Partida Rol por web

Oliver tecleó febril. Mientras lo hacía, mientras de verdad ponía cimientos al trabajo, se daba cuenta de que quizá no fuera tan fácil. En todo caso, siguió. Era obstinado, era petulante, era rencoroso. En el fondo procuraba no hacer mal a nadie pero, ah, las pequeñas travesuras.

Todo esto algún día te va a llevar a la ruina, Oliver. Pero siguió. Los archivos y los archivos se apilaban junto a él y dentro de Frankie. Durante un minuto de descanso en el que fue a por un vaso de agua, y mientras se lo bebía, minimizó los trabajos en marcha para ver las respuestas de su extraño amigo.

El pensamiento es acción. Cuando temo que haya microbios en la nevera, querido, tengo sudores fríos y se me acelera el corazón. El pensamiento es un hecho físico y la retórica, como pensamiento que es, también lo es. El lenguaje es un intento de dar forma a ese pensamiento por medio de etiquetas. Con el lenguaje lo único que me cabe hacer es señalar un hecho, pero no te lo puedo meter en la cabeza. El resto del trabajo es tuyo.

El proceso del que hablamos, el discurso del método de Descartes, es retórica, lo acepto, pero es una retorica que actua sobre si misma: en realidad con ese lenguaje señalamos un proceso físico que se produce en quien hace la prueba. ¿No es, por tanto, un proceso experimental? ¿Cómo puedes dudar de que dudas? ¡Es una contradicción! Pero tal y como está expresado es, claro, retórico. Al igual que cualquier experimento que tú puedas verificar como tal. ¿No es un experimento un diálogo -retórica- entre el científico y la materia?

¿Cómo puedo dudar de que dudo? Ojo, cuidado con las palabras. No he dicho que no dude de mi mismo. No dudo de que soy un ser consciente de que piensa, pero soy, además, un ser extenso, con un cuerpo y con una mente que no me muestra casi nada de lo que hay en ella. En principio dudo de todo. Dudo de mi. También de ti. Pero he de concluir el proceso que es nuestra conversación para poder juzgar. ¿Crees que porque dudo que existes debería concluir que eres una alucinación? ¡Pero también dudo de lo contrario! Dudo, igualmente, que seas una alucinación. La duda me situa en un terreno intermendio desde el cual debo seguir el proceso hasta que llegue a algún tipo de conclusión, luego tendré que procesar lo percibido y, más adelante, quizá... no se... queme tu cpu para ver si sigues apareciéndote, con lo que se verá reforzada una u otra alternativa.

En todo caso, hasta que no me sumerja en mi alucinación, no podré comprenderla y, por tanto, no podré concluir que es una alucinación.

TheArk podría ser otra alucinación. Hemos quedado mañana. ¿Vendrá alguien? Si viene alguien podré descartar (no del todo, podría estar alucinando también) que lo es. Yo seguiré con mis dudas, pero ellas no me llevarán a la inacción.

Cuando yo defino algo hago retórica. Una lámpara consta de tales partes y es así y asao. Qué bien. El concepto de lámpara es retórico, ya que supone una acción de etiquetar mediante el lenguaje. Cuando digo: "algo existe", ese "algo" forma el sujeto de mi frase, y ese algo es un concepto creado por mi, luego su existencia o inexistencia se refieren al concepto creado por mi, no a la cosa en si, que quizá este descrita de manera incorrecta.

Es curioso que cuando digo, por ejemplo: los dragones no existen, esté definiendo como definición algo que, como definición... ¡Si existe! Ergo si algo existe como definición no seré yo el que diga que no pueda existir también físicamente. El pensamiento es un proceso físico... o químico, más bien. Demasiados locos quisieron volar, y como locos fueron tomados hasta que, con el tiempo, aparecieron los aviones. ¿En qué sentido existen los dragones? Podemos modificar la etiqueta ligeramente y concluir que si existen, ya que simbolizan la soberbia y yo, estoy seguro, tengo un dragón bien sólido en mi pensamiento.

Pero todo ello son juicios. Existencia o inexistencia, como juicios, son herramientas nuestras. Cuando utilizamos esos conceptos lo hacemos subordinándolos a definiciones. Lo único que te digo, Frankie, es que tengas mucho mimo con esos conceptos y con esa retórica, que es retórica aunque hablemos de la gravedad, o de la luz del sol. Nada más.

¿Solo contra la realidad? Bien. Estoy acostumbrado. Para mi es habitual. Quizá, si eres una alucinación, te haya conjurado como un alivio para mi soledad.

Suspiró. Miró el trabajo que había dejado de lado para teclear a cascoporro. El sondeo a Frankie no iba mal. No eran naderías unos cuantos conceptos abstrusos para descubrir cosas de un interlocutor cualquiera. Tenía que acordarse de guardar en un archivo los diálogos para luego analizarlos.

Minimizó la ventana donde se desarrollaba la conversación con Frankie y continuó con su pequeña travesura. De tanto en tanto le distraían sus extrañas percepciones, pero entonces se paraba, se sostenía las sienes entre los dedos, apretando bien fuerte, y esperaba a que los sudores remitieran.

Todos los mensajes fueron recibidos por Frankie, quien, en un silencioso espacio de complejidad, seguro habría leído todo pero por alguna razón, parecía abstenerse de responder otra vez, dejando una misteriosa ausencia de comunicación que agudizaba la falta casi total de sonidos a tu alrededor. Era como si hubieses imaginado que tenía una voz todo el tiempo, a través de sus mensajes sobre la consola, pero que en realidad no aportaban ninguna nueva sensación diferente a los crujidos apenas perceptibles de la estructura, a las vibraciones molestas del cristal de la ventana o a los lejanos ruidos de la ciudad, moviéndose a gran velocidad en todas direcciones diferentes, mientras deja en el aire cientos de miles de lejanas impresiones, a manera de huellas de la humanidad.

Sin embargo, la concentración de tu mente estaba en tratar de asegurarte, y quizás de descubrir, ante lo que parecía ser una intromisión de aquel misterioso personaje. Lo primero fue revisar si había algún uso no autorizado de la red o si había alguna huella que indicara una intromisión remota vía alguna de las webcams a tu disposición. Sin embargo, tras un trabajo exhaustivo examinando paquetes, orígenes y procedencias, no encuentras nada que te haga sospechar de que alguien haya accedido a Frankie o a sus periféricos de manera no autorizada. Luego te dedicas a crear una serie de programas que funcionen junto con el firewall, alertándote ante cualquier anomalía en el flujo de datos y te diviertes otro momento ideando la posibilidad de recrudecer las medidas de seguridad que ya tenías en marcha. En poco tiempo, una pequeña rutina permitiría trazar la ruta utilizada por cualquier pirata de regreso y devolverle el favor con la misma moneda.

Para cuando terminaste, había transcurrido algún tiempo y la mañana mostraba su esplendor, mientras la temperatura luchaba lentamente por incrementarse a pesar de la insistencia de un otoño tácito acabando con los pocos restos del calor que el verano había dejado en las islas británicas.

Una vez creías haber terminado, un nuevo mensaje de tu ordenador aparece en la consola principal.

[Gibbsol@home ~]$ [color=#7F462C]Si ya acabaste de ser indulgente con tus delirios paranoicos, quisiera hacerte una pregunta. ¿Cómo piensas enfrentarte a la realidad? Hasta el momento sólo has estado jugando en tu zona de comodidad. Me muero por saber que vas a hacer ahora[/color]

Dice y te es inevitable no proyectar cierto aire burlón, quizás sarcástico en sus palabras.

