Partida Rol por web

Miré al tipo con extrañeza. Si la gótica parecía salida de la escuela de Bellas Artes, el fulano del sombrero desde luego se había caído de la de Arte Dramático. Inflé los mofletes con aire y luego lo dejé ir, despacio, a la espera de que el fulano dejase de decir movidas raras y nos diese la palabra. 

—Joooder, que eso ya se lo explicamos al tío ese —señalé al barman con un gesto cansino— por la mañana. Y al llegar otra vez. Soy Aiden y el estirado de ahí es Evan. Y no somos de ninguna tecnocracia ni del MI6, ni nada. Venimos en busca de colegas para ver si podéis hacer un trabajo para nosotros. Nos dio vuestra dirección Maddie, Madeleine, si no la conocéis, pues yo qué sé. Habrá visto vuestro anuncio en el periódico. 

Me eché un poco hacia delante, apoyando los antebrazos en la mesa. Estaba ya hasta los huevos de andar con rodeos. Era hora de ir al grano y poner las cartas sobre la mesa de una vez.

—Hace unos nueve meses se cargaron a nuestro compañero en circunstancias... digamos... extrañas. Y esta noche hemos tenido un sueño. Una advertencia, creemos. Nos gustaría hablar con el compañero que perdimos. Y ya está, dejaos de películas raras de agüeros y de trabajos de inteligencia. Que sólo somos unos pringaos y supongo que ya os habréis dado cuenta de que somos un poco nuevos en esto de relacionarnos con otros despertados. A lo mejor la hemos cagado con algo porque no nos sabemos el protocolo, pero venimos a buscar ayuda, no a traer problemas.

Miré al de las rastas y le hice un gesto con la cabeza. 

—¿Podrías dejar la pistola, por favor? Me pones la hostia de nervioso con eso.

Asentí a las palabras de mi nueva amiga, por llamarla de algún modo, antes de pasar el siguiente rato intercambiando de vez en cuando algún comentario suelto. Nada más. Estaba convencido de que preguntar o hablar de más sería peor para nosotros. Peor para mí. Y desde luego a ella le iba ese rollo del silencio misterioso.

Y cuando me indicó que fuese donde los otros, no rechisté.

Al reunirme con ellos y escuchar a aquel tipo me costó no mirarle con suficiencia. Pero estaba en casa de otros, quería algo de ellos y habíamos empezado con mal pie. Más valía ser amables. 

Algo había que reconocerle: la presentación se la había currado. Igual que Artemis en su día, o casi cada mago que conocía. Estaba claro que yo mismo necesitaría una buena presentación en el futuro si no quería parecer un pringado en estos círculos.

Que Oliver tomase la palabra era, para mí, una de las peores cosas que podían pasar. Casi peor que si hablaba Aiden. Pero desde luego sería peor interrumpirle, así que me limité a escuchar. Y para mi sorpresa, no lo hizo tan mal. Aunque tuve que levantar una ceja al oír su lamento porque le vieran con su cuerpo de carne. ¿Qué iba a enseñar si no? ¿Su cuerpo de luz? ¿De datos? Por favor...

Levanté la mano cuando Aiden me nombró. Parecía que la cosa estaba más controlada de lo que esperaba inicialmente. Y al oír cómo le pedía a uno que apartarse la pistola, me esforcé por no mirar en su dirección. ¿Una pistola, en serio? ¿Acaso era necesario?

—Ezekiel —dije entonces, haciendo una leve inclinación en dirección al hombre—. En primer lugar, me gustaría pedirte disculpas si en algo os hemos ofendido. No era nuestra intención, desde luego. Como te ha dicho mi compañero —Hice un generoso gesto hacia Aiden— no venimos de ninguna capilla, sino que una persona concreta nos dio vuestra referencia, presentándoos como una posible ayuda para nuestra... Situación.

Hice una pequeña pausa.

—No sé si soléis cubrir este tipo de servicios, o hasta qué punto, pero Oliver tiene dinero —dije directamente—. Y no es de los que escapan corriendo.

Vuestras intervenciones arrancan sonrisas, asentimientos, y del tío del arma solamente una mirada fría. Cuando Aiden pide que baje el arma, Ezekiel le lanza una mirada, aprieta los labios y asiente con tranquilidad. El hombre accede y guarda el arma.

