Partida Rol por web

Como todo habitante de la ciudad de la Luz yo también he escuchado respecto a las incontables catacumbas y túneles que perforan el suelo de Paris.

Decir que no me importa es mentirme a mí mismo. La curiosidad siempre me ha llevado a indagar sobre lo que no sé y por ello, he estudiado de varias fuentes y temas de mi interés en una buena cantidad.

Soy lo que se dice un iniciado en muchas cosas pero maestro en ninguna. Un alma inquieta, un eterno estudiante.

Pero incluso para mí hay cosas que no deben ser tocadas, vistas o como en este caso, transitadas. Las catacumbas de Paris pues, entran dentro de ese reducido grupo de cosas a las cual es preferible tenerlas lejos.

Me crispa los nervios tener que pensar en que podemos perdernos allá abajo.

Escucho a Danilo en silencio y nada respondo puesto que Irene le solicita hablar en privado conmigo y para mí lo que tenga que decirme vale más que cualquier otra cosa.

Atento a lo que la chica me dice, asiento aprobando sus palabras. A mí también me da mal rollo, pienso, y eso que nunca he bajado allí.

Tú qué dices Irene, le pregunto por lo bajo, ¿deberíamos mandar a tomar por el culo a quien sea que nos esté esperando?, o por el contrario, piensas que ya es demasiado tarde para eso.

-¿Tarde? Tu, perdona por llamarlo así, “amigo” ¿Crees que sería capaz de hacernos algo malo si no vamos?

Bajó la mirada pensativa y la volvió a subir con un dilema.

-Entonces la decisión pasa por poner dos incertidumbres en una balanza. ¿Qué pesa más, que nos perdamos o pase algo ahí abajo? ¿O que nos hagan daño por haberles dejado colgados?

Tú decides, y lo que decidas bien hecho está.

Cuando Iréne hablaba así, tan cerca, tenía la costumbre de juntar las manos a su elpada y subir un poco la barbilla.

Sin poder resistir la dulce postura me abalanzo sobre ella sin mediar palabra alguna.

Una de mis grandes manos la toma por la cintura y la otra por la nuca sujetando su cabeza con firmeza.

Entonces, le estampo un beso pasional que hace a nuestros labios aplastarse el uno contra los otros y mientras a mi alrededor el mundo se desdibuja.

¡Ah el amor!, dulce condena de los mortales.

Como excava mi lengua a través de mis voluminosos labios, peligrosa culebra del deseo que intenta internarse entre las húmedas carnes de Irene.

Explotan en el aire bengalas, vuelan unicornios alados de minúsculo tamaño y un brillante arcoíris nos rodea.

Creo que lo mejor será seguir, le digo sin embargo en el mundo real con una expresión en el rostro que le debe resultar por demás extraña.

Otra vez he imaginado producto de mi súper activa mente lo que me gustaría haber hecho respecto a lo que realmente hago.

Puta imaginación, pienso reprendiéndome, ¿Por qué todo no puede ser como a mí me gustaría? Pero también, ¿unicornios diminutos, arcoíris y bengalas?, ¡vamos ya hombre!.

Iréne sonrió y siguieron el camino. Al principio no hicieron falta las linternas. Recorrieron una acera que circunnavegaba una especie de lago subterráneo que se nutría del Sena. Lejos de ser maloliente parecía un agua cristalina y estaba habitada por multitud de ranas cuyo croar retumbaba en el subterráneo. Luego, otro buen rato, anduvieron a pocos metros de grandes tuberías con cables de alta tensión.

Cuando bajaron unas escaleras con la barandilla oxidada el camino se volvió más tortuoso. El aire se iba cargando, los túneles dejaron de tener luz eléctrica e hicieron falta las linternas.

Se notaba que el traje diseñado por Paul Smith tenía la fama de mantener la esencia de la costura inglesa. La suave lana de suéter abrigaba bien el pecho mientras que los solapones afelpados del abrigo sirvieron para proteger su cuello de las corrientes de aire helado. Los pantalones eran tan cómodos que Paul casi se sentía ágil y ni se inmutaron ante arañazos o salpicones. Y las largas botas de piel de vacuno hacían la pisada firme y segura y mantenían con la ayuda de los calcetines de algodón de fibra larga los pies calentitos y secos, a pesar de que el recorrido a veces transcurría por espacios inundados en los que el agua llegaba al tobillo.

Tras veinte minutos andando en que Danilo había pedido silencio, llegaron a una galería grande y abarrotada de pinturas donde pudieron descansar unos minutos y estaba permitido hablar.

El arte trasciende toda frontera y se impone hasta sobre las mayores penurias.

Eso pienso ahora mientras sobrecogido por la emoción observo todo lo que me rodea.

No son más que grafitis y algunos burdos dibujos, si, pero en algún momento alguien ha bajando incontables metros bajo la superficie, moviéndose por lugares insalubres con el agua hasta las rodillas y quizás, solo con una pequeña lumbre que le acompañe para venir hasta aquí, a pintar.

