Partida Rol por web

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   Visto el pestazo, lo de llevar esto al óreo... como que no. Miro si hay algo donde guardarlo, un perolo pequeño o cazo tapado con trapos (por el olor), servirá. Si no, en la cocina seguro que queda algo así.

   Y lo hago con gran nerviosismo y calma. No sé que líquido es este. Y si sé, que algunos líquidos alquímicos son inestables, MUY* inestables, que provocan explosiones. Apago la vela de abajo y subo.

   Con disimulo, descorro el cierre y levanto la trampilla. Despacio, que después de todo, hay una alfombra encima y encima de la alfombra no si había algún mueble como una mesa o una banqueta..., no quiero provocar un estrépito tirando algo al suelo.

   Tras ver que es sólo Damiá le llamo con disimulo.

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   - pssstt... eh Damiá... - llamo en un susurro.

El pirata miró a un lado y a otro buscando a su compañero. ¿Dónde estas? Parece que en la plaza hay movimiento, debemos darnos prisa. ¿Has encontrado algo?

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   Levanto con cuidado la trampilla y examino la sala. Una vez que me aseguro de que está Damiá sólo salgo.

   - Estaba muy oscuro todo, hay un líquido que huele fatal, no creo que sea lo que buscamos, pero es lo único que encontré. Necesitamos de la cocina una pequeña cacerola y trapos para envolverlo y enmascarar el olor. - Le comento en voz baja.

   Una vez fuera y tras asegurarnos otra vez que estamos solos, le comento en susurros.

   - Hay un sótano secreto abajo, con una trampilla oculta bajo la alfombra con una peculiar apertura, empaquemos con cuidado este líquido para que no se rompa y veamos que pasa en la plaza... con cuidado... -

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El pirata ayuda lo mejor que puede a envolver el frasco con el liquido a Eguzki. ¿Crees que es esto lo que buscamos? Volvió a preguntar nervioso, aunque Eguzki le había dado la respuesta hacia un rato de que no sabia que era.

Puede que vayan a quemar a la bruja y tengamos que salir corriendo, puede que este sea la única manera de completar nuestra misión. Dijo nervioso. No le gustaba lo que estaba haciendo, estaban robando un liquido misterioso de la casa de una mujer que supuestamente era bruja. 

Sebastián veía claro que no atenderían a razones. No habían querido ver la verdad dentro de la casa y no lo harían ahora. Primaba no decepcionar al tumulto y si sangre y fuego querían eso les daría el Baile. 

Ya no era momento de hablar, y aunque a Sebastián no le gustaba derramar sangre era algo que no había podido evitar. Trató de sentir en su dedo ¿acaso la presión había menguado? ¿Había luz o brillo alguno? Ese era un buen momento para que se obrase un milagro, pero los ángeles no siempre están dispuestos a tomar partido. ¿Por qué si no lo habían convertido en brazo ejecutor? Todo era confusión ahora en la mente del caballero, pero no era momento de buscar respuesta a las miles de preguntas, era a momento de actuar y lo haría luchando. Y esperaba que ahora que Adelaida estaba libre el diablo viniese a hacer de las suyas, pues tal vez ya no estaba todo tan a su favor, tal vez, si ella se ponía a salvo y daban con ella los dos villanos. 

Llegaban los guardias, seguro que les imponían los símbolos que lucían ambos caballeros, aunque más miedo podría darles el Baile. Sebastián estaba seguro de que debería enfrentarse al primer golpe con casi total seguridad, tumbar a uno o dos, y quizás después sería posible jugar la baza intimidatoria, asustarles lo suficiente como para que optasen por dejar de luchar para seguir con vida. 

El caballero de Santiago así con fuerza su escudo para defenderse de los filos enemigos, después trataría de asestar un golpe fatal. 

Turno 2:

De los cuatro soldados que luchaban junto a la hoguera contra Sebastián, tan sólo uno de ellos logró dar dos estocadas con la lanza al caballero de la Torre Quebrada. Mientras tanto, Adelaida trataba de desatar sus pies de las cuerdas (puesto que el caballero había cortado las cuerdas de sus manos, pero no de sus tobillos). El escudo de Sebastián no fue suficiente para parar los golpes de la lanza, pues no era apropiado, tal vez, el tratar de zafarse de tantos embistes hostiles al mismo tiempo:

Daño1: 6 (-6 por cota): sin daño
Daño2: 2 (-6 por cota) (/2 por brazo): sin daño.

