Partida Rol por web

El Cisma

Prólogo III: Culpable hasta que se demuestre lo contrario

Cargando editor
20/03/2016, 20:05
Narración

Durante el siguiente cuarto de hora, te dedicas a navegar telefónica en medio de menúes y solicitudes para un visitador médico utilizando tu seguro. Repites tus síntomas al menos unas tres veces y tras varias confirmaciones, peticiones de tu dirección y nuevas confirmaciones de tu identidad, te anuncian que un visitador médico vendrá en aproximadamente una hora o una hora y media, dependiendo del tráfico. Así que tras terminar aquel laberinto de esperas, música clásica para ambientar las largas pausas y respuestas aprendidas de memoria pronunciadas con fuertes acentos, vuelves a quedar sólo con tus pensamientos.

El silencio nuevamente se asienta en tu cabeza. Pero poco es interrumpido por el lento y constante palpitar de la misma idea que aparece una y otra vez, sin importar cuánto intentes despejarte, cuánto intentes distraerte. Todas las líneas de pensamiento llevan a lo mismo. "Es por tu propio bien y sólo estoy tratando de ayudarte". Los ojos de MacIntosh fijos en ti, su tono conciliador y aquella dirección, aquel verso, todo parece conjugarse como un mal sueño que se repite como dispersas imágenes en tu cabeza que, con cada instante que pasa, parecen pronunciarse más y más. Al menos los mismos síntomas que habías experimentado en la corte o de camino a casa parecían haberse desvanecido en su mayoría, y aunque quedaban rezagos de cierta sensibilidad, lo único que podías señalar como claramente anómalo era la presencia persistente del anciano.

Cargando editor
20/03/2016, 21:09
Narración

-[color=#0000ff]¿Ya has terminado de pretender que no eres capaz de verme o escucharme?[/color]- la inconfundible voz del viejo se dejó escuchar en tus oídos. No parecía provenir de ninguna parte en particular, el sonido sólo estaba allí, retumbando con la misma autoridad que infundía a todas sus palabras y la anómala familiaridad con que se dirigía a ti y con que tú mismo le sentías.

-[color=#0000ff]¿Cuántos exámenes te tomará exactamente empezar a aceptar que estás ignorando una parte vital de ti mismo?[/color]- las palabras seguían cayendo, naciendo de la nada, de lo desconocido y llegando hasta ti. -[color=#0000ff]Soy un firme creyente en que quien busca una oportunidad, debe encontrarla. Sin embargo, quién le da la espalda a su propia inspiración y a su propio talento... no merece más que ser convertido en un paria[/color]- indignación genuina en sus palabras. Te es difícil identificar en dónde has escuchado tales palabras antes, pero con tu cabeza tratando de convencerte de que aquel hombre de barba espesa y aspecto anticuado es real, con las ideas extrañas bombeándose en tu cabeza y el temor de estar sufriendo un mal viaje producto de alguna intoxicación, concentrarse es la tarea más titánica que tienes frente a ti en este momento.

Cargando editor
31/03/2016, 14:26
Evan James Fisher

El tiempo que paso tratando de conseguir que el seguro responda como debe no altera mis nervios, más bien al contrario: ser consciente de que estoy haciendo algo para solucionar lo que quiera que me pase me ayuda a centrarme. En otra ocasión, quizá, habría pronunciado las dos palabras mágicas: «soy abogado» para conseguir las cosas antes y mejor. Todo el mundo toma siempre una enunciación como esa como una amenaza, y la verdad es que no podría convenirme más. Sin embargo esta vez no es necesario y apenas quince minutos más tarde vuelvo a encontrarme a solas y a la espera.

Dejo que el tiempo se desgrane e intento hacer otras cosas, distraerme. Pruebo a leer y después a encender el televisor, pero no soy capaz de concentrarme ni en una cosa ni en la otra. A mi cabeza vienen una y otra vez las mismas palabras y la misma imagen de esas pupilas que hasta hoy ni siquiera podía recordar, y eso hace que nada superficial distraiga mi mente lo más mínimo. Y eso sin contar al viejo. Trato de evitarlo con la mirada y con el oído, pero nada es suficiente. Su presencia es tan firme como irreal pretendo que sea, y a pesar de su primera pregunta sigo con los ojos fijos en cualquier parte menos en ese espejo donde antes lo he visto. Me siento molesto. Con él, con MacIntosh y conmigo mismo. Pero cuando más irritado me siento más fuerza e importancia parecen cobrar sus palabras, y eso me disgusta aún más.