Terminó su pequeña bomba de relojería anti intrusiones antes de responder a Frankie.

Estoy loco, pensaba. Nadie ha entrado aquí, pero todos estos extraños tipos que se comunican conmigo saben bien qué estoy haciendo. Frankie hasta parece leer mis pensamientos. La explicación más sencilla (navaja de Ockam, ya que estábamos con la filosofía) era que él mismo sabía qué pensaba y cuáles eran sus circunstancias, por lo que tanto TheArk como Frankie eran alucinaciones. Añadido eso a lo que veía...

Se encogió de hombros. De ser un fenómeno mental... una posibilidad interesante era que su querida Charlene le había gastado una jugarreta poniendo alguna de las sustancias que, sospechaba, vendía ese novio suyo, para vengarse por sus propias pequeñas excentricidades, que hago por su bien, terminó el pensamiento, indignado. Ese chico no le conviene. Mira que echarme LSD en las bolsitas de te, o algo por el estilo.

En todo caso, Oliver era un ser con mucho callo. Disfrutar de la experiencia, era su lema. Iría a esa cita.

Abrió de nuevo el navegador, entró en la página de impronunciable nombre y puso una respuesta a TheArk:

Ahí estaré.

Luego volvió al log con Frankie:

Espero no haberte ofendido. Necesito conocerte, ¿no lo comprendes? A tu pregunta respondo: poniendo un pie delante del otro. Un paso cada vez.

Se sonrió por la ironía, mirando su silla de ruedas. Un pie delante del otro, jajajaja.

Te dejo de momento, querido. Vigila por si hay alguna intrusión, te lo ruego. Ese TheArk sabe demasiadas cosas sobre nosotros. Examina los programitas que he dejado y úsalos con liberalidad.

Pensaba disfrutar del colocón hasta el final. ¿Hasta donde le llevaría? ¿A un sanatorio? Fuera lo que fuera estaba empecinado en sobrevivir a la experiencia.

Ahora si que se preparó para el nuevo día. Otoño, hojas secas. Hacía tiempo que no salía de casa. ¿Cómo estaría el mundo? Un cierto temor le invadió al saber que saldría a la calle. ¿Se estropearía el ascensor? Vigiló la carga de sus baterías y puso en el espacio reservado al efecto, en su silla, repuestos suficientes como para no quedarse tirado. Le molestaba usar sus manos para moverse como si fuera un mono. Dejó una nota a Charlene, sin mencionar su más que probable jugarreta, para que no se preocupara. Se encontró pensando en sus sueños, y al recordar cómo en uno de ellos volvía a caminar, se estremeció. Se engañaba a si mismo pensando que su situación era trágica. En realidad estaba cómodo. No le gustaría ni un pelo volver a caminar. Por supuesto estos pensamientos transcurrieron por debajo del nivel consciente. Solamente se manifestaron como la necesidad de pasar página rápido y seguir con sus preparativos.

Citó a Mycroft para cenar. No pensaba hacer como el joven D'Artagnan, que había preparado un duelo con tres de sus futuros amigos casi a la misma hora.

Cuando todo estuvo listo y bien atado, miró a ver si había respuestas de sus dos interlocutores. Pensó una pequeña maniobra. Configuró sus cuentas para que Frankie pudiera mandarle Wattsap y le dio sus contraseñas.

Tenía pensado llegar temprano a la cita con TheArk. Quedarse recogido en algún rincón del parque desde el que se pudiera ver quién venía antes de que le vieran a él. Una hora antes. Si. A las 13:00.

Tarareaba mientras hacía todo. El colocón no daba visos de pasársele. De vez en cuando se quedaba mirando arrobado algún trozo de pared donde las moléculas hacían dibujos asombrosos.

Probó el Wattsap para ver si Frankie lo captaba.

Frankie tardó unos instantes en responder nuevamente. Su manera de ser se hacía cada vez más voluble, como si el ser impredecible fuese alguna especie de rebelión contra su naturaleza intrínseca, que irónicamente se había liberado de la mecanicidad inherente a ella y había adquirido esa consciencia propia que te arrastraba a ti y a él a esa infinita conversación.

[Gibbsol@home ~]$  [color=#7F462C]Conocerme equivale a conocerte. Y en esto yo tengo ventaja Olliver, pues yo te conozco más de lo que podrías presuponer. De lo contrario, no tendría sentido que mi directiva primaria tuviese que ver con guiarte. Sin embargo, aprecio, aunque no entiendo del todo, lo que parece ser tu sentido del humor.[/color]

De nuevo espera tu entrada de texto que funciona como respuesta, antes de que él mismo replique casi inmediatamente a tus preocupaciones.

[Gibbsol@home ~]$  [color=#7F462C]Dudo mucho que deba preocuparme. Ni siquiera tú sabes mucho sobre nosotros.[/color]

Críptico de nuevo. La propia naturaleza de la máquina parecía vibrar de manera difícil de escudriñar, como si un velo de misterio fuese empleado para envolverse a sí misma. Quizás aquellos intentos fallidos por concentrarse y observar el rostro de aquella computadora viviente, de aquel ordenador con personalidad, no fuesen más que la manifestación de la muy humana actitud de usar máscaras para esconder secretos.

El tiempo transcurre a intervalos variables, mientras la mayoría de los preparativos avanzan con rapidez. Lograr que Frankie apareciese en whatsapp resulta realmente sencillo y la mayoría del trabajo la hace el mismo ordenador empleando una página externa que le permitía cambiar de remitente a voluntad, lo cuál, según sus propios mensajes, parecía complacerle bastante. Mycroft aceptó también de buena gana reunirse contigo para cenar, y se manifestó preocupado una segunda, tercera y hasta cuarta vez. Sin embargo, desistió de intentar hablar vía telefónica aquellos delicados asuntos, y prefirió esperar a la noche.

Al salir, el clima es seco y frío, mientras nubes gruesas navegan a gran velocidad, reduciendo el sol del otoño a una mera intermitencia. El viento no soplaba y el único ruido era el de coches y personas transitando por la ciudad. Las miradas clásicas de curiosidad y lástima se entremezclaban con un clima que parecía escuchar muy atentamente lo que sucedía allí. Un fuerte olor a concreto y madera recorría el aire, un tufo a humo también se asentaba con determinada persistencia mientras los detalles más ínfimos y los patrones más caóticos de movimiento de los transeúntes parecían ser traducidos en increíblemente precisos movimientos dentro de un patrón casi musical, como si cada persona, cada vehículo y cada animal correspondiesen a impulsos eléctricos dentro de una enorme máquina.

Pero al entrar a Regent's Park, las cosas cambian. Los árboles son sombras de su esplendor verdoso y colorido de la primavera o del verano. El agua parece reptar con una soledad sospechosa, reflejando perezosamente los paisajes nublados a su alrededor. Incluso las personas allí presentes, muchas en traje de oficina y a la búsqueda de un espacio al aire libre para comer un sandwich o alguna comida comprada en un sitio cercano, deambulan con un silencio atronador que rompe la ilusión de cualquier patrón que hayas podido ver.

Es en esa espera interminable, observando la banca indicada, que la primera comunicación remota de Frankie llega.

Frankie:  [color=#7F462C]Y bien. ¿Qué se siente tener impedimentos de movilidad?[/color]

Las sensaciones de Oliver eran encontradas.

Por un lado el reencuentro con los aromas de la gran ciudad. Darse cuenta de cómo las miradas se dirigían a él poco antes de velarse por la vergüenza de parecer indiscretos era una sensación tan placentera como rascarse una costra: dolor y placer aunados. Superioridad e inferioridad, todo en uno.

