Partida Rol por web

Daniel pudo percibir un brillo maléfico en el bezoar del frasco, que sentía más como un huevo fosilizado o una semilla que un ser animado.

A Elliot le vino a la mente el nombre del barco justo en el momento en que Mats activó el respondedor como si de alguna manera la señal hubiera llegado a su mente: era el Lotus of The Seas.

Sobre la mesa había cinco pantallas en las que el periodista fue organizando las imágenes y la información que iba monitorizando.

El Lotus era un lujoso trasatlántico recientemente modernizado -lo que hizo más fácil su control- dedicado sobre todo a viajes corporativos.

En este se celebraba un congreso sobre avances de la farmacología de la memoria y la estimulación cognitiva y un festival en alta mar dedicado al cine de animación. Entre los asistentes se daba un curso avanzado sobre relatos cortos y un congreso sobre el "Las Profundidades del Océano”. En total eran mil cien los pasajeros invitados -muchos familias con niños-, unos ochenta profesionales de las empresas y las entidades patrocinadoras, otros treinta profesionales del espectáculo y animadores y unos ciento diez tripulantes, de camareros a mecánicos.

Ramos pidió acceso a los circuitos cerrados desde su propio terminal y Mats se lo consiguió.

El mando lo asumió con naturalidad y determinación el Comisario Réjane.

Admitía sugerencias e hizo alguna pregunta puntual a sus colaboradores, especialmente a Mats y a Ramos.

La primera orden al hacker es que fuera sutil hasta que la Agathe hubiera sido abatida. Pidió a Ramos que llevara su rifle y éste asintió con un gesto entre severo y triste.

Mats se dió cuenta de que los compartimentos estancos estaban abiertos y comprobó que los sistemas de alarma y de reacción automática habían sido saboteados. Los detectores le chivaron que el buque tenía múltiples vías de agua y que su cubierta sufría ya diez grados de desnivel. Podía cerrar las compuertas desde su teclado, con lo que salvaría el barco pero el Comisario le ordenó a que esperara al abordaje. La sorpresa era fundamental.

En uno de los monitores empezaron a mostrarse múltiples ventanas en miniatura con las imágenes de las cámaras. Mats podía moverse por casi todo el barco salvo el interior de la mayoría de los camarotes. Fue ampliando en otras tres pantallas lo que le parecía sugerente o lo que le iban indicando otros, especialmete el viejo Tobías, que demostró tener una vista prodigiosa.

A primera vista parecía que habían provocado un apagón. Las luces de emergencia permitían cierta visibilidad en pasillos, áreas comunes y cabinas. La luna hacía visible lo que ocurría en las cubiertas.

De algunas de las cubiertas inferiores salía humo. No era un incendio masivo sino más bien varios focos muy localizados. Al final de la popa, en el helipuerto del buque, había estacionado un pequeño helicóptero.

Por muchos pasillos caminaban o corrían inquietas y jadeantes personas con miradas enloquecidas, muchas de las cuales habían rasgado su propia ropa.

En un mirador acristalado una señora estrellaba la cabeza de un anciano contra las ventanas con una violencia inusitada.

Réjane ordenó que la prioridad era Ágathe. Tenían que localizarla para señalar su blanco al equipo de Ramos.

El equipo de asalto se puso en el aire en menos de cuatro minutos. Le facilitaron a Mats imagen de video de toda la operación, incluidas las cámaras de los vehículos y las de los cascos de los soldados.

Se pusieron en el aire tres helicópteros. Uno enorme, de dos aspas, que transportaba ochenta soldados y otros dos ligeros, armados incluso con misiles. Tardarían diez minutos en llegar.

Una de las áreas comunes monitorizadas era un minicine. En la sala iluminada por escasas luces amarillentas habrían unas cuarenta personas durmiendo en sus butacas. Más de la mitad de ellas se agitaban en sueños dando signos evidentes de estar sufriendo una pesadilla. En la pantalla se proyectaban símbolos similares a los del rito que había abortado Elliot.

En el pasillo había un cadáver tirado, con la cabeza machacada contra la moqueta.

En la popa de cubierta, frente a una especie de mirador que también servía de torre de control habían colocado una enorme piedra en la que habían hincado una enorme cruz en forma de equis.

