El abrupto final del viaje a través del portal los escupió a un lugar de pesadilla. La oscuridad era primordial, casi tangible, rota solo por las venas incandescentes de lava que serpenteaban por el suelo agrietado y las paredes rocosas, tiñendo el aire de un resplandor rojizo y danzante. Sobre este infierno subterráneo, una luz mística, de un tono azul pálido y etéreo, flotaba en el aire, proporcionando una iluminación espectral que revelaba un paisaje desolado y opresivo.
Una ola de calor sofocante los golpeó al instante, acompañada de una presión aplastante que oprimía sus pulmones y hacía palpitar sus sienes. Era evidente que habían descendido a las profundidades abisales del planeta, un reino donde la vida, tal como la conocían, no debería existir. Sin embargo, una tenue sensación mágica los envolvía, una burbuja invisible de energía que los protegía de las condiciones extremas, permitiéndoles respirar y moverse con relativa normalidad en aquel entorno hostil.
De las sombras danzantes, una presencia colosal comenzó a manifestarse. Primero, fueron los movimientos sutiles en la oscuridad, el arrastrar de algo inmensamente grande. Luego, la luz mística reveló a la criatura en toda su aterradora magnitud.
Su cuerpo central era una masa amorfa de sombras retorcidas y protuberancias irregulares, un abismo de negrura que parecía absorber la poca luz circundante. De esta masa informe surgían innumerables tentáculos largos y gruesos, como látigos de obsidiana que se extendían y se retorcían en el aire, adornados con hileras de ventosas brillantes y afiladas como cuchillas. Algunos tentáculos terminaban en apéndices aún más grotescos.
En la parte superior de su cuerpo, donde cabría esperar una cabeza, se alzaba una única estructura ciclópea, coronada por un ojo gigantesco. Este ojo era una esfera de un blanco lechoso, atravesada por una pupila vertical y negra que parecía contener la frialdad y la vastedad del espacio exterior. Emanaba una luz propia, fría y penetrante, que los escrutaba con una intensidad escalofriante, como si pudiera leer sus almas.
La criatura flotaba en el aire sin esfuerzo aparente, sus tentáculos moviéndose con una siniestra gracia, trazando arabescos oscuros en la penumbra. Un aura de poder primigenio y corrupto emanaba de ella, una sensación de que esta era la fuente misma de la magia oscura que había plagado su mundo. Este era el corazón de la pesadilla.
Aunque la criatura permanecía en un silencio sepulcral, sus pensamientos resonaron con una claridad escalofriante en lo profundo de sus mentes, una voz sin cuerdas vocales que se injertaba directamente en su consciencia.
«He estado aquí desde antes que vuestro sol naciera por primera vez sobre este mundo» resonó la voz en sus cabezas, fría y vasta como el espacio del que provenía. «Llegué como una mota, un microorganismo cósmico, filtrándome a través de las venas oceánicas hasta el núcleo palpitante de este planeta.»
«Mi naturaleza, forjada en las nebulosas y los vacíos interestelares, poseía propiedades inimaginables para las formas de vida nativas. Sin embargo, mi influencia era tenue, mi esencia apenas filtrándose en las aguas primordiales. Aun así, algunos de vuestros ancestros... aquellos que rozaron los velos de la realidad... bebieron de esas aguas y despertaron dones. Manipulaban el flujo líquido, caminaban sobre su superficie, transformaban el agua en vino, separaban los mares. Incluso desafiaron a la muerte, alargando sus vidas más allá de lo natural, levantándose de sus tumbas, amansando a las bestias salvajes.»
«Con cada uno de ellos que se desvanecía para siempre, la magia que les otorgaba se disipaba y yo crecía... lentamente. Un ritmo absurdamente lento para mí, hasta que vuestras perforaciones, vuestras ansias de combustible fósil, abrieron una brecha. Mi esencia fluyó libremente, inundando vuestro mundo. La humanidad prosperó, bebiendo inconscientemente de mi poder, potenciándolo y canalizándolo con tecnología y yo me fortalecí a un ritmo exponencial. Pero vuestra codicia... vuestra sed de dominio... os consumió.»
«Guerra. Conflicto perpetuo. Cada vida segada en vuestras luchas me alimentaba, y paradójicamente, os otorgaba nuevas habilidades, dones que incluso yo no poseía, que luego absorbía con vuestra muerte. Eventualmente, me retiré a las profundidades, moldeando este reino a mi voluntad. Ya no necesitaba el agua como conducto. Tras vuestra gran catástrofe, vuestro silencio apocalíptico... mi crecimiento se detuvo, vino una era desastrosa para la humanidad, pero pacífica, de reconstrucción.»
