Partida Rol por web

Daniela negó con la cabeza a la disculpa de Robin, quitándole importancia con ese gesto a la interrupción, aunque sin llegar a negar que había sucedido. Tras el estrechón de manos, volvió a guardar su mano en el bolsillo y una sonrisa adornó sus labios con el añadido que Nick hizo a la presentación del chico. Aunque esa sonrisa se convirtió en un ceño fruncido para el escritor cuando la idea de la cena salió a la luz. 

—Sí, bueno... Ya veremos —dijo a eso, dejándolo en el aire.

Decidió aprovechar la pregunta del pelirrojo para desviar ese tema y sus ojos se alzaron hacia la iglesia con el brillo maravillado de quien apreciaba las obras vestigiales de otros tiempos más tranquilos. Con la mirada levantada respondió al chico. 

—Era la Iglesia de la Intercesión. La construyeron como una extensión de la Parroquia de la Trinidad, de la que sólo queda el cementerio. 

Sus ojos y su mano viajaron hacia el otro lado de la calle, señalando el lugar donde un murete protegía el camposanto al que se refería, mucho más grande que el más pequeño que había en el lateral de la iglesia. No tardó en volver a mirar la iglesia que tenían al lado y, tras un instante, su mirada se instaló sobre el rostro de Robin.

—Es hermosa, ¿verdad? Estoy intentando reproducir cómo debió ser hace años, para que su imagen no se pierda en el tiempo.

El lugar donde estaba ubicado el refugio, Sugar Hill, era un barrio localizado en la parte norte de Hamilton Heights, en la zona de Harlem, perteneciente al distrito de Manhattan. Y dentro de la isla era, precisamente, una de las zonas más tranquilas en esos tiempos en los que el mundo había cambiado. 

Las calles anchas parecían sugerir que en otros tiempos los coches circulaban en varios carriles en ambas direcciones y, lo que una vez fue un parque bien cuidado, se había convertido en un espacio verde y salvaje, donde un pequeño grupo de Buscadores del Nuevo Edén se había instalado hacía años. 

Había varios asentamientos en la zona, pequeñas comunidades de gente que, como los habitantes del Huerto de Major Morris, se agrupaban para facilitar la supervivencia de cada uno. Un par de grupos armados, entre ellos los Chicos de McAvoy, solían hacer rondas por las calles del barrio y no era extraño que los pasos de los valientes que se aventuraban a salir de sus refugios se cruzasen con los de estas bandas. 

Sin embargo, que fuese una zona por lo general tranquila no significaba que fuese totalmente segura. En ocasiones otros grupos hacían incursiones, saqueaban refugios o se montaban trifulcas en plena calle. No era algo que sucediese a diario, pero en la época que nos atañe, ningún lugar de Nueva York era totalmente seguro. 

Nueva York, 12 de noviembre de 2037, 12.00 am.

El frío volvió a recibir entre sus brazos a las dos que salían del antiguo centro de salud, como si de un viejo amigo se tratase o, quizás, como una capa transparente que se pegaba a la piel con sus pequeñas agujas de hielo. La calle estaba tranquila y silenciosa, con el sol acercándose ya a su máxima altura detrás de la capa de nubes que blanqueaba el cielo esa mañana. 

Sus pasos las llevaron hacia la puerta que separaba el patio del refugio de la calle y, desde allí, Cass guió a su hermana hacia aquel lugar en que la seguridad de la valla se había visto comprometida.

No era difícil localizar el apaño que habían hecho. Era cierto que la tabla ya no se movía, un alambre la mantenía en su lugar. Sin embargo, el arreglo resultaba muy evidente a la vista, llamando la atención sobre ese punto concreto de la empalizada. 

El lugar donde estaba ubicado el refugio, Sugar Hill, era un barrio localizado en la parte norte de Hamilton Heights, en la zona de Harlem, perteneciente al distrito de Manhattan. Y dentro de la isla era, precisamente, una de las zonas más tranquilas en esos tiempos en los que el mundo había cambiado. 