En ella estaba clavada una chica joven, desnuda, cubierta de sangre y tatuajes cuya imagen, a petición del Comisario, acercó Mats con el zoom. Elliot la reconoció como Ellen y Clementine como la modelo del cuadro de la mujer tatuada que vió en la exposición, junto a Max, la noche en que conoció a Agathe.

Aunque no se escuchaba ella gritaba con desesperación y se retorcía mientras bajo ella, junto a la roca, dos hombres luchaban a muerte y otro, uno alto y delgado, lograba trepar por la cruz, como un insecto en una rama.

En todo ese trozo de cubierta, en el suelo o flotando en las piscinas habrían unos cuarenta cadáveres y miembros sueltos. Otras siete u ocho personas se acercaban, unos corriendo a toda velocidad, otros despacio, hacia ella.

Cuando llegó a su altura el que trepaba comenzó a violarla con violencia.

El conjunto -un suerte de hemiciclo formado por el mirador, el pedrusco con la cruz y las piscinas estaba rodeado por símbolos, trazados con pintura fluorescente, que el viejo Tobías reconoció como “un hechizo para contener y obligar a demonios"

—Les están dirigiendo a ese lugar. Están cazando.

Responde ahora a lo que tienes delante y malograras las tareas que es necesario llevar a cabo sin dudar.
Responde dentro de una hora, un día o un semana, y te darás cuenta que te has llevado contigo el horror como una mancha pegajosa.
Es lo que el que al escoger el oficio: guardián, rescatador, polizonte, no sabes pero que aprendes con el tiempo.
Lección brutal.
El entrenamiento intenta hacerte lidiar con estos trances. Pero es solo un mecanismo a aplicar. No la salvaguarda. No hay salvación si tienes que estar dentro de esto.
Encolerizo por dentro con la intensidad del holocausto que estamos contemplando. Sin embargo canalizo las oscuras energías que van bullendo con el fin de afinar cualquier idea que detenga esta matanza en tiempo real.
Observo el modelo del Comisario que parece la punta jerárquica de la operación. Comprendo sus fríos cálculos. Adquiero sus premisas básicas: sutilidad y sorpresa. No me gustan pero guardo el enojo para la después descargarlo en la pared, o intentarlo matarlo inútilmente en alcohol.
Observo los contadores y los tiempos. La sincronizan de tiempos es vital. Y la respuesta de control de
la masa humana. Mil cien almas es mucha gente que controlar. Un gasto de recursos y atención aun si se trata de un proceso de disparar y olvidar. Si por un segundo rompemos ese control y deben reiniciarlo al menos la distracción les dará mas oportunidades al equipo táctico.
Lo único que se me ocurre es la megafonía. Un dispositivo a nuestro control extendido por todo el barco de esas características. La cuestión es empleándolo con que ¿Que música amansaría a las fieras del infierno?
Ocho minutos y algunos segundos. Busco a Elliot y a Clementine en este maremágnum. Mats es el testigo principal a su pesar. Pienso en ellos como los expertos para este plan desesperado. Pero antes me acerco a Rejane. Tengo menos de dos minutos para venderle la idea.
- Comisario, cuando los helicópteros estén casi de dos minutos de llegar, el sonido los delatara. Sobretodo con el estruendo de ese Chinook de dos rotores - digo recordando la jerga de las batallitas de Magdalena.
Son dos minutos de advertencia que podrían ser críticos. Se me ocurre una distracción con las megafonías internas podría ayudarnos. A interrumpir el hechizo si es posible, y sobretodo a enmascarar la llegada de los nuestros creando un foco de atención distinto.
Miro el reloj. Miro a los presentes. Tobias aclara la intencionalidad y la realidad de lo que están haciendo a medio océano de distancia. Siete minutos y tres cuartos.
- Me da permiso para usar cuatro minutos para pensar una posibilidad o - escapo de perder la atención contemplando lo que están haciéndole a la mujer inmolada - o es inútil...?

Cuando Mats nos anuncia que los tenemos, que hemos localizado la embarcación, experimento una satisfacción que se extiende por mi cuerpo con la misma facilidad con que luego, apenas las imágenes comienzan a llegar, deslizan sus dedos fríos la repulsión y el desasosiego.

