo un caballero leal a Dios, como él mismo. Por eso, no dudó en desmontar de su caballo y aguantar el embiste de los tres tipos que se le echaban encima, tratando de clavar sus lanzas en el cuerpo del caballero... (y dos de ellos golpearon las puntas de éstas en su armadura...):

Daño1: 4 (-8 por arnés) (/2 por brazo): sin daño.
Daño2: 6 (-8 por arnés): sin daño.
Daño3: 5 (-8 por arnés): sin daño.

El arnés de Dalmau se abolló en distintas partes, pero el caballero no recibió daño alguno.

Por su parte, el caballero Sebastián cortó las cuerdas que sujetaban las manos a Adelaida, pero enseguida cuatro lanceros se le echaron encima (al tiempo que lo hacían con su compañero). El de la Torre Quebrada trató de zafarse y protegerse, pero sin mucho éxito, pues dos de las lanzadas, agujas totalmente afiladas, le golpearon (uno en una pierna, y otro... ¡en mitad del rostro!):

Daño1: 4 (-6 por Cota) (/2 por pierna): sin daño.
Daño2: 5 (-6 por Celada) (*2 en cabeza): sin daño.

Sebastián tampoco hubo de ser herido, pueso que su celada y su cota de placas lo protegió, pero quedaron también abolladas como las de su compañero.

El pirata continuo moviéndose por la habitación con cautela mientras llamaba a susurros, cada vez más altos, a su compañero. Eguzki, soy yo. Maldijo para sus interiores y comenzó a revisar el mismo la casa, en busca de su compañero, de la pócima o lo que dios y esa bruja guardaran en ese cuchitril lleno de gatos. En un momento de frustración se giro a los gatos y les pregunto ¿Habéis visto a un cura? Diantres, que hago preguntando a unos gatos. 

Os he dicho que depongáis las armas.- Pedí a los soldados del alcalde, aunque supuse que ahora que Sebastián había rescatado a la bruja de las llamas ya no había forma de salir de allí tratando de convencer a los soldados. Yo tampoco daría tregua a dos herejes, esto tenía muy mala pinta.

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   Al escuchar la voz de Damiá, me extraña que pida permiso para entrar, me quedo pensando en su tono, por si acaso hubiera pasado algo raro arriba sin que me enterara.

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