Partida Rol por web

Parecía que Sören Fuchs estaba dispuesto a seguir las órdenes, lo cual era un alivio, pues a él no le apetecía para nada tener que ser la mano ejecutora de aquella acción. No es que fuera supersticioso, pero el miedo de aquellos infraseres negros podía estar fundamentado en algo y cuánto menos tuviera que involucrarse en aquel asunto, mucho mejor. 

- Tenemos que abrir esa puerta. - Comentó adelatándose a las órdenes del capitán. - Mejor será que nos apartemos y os pongamos a cubierto. Fuera de la cueva incluso. ¡A saber cómo han construido este túnel los negros! Podría venirse abajo.

Ya escucho a Muller, coloquen los explosivos en la puerta y tirenla abajo. No nos defraude Fuchs, confiamos en usted. El resto poneros  a cubierto, tenemos que entrar ahi si o si, ahi esta la salvación del régimen y su gran financiamiento, lo presiento. 

Observo como colocan la dinamita para que antes de que la acciones y la hagan explotar estar a cubierto en las afueras de la mina. 

Fuchs obedeció las órdenes con un simple asentimiento de cabeza, aunque en su interior estaba un poco sorprendido de que hubieran decidido que se encargara él de aquella faena. Seguía sin entender por qué no había un experto en explosivos en una misión en la cual el objetivo era excavar una mina de diamantes. Y el capitán Hartmann realmente tenía una forma un tanto extraña de comportarse. Diablos, que le asparan si entendía algo de lo que ocurría en aquel campamento.

Actuó con suma cautela. No quería volar por los aires. Colocó varias cargas en la puerta y desenroscó el cable del detonador. Mientras lo hacía, con sumo cuidado, iba dando marcha atrás para salir de la cueva.

—Será mejor que salgamos todos de la cueva. Esperemos que no se venga abajo todo el túnel...

Una vez que estuvieron afuera con el detonador, Fuchs miró al capitán Hartmann, esperando su orden.

—A su orden, capitán.

Por fin aparecía Fuchs y lo hacía acompañado de Müller y cargando la dinamita consigo. Menos mal, ya era hora de que algo saliera a derechas. El capitán observó que junto a la dinamita traía también el detonador, en lugar de simplemente los cartuchos, por lo que retiró la idea que le había comentado anteriormente a Hartmann de supervisar la tarea. Aún así se acercó a la puerta donde todavía quedaban algunos negros dando martillazos y le señaló a Fuchs algunos puntos que le parecieron de estructura más débil y convenientemente situados para evitar que el complejo se viniera abajo. Aquella bóveda artificial parecía segura, pero el capitán no apostaría mucho por el túnel cavado por los negroides. 

—No coloque todos los cartuchos, Fuchs. No vaya a ser que nos pasemos de potencia. 

Dio una orden a los negros para que también salieran de allí y dejaran su infructuoso trabajo. Con su habitual paso vivo, el capitán Hoffmann salió de la mina y se situó junto a la entrada esperando la detonación. Lo hizo colocándose a un lado de la abertura que daba acceso al lugar, pues supuso que una nube de polvo y escombros saldría disparada hacia el exterior.

Lo había visto. Ahora podía comprenderlo todo. Los minaretes de Carcosa, la verdad que se ocultaba a los débiles. El Reich no era más que un niño de teta intentando convertirse en un superhombre. Necesitaba a gente como él. ¡Ahora todo tenía sentido!

Se aproximó a Bauer con calma, levantando la mano en la que llevaba el ídolo:

—Tranquilo. No pasa nada. Lo he recuperado. Volvamos a la mina.

Y entonces, cuando estuvo lo suficientemente cerca ¡saltó a por él como un animal salvaje! Sus manos buscaban su cuello, sus dientes desgarrarían aquel rostro pusilánime, comería aquel cerebro que sólo sabía acatar órdenes sin comprender la grandeza a la que podía llegar. Sería el devorador, no el devorado. ¡El cazador y no la presa!

La aparente cordura de Grimm cogió desprevenido a Bauer que no hizo ningún ademán amenazador. Entonces el sargento, enloquecido, saltó al ataque como los negros habían cogido a los soldados en el interior de la mina. Ambos hombres forcejearon mientras Grimm intentaba morderle, le arañaba y le llenaba de golpes. Bauer intentó encontrar un buen ángulo de tiro y disparar al oficial que se había vuelto loco.