Me apoyo contra la pared que tengo a mano porque estoy segura de que el golpe que recibiré en cualquier momento me calará hondo y al tiempo que la vista de cuerpos y miembros van copando el paisaje dantesco dentro y fuera del trasatlántico el horror da lugar a la rabia y a la indignación: de pronto no quiero otra cosa que terminar con esos desgraciados de una vez. Hago acopio de toda la frialdad que me han dado mis años de ejercicio de la medicina y decido darle un corte a la situación en mi mente: lo trataré como si fuera un atentado terrorista, porque eso era, pero el atentado era hacia el velo de nuestra realidad misma por parte de un grupo de dementes.

La imagen de Ellen, la soñadora, sufriendo aquel tormento me hace girar el rostro y miro al suelo, siento su sufrimiento como mío por más que ella fuera una colaboradora; una evidentemente traicionada. Hay cosas que nadie por más vil que sea debe sufrir y la verdad es que no sabía hasta qué punto años y años de lavado de cerebro podían significar una colaboración consciente de su parte... De seguro no de esta forma. El recuerdo de la noche en que escapamos con Édith del hospital viene a mi mente, más específicamente la de los sonámbulos tratando de matarnos, acabando con el resto del equipo... Me estremezco sin darme cuenta.

Siento la urgencia de hablar apenas una idea viene a mi mente y lo hago en voz alta -Los focos de humo pueden ser rituales que estén siendo llevamos a cabo en este momento, como ocurrió con el que tú viste Elliot -lo miré de lado -No sé cómo es el equipo con el que van los soldados pero habría que advertirles que se cubran los ojos y las vías respiratorias.

Me pongo a pensar en lo que ha dicho Daniel y comienzo a hacer memoria, tratando de hacer a un lado las imágenes perturbadoras que nos están llegando.

Mil quinientas personas estaban a bordo de ese barco, niños entre ellos, familias enteras. Y Agathe había abierto las puertas del infierno y soltado a los demonios como había ocurrido en el camping de Bass Harbor. Ahora se daba cuenta de que se había equivocado al evaluar aquella situación. No, no era un error. Theresa no había fracasado dirigiendo el rito y se había convertido en víctima accidental de los demonios.

Cuando la imagen ampliada de lo que sucedía en la popa de cubierta mostró a Ellen clavada en aquella cruz comprendió el alcance del sacrificio que estaban llevando a cabo los Nueve. La náusea volvió a hacer presa de él cuando vio a la chica siendo violada, como también lo había sido Theresa. Estuvo a punto de vomitar de nuevo pero se contuvo a duras penas apartando la vista de los monitores. Vio entre los demás a Montillet y pensó que era un gran error que estuviera allí, que no debía presenciar de lo que eran capaces o enloquecería de imaginar lo que podían haberle hecho a su hija; miró angustiado después a Clementine cuyo rostro expresaba una gran dureza y determinación aunque debía estar pensando también en Édith además de en todos aquellos inocentes, y vio la rabia de Daniel transparentando en su rostro al lobo que contenía. No podía ver los gestos de Mats pero imaginaba cuánto estaría sufriendo mientras obedecía con premura todas y cada una de las órdenes que le iban llegando de Tobías o el comisario.

Cuando pudo hablar le dijo a Réjane:

-Ese helicóptero debe ser inutilizado; si no lo ha hecho ya será la forma que Agathe tenga para escapar de allí -se dirigió después a sus tres compañeros, pero hablando de modo que todos pudieran oírle-. Os dije que los nueve nombres de los líderes se nutrían de todo el árbol, parasitándolo. Pues no sólo están sacrificando a gente como la del camping, desdichados seguidores de la New-Age que no tenían ni idea del alcance de lo que hacían los que se hacían llamar sus maestros. Querían sacrificar a Theresa, están sacrificando a Ellen… probablemente a todos los integrantes de la secta menos a ellos nueve. Ese debe ser el gran sacrificio final y podrían haber otros ocho hechizos en marcha en otras partes del mundo -esta última frase la dijo bajando la voz, como si quisiera con ello evitar que tal suposición fuera cierta.