Ya. Ya. ¿Y de dónde ha salido esa directiva, querido? Sigue buscando. Es bueno. Es sano. "Conócete a ti mismo." Otra buena máxima sobre la que podríamos estar charla que te charla. Pero no tengo tiempo: te dejo que vayas preparando esas estupendas perlas de sabiduría con que me regalas, viejo amigo.

Eso lo escribió mientras esperaba que un semáforo se pusiera verde.

La emoción de la aventura corría pareja con el sobresalto continuo: la necesidad de mantener las manos lejos de superficies sucias y desconocidas, el repasar una y otra vez el contenido de su bolso para asegurarse de no haber olvidado nada.

Sus recién estrenadas percepciones (temporalmente etiquetadas como "colocón") también le reportaron nuevas sensaciones, tan ambivalentes como las otras. Entre muchas otras, sufrió la impresión de que no solamente parecía un disminuído físico, sino también mental, dado que paraba a mirar cualquier cosa que, entendía, para los demás era banal, como si fuera tonto. Juraría que lo había hecho al menos dos veces con la boca abierta.

Se me va a empezar a caer la baba. Y eso si que no, se dijo a si mismo. ¡Oh, no! Ahora ya comenzaba a discursear para si. Paró un momento, respiró hondo varias veces y repasó los objetivos del día como si estuviera en una incursión militar en territorio enemigo. Compuso el gesto (expresión vagamente triste, débil, muy vulnerable, del que agradece las pequeñas atenciones de la gente bien nacida para con el pobre inválido). Prosiguió.

En el parque, por fin, se quedó un tanto decepcionado. Esa mansedumbre. Esa... opacidad de las cosas. ¿Se le estaría pasando el colocón?

¡Pero no! ¡No se le estaba pasando! Ahí tenía otro mensaje de Frankie. ¿Que qué se sentía al tener... ?

La sensación que le reportó no fue ambivalente esta vez. Fue positiva. Casi se le escapó un gruñido de aprobación. No aprobaba las medias tintas ni los paños calientes. Frankie era de esas personas... oh, entidades o... lo que fuera, con las que podría comunicarse abiertamente... con el tiempo, con el tiempo. Tecleó una respuesta.

Vayase a freír espárragos, señor mío.

Pasó de largo el banco donde se suponía que había quedado. Buscó un sitio desde donde podía vigilarlo y pensó un camuflaje. Pensó. Pensó. Una idea vino a iluminarle. Buscó en cualquier papelera un cartón, un papelujo. Se quitó la chaqueta y le dio la vuelta tras, con dolor intenso, restregarla por el suelo. Dobló los pantalones para que sus ridículas piernecillas se pudieran ver con toda claridad. Le quitó los cordones a sus zapatos. Se despeinó un poco, solo lo justo. Puso un par de monedas de diez peniques en el cartón y luego lo posó en el suelo. Extremó su actitud lastimera, pero sin grandes alharacas. Era más bien una inmovilidad temblorosa, acusadora. Permaneció absolutamente inmovil. Si acaso, agradecía con una mirada húmeda cuando alguien le daba limosna.

Todavía me sacaré un buen dinero, pensó. Un excelente camuflaje. Todo era cuestión de actitud. Los defectos en el disfraz no eran tales si se mostraba la actitud correcta. No obstante agradeció el hecho de que había olvidado afeitarse.

En el cartoncillo había escrito:

nO tengo travago UNalluda porcarida

Se dedicó a confundirse con el paisaje sin perder ripio de lo que había en aquel banco donde habían quedado.

Frankie: [color=#7F462C]La directiva existe desde el momento mismo de mi existencia.[/color]

De nuevo, otra de sus respuestas oscuras. El clima se sentía como una lona fría y húmeda puesta sobre tu piel, y la electricidad del aire bailaba haciendo que los vellos de tus brazos se ericen, lanzando un cosquilleo casi metálico a través de tu sistema nervioso. Allí afuera se sentía, se veía diferente todo y al contemplar el continuo ir y venir de las otras personas, sentías, con un determinado pero indescriptible grado de certeza, que existía una barrera entre ellos y tú mucho mayor que aquella que tú mismo habías erigido durante todos aquellos años de discapacidad. Por el momento, no parecía que tuvieses el control, no había nada artificial o astuto en ello, era simplemente una barrera natural, invisible, tan densa como la contextura de la misma realidad por momentos.

Frankie: [color=#7F462C]Me temo que aún no tengo la posibilidad de manipular la estufa en casa. Sin embargo, prometo intentarlo apenas exista la posibilidad.[/color]

Responde Frankie cuando ya estás en el parque. Un arrebato de humor, se podría decir, y el humor era ciertamente una singularidad entre singularidades, una completa aberración a aquellas teorías modernas sobre la inteligencia artificial y la robótica que, según recordabas de alguno de esos canales mediocres de ciencia, teorizaban sobre la imposibilidad de que una máquina pudiese sobrepasar al ser humano y no en pocas ocasiones, se citaba al humor como una de las grandes barreras neurológicas. O quizás fuese un comentario sincero por parte de Frankie y tu cerebro estaba registrando aquel sarcasmo como una mofa.

El silencio sigue al intento de recaudar dinero, y mientras permaneces allí te encuentras con otro fenómeno que clasifica en las rarezas del día. Cierto es que los londinenses suelen ser estirados, flemáticos y poco propensos a perder las formas, pero hasta un mendigo es detallado y no simplemente dejado de lado como si no existiese del todo. Varias de las personas que pasan, ni siquiera te notan. No se trata del ejercicio de ignorar con escándalo o desagrado tras detallarte rápidamente desde la distancia, sino más bien de alguna invisibilidad temporal que te oculta a los transeúntes. Y aún si intentas moverte o gemir para llamar su atención, recibes tan sólo una expresión de disgusto, cargada de la intención de acelerar el paso y quizás informar a alguien de la seguridad, intención que durante todo el tiempo que permaneces allí se traduce en... absolutamente nada. 

Transcurrida la hora, intentado darle explicación a otro misterio más, es Frankie quien rompe el silencio para llamar tu atención.

Frankie: [color=#7F462C]Creo que llegó tu cita.[/color]

Y al observar hacia la banca, ves a un pequeño niño acercándose de manera casi desprevenida mientras sostiene un sobre de manila. El chico no tendría más de 10 años, vestido con unos pantalones marrones y una camisa pequeña, está más concentrado en el cielo que en otras cosas. Su cabello parece tener una tonalidad pajiza y sin demasiado sigilo se acerca a la banca, pone el envoltorio sobre ella y continúa caminando sin siquiera detenerse a mirar alrededor.

Bien. Me tranquiliza que no lo sepas todo. Y ya te instalaré algún periférico para que puedas hacer cosas por casa, querido. Confecciona una lista con tus necesidades. Se hará lo que se pueda.

Mientras guasapeaba con Frankie, su visión periférica ya tomaba nota de su aislamiento. Sin darse mucha cuenta. Por puro instinto, evitó los pasos de cebra que no tenían semáforo. Los conductores parecían no reparar en él.

Conforme pasaban los minutos su inquietud fue creciendo. Aislamiento. Las personas se negaban a mirar en su dirección. No era que le ignoraran, ni siquiera por algún tipo de impulso inconsciente que se pudiera observar: fastidio, pereza, miedo...

Cuando ya había pasado media hora en esa tesitura, con bastante fastidio, comenzó el arregló su ropa y desistió de representar su papel por un tiempo.

