Partida Rol por web

-No sabem si és un home llop -comentó don Ramir mientras rebuscaba en unas ramas-. Però sigui el que sigui, el trobarem.

Explorando el terreno, el capellán se acercó hasta los límites del claro, donde continuaba un pequeño camino enzarzado y lleno de maleza que conducía hacia el corazón del bosque. Sin pensárselo dos veces, comenzó a avanzar a través de la espesura, caminando con cuidado de no clavarse ninguna espina afilada. Por suerte se había llevado las botas de caminar.

-¿Ahir a la nit us vau anar per açí? -preguntó mientras se adentraba más en el bosque.

Teolfo hizo un gesto de negación a las palabras de Llanos, negando a su teoría. Había visto a zorros capaces de arrancarse una pata cuando caían en una trampa para poder escapar, por lo que no le cabía duda de que un hombre lobo podría hacer algo similar, pero lo que estaba viendo le decía lo contrario.

-Les cadenes van ser tallades -le recordó a la bruja, sosteniendo las cadenas, señalando en el lugar donde habían sido cortadas. Las cadenas eran grandes y pesadas, mucho más que las que habían utilizado contra Leonnie, por lo que quien se las colocó al hombre lobo sabía qué estaban transportando y lo que podía hacer. Aunque no lo descartaba plenamente, le era un poco extraño que el hombre lobo hubiera escapado por sí solo. Algo había cortado las cadenas, pero no era tan fácil cortar el hierro, a menos que se utilizara un buen acero-. Algú va alliberar a l'home llop, ja fos sabent o no sobre la seva naturalesa.

Analizando lo veía delante de mí y las palabras de quienes me acompañaban estuve de acuerdo con la teoría de Teolfo.

- Sí, tiendo a pensar que alguien o algo ayudó al dueño del brazo a escapar, lo que más miedo me da es qué pudo ser tan fuerte como para cortar esas cadenas, o que pudo usar. Deberíamos tener mucho cuidado... 

Teníamos demasiadas cosas por las que preocuparnos, la guardia andaba tras de mí y encima un ser monstruoso pululaba suelto por aquel bosque, definitivamente era demasiado para nosotros.

Pau iba y venía por la estancia, tenía un buen número de libros repartidos por la mesa abiertos por la mitad, se había pasado un buen rato echándoles arenilla y serrín por encima, intentando salvar los volúmenes de la humedad. Por un lado, estaba perdiendo el tiempo pero por otro, conseguía disimular y recuperar conocimiento que se iba a echar a perder.

- Vaja, quina feina més engorrosa li han encomanat, veritat? -preguntó Pau con amabilidad sin dejar sus tareas de lado- Ho sent molt, la meua feina és un poc pesada i va per a llarg... -por cómo lo dijo, parecía que lo sentía de verdad- No fa bona cara, tal volta deuria descansar bon home, no es preocupe de res, a mi em queda bon tros llarg de feina per ací i no diré res a ningú...

Dijo mientras se subía a una silla para alcanzar sendos volúmenes de lo alto de un estante. Uno parecía un tratado de medicina y el otro de plantas. Bajó de un saltito para continuar con su trabajo, esperaba que por puro aburrimiento el hombre le hiciese caso y abandonase su puesto, o se quedase dormido. Si se iba era mejor... tal vez si cantaba contribuiría a aumentar su irritabilidad. El problema era que Pau cantaba bien, tenía que hacerlo mal para provocar aquello que quería lograr, así que empezó a canturrear el Kyrie en latín de la forma más absurdamente horrible que se le ocurrió.

- KyriIiIIiIEeeEeE---EEeEeLeeeeEeeIiSOoOoN...

El Conde y la pequeña comitiva salieron del castillo por la compuerta trasera, que daba directamente al bosque. Era una buena salida de escape en tiempos de guerra, y en tiempos de paz, la forma de evitar el tener que rodear todo el castillo para ir al bosque a cazar. 

