Partida Rol por web

Flame miró al cuervo que parecía hablar más desde que se había desvinculado de Alice. Aquel pájaro les había acompañado desde hacía mucho tiempo, y a veces era más sabio que muchos de los presentes. Él era de la misma teoría que la chamán, y dado que su aura se ocuparía de ir sanando poco a poco las heridas de todos, era mejor huir de ahí, que esperar a ver qué es lo que pasaba. Total, ya habían perdido mucho tiempo en ese lugar, e ir detrás de Haunatu era una tarea dura hasta para Flame. ¡El cuervo tiene razón, Leiath! Le dijo a la clérigo que en el fondo sabía que ella era la líder y que todos la harían caso. ¡Es mejor que nos marchemos ya!

La bruja miró con tristeza cómo el cuerpo de su nuevo y más controvertido aliado caía sin que ella pudiera hacer nada. Qué cruel había sido el destino con aquella criatura! Justo cuando estaba a las puertas de la redención su destino quedó zanjado. Alzó un aplegaria a Hala para que se apiadase de su pobre y torturada alma. Si tuviese más tiempo le haría una ceremonia como era debido, pero Flame y el ave de Alice tenían toda la razón.

- Vayamos a la salida que cubrían los ancianos, asi de paso miramos qué ha sido de ellos. Corred!

Se sujetó las fladas para que no la molestansen al correr y salió de inmediato hacía donde decía.

Onfale se acercó al cuerpo inerte de Hanuatu. Tomó de sus manos muertas la lanza que portaba mientras observaba el lago de lava.

- Mierda...- Se les había escapado. Frunció el ceño bajo el velo. Le había parecido raro que el ex-líder de los tumularios se lanzara como un loco al lago de lava, pero lo que no se había imaginado es que fuera un portal. No se acostumbraba aún al ambiente maligno que rodeaba todo aquel plano de existencia. Como quien no quiere la cosa, retrocedió hasta donde estaban sus compañeros. Parecían ya decididos a huir. Onfale era más partidario de hablar con los tumularios y acabar allí con Kahevas de una vez pro todas. Sin embargo siguió a Leiath pues estaba preocupado por la suerte que estuvieran corriendo los ancianos.

- Los ancianos sí. Vayamos a ver.- Dijo tomando el camino de la rampa que les llevaría a la otra salida. Al pasar junto a Flame y Tybalt se dirigió a ellos.- Me alegro de veros enteros. Bendita sea Hala...- Y bendito el aura que desprendía Flame capaz de regenerar sus heridas como hacía la malignidad de aquel plano.

Era triste, pero su cuervo estaba siendo más lista que la maga en algunos aspectos. ¡Maldito cuervo! La inteligencia del cuervo había ido aumentado a medida que el poder de la pelirroja iba en aumento, lo cual era lógico desde un punto de vista metamagico pero totalmente ilógico desde el punto de vista de alguien no versado en la magia. Seguramente los no versado en la magia pensaría que el aumento de la inteligencia del cuervo se debía al cambio de pienso. Si, vayamos con los ancianos. Hollín tiene razón.

De alguna manera extraña y desconocida, el esqueleto del ettin parecía ser más resistente que la propia criatura. Después de una combinación de golpes y magia, aquel cabestro seguía en pie desafiante y testarudo. Tanto que casi repite la maniobra contra Tybalt. Pero después de ver el mismo golpe dos veces, una contra él mismo y la otra contra Flame, el espadachín pudo evitar que la tercera vez también resultase mortal. 

Nuevamente ensangrentado y casi destrozado, tan solo su determinación lo mantenía en pie hasta que la mano de Hala restauró en cierta medida sus heridas. No se podía permitir la rendición. Simplemente no podía. Aquellos momentos eran minutos prestados para cumplir los designios de una entidad superior y así correspondería al favor que le habían concedido. Leiath seguía velando por él usando sus dones para sanarlo y debía corresponder los esfuerzos de la profeta. Pero justo en el momento en el que se iba a lanzar a la carga, una explosión de llamas impactó contra la mole convirtiéndolo en una montaña de huesos calcinados. La maga Alice por fin parecía haber aprendido a dominar su poder de una manera que les favoreciera a todos.

Con una parte del conflicto solucionada, otra se mantenía todavía en vilo con el líder resurgido. Pero también resultó corto el encuentro. Con un Hanuatu derrotado y un Mahakuasa atemorizado por la divinidad de Leiath la situación se normalizó, relativamente hablando, por supuesto. Ahora debían decidir nuevamente. -Te sigo, Leiath.- Le dijo a la bruja. Pero antes de iniciar la marcha para reunirse con los ancianos, Tybalt buscó entre los restos de polvo que quedaban de los esqueletos por uno de sus arcos. Estaba seguro de que en un futuro no les vendría mal tener un arma más a distancia con la que defenderse. Onfale también mostró su acuerdo para reunirse con Becky y los demás uniéndose a ellos en el corto camino hasta la otra salida. -Yo también me alegro de seguir entero.- Le respondió al perfumista con media sonrisa aderezada con el dolor de las heridas que aun no habían sanado. -Bendita sea Hala.- Añadió también mostrando su agradecimiento a la diosa y a su profeta. De no ser por ellas, Tybalt terminaría por ser una grotesca alfombra en la entrada del cráter.