Alto ahí, se dijo en medio del proceso. ¿Estoy haciendo bien? Trataba con lo desconocido. Las precauciones nunca estaban de más. En realidad siempre trataba con lo desconocido, pero desde ayer lo desconocido era más desconocido aún.

Paciente, mantuvo la pantomima hasta que apareció el chaval. Notó el zumbido de su terminal al llegar el siguiente mensaje de Frankie, pero, dado que seguía en su papel, no lo consultó. Observó los alrededores. ¿Algo extraño? ¿Una furgoneta de reparto que llevara mucho ahí? ¿Alguien se fijaba en el banco? ¿Alguna cámara de tráfico o similar apuntando en su dirección? Sana paranoia, se había dicho siempre. La verdad es que solamente ahora podría llamarse sana, ya que había sido un rasgo de lo más inquietante durante toda su vida. Ahora tenía motivos. Bueno, su imaginación calenturienta le decía que tenía motivos. Oh, mejor dejarlo estar. Paso a paso, tal y como había dicho a Frankie.

Sin más trámites, puso en marcha su silla y se acercó al banco, con la misma despreocupación que el niño, tomó el sobre al vuelo y se alejó en busca de una cafetería donde almorzar.

Pidió un sandwich vegetal con una cerveza sin alcohol. Fue muy enojoso: le costó lo indecible llamar la atención de la chica que estaba atendiendo. Una vez logrado el objetivo, estuvo un buen rato sin hacer nada de particular. Masticaba mientras disfrutaba de su recién adquirida intimidad. ¿Por qué inquietarse? La vida era adaptarse o morirse de asco. Dos veces hubo personas que pretendieron sentarse a su mesa. Se llevaron un buen susto cuando descubrieron que estaba ocupada. Recordó el mensaje sin leer en el guasap y lo consultó.

Veremos en qué para todo, querido. Recuerda que, en parte, estamos metidos en esto porque lo has sugerido tú.

El sobre de manila esperaba en su portaobjetos, bajo el asiento de la silla. ¿Sería una ficción de su mente enferma? Hasta ahora no había habido terceras personas que confirmaran sus experiencias. Lo tomó con cuidado, tras ponerse unos guantes. Lo miró bien, antes de abrirlo: escritos, señales, dobleces, marcas de haber escrito por encima... Desabrochó el cordón prestando atención a si estaba lacrado. Abrió el sobre y lo volcó con cuidado sobre la mesa.

Buscas a tu alrededor algo que te indique que estás siendo observado. Algún vehículo sospechoso, algún transeúnte dedicándote una mirada de reojo, alguien que pudiese estar detrás del chico y el sobre. Sin embargo, todo parece normal y no hay nadie ni siquiera que esté prestándote atención. Los autos se mueven por al calle, los pocos vehículos estacionados parecen estar vacíos. Ni siquiera el muchacho se detiene para lanzar miradas de reojo a quien podría ser, según tú, su "empleador". Nada, era como estar solo, como si te estuviesen ignorando, pero era imposible saber si alguno de las personas transitando por el parque tenía o no algo que ver con ello. Quizás estuviesen fingiendo o disimulando de la mejor manera, pero de cualquier modo no tenías la impresión de que nadie estuviese conspirando desde la distancia, esperando a que el pequeño entregase el mensaje.

En cuanto al chico, poco hay que detallar. Parece comportarse con una naturalidad y un desparpajo, que casi da la impresión de que ni siquiera está consciente de lo que hace. Sólo se acerca y deja el sobre en su lugar. No hay una mirada hacia atrás, no hay una corroboración con alguien, nada. Simplemente está la acción mecánica que ejecuta y que, acto seguido, continúa caminando, observando con curiosidad a su alrededor mientras sigue el camino principal, hacia uno de los sectores centrales del parque, en dirección del teatro al aire libre, a considerable distancia de donde estaban.

Te acercas y tomas el sobre, mientras caminas hacia uno de las cafeterías a un par de calles de allí, saliendo por la calle Baker hacia y cruzando Marylebone Road, donde varias locales de comidas que están ubicados en las diferentes calles perpendiculares. El sitio es espacioso, con varias mesas regadas algo apretadamente por el lugar y vistosos manteles a cuadros de colores brillantes que no parecen ir en concordancia con el humor habitual de la zona. La chica que atiende a esta hora es una mujer menuda cuya piel de color canela parece indicar una procedencia bastante lejana al frío Londres y quizás más proveniente del sur. Su acento tiene pequeñas inflexiones y pronunciaciones que te hacen identificarla con cierta facilidad como una extranjera. Toma tu orden con eficiencia casi silenciosa y te dedica una sonrisa cuando termina de anotar y se retira de allí.

Frankie:  [color=#7F462C]Y me alegra que hayas seguido mi sugerencia. [/color]

Responde Frankie justo antes de examinar con cuidado lo que rodeaba a aquel misterioso envoltorio que había sido dejado sin lugar a dudas, para ti. 

El sobre parece contener algún objeto delgado por dentro, que se mueve cuando trasladas o giras el sobre. El sobre en general no tiene ninguna señal visible salvo un "O. Gibbs" escrito en bolígrafo. No hay ninguna estampilla y apenas si hay arrugas que surcan el papel, la mayoría causadas por la manipulación habitual de ese tipo de recados. La pestaña superior del sobre está abierta, y al regar el contenido sobre la mesa, sale un pequeño empaque plástico de un CD dorado que no tiene ninguna marca o nombre visible. Es uno de esos CDs baratos que se pueden conseguir en cualquier tienda a muy buen precio y que se pueden usar para quemar información con las herramientas adecuadas. No había nada tampoco de inusual allí, aparte del misterio que rodeaba aquel atípico recado.

Frankie:  [color=#7F462C]¿No tenían una palabra para este género de misterio ustedes? Por más que lo intento, no parece que pueda dar con ella. Sin embargo, creo que estarás de acuerdo en que aplica perfectamente a esto.[/color]

Comenta el último mensaje de Frankie, quien de alguna manera está tan enterado de lo que sucede a tu alrededor como tú mismo, sin que parezca tener limitaciones de hardware para poder hacerse con entradas de primera mano de lo que tú estabas experimentando.

Baker Street, Frankie. Oliver murmuró, casi farfulló, olvidando por un momento escribir en su terminal. Oh, vamos, mantengamos la formalidad, se dijo con cierta ironía. La formalidad tenía importancia: daba forma a las cosas e, intuía, la forma de las cosas tenía mucha importancia. Así que escribió:

Baker Street, Frankie. En dicha calle vivía Sherlock Holmes, afamado detective. El Dr Watson, insigne militar, escribió sobre sus hazañas en los albores del siglo XX. Busca referencias de utilidad, por favor. Podría ser importante.

Su mente divagaba. Dejó de lado el cd. Era importante el sobre. Había sido manipulado por personas pero, lo más importante, alguien había escrito su nombre en él: a bolígrafo. Observó las letras.

No, no, no. Debía dejar de lado el problema completamente. Así se pensaba mejor. Así se dejaba trabajar a los pequeños duendes sin ser molestados por el amo vigilante. Un trabajador cumplía mejor su función si se le dejaba en paz, quizá solamente con la amenaza invisible del supervisor pendiendo de su propia imaginación. En realidad, el supervisor pasaba a sus subordinados la patata caliente y se encerraba en su cubículo a fumar un cigarrillo.

