Un tiempo después, el bullicio cálido y familiar de la taberna de El Buey Borracho llenaba el aire. Las risas se mezclaban con el tintineo de los vasos y el rasgueo suave de una guitarra en un rincón. Sentado en un taburete alto, rodeado de niños con los ojos brillantes y adultos con una sonrisa nostálgica, Muri el cuenta cuentos tejía historias con su voz melodiosa.
Y así fue como desapareció la magia del mundo - concluyó Muri, con un tono de asombro reverente- y con ella, la amenaza de que Ello acabase con el mundo o nos siguiera forzando a matarnos entre nosotros para alimentar su poder. - La mirada soñadora de los niños no se apartaba de él. - Y os preguntaréis ¿qué fue de cada uno de estos valientes?
Ashter regresó a su hogar en Saria, donde las cicatrices del ataque comenzaban a desvanecerse bajo el esfuerzo de la reconstrucción. Honrando la memoria de su padre, se convirtió en el firme guardián de la ciudad, su presencia protectora aunque ruidosa, es un faro de seguridad para su gente.
En la bulliciosa capital, Dyron colgó su armadura de guardia para siempre. Tras incontables negativas juguetonas de Miveil, salpicadas de sonrojos encantadores, finalmente la convenció de casarse. Juntos, adoptaron a Lenore, ofreciéndole el hogar y el cariño que tanto merecía. Y en honor a la familia de Eve, abrieron la taberna de El Buey Borracho, donde el antes frío y distante guardia ahora contagiaba alegría con sus melodías al piano, convertido en un esposo y padre cálido y cercano.
Miveil, dejando atrás los polvorientos tomos y las horas solitarias, se sumergió en la vida vibrante de la taberna. Dejó de lado su misterio y su hurañía, descubriendo el placer de la compañía y la conversación, floreciendo en un nuevo círculo social.
Lenore, por primera vez, conoció la despreocupación de la infancia. Lentamente, el peso de su pasado se aligeró, reemplazado por la seguridad del amor incondicional de Dyron y Miveil, quienes le brindaron la familia que siempre había anhelado.
Galiana regresó al corazón del bosque Zinalid, donde su gente la recibió con alegría. Consciente de la necesidad de reconciliación, ordenó la creación de un camino seguro que conectara su reino con el de los humanos, derribando las viejas barreras raciales, aunque con un dulce peaje para su reina...
Naden volvió a su aldea desértica junto a su madre, cuidándola hasta su completa recuperación. Luego, impulsado por un espíritu aventurero, se dedicó a explorar el mundo en busca de tesoros ocultos, compartiendo sus hallazgos para mejorar la vida de su comunidad.
Ikku, viendo su castillo flotante descender suavemente hacia la tierra, abrió sus puertas a todo aquel que buscara conocimiento. Dedicó sus vastos recursos a documentar los turbulentos últimos cincuenta años, incluyendo un detallado relato del origen y la desaparición de la magia, añadiéndolo a su inmensa biblioteca.
Y Eve, dejando atrás su nombre de bruja, volvió a ser Anlin. Con una curiosidad infantil, viajó por el mundo, ofreciendo su ayuda desinteresada y maravillándose con la belleza del mundo que una vez había jurado destruir.
Los niños, absortos en el relato, comenzaron a preguntar ¿y qué pasó con los otros cuatro héroes? Muri sonrió ampliamente, sus ojos brillando con picardía mientras se giraba hacia una mesa apartada donde el grupo de héroes, reunido al completo, compartía risas y recuerdos. - ¿Y por qué no se lo preguntáis vosotros mismos?
La magia había desaparecido. Cierto. Ya nadie podía hacer magia para crear las maravillas y los horrores que antaño casi cualquiera podía hacer. Pero la energía, el maná ambiental, seguía existiendo. Libre de la malicia de Ello, empapándolo todo. Sin poder usarse.
Salvo por Sterling cuyo motor mágico interno seguía funcionando. Le sorprendió mas que a nadie. El cyborg pensaba que cuando vencieran a Ello y la magia desapareciera... él caería inerte al suelo como una marioneta a la que le cortan las cuerdas. Se había resignado a que esa batalla seria la ultima cosa que haría en vida.
Pero a veces la vida, tiene sorpresas agradables. Tras despedirse de sus amigos, con promesas de volver a verse, viajó por el mundo, para conocerlo. Y al tiempo, volvió a las ruinas del faraón, para rescatar toda maquina con motor mágico que encontrase.