Al final acabo por levantarme y, con la mandíbula apretada, buscar un abrigo. Me dirijo entonces directamente al espejo y lo cubro con la prenda, esperando que eso sea suficiente para que aquel anciano desparezca por el momento. Lo único que quiero —o, más bien, lo único que necesito— es que llegue el médico y me diga qué me sucede. En el peor de los casos me imagino de camino al hospital, con ese anciano diciendo chaladuras de camino desde cada espejo de la ciudad. En el mejor, bueno... Quizá consiga que el doctor me dé un buen puñado de somníferos. Y mañana será otro día.

Cargando editor
03/04/2016, 19:43
Narración

La voz del anciano se dejó escuchar a pesar de que su imagen estaba obstaculizada-[color=#0000ff]¿De verdad piensas que lo que no se puede ver, no se puede escuchar Evan?[/color]- el volumen de la misma había aumentado, hasta resonar con mayor fuerza en tus oídos, como si estuviese tan cerca como unos cuantos pasos. -[color=#0000ff]¿Cuántos años tienes? ¿Dos? ¿Cuánto tiempo te tomará empezar a aceptar la inspiración tal y como ella viene? Estoy seguro de que ese orgullo tuyo sólo te ha llevado muy lejos[/color]- había una cualidad de reprimenda en sus palabras que lograba presionar entre las fibras que constituían tu cerebro, entrelazadas de la misma forma que un arpa está construida, trayendo con cada nota los diferentes armónicos de tus propias ideas. Y allí, en medio de los diferentes tonos, allí sonaba la disonancia grave y constante de aquel poco natural impulso, reverberando lentamente, aumentando de volumen y consumiendo incluso los acordes más agudos.

-[color=#0000ff]No se mata una idea[/color]- dice la voz del anciano, que parece ser un susurro suave en tu oído. -[color=#0000ff]Y mucho menos se silencia así-[/color] y reconoces las inflexiones propias de una mofa en aquella persistente voz.

En ese momento, el intercomunicador suena. Anunciando la llegada del médico que solicitaste finalmente. Tarda unos minutos más en llegar a la puerta. Se trata de un hombre de aspecto indio, con la piel oscura, mejillas rollizas y una corpulencia producto de algo de sobrepeso que se concentra alrededor de su barriga. 

Cargando editor
10/04/2016, 19:51
Doctor Patil

-Buenas tardes- se presenta el hombre, que tiene un pelo negro rizado que parece ensañarse en un enredijo sobre su cabeza, unos profundos ojos negros y una sonrisa exhausta. Huele a sudor fuertemente, y se mueve con cierta premura, hablando con su fuerte acento indio. -Soy el doctor Pranay Patil. Vengo porque ha llamado usted por un problema médico Míster...- y notas que lleva en su mano derecha un bolso médico de color marrón oscuro y en su mano izquierda un papel impreso que levanta y observa -... Fisher- completa la frase, te mira y vuelve a sonreír. Parece relativamente joven, quizás contemporáneo a ti, con su vello facial algo descuidado y unos labios gruesos que se disimulan cada vez que muestra sus dientes.

El hombre se adentra en tu casa, apenas esperando indicaciones de tu parte y deja su bolsa sobre el piso, junto a uno de los sofás de la sala. -Cuénteme, ¿cuál es el problema?- dice mientras se sienta, dejándose caer algo pesadamente y levanta su maletín para ponerlo al otro lado, sobre el espacio en el sofá, lo abre y comienza a buscar algo.

Notas de juego

Normalmente las aseguradoras preguntan antes cuales son los síntomas para programar la visita. Cómo no te lo pedí en el otro post, si puedes indicar que dijo Evan más o menos en dicha llamada, sería ideal. :)

Cargando editor
21/04/2016, 02:32
Evan James Fisher

Las palabras de aquel viejo no parecen desaparecer cuando tapo el lugar desde el que me asaltan. Y es que por muy poco que quiera reconocerlo su origen no es el espejo, sino yo mismo. Quizá por eso cubrir el cristal haya sido una estupidez terrible, pero es algo que tenía que intentar.