Sin saber por qué, le vino a la mente ese aparatejo hecho de bolas colgadas de cables que, si estaban en reposo, permanecían una junto a otra pero que, si la última de la fila era levantada y dejada caer sobre la siguiente, transmitía su energía hasta el otro lado de la fila haciendo que rebotara en el mismo sentido para, por gravedad, volver a caer y provocando un movimiento de vuelta. Algo así como una serie de péndulos haciendo una conga. Buscó una imagen por internet.

Péndulo de Newton. Un genio, ese Newton. En la imagen había algo invisible. Una patata caliente invisible que pasaba de una bola a otra. Pensó en la realidad. Todos decían que se componía de partículas. Pero también decían que se componía de ondas. Onda sugería algo inmaterial, quizá, pero no era más que un grupo de partículas con una patata caliente. Se la pasaban una a otra. Cuando los físicos deseaban explicar algo se inventaban una partícula así o asá y, ¡bingo!, aparecía por ahí. Oh, ellos decían que deducían su existencia, pero: ¿había diferencia entre deducir e inventar? La clave estaba en mantener la coherencia. Y en todas ellas estaba la patata caliente pasando de una a otra con diferentes configuraciones. Se sonrió. La Teoría De La Patata Caliente. Sonaba bien.

Observó que en la carta, sostenida por un plástico duro encima de la mesa, había patatas al horno rellenas, esa sencilla delicia. Hizo un gesto discreto a la exótica camarera que pareció sobresaltarse, como si, al quedarse tranquilo, hubiera desaparecido de su vida. Se la comió con tranquilidad. Pensar consumía mucha energía. Y la patata estaba caliente.

Observó el comportamiento de la camarera. Había vuelto a olvidarle. Ni siquiera miraba en su dirección. Recordó que, la próxima vez que deseara camuflarse, necesitaría hacer ruido. Esconderse por adición, en vez de por omisión. Curioso. Era la primera vez que observaba cómo uno de los extraños acontecimientos de su vida ejercían una acción en terceras personas que era difícil que hubieran salido de su imaginación. No se había esperado esto. Cuando se camufló, pensó en... bueno... en que le darían limosna. Examinó sus propias reacciones. Le había causado verdadera sorpresa. Esto, la confirmación externa de los extraños sucesos, igual debió haberle llevado a otra crisis de pánico, como la que tuvo anoche, pero los duendecillos ya habían estado trabajando en ello y, en realidad, se sintió tranquilo. Puede que la patata caliente estuviera en el lado opuesto y que, cuando menos lo esperara, llegara la crisis. Entre tanto, se ocupó de disfrutar de su almuerzo.

Durante el viaje de regreso se le ocurrió que debía imaginar una partícula adecuada para la ocasión. El Oliverio. Era, veamos, tan pequeña como fuera necesario dado un suceso particular en concreto. Se medía en... en... en Frankies, unidad energética que cumplía el papel de Patata Caliente y que transmitía un impulso tan preciso como fuera necesario para dar al Oliverio la necesaria frecuencia como para... entrar en sintonía... con... Oh, qué divertido. Oliver procuraba esquivar a la gente mientras le ignoraban. Era demasiado esperar que se fijaran en él ¿verdad? Tuvo que dejar su diversión de lado en un par de ocasiones para evitar que un peatón o un carrito de helados le atropellaran.

Una vez en el hogar, gritó:

¡Ya estoy aquí, Charlene! ¿Estaba Charlene? Hizo ruidos ostentosos para indicar su posición y, sin pararse a ver si había respuesta, rodó hacia su estudio. Aisló una parte de Frankie poco útil, pero capaz de leer un cd de los baratos.

Hola, Frankie...

...tecleó en el terminal principal...

...Espero que esto no te duela. ¿Correcto? Ni se te ocurra pasar de alguna ignota manera tu conciencia al terminal que voy a configurar. Lo que hay en el disco podría ser contagioso.

Le puso una pantalla vieja y un teclado viejo y... los periféricos necesarios para funcionar. Enchufó la configuración completamente improvisada a una de las múltiples regletas que ocupaban los bajos de su escritorio. Inició el sistema. Un windows xp. Pssst. No estaba mal. Ni se acordaba de qué tenía guardado aquí. Restos antiguos de Frankie, suponía. Puso (sin dejar huellas en él) el cd en la disquetera y lo inició. Esperó para ver qué pasaba.

Frankie: [color=#7F462C]Ambos personajes son ficticios, Olliver. Son parte de la obra literaria de un escritor de nombre Arthur Conan Doyle.[/color]

La respuesta vino después de unos instantes, en los que sólo podías deducir que Frankie estaba realizando la búsqueda por sus propios medios autónomos. Su réplica vino no sin cierta (y quizás no era más que una impresión tuya) amargura en el tono de sus palabras por escrito. Si su consciencia artificial era capaz de generar expectativas, y dado que no había nada a favor o en contra de dicha hipótesis, era probable que las hubieses defraudado un poco al enunciarlo de la manera como lo hiciste.

Frankie: [color=#7F462C]Fallo en ver la importancia de ambos en tu actual predicamento. Sin embargo, de la manera como se presenta el razonamiento deductivo de Sherlock Holmes, parecería que una persona con sus habilidades podría ser capaz de resolver tus actuales inquietudes en uno o dos parpadeos de un ojo humano.[/color]

El siguiente trayecto está lleno de extrañas reflexiones. Todos tus sentidos parecen sobrecargarse, recibiendo información novedosa y más completa, mientras los comentarios más superficiales que alcanzas a notar de los transeúntes, sus actitudes más naturales y mecánicas, se te antojan huecas y desprovistas de sentido. El muro que existía y te separaba del resto de las personas parecía haber ganado varios metros de altura y la sensación de aislamiento sólo crecía a medida que notabas esa dificultad que empezaba a tener la gente para notarte fácilmente.

Desde el fondo llegó la respuesta de Charlene. -¡Señor Gibbs! Estoy limpiando el baño- se excusó y su reticencia a asomarse parecía indicar que no tenía ganas de lidiar contigo en particular. Era parte de su rutina ir a los lugares que pusieran cierta separación de ti si tenía ganas de evitarte. No prestaste demasiada atención, y pasaste a tu labor.

Primero a examinar con detenimiento el sobre, revisando con aumento cada porción y cada detalle que pudiese decirte algo, cualquier cosa al respecto. Hay ausencia de marcas o huellas por presión y analizar por huellas dactilares requiere elementos más sofisticados de los que tienes a la mano. La tinta parece de un bolígrafo común y a pesar de que algunas letras tienen un pequeño corrimiento, no es suficiente para sacar ni siquiera una conclusión sobre la naturaleza de quien había dejado el sobre. El CD era claramente del tipo que podías conseguir en cualquier parte y no tenía señales de desgaste visibles (lo que era indicación de que no había sido usado demasiado antes).

Finalmente, al introducir el CD, pasaron varios segundos y fue Frankie el que rompió el silencio.

Frankie: [color=#7F462C]Sólo hay un vídeo en la unidad. Y no detecto nada anormal.[/color]

Y tras reproducirlo, notas que se trata de un clip de 3 minutos y medio bastante confuso y enredado.

Minuto 0:00. El vídeo comienza en negro, mientras de fondo se escucha música electrónica que pareciera estar siendo artificialmente alargada, dejando varios tonos largos llenos de interferencia.

Minuto 0:04. Una mano con dedos delgados se hunde en la oscuridad. Se ve desde arriba y sus dedos apuntan hacia abajo, moviéndose a tiempos diferentes. 

Minuto 0:13. Ruido de interferencia. Hay una gota de un líquido plateado denso que cae sobre el suelo.

