Partida Rol por web

Al reunirse de nuevo con su hermana Trish continuó respetando su silencio. Sabía que presionarla no iba a servir de nada, y tampoco es que tuviera prisa por saber más de lo que había pasado. ¿Impaciencia? Desde luego. Pero eso era muy diferente.

Mientras su hermana abría la puerta en el rostro de la chica se formó una sonrisa por su comentario. Podía imaginar con lo que ella había dicho que el apaño sería, como mínimo, bien visible.

—Ni una palabra —prometió llevándose la mano derecha, aún ocupada, al pecho a modo de promesa.

En cuanto se acercaron al lugar y Trish vio cómo había quedado sus ojos comenzaron a brillar, divertidos. Las bromas burbujeaban dispuestas a salir, pero había prometido no hacer ni un sólo comentario. De modo que bastó con una mirada a los ojos de Cass para que Trish empezase a reír, divertida con cómo había arreglado el lugar enganchando la tabla con un alambre. La risa de la chica continuó mientras dejaba las cosas en el suelo, y entonces miró de nuevo a Cassandra.

—No he dicho nada —se justificó, divertida, mientras probaba la solidez de la tabla.

En rigor era cierto que aguantaba estable y firme. Pero también era cierto que llamaba la atención como un punto más débil que el resto: probablemente eso era lo más peligroso si alguien pretendía colarse.

Entonces se puso manos a la obra. Se arrodilló en el suelo y dispuso las cosas que había traído, comenzando por quitar la tabla para trabajar de cero. Pretendía aprovechar las dos planchas de metal para reforzar la zona.

—Sujétame aquí —pidió a su hermana, ya empezando a concentrarse en lo que tenían entre manos.

Mientras trabajaba la mente de Trish fue centrándose. En su rostro permaneció una expresión tranquila y decidida, la que tenía siempre que estaba en el taller. La muchacha primero empezó por quitar otro par de tablas más, y no dudó a la hora de reubicarlas, o de apuntalar las planchas primero y las tablas después. En ese estado la muchacha miraba de vez en cuando a Cassandra. Le daba menos vueltas a las cosas mientras trabajaba, y al mismo tiempo las veía con más perspectiva. Probablemente por eso la impaciencia se diluyó un poco, y no fue hasta que ya estaba asegurando la primera de las planchas de metal que volvió a hablar.

—¿Cuándo te había pasado? —En su tono no había reproche, ni queja. No le parecía mal que Cass no le hubiera contado lo que quiera que fuese eso, y más si pensaba que era cosa del pasado. Pero, eso sí, quería entender—. ¿Te duele cuando te pasa?

Como su hermana no se agachaba, Cass levantó la vista extrañada. Al ver la expresión en la cara de Trish su boca comenzó a formar una palabra que no se llegó a escuchar. Frunció el ceño y apretó los labios, toda su postura decía claramente "me lo habías prometido" en claro reproche, pero una nueva mirada de la joven y su contestación la dejaron sin argumentos.

-Touché -dijo relajándose y soltando una risa corta.

Luego empezó el trabajo y la mayor de las chicas siguió las indicaciones para arreglar su "apaño". Se concentró con el ir y venir de las manos y sonrió de forma cansada cuando Patricia preguntó al fin.

-No... no duele, a no ser que caiga mal. -añadió con ironía. Ya lo volvía a hacer, siempre recurriendo al chiste fácil para ocultarse, dejó salir el aire en un suspiro y continuó contestando a la primera pregunta -Antes de encontrarte. Así fue como lo supe. Que estabas por aquí.

Hablaba con frases demasiado cortas como para que se le entendiese, expresando al momento el pensamiento presente y saltando al siguiente en un parpadeo. Cómo explicarle a su hermana algo de lo que ella misma no estaba segura, cómo poner en palabras sus miedos y sus anhelos. Miró a la chica del pelo azul a los ojos con una sonrisa triste, adelantó la mano y retiró un mechón de su bello rostro, después de todo lo que ya había pasado no era justo que la cargase con su secreto... pero al mismo tiempo no podía dejarla en la ignorancia.