Miró otra vez los monitores, ¿podrían los soldados de Ramos distinguir inocentes de poseídos en un pandemonium así? Debían quedar muchas personas sin afectar, ojalá que escondidas a tiempo de que los demonios los ignoraran mientras estaban siendo convocados a la cubierta, como había explicado Tobías al ver los símbolos allí escritos. Ramos había estado en el camping y ya los había combatido. Elliot esperaba que esa experiencia le llevara a dar las órdenes más oportunas a sus hombres. Y que el terror y los nervios no nublaran las decisiones que todos ellos debían tomar.

Clementine hizo una indicación muy apropiada al hacer referencia al humo que podía adivinarse aquí y allá y asintió a su sugerencia. Daniel a su vez propuso una forma de tratar de ocultar la aproximación de los helicópteros. Tras escucharle quiso pensar en algún sonido apropiado, pero su atención se enfocó en el cine en que se proyectaban las variaciones de la palabra ante decenas de personas sumidas en pesadillas: -Mats, hay que detener esa proyección cuanto antes- indicó a su amigo con el tono más calmo que pudo expresar apretando por un momento su hombro y señalando aquella imagen en la pantalla.

Elliot sabía que Juliette habría puesto al día al comisario de todo lo que le había ocurrido en Maine, pero a ella le había omitido el secreto acerca de la palabra que por desgracia ahora conocían sus amigos. El comisario era la persona que debía saber qué estaban buscando.

-Comisario -dijo dirigiéndose de nuevo a él- debo contarle algo; serán sólo treinta segundos- hizo un gesto con la mano para indicarle que debía hablarle sin ser escuchado por nadie más.

Cuando las imágenes nos muestran a todos lo que está ocurriendo a bordo del Lotus of the Seas, el espanto me sacude por dentro como un maremoto, y durante unos largos segundos soy totalmente incapaz de asimilar el horror que ven mis ojos. Mi mente intenta bloquear las dantescas escenas que se suceden en el barco, tratando de engañarme para que crea que estoy viendo una película, la reconstrucción de un acto terrorista especialmente horripilante, o una simple broma. No funciona. De pronto, después de unos instantes de silencio, un gemido ahogado escapa de mi pecho, y me doy cuenta de que había dejado de respirar. Me he quedado frío por dentro, y jadeando, intento reprimir las náuseas que reptan por mi cuerpo, queriendo sacar de mí esta profunda repulsión.

—Hijos de puta… Hijos de la gran puta… —es lo único que soy capaz de murmurar—. Pe-perdón… Un momento…

De un tirón, me arranco apresuradamente los cascos y me levanto, dando la espalda a los monitores, y me alejo unos cuantos pasos, buscando una mesa o una pared en la que apoyarme para recuperar el aliento. Me quedo un rato con los ojos cerrados, apretados con tanta fuerza que mi cara se arruga. Una respiración agitada e irregular sale a borbotones de mi boca, que nunca había sentido tan seca. Así permanezco durante unos momentos, notando como si todo mi cuerpo se estuviera rebelando contra lo que acabo de ver, como si quisiera eliminarlo de mi sistema. Cuando por fin consigo estabilizarme un poco, me vuelvo lentamente para encarar nuevamente el ordenador. No puedo evitar que mis ojos se detengan momentáneamente en mi «homúnculo», atrapado en el frasco de cristal. «¿Lo estás disfrutando, cabronazo?». Viendo cómo mi conmoción se va convirtiendo paulatinamente en una ira fría y espeluznante, vuelvo a sentarme en mi asiento y a colocarme los auriculares.

—Lo siento, no he podido… —Carraspeo—. Perdón. Ehhh… Dios. —Decido que procuraré fijarme en las imágenes lo mínimo imprescindible, o seré más un estorbo que otra cosa. Carraspeo por segunda vez—. Sí. Ramos, vuelvo a estar aquí. El agente Mallutz ha tenido la idea de provocar una distracción auditiva para evitar que oigan acercarse a la tropa. Aparte de eso, he visto que tienen un helicóptero, que podrían usar para escapar. No puedo averiarlo, pero sí intervenir el ordenador de vuelo. Hoy en día todas esas cosas tienen uno. Los dejaría a ciegas. —Tecleo unas cuantas veces, intentando que la agitación no me haga equivocarme en ningún carácter—. Están haciendo un ritual… En el cine del barco están reproduciendo una proyección que forma parte de ello. Elliot dice que la detenga. No creo que sea muy arriesgado parar esa grabación; podrían asumir que es una simple avería, y nos daría un tiempo muy valioso. —Inserto unas cuantas órdenes más, dejándolas listas para ejecutarse de un solo clic una vez Réjane o Ramos me den luz verde—. Y ya por último, podría hacer saltar los sistemas antiincendios para que se cierren las puertas y postigos de seguridad. Eso los dejaría aislados a unos de otros, pero también haría más difícil moverse por dentro… Lo dejo a su elección.