Me irrita. Por supuesto que me irrita su manera de tratarme. Me hace sentir como un crío, me hace sentir un poco idiota y sobre todo muy impotente. Pero por encima de todo me hace sentir que no tengo el control ni siquiera de mí mismo. Racionalmente sé que muchas de las cosas que dice son ciertas... ¿Pero cómo no iban a serlo si no es más que mi cabeza? Y por primera vez a punto estoy de responderle  más que  un «cállate» poco racional cuando el timbre avisa de que alguien ha llegado. El médico, por fin.

Una risa con un elevado acento de sarcasmo me abandona cuando lo oigo. Esa risa es un «ya verás» demasiado evidente para ser musitado. Y cuando se confirma que se trata del doctor mis ojos buscan los de esa figura imaginaria con una advertencia que no llega a ser pronunciada: «Te arrepentirás, pronto ni siquiera estarás aquí». Y entonces me reprendo a mí mismo, pues esto y hablar en voz alta a la alucinación son cosas demasiado parecidas y muy poco racionales.

Me dirijo presto a abrir la puerta, y en cuanto el hombre se presenta le tiendo la mano, agarrándosela con firmeza. A ver, no es que tenga un problema porque sea extranjero, ni mucho menos, pero todos sabemos que si un seguro podrá ahorrar dinero, lo hará, y eso puede tener que ver con contratar a profesionales de segunda.

Quiero pensar que no tiene por qué ser así, que un seguro depende entre otras cosas de su buen nombre, pero sólo por si acaso estudio por un instante al señor Patil, evaluando su disposición y su seguridad.

—Buenas tardes —saludo al tipo una vez él se ha presentado—. Fisher, sí. Evan Fisher. Por favor, acompáñeme. —Tras esas palabras lo guío al salón, dejándole que se siente donde guste.

—Verá, como dije en la llamada llevo horas sufriendo un episodio repentino de alucinaciones, y valoro el hecho de que me hayan drogado. Es algo que nunca me había pasado antes —explico antes de clavar mi mirada en la suya y hacer un gesto con la mano, apuntando con la palma hacia el suelo para dejar claro algo que me parece impensable—. Y por favor, no me diga que puede ser estrés —advierto de forma que pueda ser interpretado como una broma sin malicia ni rencor.

—Se trata no sólo de ver, sino también oír cosas. Aunque antes de eso, aún en el juzgado, los síntomas comenzaron con una extraña jaqueca, mareos y la sensación de estar oyendo de más, oliendo de más, percibiendo de más.

Y un instante más tarde no me corto un pelo a la hora de decir a ese tal Patil lo que debe hacer.

—La verdad es que contaba con que usted me hiciera algún tipo de análisis de drogas y, en el improbable caso de que no encuentre nada, además de darme algo para cortar esto de raíz me pusiera en contacto con un buen especialista de la rama adecuada. Uno que pudiera atenderme cuanto antes —expongo. Mi voz sale como lo hace cuando tengo que ganar un juicio sin más que el argumento «es circunstancial»: segura, firme y dispuesta a hacer que otros miren hacia donde mi dedo señala y obren en consecuencia.

Cargando editor
28/04/2016, 22:52
Doctor Patil

-¿Alucinaciones, dice?- pregunta el médico con un fuerte acento, disminuyendo apenas de tamaño la expresión jovial de su rostro. -¿De qué tipo? ¿Ha tenido fiebre, sudoración fría, mareo?- dice mientras el hombre saca una pequeña libreta y un lápiz, comenzando a apuntar las cosas que has dicho en general. -¿Dice que cree que le han drogado? ¿De qué manera sospecha que lo han hecho?- el hombre simplemente se limita a anotar generalmente.

-Bueno, no puedo saber lo que es hasta que no tenga más información- sonríe el hombre afablemente y luego se queda pensativo. -Alucinaciones olfativas. Vaya...- dice mientras asiente y luego se le escapa una sonrisa que parecería intentar transmitir algo de complicidad. -Por lo que me describe, señor Fisher, parece que siente los efectos de alguna droga empatógena, probablemente éxtasis. Dígame... ¿Ha estado en alguna discoteca en dónde le pudiesen habérsela administrado?- pregunta el especialista.

-Lo siento señor Fisher, normalmente no hacemos ese tipo de pruebas así. Puedo examinarle ahora mismo, mirar que otros síntomas tiene y darle una orden médica para que vaya a un laboratorio a hacerse las pruebas. Si logra conseguir algún sitio de guardia, pueden darle los resultados en dos o tres días. ¿Tiene algún control laboral o algo por lo que preocuparse mientras tanto?- dice mientras deja la libreta de lado y saca el estetoscopio y el tensiómetro de su maletín de insumos médicos.