-A veces, si me concentro mucho en algo que me gustaría saber... -se encogió de hombros al no encontrar las palabras adecuadas -lo acabo viendo y parece que como no estoy "aquí" pierdo el control de mi cuerpo. 

En cuanto las respuesta de su hermana llegaron Trish le dedicó una mirada larga. No era de reproche, ni mucho menos incriminatoria. Eran sus pupilas, intentando captar lo más que pudieran para entender mejor lo que ella estaba diciendo. Asintió a lo primero que dijo, entendiéndolo no como un chiste, sino como una parte más de la explicación, y le tranquilizó que a Cass no le doliera aquello que le pasaba.

De inmediato, cuando ella siguió hablando, Trish llevó un momento los ojos hacia la valla. Separó sus dedos, controlando que todo se aguantase donde estaba, y se giró para sentarse en el suelo frío y atender en condiciones a su hermana.

Al final, con las últimas palabras de la buscadora, la muchacha volvió a asentir. Se tomó un instante para digerir lo que ella acababa de decirle y al final se encogió de hombros. Tenía varios caminos posibles, pero al final optó por el más sencillo: si a Gab no le preocupaba, a ella tampoco.

—Supongo que es un poco como lo mío*, aunque a mí no me dan esos yuyus —reflexionó en voz alta, refiriéndose a las cosas inexplicables que le habían sucedido. Llevó un instante su mirada al frente y no tardó en volver a hablar.

—Si tú me dices que está bien, por mí está bien. No entiendo por qué te pasa, o cómo, pero tampoco entiendo lo que me pasa a mí y vivo con ello. —En ese momento puso una mano en el hombro de su hermana—. Y si no quieres no le diremos nada a los demás, ya nos inventaremos algo.

A la muchacha no le gustaba mentir, desde luego que no. Pero menos aún le gustaba violar la intimidad y la confianza de su hermana, o que los otros la mirasen como un bicho raro. Aún estaba dándole vueltas a aquello cuando en su rostro se formó una breve sonrisa.

—Joder. Si hubiéramos nacido antes de los Alados y todo lo demás seríamos putas heroínas. Podrías resolver crímenes chungos, o qué se yo. —Entonces se encogió de hombros, dispuesta a dejar de soñar. No solía pensar en ese mundo que prácticamente ni había conocido, pero en aquella ocasión plantearse qué habrían dicho sus padres la había llevado a eso—. Bueno, esto tampoco está tan mal —comentó al final. Y de no ser por la ausencia de esos mismos padres o por algunas de las cosas que le habían pasado habría sido totalmente sincera.

—¿En qué te concentraste esta vez? —preguntó entonces, retomando la conversación—. ¿Qué has visto?

La reacción de Trish a sus palabras fue la esperada, no en vano ella tenía su ración de rareza, pero eso no hizo que el corazón de la mayor no se encogiese por la petición de silencio.

-Sólo ha sido un desmayo, tú no sabes nada y yo... soy yo -añadió con tranquilidad cogiendo la mano de su hombro.

Con la mención de la situación actual a la mente de Cass volvieron las preguntas que se hizo cuando su hermana le dijo lo que le pasaba, ¿sus padres también habían tenido "dones"? ¿eran las únicas o había más? ¿eran la solución al problema de los Alados o su consecuencia? tenía respuesta para una y casi la certeza para responder otra, la tercera era un misterio para la joven. La voz de Patricia la devolvió al presente y la miró de nuevo a los ojos, Cassandra no hablaba mucho pero cuando lo hacía solía ser con la verdad, o al menos su verdad.

-El bebé, su abandono. -cogió aire para continuar, era un tema sensible para ella -Fue su madre, lo ha querido alejar del peligro y lo ha dejado con nosotros para que lo cuidemos hasta su regreso. -su mirada se perdió momentáneamente en los recuerdos de la visión y volvió a hablar -Es joven y pequeña como tú, piel caoba, ojos grandes y expresivos, pelo rizado... abundante. Le dolió dejarlo pero creía que era lo mejor. -volvió a ver lo que tenía delante -Tenemos que hacerlo bien.