«Entonces comprendí. La naturaleza humana... siempre encuentra un camino hacia la oscuridad. Simplemente necesitaba un empujón, alguien a quien usar como foco para mi magia. Generé villanos, alimenté sus ambiciones, los convertí en enemigos comunes para que surgieran héroes. A estos les otorgué el poder para enfrentarlos, cosechando la energía de ambos lados en su conflicto. ¿Pero realmente soy el gran mal? He visto bandas terroristas acabar con cientos, asesinos seriales, incluso líderes mundiales que querían acabar con razas enteras solo por su color de piel o creencia. Sin ir más lejos, el rey de los humanos fue un claro ejemplo, pues no tenía casi nada de mi magia y quería masacrar a los Zinalid. Yo minimizo el daño. Mientras sigáis mi guion, menos mueren.»
Una pausa helada recorrió sus mentes. «Acabad con el bardo. Acabad con Eve. A cambio, os ofrezco poder. Larga vida. Quizás... uno de vosotros podría ocupar el lugar del bardo. ¿No anheláis la inmortalidad?»
Sterling creia estar acostumbrandose a las cosas raras. Se equivocaba. Todos sus sentidos y sensores indicaban que lo que esta viendo y experimentando no era posible. Pero por las caras del resto, experimentaban lo mismo que él, asi que no era una alucinación.
Aquella cosa amorfa, tentacular, con un solo ojo, estaba frente a ellos. Imposiblemente grande. Un ser como aquel no deberia poder estar vivo. Probablemente no lo estaba, no como el cyborg entendia la vida.
Y de pronto, aparecieron palabras en su mente. No las registraron sus oidos... simplemente estaban allí. Aunque sabia que no eran suyas...
Les hizo un resumen de su historia. Y queria que matasen a Eve, y a aquel bardo pelirrojo que habia aparecido de la nada en la mansión. Les ofrecia poderes, incluso la inmortalidad. Porque? Estaban allí. Y aquella cosa daba la sensación de ser lo bastante poderosa como para acabar con todos. Porque les pedia entonces que hicieran el trabajo sucio?
Sin estar seguro de si sus palabras se escucharian en aquel entorno, pero tan solo pronunicó una.
- No.
Ryuu permaneció inmóvil, clavado al suelo como si sus botas pesaran toneladas, mientras el eco de aquella voz ancestral aún resonaba en su mente. Lo que acababan de presenciar… lo que acababan de oír… era demasiado. Aunque parte de él había intuido algo así, aunque aquella teoría suya del “ente” fuera un disparate lanzado al vacío en medio de la desesperación, descubrir que era real… que tenía razón…
…le helaba la sangre.
No por orgullo. No por satisfacción. Sino por el peso abrumador de la verdad.
Sus ojos se perdieron un segundo en las venas de lava que iluminaban aquella caverna imposible, su rostro pálido bajo la luz rojiza. Sentía el corazón en la garganta, como si un solo latido más pudiera romperlo. Una presencia cósmica que había estado guiando, absorbiendo, manipulando… desde antes de que existieran los nombres. Desde antes de la esperanza.
Tragó saliva con dificultad, la garganta seca como ceniza.
-No puede ser…
Susurró apenas audible, más para sí que para nadie
-Era una locura. Solo era una jodida idea loca...
Pero lo era. Era real. Lo había estado alimentando. Con guerras. Con héroes. Con villanos. Con muerte.
Ryuu cerró los ojos un segundo y respiró hondo. Una, dos veces. Se obligó a no mirar a nadie todavía. Porque si lo hacía, si veía en los ojos de los demás ese mismo terror que ahora crecía en su pecho, podía romperse. Pero no lo hizo. No esta vez.
Abrió los ojos. Y donde antes hubo asombro y consternación… ahora solo quedaba ira.
-Así que ese era tu plan…
Dijo, su voz al principio baja, rota, pero creciendo con cada palabra
-Jugar con nosotros como si fuéramos piezas de un maldito tablero. Dar poder, crear guerras, vernos sangrar y crecer, solo para cosecharlo todo al final. Como si las vidas que tocaste fueran simples números en tu balance cósmico.
Su mirada se alzó, atravesando la oscuridad, el calor, el miedo. Había fuego en sus ojos, sí. Pero no el de la desesperación. Era el de alguien que había estado al borde de rendirse… y decidió volver.
-¿Y luego tienes la cara de decir que minimizas el daño?
Escupió, avanzando un paso al frente
-Que lo haces por nuestro bien. ¿Te oyes? No eres mejor que los tiranos que mencionaste. Solo más grande. Más viejo. Más cobarde.
Miró de reojo a Eve. A Mimo. A Sterling. A Galiana. A Kimiko. Incluso al bardo. A todos los que estaban ahí, no por destino, sino por elección.
-Nos has hecho perder amigos. Hermanos. Has corrompido el alma de quien podría haber sido una de las mejores personas que este mundo ha visto. Y aún así... aún así, ella quiso cambiar. Nosotros decidimos intentarlo.
Y entonces levantó su espada.
No por rabia.
Por todo.
-¿Inmortalidad? ¿Poder? ¿A cambio de qué? ¿De rendirnos? ¿De convertirnos en el próximo villano de tu guion? No, gracias. Mi poder no viene de ti. Ni de tus reglas. Viene de cada persona que se negó a caer. De cada sacrificio. De cada gramo de esperanza. Incluso del dolor.