El ataque fue repentino y aunque intentó apuntar con su arma todo lo rápido que pudo, la ferocidad de Grimm fue mejor. Y se le echó encima y comenzó a sentir sus dientes clavándose por todo su cuerpo. Bauer podía sentir la sangre manar mientras la mirada desbocada de Grimm le hacía comprender que este no se detendría hasta haber terminado de devorarlo.

Tras colocar las cargas, hicieron salir a todo el mundo de la cueva. Cuando estaban en posición, Soren activó la carga y una lejana pero sonora explosión retumbó por los pasillos que soltaron piedra y grava, pero no se derrumbaron. Estaban a punto de entrar cuando sintieron algo más. Un extraño ruido que parecía estar viniendo del interior de la cueva. Al principio era ininteligible, pero al final se dieron cuenta de lo que parecía, una risa. Entonces, una extraña ráfaga de aire putrefacta salió disparada de la cueva, impregnando el lugar de un insalubre olor que hizo que la cabeza les diera vueltas. Entonces, tal y como había venido, se desvaneció. Pero otra sensación quedó cuando se recuperaron.

Como si algo hubiera pasado junto a ellos. La cueva quedó entonces completamente en silencio, con algo de polvo saliendo de dentro.

- Bueno... - Dijo Rambert con ciertas dudas sobre lo que acababa de suceder.

No quería que cundiera el pánico, pero desde luego, aquella risa, aquel vendaval, no habían sido sólo imaginaciones suyas. Había sucedido, de eso estaba seguro. Podía ser que aquellos seres simiescos y de piel oscura como la noche, supieran algo que ellos desconocían. Al fin y al cabo, ese era su mundo y no el de ellos. 

- ¿Y ahora qué? - Preguntó sin ningunas ganas de averiguar lo que tenían que hacer a continuación.

Lo que tenía claro era que él, no quería entrar allí. No al menos en primera posición. Podían volver a utilizar a Sören Fuchs como punta de lanza, a algún otro que otro soldado de bajo rango o incluso a los infraseres africanos. No obstante, esa no era decisión suya, sino de los capitanes, aunque también tenía claro que si éstos les proponían avanzar en cabeza, propondría enviar a la chusma en primer lugar.

Tras la explosión una rafaga de aire salio de la cueva, dicha rafaga trajo un olor nauseabundo. ¿Que demonios habria alli?¿Acaso enterraban allí a sus muertos y de ahi ese olor a cadaver?

Habria que ver lo que habia asi que di la orden de entrar. 

Esta bien, entremos con cuidado, parece ser que algo hay ahi dentro y no huele muy bien. Pero creo que también habra riquezas que salven el régimen.

Fuchs, empuja a los negros, ellos iran delante, detras ireis tu y Muller, cerraremos el grupo Hoffmann y yo, y permanezcan juntos y unidos. No duden en usar las armas si es necesario. 

Cordura 9

Saco 8 (Fracaso)

Elijo Fuerza histerica

¿Qué diablos había sido eso? Cuando Fuchs apretó el detonador, escuchó una risa, una extraña risa, seguida de un vaho putrefacto. Se llevó la mano a la nariz. Miró a su alrededor para comprobar si los demás habían escuchado aquella risa. Tenían que haberla escuchado. Todos la debían haber escuchado.

Vio a Müller dubitativo. Después, el capitán les dio orden de avanzar al interior de la cueva. Fuchs sacó su pistola.

—Sí, señor —contestó despacio, todavía desconcertado por lo ocurrido.

Empujó a varios negros. No les habló, para qué si no lo entendían: les señaló la cueva con la pistola, haciéndoles un gesto para que entendieran que debían caminar. Una vez que los puso en camino, se posicionó detrás de ellos junto con Müller, como le había indicado el capitán.

Y así avanzó hacia el interior de la cueva, con mucho cuidado por lo que pudieran encontrar ahí. Cada vez que uno de los negros miraba hacia atrás asustado, Fuchs le volvía a hacer un gesto con la pistola, como indicándole que no dejara de avanzar, e incluso le daba un empujón para reforzar el gesto.

A Fuchs no le gustaba nada tener a Hoffmann detrás. Aquel hombre podría aprovechar cualquier momento para acabar con todos ellos y darle la espalda era la peor idea. Pero no quedaba otro remedio, pues debía seguir las órdenes de Hartmann. Aun así, mantuvo cierta atención disimulada en los movimientos de Hoffmann, mientras se preguntaba cuándo llegarían los apoyos británicos que había pedido por la radio. Diablos.