-Os diré qué, Aiden. Si algún día invitas a alguien a tu casa, lo último que esperas es que llegue, se baje los pantalones y se cague en la mesa de centro de la sala. Si veis que se baja los pantalones, seguro querrás detenerle. A lo mejor sólo quería tirarse un pedo con el culo al aire, o solamente rascarse los cojones con el pantalón desabrochado. Pero seguro en el instante que ves que se quita los pantalones, vas a querer sacarlo a patadas.- dice y mira a Oliver con firmeza. -Pues es lo mismo con la magia y la buena actitud del señor Gibbs. Nadie tiene los nervios en esta época para que se caguen mágicamente en el centro de tu casa.- dice abriendo los brazos. Y aunque él tiene una sonrisa, como si hubiese contado un chiste, ninguno de sus colegas se ríe.

-Oh, gracias, nos gusta que le agrade nuestra... pequeña burbuja de realidad- dijo, repitiendo las palabras de Oliver con cierto tono desdeñoso, burlón. -Y tendrá que perdonar a mi compañero. Es normal guardar hostilidad hacia los adeptos cuando uno de ellos ha matado a tu familia entera- dice encogiéndose de hombros. -Lamento si él os ha... perturbado- dice, con el mismo tono sarcástico.

-Vale, disculpas aceptadas- dice asintiendo. -Y me temo que no, no me suena vuestra Maddie, ni vuestros nombres. Lo cual suele ser bueno y malo por partes iguales. Pero ahora entiendo que sois clientes. Eso lo cambia todo- dice mientras toma una silla y se sienta, poniendo sus botas sobre la mesa.

-Ese es un lenguaje que disfruto más. Queréis hablar con vuestro amigo muerto, lo entiendo. Vamos, todos hemos tenido amigos y familiares muertos. ¿Qué queréis oír? ¿Qué os apreciaba mucho? ¿Qué está en un buen lugar? ¿Cuál es su más grande tesoro?...- y baja las piernas y se acerca -... Spoiler alert. Es vuestra amistad- dice en un susurro.

-Zeke- interrumpe la gótica. Le lanza una mirada y el presentador principal suspira y toma una actitud algo más seria.

-Vale, vale- dice mientras se quita el sombrero y lo pone sobre la mesa. Se pasa la mano por el cabello y toma aire. -Seamos serios. Al menos uno de los vuestros viene de las tradiciones, lo cual, si os soy sincero, no me agrada nada- dice mirando a Oliver. -Y venís a pedir servicios y sobre un tema que parecéis saber poco. Contactar al otro lado... de verdad, no es bonito, no es fácil, y no es 100% seguro- dice mirando a Evan.

-Si tenéis dinero, os aceptaremos el dinero. El costo son 5000 libras. La mitad antes y la mitad luego, si es que vuestro amigo está en el otro lado. Si no, pues sólo pagáis la mitad- explica.

-Sin móviles, ordenadores, nada. Iréis a dónde os digamos, con los bolsillos vacíos y seguiréis nuestras reglas. Si no estáis de acuerdo...- dice y mira hacia atrás de vosotros, levantando un momento la cara. -Que nos os golpee la puerta al salir- finaliza, serio.

Aquello, sorprendentemente, no sonaba del todo descabellado. Si en algo estaban de acuerdo esas revistas sobre fantasmas y las narraciones e historias sobres médiums, al menos las más "creíbles" (Si es que algo así existía), era que sólo es posible contactar espíritus de personas con asuntos no resueltos. Personas retenidas por alguna razón como fantasmas, y que no están ni en el paraíso o en el infierno.

La noción era ridícula, claro. Pero lo que estaba diciendo Ezekiel, parecía indicar que había algo de verdad en aquellas "restricciones": Si Antony no tenía asuntos resueltos, es posible que no estuviese disponible para contactarlo.

Maldita manía de juguetear con el móvil, pensó. Esta gente no sabía que su paradigma era incluyente. Que, por su propia naturaleza, no consideraba paradójica la convivencia de uno o más paradigmas. Que no luchaba con otras realidades. Eso tenía sus puntos buenos, claro, pero también incluía estar mal acostumbrado a hacer cosas que gentes con creencias más estrechas consideraban un insulto. ¿Le podía explicar eso? Puede que con el tiempo pudiera, pero se encontraba con el equivalente de los antiguos compañeros de fatigas de los Adeptos: una tecnocracia sin la ciencia aceptada. Vamos, que con su realidad, ellos le excluían a él. Se sintió fatal. Había sido un pringado. ¡Pero si solamente había mirado! ¡Todo el mundo consultaba su whatsapp!