Pese a la petición de Dalmau, espadón en mano y los otros lanzas en la suya, éstos no desistieron. El calor de la lucha, de la pira, y del aliento del Baile allá en el balcón, observando el espectáculo, no les hizo recular. Sólo uno de ellos consiguió atacar con la lanza a Dalmau (precisamente aquel soldado al que el caballero no había puesto atención para parar sus ataques...):

Daño: 5 (-8 por Arnés): sin daño

Pareció entonces que ambos contraatacábais. Sebastián con su espada y Dalmau con su espadón. Y pareció que al primero comenzaba a temblarle la mano... pero no de miedo o tensión, sino por el efecto de ese anillo colocado en su dedo... El anillo... ¡¡COMENZÓ A REFULGIR, EMITIENDO UN BRILLO TAN INTENSO que ahora apenas podía verse la mano sujetando la espada!! Acto seguido, Sebastián atacó a primero que le hostigaba:

Daño (a S1): 9 (+3 por anillo) (-2 por gambesón) (/2 por pierna): 5 puntos de daño.

El soldado fue herido en la pierna con un severo tajado. Ahora el turno de Dalmau. Éste levantó su espadón y lo descargó contra el mismo soldado que le había logrado alcanzar... La espada le cortó en el vientre.

Daño (a S5): 7 (-2 por gambesón): 5 puntos de daño.

¡Aaaahh! -Adelaida, tratando de librarse de las ataduras de sus pies, gritaba-. ¡El fuego la estaba quemando!

No me agradaba aquel combate, ni veía sentido alguno en él.

En verdad no tenía ningunas ganas de salvar a una bruja de sus llamas purificadoras y no menos cierto era que los soldados solo cumplían órdenes de su señor.

En esas estaba cuando el anillo de Sebastián comenzó a brillar con intenso fulgor. ¿Sería un milagro de Dios todopoderoso indicando la bondad de sus actos? ¿O no serían más que las maquinaciones de la bruja deseando salvar su vida?

Aunque tuve que dejar de lado mis pensamientos y centrarme en los hombres de armas que rodeabanme porque cuando las espadas salían de su vaina solo podías luchas por tu vida.

-¿¡Acaso no veis la luz cegadora!?- exclamó Sebastián no menos sorprendido que el resto por tal resplandor -¡El divino guía mi mano! ¡DEPONED VUESTRAS ARMAS!- añadió tratando de sacar un vozarrón, quizás con esa imagen, con ese fulgor en su anillo envolviendo su mano y empuñadura, fuese suficiente como para encogerles el corazón.* Pues el caballero realmente creía que aquello era una señal de que estaba en el buen camino ya que coincidía con el grito de la mujer al sentir las llamas.

Como posiblemente no hiciesen caso, el caballero no dejó de luchar, tan solo un necio confiaría en que el oponente decidiese hacerle caso, así que él no se detendría si los soldados no lo hacían primero. 

El de la Torre trató de detener sus embestidas ** y al escuchar los gritos de Adelaida comprobó que la mujer no estaba siendo capaz de liberar sus tobillos, así que dirigió el filo de su espada a las cuerdas nuevamente, para que ella pudiese soltarse. Llegados a este punto tan solo podía confiar en que su instinto le hubiese guiado bien, y no terminar lo que había empezado era haber puesto su vida en juego (y la de su compañero) en vano. 

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   Tras preparar la olla bien acolchada con trapos para que no escapara ese apestoso olor que delataba el potinge, haber apagado la vela de abajo, recogido los papeles y cerrado la trampilla (cuyo funcionamiento se molestó en explicar Eguzki a Damiá) ya estabamos listos para salir.

   Tapo la trampilla con la alfombra y pongo la mesa encima como la encontré la primera vez, hago un gesto a Damiá.

   - Salgamos con sigilo y precaución y acerquemonos despreocupadamente pero alerta a la plaza. Ten tu arma a punto. - susurro y me preparo para salir.