Las calles anchas parecían sugerir que en otros tiempos los coches circulaban en varios carriles en ambas direcciones y, lo que una vez fue un parque bien cuidado, se había convertido en un espacio verde y salvaje, donde un pequeño grupo de Buscadores del Nuevo Edén se había instalado hacía años. 

Había varios asentamientos en la zona, pequeñas comunidades de gente que, como los habitantes del Huerto de Major Morris, se agrupaban para facilitar la supervivencia de cada uno. Un par de grupos armados, entre ellos los Chicos de McAvoy, solían hacer rondas por las calles del barrio y no era extraño que los pasos de los valientes que se aventuraban a salir de sus refugios se cruzasen con los de estas bandas. 

Sin embargo, que fuese una zona por lo general tranquila no significaba que fuese totalmente segura. En ocasiones otros grupos hacían incursiones, saqueaban refugios o se montaban trifulcas en plena calle. No era algo que sucediese a diario, pero en la época que nos atañe, ningún lugar de Nueva York era totalmente seguro. 

Nueva York, 12 de noviembre de 2037, 17.00 pm.

A la hora de comer el instituto Gregorio Luperon parecía volver a un pasado lejano en el que los alumnos se juntaban haciendo colas con bandejas para llenar el buche entre cotilleos y griterío, sólo que los alumnos habían pasado a vestirse como soldados y el lugar que debió ser alegre una vez se había vuelto gris. En una sala anexa al Trafalgar Tavern habían preparado varias mesas a modo de comedor y allí el jaleo siempre era considerable, más cuando había visita que revolucionase a los habitantes del refugio. 

Una vez terminada la comida Clementine y Daniel se despidieron de los chicos de McAvoy y salieron del instituto con una cesta que William les había entregado al acompañarlos a la puerta. Dentro de ella había algunos enseres que el hombre había considerado que podrían serles útiles para cuidar del bebé: Dos biberones, un chupete que no parecía demasiado gastado, un par de mantas suaves de pequeño tamaño, un sonajero de plástico de colores, un gorro de lana y un par de mudas de ropa que parecía amplia y calentita. Y así, los dos habitantes de Major Morris se pusieron en marcha en el camino de regreso al antiguo centro de salud.

Bentley apareció con un ladrido cuando apenas habían dado un par de pasos y, con esa costumbre que parecía inherente a su carácter, se puso delante de ellos dirigiendo la marcha. 

El camino no era demasiado largo, pero ciertamente parecía un momento ideal para retomar esa conversación susurrada que había quedado truncada un rato atrás.  

Los pasos de Cassandra la llevaron de nuevo a la planta baja del recinto, no dijo nada durante el trayecto, sólo interrumpió ese mutismo cuando llegaron donde había dejado los cubos.

-Voy a guardarlos mientras cojes lo que necesitas. - dijo dando por sentando que Trish iría a por sus herramientas.

Se agachó para recoger los recipientes sin hacer mención a ningún otro de los temas que habían quedado inconclusos, eso ya lo tratarían cuando estuviesen a solas, o con un poco de suerte las volvían a interrumpir y se libraba.

Daniel avanzaba en silencio, llevando la cesta que les habían dado para el crío. Había un poco de todo, pero por primera vez se dio cuenta de que les faltaba aquello que había supuesto un elemento disruptivo por la mañana. Pañales. Suspiró quedamente. Realmente, aunque llevaran cosas que pudieran hacerles falta, la verdad es que seguían sin leche para el crío y aquello iba a suponer un problema a solucionar rápidamente. 

Hacía frío. Mucho frío, pero el paseo era agradable. No por ello Daniel dejaba de mirar constantemente en todas direcciones, un hábito aprendido desde pequeño y que ya era cosustancial a él como la única forma de no verse sorprendido por una persona o grupo de personas amigas de lo ajeno y dispuestas a rajarte y dejarte morir en una esquina por un par de botas agujereadas. 

Bentley hizo acto de presencia con un alegre ladrido y Daniel sonrió.

-Clementine, ¿crees que Bentley sería capaz de seguir el rastro de quien trajo al bebé a nuestro refugio? 

