Partida Rol por web

Amparados por la noche llegáis hasta la muralla Romana,dejando atrás oscuras calles y silenciosas plazas. No muy lejos un guardia bosteza medio dormido apoyado sobre su lanza, su  compañero descansa dormido en la base de la muralla, tras ellos veis cerrada a cal y canto la puerta de Portaferrissa, una de las entradas y salidas de la antigua Barcelona.

Al veros llegar el guardia os saluda, a una palabra vuestra os abre la puerta sin haceros pregunta alguna. Por delante tenéis un camino de tierra pisada a diferencia del empedrado que dejáis atrás.

Aquí y allá una casa muestra el crecimiento de la ciudad en el extrarradio, la construcción de la catedral ha atraído una ingente cantidad de mortales para su construcción, allí donde hay trabajo y prosperidad echan raíces como arboles en medio del bosque, y aquí más allá de la muralla vive la gran mayoría de ellos.

No solo casas, se erigen en esta tierra, aquí un convento, antaño afueras de la ciudad ha sido engullido por las casas de los obreros acabando con la tranquila vida de las monjas que en el habitan.

Finalmente llegáis a vuestro destino, casi al linde del bosque, cerca de las bestias, viven los más desgraciados entre los humanos, una colonia de leprosos, asistidos por los misericordiosos monjes franciscanos del llamado Lazareto, en honor al celebre Lázaro del evangelio, aquel que se levanto entre los muertos por orden de Jesucristo nuestro señor y anduvo predicando su palabra.

Al llamar a la puerta os abre un monje de ropajes pardos y ojos cansados.

-¿Qué os trae a esta casa hermano?- dice con voz apagada cargada de misericordia y benevolencia.

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Mi cuerpo se relaja la oir la voz del hermano. A sido un trayecto tranquilo y ya estamos en la ultima etapa.

- Hermano, como bien sabeis, estos dias estan revueltos y los peligros se ciernen sobre nosotros como el camaleon a la mosca, traigo a una dama que viene de lugares mas exoticos que el que nos rodea y a su criado. 

- Estan circunstancialmente y momentaneamente bajo mi proteccion, para  los cuales te solicito humildemente les des cobijo por un dia.

Mis pensamientos buscan la ironia de traer a tan alta dama a un lugar tan bajo, pero esta gente es mi familia ahora, y he aprendido a apreciarlos como tal.

El monje levanta la vela que porta en su diestra para iluminar el rostro de Aspasia, seguidamente ilumina el rostro de Michel.

-Malos tiempos, sin duda- retira la vela del rotro de Michel -por vuestro aspecto diría que habeis pasado apuros- dice mirando a Aspasia.

-Muchos apuros para acudir a la casa de los desposeidos y olvidados- suspira -pasad adentro, trataremos de encontraros un lugar adecuado para descansar- añade echando una mirada a Michel, quién en estos momentos está blanco como la leche, aun así se mantiene estoico.

Si las peculiaridades del lugar al que mi nuevo amigo me había traído me impresionaron, no lo dejé traslucir en mi rostro. Desapasionadamente contemplé la estructura del edificio y al piadoso monje que, vela en mano, nos observaba expectante. Los acontecimientos de la noche me había puesto en tensión por lo que tuve que hacer uso de toda mi fuerza de voluntad para no sisear entre dientes.

- Grande es mi agradecimiento, hermano, por vuestro ofrecimiento y el cobijo que os habéis brindado a ofrecernos...- susurré haciendo una ligera reverencia en señal de respeto- sin duda, será aquí entre los desposeídos y olvidados, más también entre los más amantes de Dios nuestro señor, donde mi alma podrá por fin encontrar el descanso temporal que necesita- continué sonriendo de forma piadosa.- Ahora me veis caída en desgracia...pero creedme cuando os digo que esta generosa y piadosa acción no será olvidada- finalicé con firmeza. Luego miré al monje y a mi fortuito salvador e incliné la cabeza en gesto de disculpa- si me disculpan un segundo debo de dar instrucciones a mi criado, pues no es propio de un alma caritativa el obligar a enfrentarse al peligro a nadie, sea humilde servidor o no.

Dicho esto cogí con suavidad a Michel del brazo y lo conduje un metro más allá inclinando la cabeza hacia él en gesto de confianza y complicidad.