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El pirata salido de su estupor al escuchar las palabras de Eguzki, se había quedado embobado mirando el franco. Si, si, Salgamos. Puede que nuestros compañeros necesiten ayuda. Luego miro a un lado y a otro, apoyo la mano en la empuñadura de la daga y añadió con falsa determinación. Voy delante. La verdad, no le hacía nada de gracia ir delante, pero era mejor que fuera él que Ezguzki. 

Turno 3:

Sebastián dio unos pasos e inclinándose un poco sobre las llamas, trató de cortar la cuerda que aún ataba a la mujer, cuyos tobillos y pies aún amarrados ya eran quemados por el fuego. Adelaida gritaba al soportar las lenguas de fuego. 

¡FASH! -no hizo mal el caballero de la Torre Quebrada al enviar el filo a los pies de la mujer, y ésta cayó a un lado, golpeándose más allá sobre el suelo, pero logrando escapar de aquella pira. Ahora rodaba un poco tratando de apagar el fuego de su maltrecho vestido. Tras ello, Sebastián gritó a los sodlados que tenía enfrente de ellos, mientras la multitud de vecinos seguía corriendo, alejándose de aquella escena (el fuego, la lucha y ahora el fulgor del anillo de Sebastián...).

Por su parte, Dalmau, quien había visto el brillo de aquella pieza en la mano de su compañero, descargó su montante contra dos de sus hostigadores, no sin dejar de pensar en el porqué de aquel prodigio. El caballero descargó su gran arma contra dos de ellos, sajando a uno de ellos en la pierna, y a otro en el vientre.

Daño (a S5): 11 (-2 por gambesón) (/2 por pierna): 5 puntos de daño.
Daño (a S6): 14 (-2 por gambesón): 12 puntos de daño.

Los dos soldados gritaron un intante, puesto que uno ya estaba herido y el otro se quedó con el abdomen abierto, a pesar de su protección, y cayó al suelo de puro dolor...

Fue entonces cuando hubieron todos de contraatacar contra vosotros. Tres de los cuatro que cargaban contra el de la Torre Quebrada trataron de apuntalar al caballero con sus lanzas, pero uno de ellos sólamente lograba alcanzarle. La armadura de Sebastián volvió a responder:

Daño (a Sebastián): 3 (-6 por cota): sin daño.

Por su parte, el caballero Dalmau sufrió dos lanzazos de sus tres agresores. Tan sólo dos de ellos le alcanzaron, pero sin graves consecuencias:

Daño1 (a Dalmau): 5 (-8 por Arnés): sin daño.
Daño2 (a Dalmau): 2 (-8 por Arnés) (/2 por pierna): sin daño.

Eguzki envolvió el fraco en una especie de perolo de la vivienda de Adelaida, y lo tapó con paños que habían sufrido una mejor vida anteriormente (para evitar así el olor). Una vez que decidísteis volver con vuestros compañeros el pirata Damiá colocó su mano sobre la empuñadura de su daga, y ambos salísteis de allí, dejando la cabaña a merced de los gatos de nuevo.

Justo al salir de la vivienda, un brillo intenso emergía del cerro, en lo alto del pueblo, donde habíais estado un rato antes. Pero no parecía un brillo de fuego, sino un brillo más intenso, blanquecino y potente. Sin más preámbulos, marchásteis calle arriba, y vísteis al mismo tiempo, que bastantes vecinos corrían calle abajo, como asustados por algo que sucedía allá arriba. ¿Estarían en peligro vuestros compañeros caballeros?

En esos momentos llegaron Eguzki y Damiá a la plaza en lo alto del pueblo. Ya habían encontrado gente corriendo camino abajo (como lo hiciera la montura de Sebastián instantes antes), así como se habían dado cuenta del intenso brillo que allí acontecía. El curandero y el pirata vieron un espectáculo dantesco y sorprendente: por un lado, cuatro soldados del Baile Llorenç arrinconaban a Sebastián, que estaba colocado junto a la hoguera, y trataban de empalarle con sus lanzas. De la misma manera, Dalmau tenía delante de sí, no muy lejos del primero, otros tres soldados con las mismas intenciones. En lo alto del balcón del palacio, el Baile de Puiggraciós contemplaban cómo sus hombres luchaban contra los dos caballeros, mientras Adelaida se había zafado de alguna manera (Eguzk i y Damiá no sabían cómo) del fuego, y ahora se encontraba rodando junto a la pira, lejos del peligro, tratando de apagarse ella misma las lenguas de fuego de su propio vestido...