Las manos ardientes de Aire no habían dejado demasiada madera intacta, pero Tybalt tuvo suerte y recuperó un arco que no había sido dañado, no así flechas. Onfale era más avaricioso. Mientras sus compañeros empezaban a subir por la rampa que en espiral se ceñía a las paredes del cráter, el eunuco bajó de su posición elevada, fue hasta Hanuatu y cogió su lanza de oro, un arma muy pobre militarmente hablando, pero que para compras y trueques era de gran valor.

Cuando Onfale se dirigía también hacia la rampa, pasó por delante de la galería justo en el mismo instante, y eso también es mala suerte, en el que una docena de tumuluarios volvían victoriosos llevando en brazos huesos, arcos, flechas... El rictus de confusión fue poético. ¿Por qué tenía el humano la lanza de oro de un guerrero de la tribu? Siguieron con la mirada las huellas de Onfale hasta el lugar dónde había recogido la lanza. Miraron a Onfale. Miraron a Hanuatu. Miraron a Onfale otra vez.

Los gruñidos eran bastante guturales y belicosos. La media docena de tumuluarios se dividió. Uno volvió al túnel a avisar a los demás. Tres empezaron a perseguir a Onfale por el inicio de la rampa. Los cuatro que tenían la combinación de arcos y carcaj entre sus posesiones, avanzaron por separado entre los distintos iglús para que una bola de fuego o similar no les cogiese de llenos a todos. A la vez, también se garantizaban poder disparar desde más cerca a los traidores humanos. Los otros cuatro se liaron. Quedaron juntos intercambiando arcos y flechas para poder unirse seis segundos más tarde a aquella cacería.

Por la rampa, los aventureros echaban a correr. Pero cuesta arriba, y con pésima condición física, no tardarían en bajar el ritmo. Por contra, los tres tumuluarios que perseguían a Onfale estaban muertos. Esos no se cansan...

A Aire le hubiese gustado acercarse hasta Hanuatu, acariciarle su pelo muerto e, incluso, llorar su segunda muerte, ya que en la primera no había estado, al menos que ella recordase. Pero, por suerte para ella, la magia seguía de tomando las decisiones. Cuando el combate se terminó, sintiéndose poderosa, aunque no iba de verde, decidió volver con sus compañeros.

Y por suerte, porque la tontería de Onfale de robar armas a los muertos les había salido caras. Ahora los no-muertos les perseguían. Y ellos sí que tenían algo que perder. La vida.

¡O corremos o luchamos, pero no podemos quedarnos a recibirles!

La rubia observó a Leiath, si ella salía corriendo, ella correría, pero si por el contrario se quedaba rezagada tratando de expulsar a los tumularios, Flame se quedaría para protegerla. Hacía mucho tiempo que había decidido velar por la vida de Leiath y también por la de Alice, así que, si encima la primera era la líder del grupo, sabía perfectamente lo que tendría que hacer.

Al igual que hizo Flame, Tybalt esperó por Leiath para iniciar su huida. Le debía tanto a aquella mujer que no podía ni siquiera pensar en abandonarla ante la inoportuna aparición de los tumularios. En todo momento el espadachín se mantendría a su lado para defenderla hasta su último aliento. Solo que esta vez preparo el arco que recogió de entre los restos calcinados de los esqueletos y cargo una flecha que guardaba en el carcaj que hacia juego con su antiguo arco compuesto.

Sin llegar a tensar la cuerda, el tiflin se mantuvo preparado y siempre atento a la profeta. Si ella corría, el también lo haría. Si ella luchaba, él lo haría a su lado. Fuera cual fuese su decisión, Tybalt siempre la protegería.

Puff, esa rampa era más empinada de lo que parecía a simple vista.

La bruja jadeaba mientras se esforzaba en correr cuesta arriba. Giraba a menudo la cabeza hacia los tumularios pues, cuando les tuviese suficiente cerca para ver el su símbolo sagrado, le diría un par de cosillas...

¿Mala condición física? Los que pensaran eso de Onfale iban listos. El perfumista, a pesar de las malas condiciones de vida de aquel plano, se ejercitaba todos los días. Más le valía si quería mantener su esbelta figura, hecha para el deseo y disfrute de a quien a él se le antojara, pues ahora era libre. Seguía un estricto programa de entrenamiento que le confería una flexibilidad inusitada en un hombre y le permitía conservar una buena masa muscular, idónea para correr y dejar atrás a los tumularios.

- ¡Vamos!- Dijo dejando a Leiath atrás, pues parecía protegida por los hábiles guerreros del grupo. Podía apeciar cierto reparo en las miradas de sus compañeros por haber tomado la lanza de oro, pero ya se les pasaría en el momento en el que tuvieran que vender algo, ya fuera para resucitar a alguno de ellos, alquilar un medio de transporte, comprar equipo o vete tú a saber qué.