Hoffmann apenas podía contener las ganas que tenía de adentrarse en aquella cueva y comprobar qué se escondía tras la puerta. Los demás parecían asustados y recelosos, pero él era demasiado intrépido para retenerse y esperar a avanzar junto con el capitán Hartmann en la retaguardia. No lo sabían a ciencia cierta, pero a veces le habían escuchado hacer comentarios sobre los comportamientos y las manifestaciones culturales de las sociedades africanas que demostraban que debía tener conocimientos antropológicos bastante avanzados. Por ello debía tener tantas ganas de meterse allí dentro, para ver qué tipo de hallazgo tenían entre manos, sí encontrarían riquezas minerales o quizá riquezas arqueológicas, que podrían tener incluso más valor. 

Aquella especie de risotada no le había preocupado lo más mínimo. Sabía que las refracciones del aire en una cavidad como aquella podrían hacer ese tipo de efectos sonoros, especialmente en situaciones de estrés como la provocada por el ataque de los negros que habían perdido la chaveta. Por lo que no le dio mayor importancia.

Adentrándose en la cueva no pudo evitar adelantar a los que se quedaban dubitativos y temerosos, dando dos pasos al frente y uno atrás. El caminaba directo hacía la bóveda, ansioso por doblar la última curva del camino y adentrarse en la sala humeante donde se encontraba aquella puerta con el extraño símbolo y ver qué secretos guardaba más allá.

Grimm estaba totalmente enajenado. De un mordisco alcanzó la mejilla de Bauer haciendo que la sangre manara profusamente. Ahora, de horcajadas sobre él, iba a por su yugular para rematar la faena.

Bauer cayó con el cuerpo del sargento sobre él. Era totalmente incapaz de quitarse de encima a su suboficial que había perdido completamente la razón. Con los brazos atrapados, apenas podía defenderse de los mordiscos de Grimm. No sabía dónde había acabado la pistola o si la seguía sujetando en la mano. Sólo era consciente de que iba a morir, devorado por uno de sus hombres en una mierda de selva en medio de la nada.

Cuando Grimm se situó sobre Bauer, nada pudo hace este segundo para quitárselo de encima. Era demasiado grande, demasiado agresivo y sus uñas se clavaban en su piel. Notaba los bocados que le estaba dando el sargento y Bernard apenas podía focalizar. Cuando los dientes se cerraban sobre su carne, Bauer sentía un dolor ardiente y como la sangre brotaba de las heridas. La vista se le nublaba. Todo se volvía borroso mientras Grimm seguía despedazándole sin poder hacer nada. Entonces notó como una presencia, y antes de que sus ojos se nublaran del todo pudo ver un extraño encapuchado cerca de ellos. No podía verle la cara pero había algo en aquella oscuridad escupida desde su capucha que le atraía. Algo brillaba en aquella negritud. Entonces los vió…

Y supo que su muerte no significaría nada. Y todo se desvaneció. Y Grimm siguió mordiendo.

Pero cuando sus ojos se cerraron y el corazón se le paró, no llegó el final. De pronto se sentía más ligero, más despierto, todo brillaba a su alrededor. Demasiado brillo. También se oían gritos agónicos por todos lados, llantos, rugidos. Pero el dolor. El dolor no había desaparecido, seguía sintiendo esas punzadas en cada centímetro de su cuerpo, en cada pestañeo, en cada intento por respirar. Dolor. Dolor. DOLOR. De pronto solo una idea creció en su mente. Quería que el dolor terminase. Quería que el dolor cesase. Y supo lo que tenía que hacer para que el dolor terminase. Debía derramar sangre. La sangre de todos los que le rodeaban.

Se giró donde estaba y pudo ver su cuerpo tendido en el suelo, aunque le costaba reconocerse, totalmente desfigurado por los mordiscos que le había propinado Grimm. Y no había rastro del teniente.

Y entonces lo entiendes. Mientras arrancas pedazos de carne de aquel pequeño ser entiendes que La vida debe devorar a la vida para existir. Intentamos ignorar esta verdad mediante tabúes como el canibalismo, o haciéndonos veganos, pero la terrible verdad es muy simple:

debemos asesinar seres vivos y consumir su cuerpo para continuar nuestra propia existencia. Ahora ya sabes como curar a tus hombres enfermos.

En algún momento indeterminado, Grimm recobró un poco la razón y se dio cuenta de que tenía la boca llena de trozos de carne colgando, toda su ropa ensangrentada y el cadáver desfigurado de Bauer bajo él. Y nadie que lo hubiera visto. De pronto, el silencio de la selva no parecía tan amenazante.