Suelto un suspiro profundo y dolido, y me paso el dorso de la mano por los ojos, secando una mezcla de sudor y lágrimas. Pobres personas. Espero de verdad que esto se acabe hoy… aunque sospecho que para ellos, igual que para nosotros, no acabará nunca. Tendremos que vivir con esto el resto de nuestras vidas.

Mientras el comisario atendió a Elliot en privado –cosa que se resolvió en la cocina, en menos de un minuto– Mats buscó el control de la megafonía de la nave encontrándose con que estaba sonando en todo el barco a un volumen muy alto. Por seguridad no reprodujeron el sonido pero al ver las curvas de su representación gráfica en la pantalla Elliot reconoció los patrones del canto polifónico.

Bastó un gesto y algún monosílabo de Elliot para que el Comisario entendiera.

Algunos hicieron sugerencias en voz alta, otros en susurros.

Réjane autorizó que se detuviera la proyección del cine y pidió a Mats que interviniera el ordenador de vuelo del helicóptero no para dejarles a ciegas sino para poder dirigir un misil con precisión en caso de que el aparato lograra despegar antes del ataque.

También pidió al hacker que buscara el micrófono, el lugar físico desde el que se emitía el canto y que le mostrara una imagen de la sala, con la esperanza de que Agathe fuera la cantante o estuviera allí, participando en el oficio del rito.

Mats hizo lo que se le pidió con éxito. Era desde un teatro adaptado para servir también de minicine. Una imagen mostró a una chica oriental con el pelo rapado y una túnica blanca cantando y gesticulando hasta casi contorsionarse en el escenario que incluía un telón abierto de cortinas de terciopelo. Elliot la reconoció como Nao, la otra joven discípula de Bass Harbor.

La pantalla mostraba también los símbolos y habría otros cincuenta espectadores con pesadillas pero Réjane ordenó no detener esas imágenes.

Montillet asintió a unos susurros de su acompañante que dio un paso al frente y señaló el puente de mando-mirador que sobresalía como una torreta, casi en la popa, frente a la cruz en forma de equis en la que otro poseído –el vencedor de los dos que antes luchaban junto a la piedra– tiraba de las piernas del violador que tras un último frenesí se había quedado estático.

–Está ahí. Estoy seguro ¡Ese es su puesto de mando!

Mats localizó dos cámaras en el interior del lugar que indicaba Yvon y Réjane, cauto, le pidió sólo una captura, un fotograma.

Una instantánea confirmó la intuición del rubio. Allí estaba Agathe con su aspecto estrambótico de viuda adinerada, moviendo nerviosamente una alianza con los dedos de la otra mano mientras contemplaba el espectáculo dantesco que se desplegaba frente a su posición privilegiada –ahora entre las piscinas se daba una pelea salvaje entre unos diez que luchaban a mordiscos por llegar a la roca– con una sonrisa cercana al rictus que le hacía parecer un mimo interpretando el alegre disfrute de un memorable amanecer.

Pasados unos minutos la voz de Ramos pidió que activaran la cámara para preparar el acercamiento y disparar.

Todos pudieron verlo en directo. Unos segundos más de tensa espera y un balazo irrumpió reventando el cristal y volándole la mándibula, un pómulo y una oreja a la soñadora que en lugar de caer inerte al suelo quedó agachada, como sentada en posición fetal, a unos cinco metros del lugar del impacto.

Comenzó en el cuerpo de la soñadora una metamorfosis parecida a la que había sufrido el que mató Gabriel sacándolo del sueño. Le salieron alas de pájaro y garras en las manos y piernas. Recibió otro disparo en un costado pero en lugar de postrarse se irguió habiendo aumentado su tamaño en una forma todavía incompleta de ave humanoide de una majestuosidad pretenciosa que delataba su monstruosidad, su artificio.

La imagen se perdió. El helicóptero de ataque estaba acribillando la torreta.