Pero, en fin. Esto eran negocios. Puso su más fija mirada de reptil y observó al tipo, calculando, calculando.

Tuvo la visión de una serie de salas oscuras y sucias, la de un vehículo estrellado contra un muro de hormigón pintado con rayas y signos del que salía un dummie, del que había logrado rescatar tan solo la cabeza. Huyendo, huyendo sin el concurso de sus piernas de la tormenta arrasadora, subido en algo que traqueteaba, saltaba y arañaba superficies irregulares.

Pareció romperse su sólida base negociadora. Su aire de señor bien educado. Le comenzó a temblequear una mano. Su cabeza se torció ligeramente y su más famoso tic se puso en marcha. ¿A... abandonar miss... si, si, silla? Algo pareció quebrarse. Se agarró a la mesa, como si todo se fuera a venir abajo. Tenía un poquito de espuma en la comisura de los labios.

Al principio no entendí nada de lo que ese tipo me decía, con su rollo escatológico. Se me debía notar el desconcierto en la cara, porque ni siquiera intenté disimularlo. Suponía que estaba tratando de hacer algún símil o algo, pero no habíamos hecho nada tan grave, ¿no? Eso pensaba, hasta que mencionó la magia y a Oliver en la misma frase y mis ojos se fueron hacia él. No lo dije en voz alta porque no quería interrumpir el discurso del actor frustrado ese, pero el mensaje de mi mirada era bien claro: «¿Qué mierda has hecho?»

Luego el tipo soltó más palabrería, sarcasmos y chorradas y confieso que yo empezaba a preguntarme por qué seguíamos perdiendo el tiempo escuchándolo. Mientras él hablaba y hablaba sentía que un círculo oscuro se iba cerrando más y más a nuestro alrededor sin que hiciéramos nada. Agradecí en silencio que la gótica poser le llamase al orden y cuando por fin el tío puso sus condiciones sobre la mesa, vacié mis pulmones armándome de paciencia y me pasé una mano por el pelo.

Seguro que el estirado de Evan se gastaba eso cada día, pero yo no había visto tanta pasta junta nunca jamás. Y no era muy consciente de cuánto teníamos ahorrado en la cuenta común, así que no estaba seguro de si podíamos pagar eso. Pero el tipo había usado un condicional, lo cual me hizo pensar que había más formas de pago que esa. Lo miré con curiosidad.

—¿Y si no tuviéramos dinero cuál sería el pago? 

Respiró hondo. Quizá fuera un poco melodramático, pero a él el asunto de prescindir de la silla le afectaba mucho. Se limpió con un pañuelito y volvió a su mirada de reptil.

Esto no va a funcionar bien estando yo. Si sus manipulaciones son tan sensibles a la presencia de objetos de esta naturaleza, aunque sean mundanos por completo, les pediré que me dejen abandonar el lugar, pues yo mismo soy un foco mucho más perturbador que una simple silla de un inválido y, en todo caso, les he ofendido y estarán molestos. No es bueno para los negocios. Pueden seguir el proceso con mis colegas en un ambiente más relajado.

Las reacciones de Oliver llamaron la atención de los presentes. Pero nadie dijo nada y la pregunta de Aiden hizo caer un largo silencio y un intercambio de miradas.

-Lo primero es, no trabajamos pro-bono, y no trabajamos sin adelantos. Os lo repito, contactar al otro lado tiene sus riesgos y por lo tanto, no es algo que hagamos a la ligera por el primer grupo de pirados que pase por la puerta.- dice y su tono tiene menos inflexiones y más seriedad.

-Podemos negociar el precio, pero nuestro bar no se mantiene tan sólo gracias a nuestros cócteles. ¿Qué podéis ofrecernos a cambio de que os hagamos una rebaja?- pregunta finalmente Ezekiel.