-Muy bien, respire profundo.- solicita, mientras comienza a disponer las cosas. Primero escuchará tu corazón y luego procederá a hacer una prueba de tensión, para finalmente culminar con una medición estándar de temperatura, una revisión de fosas nasales y de la boca, así como de las pupilas.

Cargando editor
01/05/2016, 15:10
Evan James Fisher

Asiento a algunas de las palabras del médico, sobre todo cuando pareció querer confirmar que hablaba de alucinaciones. Al escucharle hablar es imposible no preguntarme de nuevo, en primer lugar, si de verdad es alguien competente. Pero también si me está escuchando.

—Ya le he dicho que sí, que al empezar tuve mareos —le digo entre frustrado y molesto. Racionalmente sé que no es con él con quien estoy disconforme, sino con todo lo sucedido, pero aún así no me molesto en no intentar hacerle pagar parte de lo que me está pasando—. También sudoración fría, sí, y no me he tomado la temperatura —expongo. Y al llegar al momento de responder a la discoteca frunzo el ceño.

—Empezó en el juzgado —repito— y de ahí vine directo a casa. No sé si es éxtasis, o qué puede ser, pero supongo que pueden habérmelo echado en el café o en el agua—valoro sin ser consciente siquiera de si en algún momento he bebido delante de mi cliente. No es que me importe el cómo lo ha hecho, lo que me importa es ponerle remedio.

Después asiento cuando se ofrece a examinarme y no oculto mi indignación cuando dice que soy yo el que debe buscar un laboratorio de guardia, que crece aún más cuando oigo lo de los tres días y hasta niveles estratosféricos al oír la posibilidad de que lo importante pudiera ser un control laboral.

—No tengo ningún control, me preocupa mi salud —expongo antes de ponerme en sus manos y seguir sus indicaciones para la exploración. Cada vez me convence menos este tipo, pero es lo mejor que tengo. Mientras tanto rescato una de sus preguntas.

—Las alucinaciones son como si pudiera saber lo que otros tienen en la cabeza —explico. Y aunque al principio me resisto acabo por contar también lo que más me ha turbado—. Y hay un viejo que me mira y me habla desde los espejos.

Cargando editor
12/05/2016, 19:26
Doctor Patil

-Entiendo, entiendo- dice con su fuerte acento indio. -Mire señor Fisher, pues parece ser éxtasis... quizás mezclado con algo adicional. Pero...- dice mientras se cruza de brazos, reduce su sonrisa y acaricia su barbilla mirando la libreta. Te observa unos segundos, toma un par de notas y luego, tras varios instantes de silencio...

-[color=#0000ff]Como si él fuese a responder tus problemas. ¡Un habitante de India![/color]- resuena la voz desde algún lugar indeterminado de la habitación. El médico te sigue observando, pero no reacciona de manera alguna que indique que él también ha escuchado lo mismo.

-Sí, entiendo su preocupación. Pero no tiene nada que tener.- dice el especialista, tratando de esbozar una sonrisa reconfortante. El sudor seco de su rostro, los movimientos de sus músculos, incluso la manera como observó la libreta, todo se conjugaba con lentitud y claridad en tu cabeza. Como si él fuese a una velocidad diferente que la tuya, mucho más despacio. Estaba claro que había algo que no entendía, pero no dijo nada. -Sus pulso está bien, y su tensión ligeramente elevada, nada de qué preocuparse.- explica con suavidad. -No hay ninguna secuela física ni razón alguna para que tema por su salud. Si le han administrado algo, ha sido posiblemente una dosis muy baja- y corona la frase con una de esas sonrisas fuera de lugar.

-Lo mejor es que descanse. No puedo recetarle nada, sin saber que sustancia está en su organismo. Podría hacer más mal que bien y es preferible esperar a que el efecto pase- dice el médico mientras se sienta nuevamente. Se mueve con lentitud, más aún, si es preciso. De alguna manera, anticipa, y tú lo sabes, el breve final de esta consulta.