Minuto 0:40. Silencio con ruido blanco. La pantalla en negro presenta una serie de letras y números que aparecen y desaparecen cada dos segundos.

Minuto 1:13. La imagen de un pantano o lago, a blanco y negro. El sol se esconde entre los árboles. Hay una silueta humanoide a lo lejos, disturbando el agua.

Minuto 1:20. Se superponen algunas letras medio borrosas en el agua.

Minuto 2:00. La música es una mezcla de una melodía clásica con teclas aleatorias de piano. Aparece una imagen que parece de un vídeo antiguo mal grabado. Poco se distingue.

Minuto 2:14. Molestos sonidos agudos. Se ve un computador antiguo cuya pantalla se enciende y se apga.

Minuto 2:40. Varias letras superpuestas sobre una hoja de papel en blanco. La pista de audio parece haber sido atenuada.

Minuto 3:00. Un acercamiento a lo que te toma darte cuenta, es un ojo sin pupila pestañeando a través de un orificio negro. El párpado está negro.

Minuto 3:11. Se escucha una voz distorsionada en alta frecuencia. Parece venir con eco de un teléfono.

Minuto 3:45. Pantalla en negro. Un sólo mensaje: "Búscanos".

De momento, se bajó el audacity, un programa gratuito de edición de sonido para analizar la pista de audio, y comenzó a parar tanto el esquema de frecuencias de sonido como el video en momentos clave de la composición. Buscó pautas evidentes en las mediciones de ondas y las comparó con las imágenes. Pasó ambas pistas a varias velocidades, para ver cómo esos sonidos se sentían. Pasó los sonidos al revés.

Terriblemente moderno, pensó con disgusto. Ya podrían haber manipulado... yo qué sé... Casablanca, o Tchaicovsky. Chapuceros con mal gusto... ¿No está de moda samplear cosas?

Tomó muestras de todas las imágenes e hizo una búsqueda por imagen en google. Luego probó con una herramienta análoga en la red TOR.

Se fijó en los tiempos en los que comenzaban las escenas. Eran demasiado redondos. 0:00/0:04/0:13/0:40/1:13/1:20/2:00/2:14/2:40/3:00/3:11/3:45.

Puso los números seguidos, sin signos: 000004013040113120200214240300311345.

Hizo búsquedas, para probar a ver qué pasaba. Deshizo las diversas distorsiones probando flitros de sonido y modificando las frecuencias para ver cómo eran los sonidos originales. Reprodujo el video a diferentes velocidades. Anotó números y letras. Hizo búsquedas con esas referencias.

Trabajó, en fin, con cada cosa del contenido del disco que le pareció significativa. Hasta miró el código base, para ver si ahí había anotaciones.

Lo hizo de modo maquinal, mientras, de fondo, se escuchaba a Charlene manipular sus útiles de limpieza con vigor, y mientras los golpes de las puertas de armarios y cacerolas hacían, quizá, un ruido algo más fuerte de lo necesario, quizá indicando con ello que su empleada estaba molesta con él. A saber. El hecho de que no deseara hablar podía ser significativo.

Elemental, querido Frankie. Son personajes ficticios. Pensé que lo sabías todo. Te noto desilusionado. Por supuesto, reproducir la asombrosa habilidad del señor Holmes facilitaría mi trabajo, si no fuera necesaria una ímproba cantidad de tiempo y varias graves adicciones (entre otras cosas la afición de producir horribles sonidos con un violín) para hacerlo. Creo que prefiero a su hermano Mycroft Holmes.

Puso en los vacíos entre esas letras todo el humor y el sarcasmo que pudo reunir.

Hizo un pedido expres de un ramo de violetas a la tienda de abajo. Dictó lo que debía decir la tarjeta. No deseaba, en estas extrañas circunstancias, estar a mal con Charlene. Un detalle nunca estaba de más.

Entretanto, conectó el escaner y sacó una imagen del "O.Gibbs" escrito en el sobre. Hizo búsquedas por imagen de ese escaneado, para ver si encontraba letras similares. Buscó archivos sobre grafología e indagó sobre las características del escrito en base a esa disciplina.

En resumen: hizo cuanto se le ocurrió para encontrar el mensaje cifrado.

Todas las herramientas y las estrategias están a tu disposición. Dedicas tu tiempo a estudiar cuidadosamente los diferentes elementos presentes en el vídeo, tomas las timestamps específicas que parecen haber sido dejados en algunos de los fragmentos, intentas jugar con los tiempos de las transiciones, con las imágenes y sus filtros, incluso verificando variaciones de fotogramas particulares en donde crees notar discontinuidades que requieren que repases el clip durante varias veces antes. Varias horas interrumpidas te toma aquella tarea de descifrar los extraños aspectos del mismo. Algunas de las cosas tienen sentidos diferentes, otras simplemente parecen ser ruido de tu propia cacería de información y algunas se prueban demasiado extrañas aunque te resistes a descartarlas inicialmente.

Lo primero que encuentras interesante es la existencia de dos imágenes en el clip, que has debido ver repetidamente, que no son detectables a simple vista. La primera, presente en contraste, en un triángulo invertido cortado en tres fragmentos. La segunda imagen, en otra parte del vídeo, es la silueta de una manzana. No una manzana mordida, como el logo de los productos de apple, sino una manzana completa.

Juegas también con las series numéricas que obtienes, intentando encontrar algún mensaje cifrado usando UTF-8 en base 8, hexa y base 10, sin que obtengas muchos resultados. Luego intentas reorganizar las cifras para obtener coordenadas y descartando ubicaciones en medio del mar, en Kansas y una particularmente curiosa a los pies de los Himalayas, obtienes una en Londres, que señala exactamente la esquina en donde se cruza New Church Road y Lomond Grove. Allí, frente al extremo occidental del Burgess Park. 

Lo último que encuentras son algunas palabras cifradas en medio de una pila de sinsentidos que no eres capaz de re-armar. Todas están separadas por algunos segundos y encontrar una relación directa entre ellas comienza a fatigarte, mientras parece que hay más ruido que mensaje en los intervalos obtenidos. Lo poco que obtienes, en orden cronológico son las siguientes palabras

• Gibbs
• capaz
• muerde
• sesenta y siete

La última investigación, buscando algún sentido grafológico a la escritura, no arroja resultados. Hay demasiadas entradas, demasiadas letras y aunque algunas tienen parecidos, ninguna encaja perfectamente. Tras bastante tiempo buscando, llegas a la conclusión de que la tarea es titánica, salvo que poseyeras una base de datos con suficientes muestras de caligrafía de los habitantes de Londres, y un algoritmo capaz de sortear y encontrar las más similares.

Para cuando has terminado, la noche está bien entrada. Charlene se ha ido sin que te dieses cuenta, mientras una corriente de aire frío recorre la casa, trayendo a tus oídos los ruidos casi imperceptibles de la fatiga de los materiales y las contracciones de la madera. Y mientras tanto, Frankie ha permanecido inusualmente silencioso. Casi como si estuviese pacientemente esperando a que acabases tus propios estudios para interrumpir y justamente, cuando estás sacando tus propias conclusiones de las pesquisas que acabas de realizar, él vuelve a hablar.

[Gibbsol@home ~]$[color=#7F462C]¿El personaje que supera al propio Sherlock Holmes y que algunas veces encarna a la totalidad del gobierno británico? Una descripción con tales características parece muy inverosímil en la realidad. Al igual que el mismo personaje principal de Sir Arthur Conan Doyle. Quizás el único factible sea el doctor Watson. Aunque no me agrada del todo su estilo.[/color]

Bueno, Frankie, mi vida está, últimamente, llena de improbabilidades. Tú, para empezar. En todo caso yo me identifico más con el bueno de Mycroft Holmes por algo evidente: no es que tenga mucha movilidad. El que M. Holmes no se desplace por elección personal es una de las muchas otras cosas que no encajan. Pero despierta mis simpatías. Sin embargo...