Sólo el Conde iba a caballo, que le resultaba algo difícil vagar por aquella zona del bosque. Bernat podría haber cogido el suyo, pero tras el viaje de la Corona de Aragón estaba bastante cansado todavía. El resto iba a pie, cargando en los brazos otros dos halcones para hacer más efectiva la caza. 

En el bosque se estaba tranquilo aquella mañana. Puede que por la noche, desde las ventanas, pareciera un lugar oscuro y devorado por la fría niebla, pero ahora resultaba mucho más acogedor; Los pájaros cantaban, y una ligera brisa primaveral hacía silbar las hojas. Unos tímidos rayos de Sol se filtraban entre las copas otorgando algo de calor agradable mientras el olor de los robles y las hayas se extendía por todo el ambiente.

El grupo llegó hasta un gran claro que se situaba en los límites de la arboleda con las montañas por el sureste. Allí comenzaron a preparar a los halcones para que emprendieran el vuelo.

El Conde Onofre liberó a Orestes para que saliese volando en busca de alguna presa, y justo después se acercó a Bernat con uno de los otros halcones.

-¿Queréis probar vos, Don Bernat? -le dijo ofreciéndole el halcón-. Sujetaos bien al brazo el brazal para que no os arañe con sus zarpas, y tened confianza. Huelen el miedo.

En cuanto todo estuvo listo para partir, siguió al conde a mientras este salía del castillo por una ruta que daba directamente al bosque, asegurándose de memorizar dónde estaba la porterna, solo por si acaso. El de Munter, por su estatus, era el único que viajaba montado, si bien no le molestó dejar su caballo atrás, puesto que también era necesario hacer ejercicio por uno mismo.

A la luz del día, el bosque parecía tener un aspecto totalmente distinto, y se entretuvo observándolo hasta que llegaron a un claro en el que el conde tuvo a bien detenerse para dar inicio a la cacería. Su ave pronto estuvo surcando los cielos en busca de una presa, para luego acercarle otro halcón que habían transportado los sirvientes en sus jaulas — No soy muy ducho en este arte, por lo que espero no avergonzaros demasiado — advirtió al conde, mientras le hacía caso y se ajustaba bien la protección, sin muchas esperanzas de conseguir un resultado mínimamente parecido al de su anfitrión.

Llanos volvió a examinar las cadenas de manos de Teolfo. 

-Així que hi havia una bèstia atada, algú la va alliberar, i després la bèstia es va trobar amb una cosa pitjor que li va arrancar el braç. Tenim quatre incognites ara: què es la bèstia, qui el tenia, qui el va alliberar i qui la va atacar. I el per què de tot aixó.

Mientras debatían, una ligera brisa helada les llegó desde lo profundo del bosque, levantando algunas hojas al vuelo y formando pequeños remolinos. Puede que fuese porque habían provocado algo de ruido inspeccionando la zona, pero ya no se oían tantos pájaros como hace un momento.

La bruja, la curandera y el soldado podían seguir debatiendo, o podían seguir explorando la zona. El sendero enzarzado se dirigía hacia el norte, por donde el capellán Don Ramir se había adentrado explorando, y por este continuaba otro borroso sendero, aunque ese podía conducir peligrosamente cerca del castillo del conde.

Teolfo asintió a las incógnitas que planteaba Llanos y a las que, si querían proseguir investigando, tendrían que encontrar una respuesta. ¿Qué o quién era el supuesto hombre lobo? ¿Quién lo llevó encadenado al bosque y quién lo liberó? Y sobre todo, ¿quién fue el que lo atacó? Desde luego el soldado se sentía desconcertado, aunque no podía evitar recordar aquellos ojos rojos que había visto en el bosque tiempo atrás. ¿Serían los del hombre lobo?

-No hauríem de separar-nos -le dijo a Llanos, al sentir aquella repentina brisa helada.