Los estudió, entendió como funcionaba y como crearlos, y al cabo de unos años (el tiempo no es nada para un cyborg mientras tenga combustible) construyó su primer vehículo, un coche sin caballos. Por el momento no volaba, pero ya lo conseguiría...
Con el paso de los años trajo de vuelta tecnologías perdidas de su época para disfrute de todo aquel que pudiera permitírselas. Y de sus amigos y descendientes. Siempre cuidaría de ellos.
Después de la batalla final y la desaparición de la magia, Ryuu no buscó aplausos, ni se quedó para las ceremonias. Mientras el mundo aprendía a vivir sin hechizos ni conjuros, él simplemente... siguió andando. No tenía mapa, ni propósito fijo, solo una promesa muda en el pecho: si quedaba algo por reparar, allí estaría.
Junto a Anlin, su antigua enemiga, su improbable maestra, su compañera… emprendió un viaje sin destino fijo. Recorrieron caminos donde el polvo aún no se había asentado. Cruzaron las aldeas que una vez temieron a la Bruja, ahora convertidas en campos de cultivo, hogares y escuelas. En cada pueblo, en cada rincón que aún dolía, dejaban algo: una pared reconstruida, una mano extendida, una historia contada junto a la hoguera para espantar los viejos miedos.
Volvieron a Saria, donde Ashter los recibió con un gruñido, una carcajada y un fuerte abrazo. Ayudaron a reconstruir la plaza y a pintar de colores el orfanato. Ryuu contaba cuentos a los niños mientras arreglaba tejados. Historias absurdas, donde los héroes eran torpes y los monstruos aprendían a tocar el arpa.
Visitó el Bosque Zinalid, y por primera vez en su vida, cenó en palacio sin meter la pata ni hacer chistes inapropiados… bueno, casi. Galiana le guiñó un ojo por su esfuerzo. No era necesario fingir que era alguien distinto: él ya era distinto. Más templado. Más claro.
En la capital, entrenó a jóvenes sin magia, enseñándoles que la fuerza no estaba en una bola de fuego ni en un escudo invisible, sino en saber cuándo decir “no me rindo” y en proteger lo que importaba aunque temblaran las piernas.
Y cruzaron el desierto una vez más, cuando el sol aún parecía querer fundir las dunas. Allí, donde el calor aprieta el alma, ayudaron a reparar pozos, sanar caminos de caravanas y reír con Naden bajo las estrellas, como si las cicatrices del pasado fueran sólo marcas de un viejo mapa.
Donde pasaban, Ryuu no dejaba discursos, ni monumentos. Solo historias pequeñas, memorables. La vez que ayudó a una niña a construir una cometa. La vez que cocinó para todo un pueblo con solo tres ingredientes. La vez que, en medio de una tormenta, solo dijo: “No nos rendimos, ¿vale?” Y bastó para que nadie lo hiciera.
A cada paso, Ryuu fue dejando atrás parte del bufón, parte del niño que escondía el miedo tras una sonrisa. En su lugar, creció un hombre que ya no necesitaba esconderse.
Y sin embargo, nunca dejó de ser Ryuu. Ese idiota terco, con chispas de ironía y una determinación que ni la magia pudo extinguir. Se convirtió en leyenda no por sus hazañas, sino por su constancia. Por su decisión de seguir caminando incluso cuando ya no quedaban mapas.
A veces, cuando pasaban por una aldea, los niños lo rodeaban. Le pedían una historia, o una canción absurda, o que les enseñara a lanzar “golpes invisibles” con un palo. Y Ryuu, con su capa ya gastada, se agachaba con una sonrisa real, no una máscara, no una fachada, y les enseñaba lo único que sabía: que los héroes no nacen con espadas legendarias… sino cuando deciden levantarse una vez más.
En esta ocasion, la taberna del Buey Borracho vibraba con risas y cuentos. El ambiente estaba cargado de esa alegría que solo los finales felices pueden traer.
-¿Y tú, señor Ryuu? ¿De verdad fuiste un héroe?
El aventurero bajó la copa, pensó un instante y, sin su máscara de bufón, le guiñó un ojo con complicidad y dijo con una sonrisa tranquila:
-Nah… Solo era el idiota que no sabía rendirse.