El comentario de Oliver arranca una sonrisa al anfitrión. -Nuestros paradigmas no dependen de rígidas reglas como los vuestros. La magia es mucho más libre que leyes y teoremas, con todo respeto, si eso es lo vuestro- comenta. -Os ponemos estas restricciones porque no me fío todavía del todo de vosotros.- aclara con desparpajo. -Y si queréis seguir adelante con vuestra petición, igual te tendrás que quedar aquí esperando. No vamos nosotros a ocuparnos con lo que implica una sesión, distraernos y dejar que te vayas. Te quedarás donde te tengamos vigilado para asegurarnos de que no estáis haciéndonos alguna movida rara- y mira luego a Aiden y a Evan. -¿Os parece razonable?-

Levantó las manos, apaciguador. ──Me quedaré aquí tranquilamente, donde me podáis vigilar y sin moverme del sitio. ──Miró a sus dos compañeros y no añadió más. Era obvio que estaba dejando el peso de la negociación en sus manos, pues tampoco iba a arriesgarse a cagarla más de lo que la había cagado. Y, por qué no decirlo, estaba molesto. A él era al único al que habían privado de sus focos.

Escuché en silencio. Palabrería, palabrería y palabrería sobre los peligros que suponía lo que queríamos hacer y el dinero que costaba. Lo entendía. Yo mismo cobraba por adelantado de la mayoría de mis clientes: no hacerlo sería estúpido. A lo que no le encontré sentido fue a lo que dijo Oliver. Nadie había hablado de abandonar su silla... O al menos yo no había entendido eso. Y aún en ese caso, se me ocurrían varias soluciones más que no implicaban dejarlo atrás.

En cualquier caso, si quedarse era lo que quería... Pues nada, que se quedase. Desde luego, yo no iba a negociar para que cambiasen de parecer cuando él parecía estar buscando precisamente no acompañarnos, además de enaltecer los ánimos de todos los presentes.

—No será necesaria una rebaja —respondí al tipo, convencido de que sería mejor entregar dinero que hacer cualquier cosa que esta gente nos pidiera—. Cinco mil libras me parece un precio adecuado.

Hice una pausa breve, valorando la situación.

—Pero no llevamos la mitad de eso encima, y tenemos algo de prisa por conocer lo que nuestro amigo podría decirnos. Podríamos pagar todo al final, sean cinco mil o dos mil quinientas, y que os lo quedéis a él de fianza mientras tanto —dije haciendo un gesto hacia Oliver directamente—. Incluso si no volvemos con el dinero, él acabará pagándoos mucho más que eso porque le dejéis irse. Y podéis vender su silla, que vale más del doble que eso.

—Podría haceros un tatuaje —intervine, sin hacer caso al estirado. Que estaba guay que se ofreciese a pagar el pastizal ese, pero si había otros acuerdos posibles, al menos valía la pena saberlo—. Un tatuaje con propiedades —agregué, no se fueran a pensar que hablábamos sólo de tinta. 

Luego miré a Oliver y al tipo, también a Evan con esa propuesta de dejar a nuestro compañero como prenda de pago. Resoplé por lo bajo. 

—¿Y si Oliver apaga su silla? ¿No podríamos llevarlo con la silla apagada? —propuse, porque después de lo que le había pasado a Antony y el sueño que habíamos tenido... no me hacía demasiada gracia que se quedase atrás él solo. Tamborileé con los dedos sobre la mesa—. Eh, tíos... ¿podríamos ir a algún lugar donde se pueda fumar?

Necesitaba un porro. Bueno, lo necesitábamos todos allí, eso lo veía claro. Fumar el porro de la paz. Si es que hasta los indios antiguos sabían el poder de compartir unas caladas de unas buenas hierbas.

-¡Ja!- responde Ezekiel ante la réplica de Evan y su oferta. -Evan, me agradas. Directo y sin rodeos. Por mí está bien, seguro que vuestro compañero apreciará nuestra hospitalidad de primera mano- dice encogiéndose de hombros, mientras sonríe como si acabase de contar un chiste que sólo tenía sentido para él. 

El anfitrión miró a Aiden. -Meh... depende de qué propiedades habléis. Pero no tenéis mucha cara de veteranos para ofrecernos algo que nos sorprenda, aunque podría equivocarme.- dice mientras parece pensarlo y cruza una mirada con sus compañeros. -Aunque supongo que no está de más escuchar el tipo de propiedades que tienes en mente- dice y luego suspira.