-Entiendo, sí. Es normal que sienta eso y que vea cosas. Incluso podría ver su percepción temporal afectada.- dice indiferente mientras saca del bolsillo, arrugado en forma cilíndrica, un pequeño que concluyes, usará para las recetas médicas. -Puedo darle la orden para un examen de sangre. Duerma esta noche, descanse bien y manténgase hidratado.- dice mientras comienza a escribir con letra enredada y apeñuscada. -¿Vive usted con alguien? ¿Tiene alguien que pueda acompañarlo esta noche? Si siente que los síntomas empeoran, debe acudir de inmediato a un médico- comenta sin mirarte directamente, concentrado en escribir.

Cargando editor
24/05/2016, 00:08
Evan James Fisher

Escucho la respuesta que me trae este medicucho, este asalariado sin sangre y me enerva desde el principio. ¿«Entiendo, entiendo»? Es evidente que no. Le escucho proseguir, y su certeza parece la misma que la de un niño de cinco años. Quizá mezclado con algo adicional, dice, y ni le preocupa saber qué. Y espera que no me preocupe.

Por primera vez estoy de acuerdo con la voz de ese viejo del espejo. Pero el momento en que decido no tener en cuenta sus palabras de calma para nada es cuando, aún por encima, demuestra no ser capaz ni de coordinar correctamente singular y plural. ¿Y de este hombre depende mi estado? Ya tengo una tarea para mañana: cambiar de seguro.

No protesto cuando dice lo de la dosis baja: es evidente que no serviría de nada. Y cuando le escucho proseguir mi propio instinto me impele a darle una respuesta mordaz, pero no dejo que mi lengua la pronuncie.

—Claro que puede recetarme, si está claro lo que está en mi organismo —le diría con el tono de quien no sabe de lo que habla—. Es sólo éxtasis, quizá mezclado con algo adicional, pero carece de importancia. Además, es una dosis muy baja.

Pero guardo silencio, y me alegro de hacerlo más conforme habla.

—Sí, vivo con mi mujer —respondo al final, digiriendo aún las sandeces que ha dicho en el último tramo de su discurso —. Si espero a mañana para el análisis, ¿espera que muestre algo? —pregunto consciente de que no sería así, y de lo inoportuno que sería eso a la hora de tomar medidas legales contra quien me ha hecho esto.

Y tras un par de segundos no puedo evitarlo: la frustración es tal que incluso yo pierdo un poco los papeles y le miro directamente a los ojos para responder a lo último que ha dicho. —Llamar a un médico es lo que creía que había hecho.

Cargando editor
24/05/2016, 20:27
Doctor Patil

-Claro, claro- dice el hombre con inusitada energía -Estas cosas dejan rastro en el cuerpo hasta 48 horas después de consumidas. Normalmente los efectos pasan tras unas horas, pero las sustancias son eliminadas algo más lentamente- dice el hombre asintiendo con convicción. -Si necesita una excusa médica, señor Fisher, puedo dársela. Al menos de incapacidad por un día- dice sonriente. Tu cabeza palpita con sus modos algo curioso mientras puedes sentir como sus ideas parecen oscilar entre el escepticismo ante tu versión. Como si dudara alguna de las cosas que había dicho. Sin embargo, aquello era una conjetura que aparecía espontáneamente en tu cabeza, sin que hubiese mayor demostración por parte del especialista.

-Ah, sí, sí- responde sonriente ante tu último comentario -Me refiero a que vaya a urgencias, sí. Ahora mismo no está en peligro. No está ni cerca a una sobredosis pero siempre hay la posibilidad de que su cuerpo responda de manera imprevista a estas cosas. Ya sabe, una posibilidad de una en un millón- dice mientras saca una tarjeta del bolsillo y te la ofrece. -Mire, le daré mi número. Dígale a su esposa que controle su temperatura y su ritmo cardíaco. Si siente taquicardia, dificultad para respirar y sufre de fiebre de más de 38 grados, llámeme. Pero estoy seguro de que no es nada y podrá dormir tranquilamente- añade jovial.

[color=#0000ff]-Tienes todas las evidencias para dudar de su profesionalismo.-[/color] dice la voz del anciano.

-Bien, si eso es todo por el momento, debo retirarme- comenta el médico poniéndose en pie. -Descanse ahora, señor Fisher. Mañana todo estará igual que antes. Y cuídese de las sustancias extrañas- bromea con una enorme sonrisa desagradable.