El soldado no lo dudó y decidió aproximarse hacia la zona en la que Don Ramir se había adentrado para comprobar si el capellán había encontrado algo más que pudiera serles de utilidad.

El guardia estaba de brazos cruzados escuchando a Pau, con una mirada que expresaba la mayor de las antipatías. Tampoco es que pareciese que el señor pudiera ser capaz de mostrar una expresión diferente, reflejándose en las arrugas de su rostro lo mucho que había fruncido el ceño a lo largo de su vida.

-No os paséis de listo, monje -espetó, sin decir mucho más.

Sin embargo, cuando comenzó a cantar, la desesperación se hizo mucho más pronunciada en él y se llevó las manos a los oídos.

-¡Por el amor de una madre, haced el favor de cerrar la boca inmediatamente! -exclamó. 

Claramente estaba cansado e inconforme con aquella tarea. 

-Espérate ahí y ahora vuelvo -dijo antes de abandonar la biblioteca. Mientras caminaba, su voz resonaba en los pasillos-. Qué mierda de vida, de trabajo y de todo...

El halcón se posó en el brazo de Bernat, pero entonces el animal comenzó a agitar las alas enfurecido. El hidalgo catalán trató de tranquilizar al animal, pero lo único que obtuvo fue un picotazo en el dedo. Rápidamente, el Conde llegó para socorrerle, aunque no sin soltar una leve carcajada.

-Estos animales son testarudos y confiados -dijo mientras lo colocaba en su brazo.- Y este en concreto, más que ninguno.

El hombre lo tranquilizó y con un gesto hizo que alzara el vuelo, partiendo en busca de alguna presa que traerles.

-Son unas criaturas fascinantes los halcones. Vigilan desde lo alto a su presa, sobrevolando los cielos, y esperan al momento más adecuado para atacar -dijo el Conde mirando hacia las alturas.

Las rapaces podrían volver en cualquier momento. Probablemente tardarían, pero por precaución, el conde se dejó colocadas las protecciones del brazo. Mientras aguardaba al regreso, se sentó en una roca cercana para descansar las piernas, aunque los hombres que habían ido con ellos se mantuvieron de pie.

-Y bien, Don Bernat, decidme; ¿Cuál es el verdadero motivo que os ha traído hasta mi morada?

or un momento Pau temió que el hombre se diese cuenta de sus intenciones, no parecía que fuese a convencerlo de forma fácil, por suerte el canto surtió efecto y en cuanto el guardia se fue por la puerta, ella paró la oreja. Los pasos se alejaban cada vez más entre gruñidos, tuvo que aguantarse la risa, pobre hombre, había tenido que soportar un canto insufrible.

Dejaron de resonar las botas contra las baldosas de piedra y agarrando unos rollos apergaminados que se puso bajo el brazo salió fuera de la estancia. Aquellos rollos le servirían de excusa si la pillaban en algún lugar poco conveniente, si la encontraban, su intención desde luego era explorar el castillo. Salió casi a hurtadillas y recorrió el frío corredor de piedra justo en dirección contraria al guardia, rauda como una liebre. Comprobó que llevaba sus amuletos por si acaso, tenía que descubrir más cosas, en aquella biblioteca no llegaría a ningún sitio.

Todo aquello no me daba buena espina, así que lo que menos quería hacer en aquel momento era estar sola, el bosque de pronto, se había tornado algo frío y agobiante para mí. Me acerco al capellán y Teolfo por si habían dado con algo más que pudiese sernos útil, aunque en realidad lo que no quería era separarme de ninguno de ellos.

El maldito pajarraco le habría destrozado el antebrazo con sus garras de no ser por la protección que llevaba, y aun así, se las arregló para llevarse un doloroso recuerdo en uno de sus dedos. El conde lo quitó a la bestia de encima y el aprovechó para llevarse la herida a los labios y chupar la sangre, mitigando levemente el dolor, mientras pensaba toda clase de impropierias sobre aquél halcón y toda su familia hasta la décima generación — Ya he visto, ya — se limitó a decir, algo malhumorado.