-Mira, sin ánimo de ofender, pero entre más lejos esté vuestro amigo de sus chismes, más tranquilos estaremos nosotros. ¿Necesita una silla de rueda? Podemos conseguirle una para que esté presente. Pero lo haremos nosotros. Puede que ahora parezca que estamos bien, pero Aiden, tío. Pero te aseguro que nuestra recepción aquí y ahora es el equivalente a tener a 4 guardaespaldas apuntándote a la cabeza- dice mientras hace pistola con su dedo índice y el pulgar hacia arriba, y señala a Oliver. -Haz algo que nos mosquee, y vamos a tener que estar varios meses explicando por qué hay pedazos de vosotros en el techo, las paredes, las mesas, las sillas... y hasta en mi abrigo. Y la tintotería no sale barata para este material. Vamos, que va a ser un incordio- dice con una mezcla de diversión y amenaza.

-Mientras os decidís, podéis fumar afuera. Lenore seguro te puede acompañar- dice guiñándole un ojo a la gótica, quien suspira con pocas ganas.

──Aprecio su hospitalidad en lo que vale, caballero ──semejante afirmación no comprometía a nada, pero era elegante. ──Y no. No necesito otra silla de ruedas. La mía es muy cómoda. Esperaré aquí muy tranquilo.

Tras pensarlo un poco, se le pareció ocurrir algo. ──Oh, claro. Supongo que lo querrán en efectivo, ──susurró para si, asombrado por estos modos de la edad de piedra. Se preguntaba si toda esa artillería ──de no ser un farol── no haría que estallaran... ¿piedras de colores? ¿notas con antiguas maldiciones? Tenía que preguntar a los muchachos luego: qué y cómo, pues le interesaba.

Fruncí los labios tras escuchar al tipo y luego mis ojos se fueron hacia Oliver. Ya no iba a insistir más, si él prefería esperar ahí, era su decisión. Esperaba que no tuviéramos que hacer magia o fuese algún tipo de emboscada, porque ahí sí que lo necesitaríamos de verdad. 

Me puse en pie cuando el actor frustrado me dio permiso para fumar. Había que joderse. Pero al menos me mandaba con la gótica poser y no con el rastas de la pistola. Algo era algo. 

—No te equivocas —respondí antes de ponerme en marcha—. No somos veteranos. Ya te lo dije antes, somos bastante nuevos en esto, no tenemos mucha idea de cómo van los protocolos. Pero si os apetece un tatu chulo podría haceros algo tipo gps, con lo que podríais localizaros unos a otros en cualquier momento y lugar. Así siempre podríais saber dónde están los otros. 

Ya con eso miré a la gótica y señalé hacia la puerta con la cabeza. Si íbamos a seguir con esa mierda, antes quería fumarme un peta bien cargado. Y que se encargase Evan de la negociación, que para eso era un abogado pijo.

—¿Vamos?

Oír a aquel tipo decir que le agradaba podía ser algo bueno, o algo malo. Una cosa estaba clara: acabábamos de llegar y de los tres, yo era el que más amigos había hecho. "Amigos". Eso sí que no era bueno, y dejaba claro que el camino que seguíamos no era el más saludable. «¿Sabes en qué se diferencia un abogado de un cuervo? En que uno es rapaz, ladrón y si puede te saca los ojos, y el otro... Es un inocente pájaro negro». Pues eso. Si yo era el que más amigos hacía, teníamos un problema. Pero no iba a quejarme. No parecía que fuese a ser MI problema.

Bueno, al menos dieron otra oportunidad a Oliver. Ya era más de lo que habría hecho yo. Y aún así, cuando oí que él la rechazaba, no supe si alegrarme o todo lo contrario. En cualquier caso, parecía que la cosa estaba más o menos clara.

—En realidad no hay mucho que decidir, ¿no? —pregunté de manera retórica—. A mí me da la impresión de que está todo claro. Oliver se queda aquí mientras hacemos esto, y luego como fianza. Aiden fuma sus mierdas para entrar bien centrado. Y mientras nosotros podemos esperarle, o hablar como adultos. Por mi parte, estoy listo. Cuando queráis.