Cargando editor
25/05/2016, 03:49
Evan James Fisher

La energía que da el hombre a sus primeras palabras me hacen pensar en esos sujetos que las enfatizan para intentar hacerlas más ciertas, como si la presencia o no de la droga en sangre durante cuarenta y ocho horas dependiera de la convicción con que él pronunciase esas palabras. Yo, por si acaso, no me lo creo: este hombre ya ha demostrado ser un incompetente. No digo que no sea cierto, cualquiera puede acertar por casualidad, pero desde luego buscaré una segunda opinión antes de esperar tanto tiempo para hacerme las pruebas.

Un instante más tarde, cuando insiste en lo de la excusa médica, mi ceño se frunce un poco. Hay pocas cosas que me enerven tanto como que tomen por idiota, y una es que me tomen por un farsante.

—Soy mi propio jefe —le digo con un tono frío. Si a este tipo o a este seguro suele llamar gente que quiere escaquearse de su trabajo es su problema, no el mío. Pero lo menos que puedo esperar es un poco de profesionalidad, no que se me trate como uno de esos vagos cuando tengo un problema de verdad.

Después dejo que siga hablando y cuando me da la tarjeta la tomo sin mirarla demasiado. No la voy a usar para llamarle: habría que estar loco para eso. Sin embargo sí la puedo utilizar para no olvidar a quién no recomendar jamás cuando algún amigo o colega tenga un problema médico. Quiero pensar que algún día esto será una anécdota graciosa sobre cómo un inmigrante sin conociemiento de su oficio pretendió hacerme creer que podía quedarme tranquilo en sus manos.

No protesto esta vez con la voz del anciano, pues de nuevo estoy de acuerdo con ella. Lo increíble no es que este hombre sea médico, sino que un seguro lo tenga contratado y no tenga las suficientes quejas como para que no le envíen a casa de nadie.

—Muy bien —digo cuando termina de hablar, sin dibujar siquiera una sonrisa con su último chiste. No merece más respuesta a nada de lo que ha dicho. Entonces hago un ademán hacia la salida.

—Le acompañaré a la puerta.

Mi intención una vez ese hombre ya no esté en la casa es simple: coger el teléfono y llamar a mi ayudante para preguntarle qué ha sucedido desde que me ausenté del juicio y pedirle el número de alguno de los peritos forenses que han trabajado con nosotros para que me aclare el tema de los tiempos y las drogas.

Cargando editor
01/06/2016, 21:16
Narración

El médico parte sin mayor ceremonia. El silencio es respetado, aún por el anciano, mientras haces la primera de tus llamadas. Tu ayudante te informa, casi lacónicamente, que el juicio fue suspendido y que se le asignaría un defensor de oficio a MacIntosh. Recalcó que tanto el juez como el fiscal estaban visiblemente molestos. Todo aquello podía lastimar tu imagen en general, y aunque tu asistente no comentó ninguna queja o comunicación oficial por parte de los juzgados, estabas seguro de que ese tipo de cosas podrían avanzar de manera casi invisible, de oído a oído, dejándote mal parado sin que siquiera pudieses notar lo que estaba sucediendo.

-[color=#0000ff]Lo que básicamente explica, por qué debes ser más prudente. ¿Seguro que no quieres saber a dónde llevó a mi estudiante su arrogancia?[/color]- comentó la voz del anciano, como si fuese capaz de leer tus pensamientos. Se había limitado a comunicaciones puntuales, a perturbarte quizás cuando parecía que estabas enfrascado en alguna línea de pensamiento importante. Cosa que era aún más complicada, sabiendo que no te podías sacar de la cabeza las palabras de tu ex-cliente y todo lo sucedido en el baño.

La siguiente llamada fue algo más difícil. Mientras intentas explicarle tu pregunta al forense, se te escapa de la boca casi automáticamente un "Es por mi propio bien y sólo está tratando de ayudarme". Hay un silencio incómodo en la línea, mientras el hombre parece estudiar lo que acabas de decir, sin entender a que vien

Cargando editor
01/06/2016, 21:25
Móvil

-Fisher, ¿alo?- responde el hombre. Arthur Roper es un perito relativamente joven. No supera los 35 años, pero lleva cerca de 10 años en el oficio, habiendo comenzado como practicante en la Scotland Yard. Brutalmente sincero, en contravención a los estereotipos más ingleses, se comporta con una eficiencia cronométrica, que lo ha llevado a ser uno de los peritos más solicitados por cerca de media docena de bufetes de abogados.