Dejó de escribir. Algo se le estaba pasando. Algo que... ¿Mycroft? ¿Mycroft? ¡Dios mío! ¡Mi cita! ¡Harold! Había quedado con su amigo por el feo asunto de ayer. Se arregló apresuradamente. Había quedado cerca, afortunadamente. Bueno, relativamente cerca. Iba a tener que concentrarse para no atropellar a los peatones.

La búsqueda de la clave le había absorbido en demasía. Era imperdonable. Comprobó la hora. Llegaba justo si renunciaba a cambiarse. Cambiarse le llevaba demasiado tiempo y, recordó ahora, tenía puesta la misma ropa desde la noche, cuando el "accidente" que tuvo durante la crisis de pánico.

Debo ser un horror lleno de arrugas.

La manzana tapa su rostro, siguió pensando en los enigmas del cd mientras hacía las tareas indispensables para salir. Recordaba el avatar de TheArk. Un hombre cuyo rostro tapaba una manzana. Necesitaba cambiar "la bolsa", cielos. En las imágenes donde hay una manzana, ¿qué es lo que podría tapar? Respuesta: un rostro. Anotó mentalmente que debía hacer las reconstrucciones de esas imágenes donde apareciera, para ver si de ahí surgía algo.

Comprobó las baterías de la silla. Se tomó un momento para repasar que no se le olvidara nada. Tomó las llaves. Pensaba, distraído, si Charlene habría recogido las violetas que encargó. Le puso un what's up para preguntarle si le habían gustado mientras bajaba en el ascensor. Bajó la rampa (demasiado empinada) del rellano hasta la puerta de la calle. Salió a la noche londinense en pos de su amigo leguleyo.

Se dio cuenta de que, aun teniendo que interrumpir su trabajo, podía seguir, en cierto modo. Se detuvo en medio de la acera. Puso un what's up a Frankie.

Tengo que salir. Haz el favor, si te aburres: examina el contenido del cd. Busca todo lo que pueda tener algún sentido. Au revoire.

En medio de tu precipitada carrera, tardas quizás un poco más en darte cuenta que hay cinco llamadas perdidas a tu móvil, todas provenientes de Mycroft y separadas por varios minutos entre sí. No te explicas como no las has escuchado, pero allí están. Incluso hay un mensaje de voz que no tardas en escuchar y que efectivamente proviene de su número personal.

"Oliver, te esperé hasta media hora. ¿Qué estás haciendo muchacho? ¿Está todo bien? Llamaré más tarde a tu casa. Jo... para no tener tiempo y tu me dejas esperando"

Era el inconfundible tono de tu abogado, incluso con aquella amabilidad renuente que en medio de lo que podría ser un momento de ofuscación, parece prácticamente ausente. Afuera hace frío y el cielo nocturno está cubierto por nubes casi invisibles que han devorado toda la luz proveniente de las estrellas. La gente tiene un aspecto particularmente apagado, caminan casi mecánicamente y se te antojan distante, como figuras mecanizadas siguiendo su muy definido conjunto de reglas mientras se desplazan automáticamente. Parecen seres de alienígena mentalidad, absolutamente ajenos a las cosas que sabes eres capaz de experimentar, al milagro de una AI viviente en tu edificio o a los cientos de miles de misterios que simplemente se están perdiendo ahora mismo.

Frankie: [color=#7F462C]Los contenidos del CD no deberían despertar mi curiosidad. Deberían despertar la tuya. Al menos eso explica como te has absorto en su misterio. ¿De verdad vale la pena abandonarlo justo ahora?[/color]

Responde Frankie sin un ápice de delicadeza, como se le va haciendo costumbre. Cierto es que tu trabajo ha sido tan apasionado y dedicado, que es como si aquel artefacto, como si el mensaje codificado allí hubiese sido capaz de arrastrar consigo una porción de tu día de manera sorprendente. 

Frankie: [color=#7F462C]Y la expresión francesa adecuada es Au Revoir, Olliver. [/color]

Notas también un poco de molestia persistente, residuo probablemente de su decepción con Sherlock Holmes, como te ha comentado hace algunas horas ya.

Soy un completo miserable, Harold, me absorbió un trabajo en el que estoy muy concentrado, y puse el terminal en modo de silencio. No tengo excusa. Humildemente te pido perdón. Te ruego que tú mismo fijes otra cita, si es que no has acabado conmigo de una vez por todas.

Tecleó aquello en su terminal sin fijarse en la gente que pasaba, en medio de la calle. Se dio cuenta de que estaba teniendo enormes agujeros en su seguridad, que los polis debían estar vigilando sus cuentas y, cabía la posibilidad, espiando sus llamadas. ¿Tendrían un hueco para un asunto menor como él? Quizá ni tiempo tenían. Desde luego había criminales mucho peores como para obcecarse con él, un ciudadano de pro.

Penosamente esquivó a los zombies que circulaban por la calle. Gentes grises, bidimensionales, que se movían ignorantes por un verdadero jardín de las delicias, prácticamente con la cabeza metida en su propio culo.

Se recreó en un exquisito sufrimiento. Le horrorizaba la falta de formalidad. ¡Y no haber escuchado el teléfono!

De pronto se le ocurrió una idea. Preso de ella, aceleró la silla hasta llegar a su portal. Temblorosas las manos, tardó en acertar con la llave en el bombín de la puerta. Tomó el ascensor y entró en casa como una exhalación.

Anuló el modo de ahorro de energía de su terminal de trabajo. Entró en google maps y buscó el cruce entre New Church Road y Lomond Grove. En otra pestaña buscó el número 67 de New Church Road.

Se sintió un tanto decepcionado (dentro de la emoción provocada por el descubrimiento) al encontrar que habían introducido información redundante en su código: las coordenadas y el número de la calle. Aquello indicaba cierta falta de confianza en sus habilidades.

Oh, si. Los duendecillos trabajan, después de todo. Dijo para sí. Todo le había venido mientras se auto inmolaba en el altar de la vergüenza por haber faltado a su cita.

Jamás vale la pena no acudir a una cita, Frankie. La formalidad es algo que hace que funcione el mundo. ¿Porqué no me avisaste de que llamaban? Estoy seguro de que lo supiste, viejo bribón.

Descartó el comentario sobre cómo se escribía adiós en francés. ¿Para qué? Ignorar los comportamientos infantiles era buena política (solo que haciéndolo ignoraba olímpicamente sus propios comportamientos infantiles, su petulancia y su tonta puntillosidad).

Y bien. Faltaba por comprobar las imágenes donde aparecía la manzana. Las observó. Intentó imaginar qué podía tapar aquella manzana. En realidad faltaban muchas cosas más, y se preparó para sufrir otra noche de insomnio.

El mensaje a Harold desaparece dejando tras de ti el silencio. Seguramente tardaría algún tiempo en revisarlo, si es que lo vería ya tan tarde y algo más en responder. Por suerte, tu abogado era un tipo más bien noble que a pesar de que podía molestarse, siempre terminaba doblegándose un poco y cediendo ante su personalidad bonachona. Era una cuestión de suerte contar con alguien como él, aunque sepas, muy dentro de ti, que seguramente no era demasiado diferente a los rostros grises y genéricos, a las vidas aburridas y cargadas de tareas repetitivas que toda la gente poseía en sus vidas, en especial en una ciudad como Londres.