Onofre lo mandó enseguida a volar junto a Orestes, y pasó a sentarse a la espera que de las aves volvieran con algún premio que cocinar y servir aquella noche. El se mantuvo de pie, sin prestar demasiada atención a lo que el conde decía sobre los halcones... hasta que, de forma parecia a la que él mismo acababa de describir, el de Munter le espetó aquella pregunta, habiendo esperado al momento oportuno para atacar.

Se giró hacia el conde, mirando con cautela hacia los alrededores en busca de hombres escondidos, pero no llegó a ver nada inusual. En un principio, tan solo estaban él, el de Munter, y los pocos sirvientes que les habían acompañado. Dio un paso hacia el conde — Entiendo que nuestra visita está fuera de lo habitual, pero, ¿Os he dado motivos para desconfiar de mí? ¿O el monje? — se defendió — Un viejo amigo me pidió que acompañara al joven hasta este lugar y me asegurara de que no le pase nada mientras está realizando su búsqueda. Desconozco qué contiene ese libro o por qué es tan importante, pues aunque no me son extrañas la escritura y la lectura, no tengo interés en meterme en asuntos de otros. Simplemente me hallo aquí cumpliendo un favor a un amigo — esperaba que aquello bastara, ya que técnicamente estaba diciendo la verdad, aunque estaba claro que el conde era alguien mucho más avispado de lo que aparentaba.

Llanos tampoco se lo pensó demasiado cuando todos se internaron en aquella senda, siguiendo a su padre, que, como el viejo cabezota que era, se había adelantado al grupo.
Había demasiadas incógnitas en aquel momento, y muy pocas respuestas. La principal, para Llanos, seguía siendo la cuestión de los niños, que por algún motivo aún estaba recelosa de compartir con el resto del grupo. Pues, ¿quiénes eran, si no extraños que se habían juntado con ellas por azares del destino? Bien podrían ser secuaces del conde.

No, ni siquiera confiaba en su propio padre, no lo haría de los otros dos. No por ahora.

El grupo comenzó a adentrarse en aquel sendero. No era un camino fácil, pues era bastante angosto entre la vegetación y estaba repleto de zarzas llenas de espinas afiladas. Había tantas que se formaba una cúpula por encima de ellos, dejando traspasar unos pocos rayos de Sol a través de ellos. Además, el sendero era muy irregular y difícil de seguir, con numerosas bifurcaciones , aunque por el sonido de los pasos y las sombras no era difícil seguir el rastro del capellán.

-¡Venid, he encontrado algo! -se le oyó decir.

Parecía que ya había traspasado aquel zarzal y se encontraba al otro lado.

Pau comenzó a recorrer el pasillo y pronto llegó hasta la compuerta que había visto la noche anterior. No parecía haber nadie por allí fuera. De vez en cuando se oían pasos, pero eran lejanos, provenientes de los criados en las cocinas. 

Podría tratar de entrar en esa puerta, cuyo interior desprendía un hedor hediondo y húmedo, o volver a entrar en las dependencias donde vio aquel misterioso mapa.

au recorrió el pasadizo con prisa y cuidado, se mantenía alerta, si alguien lo cazaba husmeando dónde no debía iba a ser un problema. Más de una vez se sobresaltó al escuchar los pasos lejanos de algún criado, mas se mantuvo tranquilo y cauto. Una gran incertidumbre rodeó a la muchacha en ese momento y observó las dos puertas que dividían su camino. La de la noche anterior a penas estaba cerrada y no parecía que había mucho más allá, en cambio la otra...

Se palpó el pecho y de un tirón sacó su talismán, que colgaba del otro lado del cordel. Sujetó la placa con ambas manos y comenzó a susurrar cerrando los ojos para mantener la concentración.

- Sant Nunyo, Sant Nunyo sigues beneït, obri les portes que ha tancat un mal parit...