En cuanto salieron de aquella habitación las preguntas empezaron a agolparse en el pecho de Trish. Fueron acumulándose mientras ella permanecía en silencio, respetando el mutismo que suponía que preferiría su hermana, y para cuando llegaron a la planta baja ya eran tantas que empezaban a llegarle a la garganta. La base de todas ellas, sin embargo, era la misma: ¿cómo que no era la primera vez que le pasaba?

Los ojos de la muchacha alternaban entre su hermana y lo que tenía delante. No intentaba presionarla, sino entender. Y cuando llegaron donde los cubos y Cass dijo aquello, Trish no tardó en asentir. Podrían haber hecho las dos cosas juntas, pero la conocía lo suficiente como para concederle aquel minuto a solas. Era probable que Gab prefiriese pensar en cómo decir lo que quisiera decir y cómo callar lo que no. Aunque en eso último tenía más práctica, eso estaba claro. Pero para Trish eso no era malo: aceptaba a su hermana tal y como era, bastante suerte tenía de seguir junto a ella.

—Hasta ahora —se despidió antes de dirigirse hacia el taller—. Nos vemos en la puerta de aquí —añadió después, por si acaso, refiriéndose a la de la entrada del edificio como tal.

Trish se dio bastante prisa. Cogió las herramientas que pudiera necesitar y un par de planchas de metal. Antes de ir hacia la salida pasó por el cuarto de Robin para coger el abrigo, y a pesar de estar cargada de cosas bajó después las escaleras de dos en dos, esperando llegar cuanto antes donde Cassandra. No tenía planeado preguntar. No, al menos, mientras pudiese aguantar, lo que probablemente sería —como mucho— hasta que ya estuviera en plena faena.

Metomentodo. Aquella palabra dejó más frío a Robin que el susurro del viento. Pero a diferencia de sus pensamientos que protestaron por y negaron aquel calificativo, sus ojos se retiraron de su padrino derrotados.

Robin adoraba a su padre, lo idolatraba casi tanto como a su madre, pero así como ella no tenía ningún defecto; Nathaniel era un verdadero metomentodo. Él no. Se había criado evitando serlo. No lo era, en absoluto. Conocía los límites, la intimidad, las fronteras. Sabía cuando no era querido y cuando sí. Él no se metía dónde no le llamaban como su padre pero tanto Nate como él coincidirían en que era necesaria su presencia ahí. ¡Hasta la Iglesia estaba de acuerdo!

Escuchó la adición a la presentación de Daniela y una sonrisa formal se dio por enterado de esa invitación a dejarles sin excedentes necesarios.

— ¿A cuantas bocas más vamos a alimentar? —se preguntó empezando a olerse que aquello de traer tantas muchachas a comer día sí, día también podría ser una forma de hacerles ver la carga que Matata suponía—. Pero no es lo mismo —protestó visceral sin llegar a autoargumentárselo por el momento, además la respuesta de la cuervo a lo de la cena le dejó más tranquilo—.

Su mirada siguió la de Daniela hacia la construcción de piedra como si la intención de ella hubiese sido señalársela. Sin embargo, su mirada aguantó poco en la edificación y fue cayendo con la palabras de la mujer hasta su perfil.

— Iglesia de la Intercesión. Parroquia de la Trinidas. Te encantará—pensó para Skyler—. Te pirrará —volvió a pensar con una palabra más propia de ella—.

Le gustaba el brillo que su pregunta había hecho despertar en la mujer, podía ver la belleza de la ilusión pegada en su piel y aquello le llenaba con el mismo calor que un consejo de su padre.

Asintió a la pregunta de la mujer, no quería poner palabras en el aprecio de esa Iglesia. No quería sentirse mentiroso al no aclarar que era bella como tantas otras edificaciones no religiosas aunque supiera que no era necesaria ni educada la aclaración.
Sin embargo no podía sacudirse la sensación que aquella mujer mezclaba la belleza y la fe.

— ¿Eres arquitecta? —preguntó curioso pero respetuoso— Mi madre tenía cuadernos llenos de paisajes preciosos, me alegra mucho saber que hay alguien más creando bonitos recuerdos para todos.

Agachó la mirada al terminar de hablar de su madre y disimuló la punzada de su corazón liberando las manos de sus brazos para frotarlas y calentarlas con su aliento.