Pero lo más sorprendente no fue eso, sino ver el prodigio que salía de la mano del caballero Sebastián. El anillo colocado en su mano derecha, el cual llevaba portándolo unos días, emitía un fulgor blanco y casi cegador, y cada vez emitía más y más luz... Eguzki y Damiá lo habían visto calle abajo, pero ahora, justo delante de toda esta escena, contemplaban dicho brillo con más intensidad.

Justo a raíz de eso, Sebastián instó a sus agresores que depusieran las armas, y tal vez siendo el brillo que emergía de la pequeña joya, los soldados, algunos algo heridos, levantaron sus armas (tanto para Sebastián como para Dalmau). Sin embargo, el brillo no cesó, sino que se mantuvo unos instantes... Ninguno de vosotros cuatro sabíais a ciencia cierta si era brujería o una intervención divina, tan sólo podíais sospecharlo en vuestro interior y tal vez opinar sin cercteza alguna.

Entonces ocurrió un último evento: uno por uno, los siete soldados que hostigaban a los dos caballero comenzaron a ser pastos de una llamarada azul, gigante y espontánea, que envolvió sus cuerpos casi al unísono. Era un fuego embriagador para la vista, poderoso y atrayente, con tal tonalidad que jamás la habíais visto (o tan siquiera imaginado). A su lado, las llamas que contemplásteis al llegar a Puiggraciós no eran sino una fogata leve e indolora. Y tal que así los siete hombres comenzaron a revolverse por las llamas, sumidos en un terrible dolor y ahora arrastrados por los suelos. Además, una octava brasa espontánea hizo su aparición allá arriba, en el balcón del palacio: ¡el Baile Llorenç comenzó a arder también como sus soldados!

Y en la plaza ya no quedaba ningún vecino: todos habían huidos despavoridos.

¡¡Aaahhh!! ¡¡ME QUEMOOO!! ¡ME QUEM...! -gritó entonces don Llorenç justo antes de caer de la balconada y perder al instante la vida al golpearse contra el suelo-. Y a pesar de la terrorífica escena, todos los soldados perecieron, y sus cadáveres abrasados dejaron de ser parte de las llamas azuladas...

Y se obró el milagro con aquel gran resplandor. Después los soldados atendían finalmente a razones y temerosos de Dios deponían las armas. Sin embargo el fulgor no menguó, si no que, lejos de eso, unas llamas azules envolvían a cada hombre que se había opuesto a los Caballeros calcinándolos, soldados e incluso el propio Baile. 

Terminado el combate el de la Torre Quebrada hincó su rodilla, sujetando su espada en vertical sobre el suelo, dibujando con la empuñadura la Cruz de Cristo con las llamas de la hoguera a la espalda. Bajó su cabeza y cerró los ojos. Pareciese que por un instante quedase ajeno a Adelaida, ya liberada, y a todo lo que le rodeaba. 

El Señor es mi pastor nada me falta... 

Aunque pase por valles oscuros ningún mal, ningún mal temeré porque sé que el Señor va conmigo, su cayado sostiene mi fe. 

Dedicaba una oración silenciosa el caballero de Santiago, agradecido por que no le abandonasen, por la ayuda divina recibida, y recordaba con gran fe el momento de la entrega del anillo y a quien lo portaba. 

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   Abro los ojos como platos, luego, cuando reacciono, salgo corriendo a ayudar apagar las lllamas de la mujer y le trato las heridas que tenga. Luego, si la ropa esta muy dañada y la chica enseña más de lo que debiera, tanto por pudor como para que no pase frío, le paso la manta para que se tape un poco.

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El pirata soltó la empuñadura de su daga y se santiguo, no era muy devoto, pero en aquella ocasión parecía lo más apropiado. ¿Qué ha pasado? Logro preguntar con voz pastosa. Deberíamos de marcharnos. Logro agregar después. Era la opción más lógica, cuando el pueblo se recuperara del susto inicial querrían quemarlos por brujos y esta vez no les faltaban argumentos.