Se arremango los trozos de tela que le servían de túnica, una mezcla de jirones grisáceos que apenas servían para tapar las vergüenzas de la pelirroja, y empezó a correr como alma que lleva el diablo. No sabía muy bien que estaba pasando pero no iba a pararse a hablar con los tumularios. ¿El perfumista tiene ahora la lanza del jefe, eso no le convierte en su jefe? Pregunto en alto sin referirse a nadie en concreto.

Onfale corrió como alma que lleva el diablo... ¡o más, porque ni siquiera Tybalt corría tanto! Eso es muy meritorio teniendo en cuenta lo aparatoso que era correr con una pesada lanza en las manos, una de las cuatro lanzas que distinguían a un soldado de la tribu de un civil. A pesar de todo, los tres tumuluarios le comían los talones, puede que en un futuro fuese literalmente.

Un halo de esperanza brilló para el eunuco cuando vió que la estructura construída por la tribu le favorecía: la primera casamata de nieve del recorrido estaba montada sobre la pasarela, y la anchura de su muro obligaba a pasar en fila india. Dos de los tumuluarios de su pelotón perseguidor tuvieron que ceder unos pasos hasta dejar a su compañero en cabeza.

Los arqueros, desde el fondo del cráter, se cebaron en los cuatro más rápidos. Aire evitó un proyectil que le venía derecho a la cabeza parapetándose a la carrera con su broquel. El que disparó a Flame tenía una puntería espantosa. Tybalt no tenía mucha gracia contando chistes, pero sí gracia de la de gracia felina, y esquivó la flecha con mucho arte. La dagnificada era Alice. Una flecha la alcanzó en la cadera y le perforó un riñón. A cada zancada que seguía dando, la punta de acero se revolvía en su interior causando más estragos. El dolor era insoportable.

Aire y Alice ya habían superado la mitad de la pasarela, e iban en cabeza, pero no podían evitar la sensación de que estaban en un puesto de feria de tiro al blanco y ellas eran los patitos de goma.

La aparatosa y pesada lanza de oro podía haber resultado un incordio para cualquiera, pero no para el eunuco ex-esclavo. Había tenido entre las delicadas pero firmes manos cosas más difíciles de manejar y había salido airoso. Lo mismo podía decirse de la presión de tener a unos tumularios que se morían por sus huesos mordiéndole los talones. Estaba acostumbrado a ser mostrado y ser algo codiciado por muchos. Además, el recurrente recuerdo de su fracaso en la tienda de suministros "Cuaco" le hacia tener muy reciente el recuerdo de lo que era ser comido vivo y, no, no quería volver a sufrirlo. Una vez pasado el estrechamiento inicial, corrió llevando la lanza como un equilibrista una pértiga, estabilizando su avance por la empinada cuesta. 

- ¡Vamos!- Volvió a decir más para sí mismo que otra cosa. Iba el último pero esperaba que eso cambiase. 

Sin los atacantes en la línea de visión, Leiath no veía otra opción más que seguir subiendo esa empinada cuesta para reunirse con sus amigos.

Pero es que Leiath decididamente no estaba en forma, y eso que no paraban de correr desde lo que parecían meses. Los porco ejercitados músculos de sus piernas le ardían del esfuerzo y retrasaban su huida.

Flame observó que Leiath aminoraba un poco, pero seguramente fuera para mantenerse a su altura. Así que cuando la igualó en la carrera la sonrió mucho. Aquella sonrisa trataba de hacerle entender a la sacerdotisa que estaba de su lado y que lucharía junto a ella, pero que lo mejor sería seguir corriendo, aunque aquello supusiese un duro esfuerzo.

La flecha era demasiado para la maga que empezó a perder el aliento y bajo el ritmo de la carrera. Veía como sus compañeros la adelantaban, seria este el final de la maga, terminar como un alfiletero.

¡Alice! gritó la joven. Si algo podía respetar Aire, era el poder y la magia. Y Alice, gustase o no, podía llegar a ser una gran maga de fuego, y sus bolas de fuego eran demasiado poderosas para hacerlas frente.

Y por eso, y sólo por eso, ralentizó su paso. No, no podía hacer nada por ella, pero mejor estar a su lado que estar por delante, como la diera por conjurar algo, Aire iba lista.

El ataque de los tumultuarios no se hizo esperar. Pronto comenzaron a volar flechas que hacían de estimulante perfecto para seguir corriendo. La mayoría de los proyectiles no encontraron objetivo rompiéndose contra el helado interior del cráter o perdiéndose en la perdiéndose en algún lugar que a nadie interesaba especialmente. Pero uno de los tumularios tuvo el suficiente tino para herir de gravedad a Alice y muy cerca estuvo Tybalt de correr la misma suerte si no hubiese mirado de reojo para poder esquivar la punta de una flecha que llevaba grabado su nombre. 

Aquella magistral y casi imposible finta había requerido mucho del físico del tiflin. Tanto que para cuando retomó la carrera vio cómo se retrasaba en la apresurada huida. Pero no iba a dejarse obsesionar por ello pues sin hacer el forzoso movimiento seguramente tendría una flecha entre las costillas. Además, así también podría intentar cubrir a Leiath de cualquier virote perdido.