La espada brillaba débilmente bajo la luz de la lava, pero bastaba. Porque lo que brillaba no era el metal. Era la convicción que la empuñaba.
-¿Quieres un nuevo héroe? Pues aquí estoy. Pero no pienso seguir tu historia. La reescribiremos. Aunque tengamos que romper cada línea con nuestras propias manos.
Giró ligeramente la espada, el reflejo de las llamas danzando en la hoja.
-Y si quieres quedarte con algo mío... tendrás que arrancármelo de las entrañas.
Se volvió hacia los suyos. Y sonrió. No por valentía. Por decisión.
-Vamos a sacarte de este mundo. De raíz.
Mimo observa en silencio la monstruosidad flotante. A su lado, el calor infernal parece disiparse levemente, absorbido por una mezcla de miedo, asombro… y rabia. Aprieta con fuerza la esfera de cristal que guarda en su guante, sintiendo cómo vibra como si supiera que se encuentran ante algo primigenio, más viejo que el tiempo mismo. Finalmente, da un paso al frente. Su voz suena baja, pero clara, como una cuerda tensa que vibra al borde de romperse.
-Todo eso suena muy convincente. Muy lógico. Hasta compasivo, incluso. ¿Verdad?... -Da otro paso. El suelo tiembla suavemente bajo sus pies, pero no se detiene- Pero lo he escuchado antes. Todos lo hemos escuchado antes. "Seguid mis reglas. A cambio, os daré poder. Menos morirán si obedecéis." Siempre hay una excusa para justificar la sangre. Un precio que, según quien lo pide, vale la pena pagar.
Levanta la cabeza, mirando directamente al ojo ciclópeo. La pupila negra parece absorber su imagen, pero él no aparta la vista
-¿Y sabes qué es lo peor? Que funcionó. Tantos lo aceptaron. Tantos jugaron tu juego. ¡Villanos, héroes, gobiernos, fanáticos! ¡Todos danzando al ritmo de tu voluntad, creyéndose especiales! -Y entonces, su voz cambia. Se quiebra apenas, por un instante. No de debilidad, sino de una emoción distinta: tristeza- Pero nosotros no vinimos aquí por poder. No buscamos la inmortalidad. No queremos tu pacto. Vinimos a acabar con este ciclo. Con tu guion. Con tu teatro. Con esta... ilusión de orden que has creado a base de sufrimiento.
Se endereza, la esfera brillando ahora con un fulgor tenue pero firme. No desafiante, sino determinado.
-Y si eso significa pelear hasta que no quede más que cenizas de mí… entonces así será. Yo no soy como el bardo. No tengo palabras que despierten revoluciones. Ni como Eve. No soy el eje de este mundo. Pero tengo algo que tú nunca entenderás, porque nunca has sido uno de nosotros: Tengo elección.
Y te elijo a ti...
Mimo extiende una mano, invocando la energía que su cristal ha absorbido con cada acto de fe, de duda, de humanidad. Sus ojos brillan con lágrimas contenidas, y con una furia contenida aún mayor.
...como enemigo.
Miro a la criatura con desprecio, todo lo que estaba diciendo como nos utilizó como si fueramos simples marionetas sin mente, todo para sus fines y jugar con nosotros.
Todas las muertes...nuestra familia, amigos... el dolor que causastes... todo... hiciste todo esto solo por tu beneficio... y caimos como idiotas...
Mi determinación crece enormemente ante la injusticia, la rabia en mis ojos por el descubrimiento de todo.
No.. te vamos a dejar que sigas haciendo daño a la gente. vamos a pararte aquí y ahora.
Bardo, observando con una sonrisa gélida cómo el coloso tentacular exhalaba su último y tembloroso aliento, chasqueó los dedos con una satisfacción contenida. A sus pies, el aire comenzó a ondularse, la oscuridad palpable del lugar cediendo ante la familiar distorsión de un portal abriéndose.
Bien hecho, héroes - comentó Bardo, su voz resonando en el silencio que siguió al estruendo de la caída de la criatura. - Habéis cumplido vuestra parte del trato. Ahora, permitidme cumplir la mía. - El portal, de un tono dorado brillante que contrastaba con la negrura circundante, se expandió hasta ser lo suficientemente grande como para que todos pudieran atravesarlo. Bardo hizo un gesto cortés con la mano, invitándolos a pasar.
En el instante en que el primero del grupo cruzó el umbral, un último alarido de dolor, puro y desgarrador, resonó en sus mentes. Era el grito agónico de Ello, la criatura cósmica, su existencia extinguiéndose en las profundidades del planeta. El ciclo, alimentado durante eones de conflicto y sufrimiento, finalmente se había roto. El eco de ese grito se desvaneció tan rápidamente como apareció, dejando tras de sí un vacío silencioso, la promesa tácita de un mundo diferente.