— Dibujar con este frío... Qué entrega.

- Daniela se toma muy en serio recordarnos a todos cómo era el mundo de antes - dijo Nick sin mirar a su sobrino -. Si no olvidamos lo que hemos perdido, podremos recuperarlo.

"Y recordar cuánto nos deben esos cabrones con plumas", pensó sin expresarlo en voz alta. Daniela conocía de sobra el odio de Nick, y este se había esforzado mucho por mantener a Robin lejos de su forma de ser más huraña. Tal y como él lo veía, les debía a sus padres proteger a su ahijado del mundo tanto tiempo como pudiera. 

- Aunque yo siempre digo que tendría que diseñar su propio edificio - comentó, divertido -. Una biblioteca, una universidad o una escuela de arte. Seguro que alguno de los potentados de la ciudad estaría dispuesto a construir un edificio de Daniela, ¿no crees, chico? Significaría el fin del fin y el principio del principio. Como un segundo Renacimiento.

El escritor contaba con exasperar un poco a su amiga. Era un experto en los "halagos irritantes". Llevaba practicándolos desde que empezó a salir con Donna.

La mujer sonrió con la pregunta del muchacho, como si encontrase cierta gracia en ella. Negó con la cabeza y poco a poco sus labios perdieron su curva a medida que el pasado de sus siguientes palabras fue calando en un comentario delicado. Su mirada se suavizó contemplando al pelirrojo con calidez al mismo tiempo que sus labios parecían apretar un «No te metas» dedicado a sí misma. 

Asintió con la cabeza a la intervención de Nick y lo miró con un elogio por su buena elección de palabras, al menos al principio. Cuando el escritor decidió cargar sus espaldas con la tarea de crear nuevos edificios con los que resucitar un mundo muerto, Daniela alzó las cejas y se rió.

—Sí, anda. Como que no tengo nada mejor que hacer que ponerme a diseñar edificios para los mafiosos. 

Negó de nuevo con la cabeza, como sentenciando que su colega no tenía remedio y volvió a centrar su mirada en el chico.

—Soy documentadora. Lo de dibujar es sólo una ayuda para el registro —explicó—. Recopilo información. Escritos, dibujos... Cualquier cosa que pueda dar luz o que sirva para no olvidar. Para un futuro mejor... O para un presente incierto. En un mundo lleno de misterios nunca se sabe cuándo puede venir bien conocer el pasado. Comprenderlo puede servirnos para explicar el ahora o para predecir lo que vendrá. 

Clementine había emprendido el camino junto a Daniel, pensativa, pero igualmente atenta. Después de todo, en aquel Nueva York medio derruido, era fácil aprender costumbres destinadas a la propia supervivencia. Por mucho que se tuviese fe en el hombre. 

Se abrazó a si misma, bajo la tela gruesa de su poncho oscuro, y miró brevemente hacia Daniel, dedicándole una sonrisa casual antes de que Bentley hiciese acto de presencia. Acarició la cabeza del animal, frotándola, con cariño, antes de que tomase, como siempre, la delantera. Lo observó, negando levemente con el rostro, divertida- El macho alfa- dijo, estirando su sonrisa, antes de escuchar la pregunta de Daniel, llevándose una mano al mentón, expresando así su duda- Anda pues... No lo había pensado. Pero no lo sé. Bentley nunca ha sido entrenado para esas cosas. Tiene buen olfato, a juzgar por cómo persigue a las ratas o viene corriendo cuando hacemos de comer algo que le resulte especialmente comestible, pero no sé hasta qué punto eso podría ayudarnos.-expresó- Además, hace siempre lo que quiere. 

Suspiró entonces, guardando cierto silencio, antes de volver a posar la vista sobre su compañero, con un gesto de sincera preocupación- Oye, ¿estás bien?- preguntó, apretando ligeramente los labios, antes de explicarse- Sé que Morga puede ser algo brusca a veces. Pero estoy segura de que le gustas más de lo que quiere admitir. Ser así... La ayuda a sobrellevar el día a día, supongo. Pero como todos, es capaz de aceptar a otros y prodigar bondad, a su manera. 