-No estoy seguro de haber entendido lo que me quiere decir- repite con voz fuerte, cortante. -¿Qué cosa es por su propio bien?-

Cargando editor
06/06/2016, 23:46
Evan James Fisher

Tras escuchar cómo se había desarrollado el caso sentí un frío enfado crecer en mi interior. Ese tarado no sólo me había hecho perder al menos un día entero sino que también había dañado mi imagen. No comprendía cómo nadie podía sentirse molesto conmigo por lo sucedido y más cuando ellos mismos habían visto mi estado. Si prácticamente no podía ni tenerme en pie o hablar. Aquello era absurdo. Si cada vez que un abogado, un fiscal o incluso un juez tuvieran un imprevisto médico los demás actuasen así, bueno... Los juzgados serían muy distintos a lo que son.

Pero esto no iba a quedar así, por supuesto que no. Para empezar mañana a primera hora denunciaría por mi propia cuenta a MacIntosh por lo sucedido. Y hablaría tanto con el juez Osborne como con Mann. Por muy poco que me agradase ese tipo esta vez era un medio para un fin: minimizar los daños.

En las ocasiones en que volví a escuchar hablar esa alucinación la ignoré por completo. Sin embargo cada vez resultaba más molesta y con cada una de sus intervenciones mi enfado crecía. Era no sólo el recordatorio de lo sucedido, sino también de que ahora parte del trabajo de años se había visto manchado por un loco.

Un rato más tarde, al hablar con el forense, yo mismo me quedé alucinado al escucharme decir aquellas palabras. No sólo me resultaban familiares, sino que sabía ubicarlas con total seguridad. Una vez más, MacIntosh. Parecía que todo giraba en torno a él. Escuché las palabras posteriores del forense y mientras me dirigía al baño para lavarme la cara les di respuesta.

—No se preocupe, Roper, hablaba a mi mujer —mentí directamente y con total normalidad. Contarle la versión larga de la historia no era una opción—. Por favor, prosiga. ¿Durante cuánto tiempo es detectable una dosis de algo como el éxtasis desde la administración?

Cargando editor
13/06/2016, 21:44
Móvil

-Depende del examen que se haga- responde con aire de profesor con extenso conocimiento en el tema. Aunque duda unos instantes tras tu respuesta, parece darle poca importancia -La metilendioximetanfetamina suele dejar rastros hasta dos días en la sangre. En la orina es detectable hasta cuatro o cinco días luego de su consumo. Y revisando residuos a través del cabello se podría detectar hasta un mes después.- concluye con su tono mecánico, como si fuese tan sólo una grabación respondiendo a tu pregunta. En su tono puedes recoger la sinceridad técnica con que recita las respuestas, dejándote sin lugar a duda de que sabe de lo que habla.

-¿Algún testigo con hábitos poco confiables?- pregunta con el desparpajo y la ausencia de ceremonia que lo caracterizan. 

Notas de juego

Bueno, creo que ya que has usado a Roper, lo ideal sería ponerlo como uno de esos puntos de contactos ;).

Cargando editor
13/06/2016, 22:07
Narración

El resto de la tarde transcurre con cierta normalidad monótona. El anciano habla menos, pero estás seguro de poder escuchar como bufa en censura de algunas de tus acciones y su ubicuidad vigilante no parece desvanecerse en ningún momento. Algún comentario en voz baja se le escapa, pero tu dispersa atención parece ser incapaz de seguir incluso aquellos despectivos intentos de que le escuches.

Naida llega algo tarde y cansada. Pregunta y mide con su habitual temperamento tranquilo el cómo te encuentras, algo sorprendida de que hayas estado desde temprano y de tu aspecto en general. Hay una extraña cualidad en ella, un cierto aire de inferioridad que parece proyectarse cada vez que la escuchas y sus propios pensamientos y emociones, transparentes y palpables, se configuran de maneras insípidas, dejando entrever la ausencia de algún proceso mental refinado mientras se comunica contigo. Es como si existiera una ausencia, un cierto vacío mientras se comunican los aspectos más cotidianos.