- No hay tiempo para protestas, querido Michel..- susurré en la lengua del Languedoc alzando la mano para atajar lo que sabía sin duda diría.- No puedo permitir que entres ahi, te necesito vivo, ahora y en el futuro, incluso si eso significa que debas dejarme a su merced por este día...no os preocupéis estaré bien y si algo ocurre os llamaré sin dilación..- le aseguré mirándole a los ojos con firmeza.- Nuestra casa no es segura, id a otra posada donde no hayáis estado antes. Protegeros y cuidaos de si os siguen. Disfrazáos si es necesario. A media tarde, o cuando considereis oportuno, y siempre con la máxima discrección, id al lugar donde estuvimos esta noche. Decidle a ese vegestorio y advenedizo dueño que mañana no podré acudir a la cita, pero que no dude de que nuestro acuerdo sigue en pie- con un rápido gesto me quité la sortija de esmeralda engarzada en oro que llevaba en el dedo. Estaba cubierta de mierda, pero aún así seguía siendo valiosa- decidle que ésto es una señal de buena voluntad y que puede tomarlo como un anticipo. La reconocerá. Mañana cuando haya caído la noche, os llamaré a mi presencia. No desesperéis, todo saldrá bien- mi mano rozó la suya cuando le di la joya y se la apreté en un gesto de apoyo. Tras mirarle por última vez con decisión volví hasta donde estaban los otros dos e incliné la cabeza en gesto de aquiesciencia, indicando que estaba lista para entrar.

Por un momento ves como Aspasia toma del brazo al pelirrojo llevandoselo a un lado para decirle unas palabras.

Todo cuanto escuchas es un cuchicheo inentiligible, al menos ... para ti.

El monje pone cara de circunstancias, sosteniendo la vela frente al umbral. El frio de la vigilia estremece su delgado cuerpo que descansa bajo la aspera tela.

Mientras esperamos a que la debilidad del mortal sea debidamente encauzada, le susurro a Fray Pere,

- Ella es Aspasia Ibn Abir, estaba a punto de ser asaltada por, lo que creo, que era un assamita. Si no la llego a traer, creo que hubiera perecido. Todavia no tengo muchos datos, pero el sire proveera. Sed tan amable de tratarla bien mientras me reuno con el.

Medio encorvado espero el regreso de Aspasia.

Michel te sigue, al escuchar tus palabras su cara cambia, primero confusión... luego alivio y por último culpabilidad. Una última mirada al monasterio parece calmar sus ánimos.

Sin decir palabra asiente a tus palabras con un gesto de su cabeza, no hace falta decir más.

Michel toma en su mano la joya cerrando con la su zurda el abrazo, su fríos y gélidos azules se quedan fijos en tu iris, su mano estrecha las tuyas con fuerza, correspondiéndote.

Con decisión da media vuelta deshaciendo el camino. Poco a poco se aleja hasta perderse en la oscuridad. Pasando a ser una sombra más.

Al dar media vuelta ves al monje esperando en el umbral, su faz iluminada por la luz de la vela de cebo, cuya llama oscila a izquierda y derecha con la fría brisa de la noche.

A no más de un paso, aguarda Zmeu, el mendigo, con expresión neutra. Si ha escuchado o entendido algo de la conversación privada con Michel, no da muestra alguna.

Al mencionar la palabra assamita, el monje se muestra confuso por un momento, luego asiente aquiescente dando por entendido lo dicho. Con un gesto de cabeza te avisa de la llegada de Aspasia.

Sus pisadas suenan en la gravilla del camino, sorprendentemente viene sola, poco más adelante ves a su criado retomando el camino en dirección hacia la ciudad.

De nuevo frente a la puerta, os reunís con el monje en el umbral. Michel, se marcha en dirección a la ciudad tomando el camino que dejasteis atrás.

Con un gesto de su trémula y frágil mano, el monje invita a cruzar el umbral.

-Pasad adentro hija mía, dejad vuestros problemas en este umbral porque no hay cabida para ellos en este lugar- su cascada voz de anciano está cargada de benevolencia y misericordia. La voz de un hombre acostumbrado a aliviar el dolor de los demás.

Asintiendo al gesto del monje me recogí lo que quedaba de mi maltrecha falda y entré en la leprosería precediendo a los hombres. No me gustaba darles la espalda, hasta ahora tan bien protegida por mi criado, pero era necesario dar un voyo de confianza. Una vez dentro me eché a un lado para permitirles guiarme por le interior de edificio.

Una vez comprobado que la seguridad de la dama, por lo menos durante este dia no corre peligro, me encorve una vez mas para ella.

- Mi Señora, le dejo en las manos del buen hermano, no tema, durante este dia no correra peligro alguno, este sitio es el ultimo donde la buscarian, se lo garantizo. Puede que algun dia nos volvamos a ver, quizas mañana, quizas no, seria un honor para mi escuchar su historia de sus propios labios, y quizas algun dia me la cuente. Ahora otros deberes me aguardan, entre ellos un buen descanso, de todas formas si tiene alguna necesidad, hagaselo saber a fray pere y si le es posible, le ayudara.