Aunque Robin ya había tenido ocasión de conocer aquella faceta de su padrino no estaba acostumbrado a ella, como no lo estaba a pensarle como escritor. Supo encontrar el mensaje escrito en verde esperanza en aquella primera frase de Nick pero no pudo estar de acuerdo con él.

Puede que la causa estuviera en no haber conocido el mundo anterior o en haber perdido demasiado y saber que por más que recordara nunca recuperaría a Marjolein, ni a un sí mismo por más que cada día intentase acercarse un poco más a lo que había sido. Pero sabía que en Nick había más perdida que en él, y si él podía apreciar y pronunciar esa frase Robin no era nadie para malentenderla.

Estuvo a punto de asentir, de sumarse a saltar sobre la palanca que impulsara a Daniela a diseñar. No había visto su dibujo pero no creía necesitarlo después de ver su sensibilidad con el mundo para saber que sería una pasada de edificio. Si no dijo nada fue por la risa de ella que se contagió a los labios del pelirrojo que bailaron hasta mostrar una sonrisa más franca que la acostumbraba a vestir.

— También podrían ser por ellos pero no para ellos. Disfrazar una pesadilla de maravilla. Un caballo troll de esos.

Imaginó como hubiese deseado que Estrella tuviese pasadizos entre paredes que no conociera. Le valía con que fueran tan huecas que no pudieran ni sujetar un cuadro.

— Molas —concluyó Robin tras la explicación de Daniela—. Aunque eso de predecir suena un poco fantasioso.

Guardó sin darse cuenta las manos en los bolsillos y al notar que no eran suyos las sacó rápidamente y las escondió en los bolsillos traseros del pantalón.

— Si vienes a cenar y los tengo ya te enseñaré esos cuadernos, los tiene mi padre ahora. Y aunque no, me ha gustado la casualidad de conocerte.

Miró momentáneamente a Nick — No te pierdas —al que le dedicó una sonrisa-despedida.

— Voy a ir volviendo que Sky estaba un poco... Ella.

No era algo en lo que le apeteciera pensar. No en aquel momento, pero no iba a negar una respuesta a Clementine, más cuando lo que trataba era de dar un bálsamo al posible sarpullido de su autoestima.

-No estoy mal. No es algo por lo que debas preocuparte. Pero no diré que no me ha escocido. No sé, me ha parecido algo gratuito, sin sentido y más habiéndolo hecho fuera del refugio, en presencia de los MacAvoy. Ya sabía que no le caía bien. Morgana no es de las que se anda con tapujos, pero nunca me lo había dicho a la cara. Puedo aceptar que no sea santo de su devoción o, al menos, no me queda otro remedio, pero que no quisiera explicarse, que no me haya querido decir por qué... Sí, me ha jodido. Es como si prefiriera mantener la situación como está, como si lo que quisiera es que siguiera cayéndole mal. Sería fácil decir que no quiere amigos, estrechar lazos para no sentir su potencial pérdida pero eso es una gilipollez. Es prácticamente madre y ella misma ha afirmado ser tu amiga. Y lo es también de otros. Así que no sé realmente qué es lo que pasa. Es como una especie de grano infectado que yo quisiera purgar y que ella prefiere mantener tal cual. Me acepta pero no me soporta -dijo al tiempo que lanzaba un suspiro de frustración-. Es como pretender que el cielo no sea azul. No me queda más remedio que joderme y tirar para adelante. Para ella puede no ser importante ni decisivo para su forma de actuar, pero a mí sí me afecta. Es como tener una piedra en el zapato y empecinarse en seguir caminando con ella clavándose en tu pie. No mola.

Cassandra vio a su hermana asentir y marchó silenciosa para hacer lo que había dicho, no tardó demasiado pero fue suficiente para procesar lo que había pasado y tomar una decisión. Acabó antes que Trish y esperó al lado de las puertas de entrada, apoyada en la pared como si por dentro no estuviese a punto de reventar de nervios, cuando llegó la peliazul se abrochó la chaqueta y se ajustó la capucha.

-Ningún comentario sobre lo horrible que lo he dejado. -bromeó más para aliviar su tensión que por otra cosa.