Pero cuando llega la noche, cuando llega la noche aquella idea, aquella frase no te deja dormir. Retumba en tu cabeza como un fuerte sonido, cada palabra se repite en un interminable espirar que va consumiendo y devorando tus pensamientos. Cada minuto que pasa parece incrementar la fuerza del recuerdo, mientras la servilleta, la dirección y las palabras del viejo MacIntosh van inundando tus pensamientos más mundanos. Tu respiración parece exhalar las mismas palabras una y otra vez, como si tus ideas, aún las más ajenas y artificiales, tuviesen manera de materializarse. "Es por mi propio bien y sólo está tratando de ayudarme".

Y sólo cuando por algún milagro y el efecto del cansancio logras conciliar el sueño unos instantes, viene a ti la imagen del viejo del monóculo, en medio de la calle, depositando su bolso allí y de repente una explosión colorida, como si una burbuja de aire explotara, liberando fuertes corrientes en todas direcciones, rasgando la misma naturaleza de la realidad onírica y lanzándote de regreso a tu cama, con los ojos abiertos y la misma idea en la cabeza.

"Es por tu propio bien. Sólo está tratando de ayudarte"

Notas de juego

Se acaba la escena, así que elije cuidadosamente que vas a hacer, narrando tu respuesta. Debo además, otorgar experiencia.

Dejo deliberadamente agujeros en mi narración para que decidas qué le contará Evan a su esposa.

No recuperas FdV.

Cargando editor
20/06/2016, 11:21
Evan James Fisher

Pasé parte de la tarde intentando distraerme y otra parte intentando documentarme sobre cuándo se suponía que iba a acabar todo esto. Sin embargo no salió muy bien. Ocupar mi mente en otras cosas era inviable, y más con el anciano dando señales de vida de forma periódica y mis pensamientos volviendo una y otra vez a MacIntosh y sus palabras. Al final la mejor manera que encontré de ocuparme fue no negar lo que pasaba ni intentar buscar normalidad. En lugar de eso empecé a pensar en qué medidas iba a tomar en contra de mi antiguo cliente: cómo iba a redactar la denuncia, qué haría en caso de llegar a juicio... Aquel hombre había afectado para mal en una de las cosas que más importaban: mi reputación. No iba a irse de rositas.

Cuando llegó Naida me encontraba ya pensando en meterme en la cama. Era tarde y no había mucho más que hacer salvo esperarla. La recibí sin prisa y durante el rato siguiente le expliqué todo lo sucedido, pasando de manera no deliberada por alto algunos detalles como el anciano y lo que dice, salvo que ella preguntara específicamente por qué es lo que veo. Se me hicieron extrañas algunas de las sensaciones que provenían de ella, pero las achaqué una vez más a las drogas que aún estban en mi sistema.

El tiempo antes de dormir fue, probablemente, el peor. Me sentía mal, encerrado en nuestra propia cama, agobiado y acalorado. Pero al final acabé por conciliar el sueño y ver otra vez a mi antiguo cliente.

Soñar con él, llegados a este punto, no me sorprendió. Y tampoco lo hizo el detalle de que estuviera cometiendo el atentado. Aún así yo mismo era consciente de que eso no significaba nada, de que probablemente mi subconsciente quisiera culparle  de más cosas que las drogas. Lo que sí me sorprendió más fue lo que pasó después, haciendo evidente que se trataba de un sueño. Las luces, los colores...

Me desperté agobiado y lo que más me fastidió fue que mi primer pensamiento fuese para él. Agobiado me dirigí a la cocina a tomar algo de agua y miré el reloj. De ser pronto intentaría conciliar de nuevo el sueño. Pero como me quedase sólo hora y media de sueño, o así, permanecería ya en pie, dándome una ducha y dispuesto a perder el tiempo hasta que fuese el momento de marcharme.

El plan —que no lo era tanto— era sencillo: acudir a la policía a poner la denuncia y después a un centro médico. Después iría a mi despacho a redactar con sumo cuidado una carta dirigida al juez explicando la situación y adjuntando una copia de la denuncia y se la daría a mi ayudante para que se encargase. Y sólo entonces volvería a casa. Todo esto moviéndome en taxi, claro, por no sentirme seguro como para conducir. Y en el camino de vuelta, bueno... Llegados a ese punto sería inevitable dar un rodeo y pasar por delante de la dirección que MacIntosh me había proporcionado. Me enfadaba a mí mismo pensar que era como concederle una victoria al tipo, pero me engañaba diciendo que quizá ahí podía encontrar alguna prueba que le incriminase más todavía. Desde luego el tipo era un demente, eso estaba claro. A saber qué podía ser aquello.