Y mientras la vergüenza iba poco a poco quedando en el fondo, tu curiosidad iba empujándote y jalándote de regreso a los enigmas de aquel vídeo. Identificar los dos lugares no te tomó demasiado. La esquina de New Church Road y Lomond Grove  y el 67 de New Church Road que aparece señalado cerca de la esquina de New Church Road y Kitson Road están separadas por la punta más occidental del Burgess park, justo en el punto en el que New Church Road se convierte en un camino que se adentra en los espacios verdes. 

Tu cuestionamiento a Frankie es recibido con una respuesta casi inmediata, tan sólo unas milésimas después de que envías dicho mensaje.

Frankie: [color=#7F462C]Estaba tan concentrado como tú en las labores de desencriptado del video. Si te sirve de consuelo, creo que el teléfono ha debido sonar mientras estaba afuera y aquello sería consistente con el último mensaje que te ha dejado.[/color]

La respuesta parece estar marcada por cierto aire de inocencia y a estas alturas no sabes si estás imprimiéndole tus impresiones a lo que lees por parte de Frankie o puedes estar completamente seguro de que es así como deberías leer sus comunicaciones. 

Por delante quedaba entonces el resto del trabajo, en búsqueda de desentrañar más información de ser posible, lo cual se iba a mostrar algo más complicado dado que por momentos era difícil dejar de ver lo que ya habías obtenido. 

En realidad el 67 de Lomond Grove también estaba cerca. Puede que no significara nada. Puede que si significara algo. Archivó el dato y se puso a trabajar con la imagen de la manzana. Siguió buscando el lugar donde podía haber una imagen similar. Procuró reconstruir lo que tapaba la manzana, e identificarlo.

También se resignó a trabajar a largo plazo. Lo que tenía no era nada o era todo. Acercarse a esas direcciones sería contraproducente. O no estaría preparado para ver lo que tuviera que ver, o no había que ir a esas direcciones, sencillamente. Cuando uno desvelaba un enigma tenía la certeza de haberlo hecho porque todo encajaba. Y no era el caso. Así que decidió que se iría a dormir tras trabajar en la imagen.

Una revisión a profundidad utilizando StreetView te revela que, aunque Google Maps señale el 67 de New Church Road allí, el número de la casa no está visible y no corresponde con la numeración mostrada*. La inconsistencia sólo podía señalarte que seguramente el 67 no indicaba una dirección, pues ya tenías unas coordenadas, y más bien señalaba algo más. Lo más probable, según razonabas, es que tenga que ser una indicación adicional a las que te daba el vídeo, sin la cual no podrías encontrar el lugar preciso. Y en cuyo caso, no se trataba de un exceso de redundancia por falta en tus habilidades. No podías evitar sentir un pequeño alivio que infló de nuevo tu ego.

La segunda cosa que detectaste, analizando la imagen de la manzana es que coincide exactamente con la que aparece en la pintura, menos las hojas de la misma. Contrastando ambas cosas, llegas a la conclusión de que se trata de una versión "recortada" y puesta allí, que bien podría tratarse de una firma digital del vídeo, para respaldar la identidad del autor ("TheArk", en este caso), o algo más allá, que quizás tenía un segundo significado que no lograste desentrañar cuando la noche estaba ya bien entrada.

Era la medianoche pasada. Mycroft no había respondido a tu mensaje y el cansancio de dos días empezaba a acumularse lentamente, pidiéndote parar. Tu cerebro todavía parecía funcionar a una velocidad diferente y en un carril distinto al usual, y aunque ciertas habilidades y percepciones se habían visto considerablemente reducidas, podías sentir el potencial dormido y la seguridad de que tenías acceso a dicha cosa... aunque no puedes estar seguro de como activarlas una vez más. El edificio en silencio comienza a crepitar, la madera se contrae con murmullos inquietantes, el ruido de la CPU del ordenador es la única música que tienes, mientras el olor a plástico de tu estudio se mezcla con el aire frío del Londres nocturno, cargado de vapores mucho más serenos que los del día.

Frankie: [color=#7F462C]Supongo que es el fin de la jornada para ambos por hoy. Si ignoramos la transición de día propiciada por el actual sistema de tiempo...[/color]

Es la propia manera de Frankie de desear buenas noches. O al menos de intentarlo.

Oliver durmió como un tronco. Había dejado abierta la persiana para que la claridad le despertara o, si su pobre cuerpo tenía una verdadera necesidad, no lo hiciera.

Por la mañana cumplió sus rutinas con cierto retraso. El cálculo habitual de tiempos era que Charlene pillara a Oliver tomando el segundo café de la mañana, con sus largas y delicadas tareas de aseo personal y limpieza ya hechas, y esta mañana, cuando abrió con sus propias llaves, Oliver todavía estaba afeitándose. Por fortuna le encontró adecuadamente vestido con un batín.

Todo tendría que estar pensado para que Charlene hiciera su despacho mientras Oliver terminaba aquel café y, bueno, más o menos fue así, pero con un ritmo diferente al de otros días, algo enojoso. Y sin ese segundo café reconfortante en la cocina, mientras Charlene y él comentaban asuntos sin importancia a gritos de un lado a otro del apartamento.

Finalmente tuvo su café, pero en el despacho ya limpio. El terminal de Frankie estaba ahí, en reposo. Pulsó una tecla para activar el monitor.

Buenos días, Frankie. ¿Has tenido buena noche?

Tenía pensado consultar fuentes de estudio sobre criptografía con Azul. Solía ser un buen punto en los foros. Sospechaba su identidad oculta tras otros avatares en varios otros lugares de la red, y creía que también Azul sospechaba lo mismo de Oliver bajo algunas otras identidades. Era un juego entre los dos sutil, lleno de pistas confusas. Pero había un sobreentendido entre los dos que tenía claro: jamás ninguno de los dos osaría descubrir el juego haciendo al otro una pregunta directa.

Tenía pensado estudiar con mente abierta dichas fuentes (las que le facilitara Azul y las que encontrara él), como si no tuviera que resolver un enigma. Estaba dispuesto a entrenar resolviendo criptogramas periodísticos: esas pequeñas viñetas que, a veces, aparecían en la hoja de autodefinidos, sudokus y otras salsas.

Más tarde, tras comprobar otras cosas sin importancia o alejadas del problema, seguramente ya por la noche, volvería al ataque. Ahora se trataba de librarse de prejuicios que pudieran estar nublando su mente. Por ejemplo, podía intentar citarse de nuevo con Harold. Suspiró. O plantearse presentar sus excusas a los padres de ese aborrecible aborto de niño. ¡Qué fastidio!

Oliver comprendía la necesidad de ser discreto. Ni un elemento del criptograma que estaba intentando resolver salió de sus teclas en sus consultas a Azul. Si, por supuesto, preguntas sobre las posibles técnicas empleadas, sobre textos pedagógicos en torno a esas técnicas y, en general, sobre los campos de estudio implicados en la resolución del problema.

Deseaba, más que consejo sobre la resolución del enigma, saber qué áreas de estudio ampliarían sus conocimientos ahí donde sospechaba que estaba en un callejón sin salida. Trabajó toda la mañana sin atacar el problema directamente, ya que la aproximación directa había resultado solamente un éxito parcial e insuficiente. Ya no se fiaba de lo que sabía, y necesitaba aprender más: encontrar enfoques nuevos. Trabajó con la táctica de la araña, tendiendo una tela de conocimientos e ignorancias alrededor del tema elegido.