Abrió la puerta al exterior y la aguantó mientras su hermana pasaba, el frío volvió a colarse por las rendijas que su atuendo dejaba y ajustó bien los cierres antes de salir, luego caminó al lado de Trish con las manos en los bolsillos hasta que llegó a la zona que había sido... reacondicionada.

-Aquí es, es esa tabla. -dijo señalando una que se veía mal clavada.

De inmediato se agachó para echar una mano con la reparación "de verdad", esperaba ayudar más que estorbar, aunque eso no lo sabría pues el carácter alegre de su hermana se impondría. Como siempre que estaba con ella.

- Eh, alguien diseñó la Torre Trump, ¿no? Tú podrías hacer algo mucho mejor.

Nick siguió con la broma con un encogimiento de hombros. Captó la mirada de Robin. Se preparaba para irse. No iba a impedírselo, teniendo en cuenta que no le había invitado a seguirle. Además, el chico parecía nervioso.

- Como quieras, chico. No me esperéis para comer. Y si viene la gente de ver a McAvoy diles que llegaré pronto. Y si vienen con las manos vacías mándales de vuelta hasta que traigan algo.

A la mujer pareció hacerle gracia la sucinta naturalidad con la que el pelirrojo se expresó sobre ella, a juzgar por la sonrisa que curvó sus labios. Su mirada se volvió misteriosa cuando él comentó su parecer sobre las predicciones, como si guardase en sus ojos infinidad de secretos que no llegó a poner en voz alta. 

—A mí también me ha gustado conocerte, Robin —dijo, sacando la mano del bolsillo para ofrecerla en un estrechón de despedida—. No creo que vaya a cenar, pero si volvemos a encontrarnos estaré encantada de ver esos cuadernos. 

Miró entonces a Nick y rodó los ojos con su comentario, aunque su sonrisa delataba que le estaba siguiendo la broma. 

—Claro que lo hizo alguien. Un gabinete de arquitectos, seguramente —apuntó con una pizca de sarcasmo. 

Después hizo un gesto con la cabeza hacia Robin. 

—Ve con cuidado —recomendó.

Sus ojos se adelantaron a los pasos del muchacho por la carretera que él tomó un instante después y la mujer aún se quedó algunos segundos contemplando su espalda antes de devolver la mirada al escritor que quedaba a su lado.

—Parece un buen chaval —comentó entonces, volviendo a meter la mano en el bolsillo. 

Hizo una pausa breve en la que su mirada se volvió pensativa por un momento y buscó una vez más la espalda del chico que ya se perdía calle abajo. 

—¿Qué le pasó a su madre? —preguntó finalmente, cuando sus ojos oscuros regresaron a Nick.

- Te entiendo.-dijo, posando una mano sobre su hombro- Es verdad que podía haber tratado el asunto de otra manera, y de una forma algo más privada, pero ella ha aprendido a comportarse de esta forma porque es lo que la ha ayudado a sobrevivir. -suspiró, volviendo a meter las manos bajo su poncho entonces, al notar el frío del ambiente sobre su piel- Es como si viviera preparándose continuamente para cualquier golpe. -explicó- Sólo ha podido, o sólo ha sabido ver la cara menos amable del mundo. - añadió, con cierto tono de resignación- Yo tampoco comprendo muy bien por qué no le caes bien, pero una vez ha decidido que es así, y ha tomado una resolución al respecto... Es posible que vea como un signo de debilidad no actuar acorde a dicha premisa. -continuó, posando la vista sobre Bentley, viéndolo trotar, observando su larga cola blanca moverse de un lado hacia otro, con una leve sonrisa- En cuanto a los motivos, a veces tiendo a pensar que quizá... La manera en la que escogiste subsistir en su día, a ella le resultaba... Especialmente amarga. Puede que le trajera malos recuerdos, o puede que símplemente, supusiese para ella un reflejo de esa cara oscura del mundo que tanto se empecina en ver. No lo sé, Daniel. -concluyó, tomando aire por la nariz- Morgana es una mujer un tanto complicada, a pesar de la simpleza con la que pretende desenvolverse.