No hemos dejado las cavernas aun y  aunque nos ufanemos en creerlo aun somos meros trogloditas que van tiñendo con pigmentos las rugosas paredes de piedra de nuestros hogares.

Es mediante los glifos y símbolos que expresamos lo que sentimos, es mediante el arte que dejamos a nuestra alma asomar el rostro desde las profundidades de nuestro ser.

Y eso, por supuesto, también cuenta para mí.

Pues ¿acaso no estoy también yo como Teseo que recorrió el laberinto de Creta recorriendo a mi forma este otro laberinto?. La certeza de que la urdimbre del todo se anuda entre la trama que conforma mi ser me sacude entonces.

Aquí estoy, yo, el hacedor de pinturas, recorriendo un laberinto para poder pintar a su vez otro en carne y como Teseo, también yo desconozco que tipo de bestia me espera...

Quien quiso bebió de la cantimplora de Danilo y emprendieron de nuevo la marcha.

Se les cruzaron algunos bichos. Aquí las ratas no tenían ningún pudor y pasaban a su lado como gatitos mansos.

Iréne se detuvo y llegó a “acariciar” a una rata gorda. De no ser por Danilo, que imponía un paso rápido, hubiera sido capaz de haberla adoptao. En cambio las cucarachas le daban miedo y se acercaba mucho a Paul cuando pasaba alguna. Estuvo a punto de subírsele a caballito cuando unas cuantas cruzaron un túnel como en una manifestación.

Una especie de lagartijas de un palmo y color blanquecino huían de la luz de la linterna.

Danilo paraba cada rato para consultar su libreta. Los pasillos se hacían más estrechos y las pintadas más toscas.

Entraron en pasillo con un palmo de agua blanquecina donde centenares de monedas hundidas brillaban a la luz de las linternas.

En sus paredes, a ambos lados, casi pasa desapercibido en la oscuridad un relieve que representaba repetidas veces a un enano con un cuchillo en actitud de cortarle la cabeza a una serpiente. Tenía un aire auténtico de arte antiguo. Le sonaba mucho a Paul, quizá porque la había visto antes o por ser una imagen tan arquetípica que tenía algo de familiar. Su porte era solemne, amenazante.

El pasillo terminaba en un pozo vacío de ladrillo con una escalera de metal oxidado.

Danilo habló en voz muy baja, como temiendo despertar a alguien.

-Hay que bajar. Ya estamos cerca.

Esa mierda de pozo era demasiado estrecho para alguien tan corpulento como Paul. Los hierros de la escalera parecían gemir y escurrirse de la piedra en la que estaban clavados. Estuvo cerca de caer una, o más veces. La última, Iréne bajó primero, para ir indicándole y quedó la cosa en una pose... embarazosa, en la que Paul no podía bajar ni subir. No se veía el final del negro agujero.

Animando con su voz más amable, Iréne fue colocándole pacientemente los pies y pudieron salir del pozo, quedando allí los tres.

Danilo se llevaba las manos a la cabeza cada vez que terminaba un cálculo sobre su libreta, con un lápiz, una brújula y una calculadora vieja.

Se levantó y andó en círculo.

-¡CAZZO NANO!

Gritó muy fuerte, enfadado. Para luego cambiar a un tono más flojito.

-Ho fatto una stronzata -miró hacia el pasillo de las monedas de repente, como temeroso- Okay, fai un respiro profondo.

Tomó aliento y cambió al francés.

-La jodí, lo siento. Tenía que haber traído cuerdas. Hay que bajar el pozo y no hay camino alternativo. Lo creía imposible, pero sólo es este camino. Mierda.

Iréne. Bajarías tú a hacer el … ¿tatuaje? Quedamos en que bajaría a un tatuador. Paul... ¿Tu... Usted podría esperarnos cuatro o cinco horas?

Recuerdos de distinto tenor cruzaron por mi mente mientras pugnaba por hacer pasar mi gordo culo por un hueco demasiado estrecho.

Mamá con su voluminoso vestido de entre-casa diciéndome que no me coma las migas de pan por que engordan. Ahora me causa gracia, mi madre pesaba casi 130 kilos y sus últimos años los paso en cama.

Mi época de adolescente, sentado siempre solo en el comedor del instituto porque mi cuerpo ya comenzaba a exceder el pequeño taburete con el que las plásticas sillas del lugar contaban. Nadie quería sentirse apretado por una masa fofa de carne mientras merendaba. “BarrigaPol”, ese era mi mote por aquel entonces.

Ya de adulto, zampándome todo lo que se me cruzaba por delante en la boca sin tener cuidado alguno. Solo en lo últimos años he perdido peso casi sin esfuerzo y todo es gracia a Irene. Sus ideas y veladas sugerencias culinarias pueblan mis días. ¡Pizza vegana!, joder conmigo, ¿Cuándo iba yo a comer esa mierda si no fuera porque Irene me la ha entregado?