Mi cuerpo vuelve a quejarse (o quizas solo es mi imaginacion), cuando le hago una ligera reverencia en señal de despedida.

- En cualquier caso, bella dama, ha sido un placer haber disfrutado aunque brevemente de su compañia.

Aunque debo oler a rata muerta hace decadas, sigo recordando como trataba a las damas en mi otra vida, y en un ultimo y patetico intento de parecer mas gallardo (ah, maldita rata muerta), mi palida figura adopta una pose que parece antinatural para este maldito ser en que me he convertido.

La vela del monje ilumina los pasillos del singular hospital, aquí y allá uno de los hermanos atiende las heridas de un pobre leproso, vendando o untando cremas para aliviar su dolor.

Entre sollozos quedos, dolor y risas recorres las estancias, algunos de los monjes presentan el mismo mal que con perseverancia y buena fé tratan de paliar. Tal vez, el despedir a Michel, haya sido una decisión más que acertada.

El monje se detiene frente a una puerta cerrada, su cabeza gira sobre su hombro para cerciorarse que sigues tras él.

De uno de sus bolsillos, saca una pesada llave de latón, introduciéndola en la ranura de la puerta, al girar la llave, se escucha del otro lado, un pesado pestillo.

La puerta protesta abriendose con un chirrido de bisagras.

-Entre por favor- tiende la mano señalando la oscura habitación.

La puerta del Lazareto se cierra engullendo a Fray Pere  seguido de Aspasia, la oscura noche clarea con la promesa de un nuevo día.

Delante, no muy lejos, sigue su camino Michel, el criado de Aspasia, al llegar a la puerta, el guardia le sale al encuentro, tras reconocerlo vuelve a darle paso franco.

Una vez llegados a la muralla, el mismo guardia sale a recibirte, tu rostro es conocido entre los que custodian las entradas y salidas de Barcelona. De nuevo se echa a un lado para permitirte el paso.

Las silenciosas calles comienzan a cobrar vida con los primeros madrugadores.Aprendices, obreros de la construcción, trabajadores del campo, cazadores, todos ellos madrugan para aprovechar el día, tanto incluso que se levantan antes de que salga el sol y se acuestan al poco de ocultarse, algunos incluso más tarde.

Pocos , muy pocos, reparan en tu escuálida y pobre figura, un mendigo lleno de mugre vestido de harapos y de pies descalzos, no llama la atención, o al menos no más de lo cotidiano, los pocos que lo hacen tienen el apartarse de tu camino para no escuchar la conocida cantinela pidiendo limosna.

Entre los pocos mortales que pueblan la calle, el criado de Aspasia, brilla como un faro, incluso entre una muchedumbre llamaría la atención. Su porte marcial y su cabello rojo como el fuego no ayudan a pasar desapercibido, instintivamente la gente se aparta de él tanto como de ti, aunque intuyes que las razones son bien diferentes.

El despertar de un nuevo dia, me recuerda que he de aligerar el paso. El tiempo, una variable nunca contemplada en mi otra vida, se ha convertido en esta novida en mi aliada y mi enemiga, a partes iguales. Lo que haya que acontecerle al muchacho en el dia de hoy, ya no es de mi incumbencia, y ya veremos que ocurre con el cuando llegue de nuevo la oscuridad. Ahora parto con celeridad hacia mi sire, para informarle de lo acontecido. Aunque, conociendole, solo tendre que escuchar sus instrucciones. - Maldito viejo chivo, malditos sus mil ojos. - Silve entre dientes.

Con una cortesía y una elegancia que brillaban por sí mismas a pesar de mi maltrecho aspecto, me incliné ante Zmeu devolviéndole la reverencia. Ni la expresión de mi rostro ni el tono de mi voz dejó traslucir si me resultaba chocante o en cierta manera hilarante el verle inclinarse ante mí de esa forma, en un gesto desmañado que sin duda debía venir de otros tiempo.

- Grande es mi deuda, mi señor...y sin duda muy grato ha sido este paseo nocturno que me ha sido concedido dar en su presencia- susurré con voz suave mientras una ligera sonrisa curvaba mis labios- También es mi deseo que pronto más que tarde nuestros caminos se vuelvan a cruzar y podamos retomar nuestra agradable conversación en mejores circunstancias..- añadí haciendo un gesto con la cabeza en señal de despedida.- Mientras...que nuestro señor os guarde- susurré con voz enigmática sin aclarar si me refería al Dios cristiano o a nuestro sagrado creador, Caín. Acto seguido me giré y caminé con pasos pasuados en pos del monje.