En la mesa apartada del Buey Borracho, entre risas, migas de pan y jarras espumosas medio vacías, Mimo tamborileaba con los dedos sobre el borde de su copa, mirando a sus compañeros con ojos chispeantes y esa sonrisa suya, tan traviesa como ambigua. Vestía una túnica ridículamente colorida -más aún de lo normal-, con dibujos de estrellas, osos, y garabatos que parecían haber sido hechos por un niño. En su regazo descansaba una pelota roja brillante, con leves vetas doradas, como si hubiera absorbido algo de aquel bastón mágico que ahora dormía en su mochila.
-¿Sabéis qué? -dijo Mimo de la nada, interrumpiendo una conversación ajena sobre dragones o impuestos, o tal vez sobre dragones cobrando impuestos, quién sabe- Me he estado preguntando algo muy serio... muy serio...
Se llevó un dedo a la barbilla, como si intentara adoptar una expresión solemne, aunque nadie le creyó. Sus ojos se desviaron lentamente hacia Kimiko, que había permanecido un tanto más callada, como siempre, aunque no ausente. Pero a Mimo, eso no le bastaba.
-¡Ah, sí! ¡Eso era! -dijo de pronto, iluminándose con fingida epifanía.
Entonces, sin previo aviso, le lanzó la pelota a Kimiko con una sonrisa inocente y un tono lleno de una malicia juguetona. No era un ataque. Solo un pase… explosivamente simbólico... y directamente a la frente de la muchacha, a la espera si salia daño normal o daño aumentado un 50%.
-¡Atrápa! -canturreó con burla encantadora mientras la pelotita golpeaba a Kimiko la cual estaba ligeramente distraida, y agregó con un susurro audible para todos en la mesa- Espero que no te enzarces conmigo en una batalla... hay que ser pacifista… tienes que guardar ejemplo como otra persona que no nombro pero que se llaman Kimiko durante la batalla final en el centro de la tierra... ¡Ni un golpe a la deidad cosmica!. Y las acciones con desgana... o tomandote una siestecita... como si fuera un... N...P... C... "No Participa (en) Combate".
Rió entre dientes, encogiéndose de hombros como si no hubiera dicho nada malo, aunque su mirada se deslizaba con descaro entre sus compañeros buscando cómplices para la broma. Luego se giró, cogió una aceituna de un plato ajeno y añadió sin girarse:
-Pero no os preocupéis, seguro que estaba luchando… internamente. O animándonos en espíritu. O sujetando una puerta muy importante… -Hizo un gesto dramático como si sostuviera un portón invisible. -¡Quizá salvó el mundo y no lo vimos! ¡Tal vez fue una misión secreta! Kimiko: la guardiana silenciosa de la rendija del destino™.
Finalmente, se rió con fuerza y se dejó caer sobre el respaldo de la silla, estirando las piernas como un niño satisfecho con su travesura. Pero, aun con la burla, no había ni una chispa de malicia verdadera. Era Mimo. Su forma de decir “yo también te vi”, aunque disfrazada de pulla.
Motivo: pelotazo a Kimiko
Tirada: 1d20
Resultado: 7(+40)=47 [7]
Motivo: critico?
Tirada: 1d100
Dificultad: 99+
Resultado: 18 (Fracaso) [18]
Nos sentamos en la mesa todos celebrando la victoria. Estábamos todos felices de haber logrado derrotar a esa criatura aunque fuera costa de un precio tan grande.
Todos nos divertíamos hasta que como siempre tuvo que aparecer.
¡Oye! Guárdate la pelotita ¿Qué haces? Y no es justo yo también estuve ayudando, actúas como si no hubiera hecho nada. Además no fuiste tú al primero al que casi matan. Por cierto me debes una disculpa en ningún momento os traicioné.
Perdon ha sido un infierno de semana y la verdad no ha entrado en Umbría. Me olvidé hasta del combate.
-¡De momento!. -Replicó Mimo ignorando la petición de disculpas por parte de Kimiko- Pero bueno... ¿Ya has cargado con tu magia eso que te dí para volver atrás en el tiempo o... no se te habrá olvidado, verdad?.
Ciertamente lo que el futuro -o el pasado- les estuviera esperando era algo que ninguno de ellos sabía, lo único que quedaba ahora era vivir el presente y asegurarse de que este fuera la mejor versión que podría ser... eso sí, sin perder de vista a Kimiko y la traición pendiente... de hecho Mimo volvio a lanzar otra pelotita.
-¿Sientes como si te hiciera 50% de daño extra?. -Preguntó a Kimiko.
Motivo: pelota
Tirada: 1d20
Resultado: 10(+40)=50 [10]
Motivo: critico
Tirada: 1d100
Dificultad: 99+
Resultado: 19 (Fracaso) [19]