¡POR SUPUESTO QUE NO!, le grito a Danilo con ira en la voz y la cara roja como un tomate demasiado maduro. ¡NO PIENSO PERMITIR QUE IRENE BAJE SOLA CONTIGO!, ¿ACASO COMPRENDES EN EL LÍO EN EL QUE NOS HAS METIDO HIJO DE PUTA?. ¡MALDITO INCOMPETENTE DEBERIA SACAR MI PUTA MAQUINA Y TATUARTELO EN LA FRENTE!.

Estoy rabioso, preocupado y tengo un terrible miedo de que Irene intente demostrarme que ya está lista para tatuar por su cuenta y quiera irse con este maldito a un lugar al que no pueda alcanzarla.

Iréne posó la mano suavemente en el costado de Paul, incluso con un el guante de jardinero puesto podía notarse su calidez. Luego dio un paso al frente y se dirigió a Danilo, levantando un poco su barbilla. Cuando habló, al principio sonaba como si se hubiera puesto a cantar opereta, pero era su voz, que sonaba todavía más sedosa, exótica, hablando en italiano. Un idioma que Paul ni se había imaginado que ella conociera.

-Danilo, non si può pretendere me stesso di tatuaggio giù un assassino. Dovrete spiegare che semplicemente non è stato possibile.

Danilo, tan sorprendido de que ella le hablara su idioma como pudiera estarlo Paul, le contestó.

-Ma la signorina…., se rompo la mia promessa possa la vostra risposta è violenta, e non solo contro di me, ma contro il suo amico.

Y ella más calma todavía terminó.

-Dovremo prendere dei rischi.

Danilo se puso una mano en la boca, suspiró profundo pensó unos segundos y se dirigió a ambos con una mirada un tanto amarga.

-Al menos debo bajar yo, ahora a darle explicaciones. Tendrán que esperarme aquí sobre media hora.

Iréne miró a Paul, buscando su aprovación para dejar ir sin más al italiano.

Irene nunca dejaba de sorprenderme y prueba de ello era ahora el escucharla hablar en un perfecto italiano.

Solo entiendo retazos de la conversación entre ambos pero la cosa parece chunga y aunque tengo mil y una cosas para decirle al italiano que me estallan en la punta de la lengua, prefiero guardar silencio pues la ira no es buena consejera.

Finalmente, Danilo dice que va a bajar…solo.

Sin objetar nada le hago una seña con la cabeza mientras lo fulmino con los ojos.

En que lio nos has metido hijo de puta.

Danilo bajó por el pozo. Dejó la linterna grande.

Iréne suspiró y sonrió a Paul.

-Mi madre es italiana y mi padre alemán de origen francés. Nací en Berlín pero nos mudamos aquí cuando era pequeña. Pasábamos los veranos en casa de mi abuela materna, Iréne, cerca del lago di Garda. Tengo una hermana gemela que se llama como mi madre, Dafne. Siempre he tenido envidia de su nombre. Creo que empecé a tatuarme por eso.

Movió la cabeza, como si le supiera mal desvariar.

-Le he dicho a Danilo que pasaba de bajar sóla para tatuar a un asesino y creo que lo ha entendido...

Y buscó la mirada de su amigo.

-Paul ¿Estás bien?

En otro momento todo lo que ahora Iréne me cuenta de sí misma me sabría a dulce revelación, una prueba real de que la joven se está abriendo a mí.

Que se siente lo suficientemente segura de mi persona para contarme cosas de sí misma.

Mas ahora, mi mente atribulada solo piensa en la situación que nos ha llevado a las catacumbas.

¡No!, no lo estoy Iréne, respondo sin dejar de observar el hueco por donde se ha metido Danilo.

Estamos jodidos, digo mirándola ahora sí, ¡jodidos de en serio!.

Avanzo un poco hacia ella apoyando ambas manos en sus hombros, Iréne, préstame atención, quien sea que este allá abajo es alguien peligroso, alguien jodidamente peligroso.

Alguien para quien el dinero no es nada, después de todo nos ha pagado una gran suma por adelantado.

Vuelvo a mirar, con un poco de miedo, hacia el oscuro hueco que me parece ahora una boca sonriendo burlona.

Alguien que cuida mucho su seguridad o al cual están buscando personas aun peores. ¿Por qué si no estaría aquí?

Y entonces, Iréne, le digo sin dejar de observar el hueco, la pregunta ahora es:

¿Debemos quedarnos aquí a esperar que Danilo regrese – o no -, acompañado de alguien que seguro vendrá cabreado o por el contrario debemos largarnos de aquí tan rápido como podamos?

-ffff. ¿No estás demasiadooo…imbuído de esta atmósfera? No es que no me parezca un poco siniestro todo esto a mí también.

Se pasó la mano por la cabeza.

-Mierda Paul ¿Tu sabes la cantidad de kilómetros y de bifurcaciones que hemos recorrido? El propio Danilo no hacía más que mirar su libreta una y otra vez. ¿No será más peligroso irse que quedarse?

Los hombros de Iréne, bajo sus manos, parecían finos, delicados. Ella tenía el pozo a sus espaldas y miraba a los ojos de Paul. Flexionó los brazos y lo agarró de las muñecas.

-Paul, me estás asustando.

La cueva estaba fría.

-¿Nos vamos?