Daniel se detuvo un instante en su paseo, apenas un par de segundos, poniendo cara de incredulidad para a continuación, retomar el camino con una carcajada hueca y exenta de todo rastro de alegría.

-¡Fantástico! Que el pasado marque nuestro presente y que el estigma de nuestros pecados sea marcado a fuego en nuestros pechos por los fariseos -dijo Daniel, cuya memoria religiosa de raíces irlandesa era más amplia de lo que quisiera recordar-. Me parece genial que Morgana me juzgue por haberme prostituido. O mejor dicho, que me juzgue, algo en lo que está en su derecho, y me sentencie. Todo ello, claro, sin opción a defensa o a poder hablar. Y eso de la mano de alguien sobre cuya espalda quizá repose más de un cadáver. Yo... yo... Es absurdo -dijo acompañando su declaración con un gesto de la mano como si quisiera que todo aquello se desvaneciera en el aire-. Da igual. Creo que no merece la pena que le dé más vueltas o me volveré loco. Como decía mi jefe, donde no hay beneficio, pérdida segura. El tiempo dirá si la situación cambia y evoluciona o si permanece igual o incluso empeora. Por mi parte, aquí se acaba el asunto.

Siguió caminando y las volutas de vaho que hablaban de su agitada respiración se fueron haciendo más espaciadas.

-Dime, Clementine, esa canción que decías estar componiendo, ¿podrías cantarme lo que ya tienes hecho?

Clementine pareció encogerse ligeramente sobre si misma al escuchar a Daniel reír de aquella manera, mirándolo durante unos instantes, mientras se mordía el labio inferior, sintiendo que quizá había dicho algo que no debía, o que se había equivocado al hablar- Bueno, es... Yo sólo trato de entenderla. Y de entenderte a ti. No hablo de seguridades absolutas, claro. - suspiró, entrecortadamente- Sólo quiero que os entendáis.- explicó, con cierto tono frustrado, que parecía más dedicado a ella misma que a cualquier otra persona- Ojalá lo hagáis, algún día.-expresó, a modo de conclusión, tomando aire por la nariz mientras miraba hacia adelante, reparando en Bentley, tratando de respetar cierto silencio, que consideraba necesario para que su compañero pudiera recobrar la serenidad. 

Y tal y como esperaba de él, la recobraba. Y ella lo admiraba por ello. Por la capacidad que poseía para mantener la serenidad, y para inculcarla en otros con la simple intencionalidad, lo miró de soslayo, y esbozó una media sonrisa, al escuchar que volvía a dirigirse a ella. 

Su rostro parecía demudar entonces, en una expresión ligeramente ruborizada. Quizá incluso más que aquella que había expresado al ser cuestionada anteriormente por su nueva pieza- Bueno... -comenzó, mordiéndose el labio inferior, dedicándole una mirada cargada de duda, y de cierto rubor- Lo cierto es que, es una canción un tanto... Peculiar, dentro de mi repertorio. La verdad es que... No me atrevía a cantarla delante de Morga y los niños. Pero supongo que... A ti si puedo enseñártela.-expuso, con cierta inseguridad- En realidad ya está casi terminada. Es verdad que tengo que mejorar algunas partes, sobre todo en lo que respecta a los acordes de la guitarra. Pero sobre todo reúno el valor para presentarla... - confesó, con otro suspiro, deteniéndose momentáneamente, tomando la guitarra de su espalda, sacándola de su funda para tocar un par de acordes- No te rías, ¿vale? - pidió, preocupada, antes de continuar, mirando hacia el frente antes de tomar aire, poniéndose recta, y tratando de relajar los hombros, para volver a tocar aquellos mismos acordes y proceder, dejando que su propia voz la encontrase y emergiese del centro de su pecho.

La voz iba apagándose finalmente, testigo del evidente sonrojo en las mejillas de Clementine, mientras los últimos acordes se desvanecían, en medio de la brisa y del frío de la tarde. La canción finalmente moría en los labios y las manos de la joven, que cerró momentáneamente los ojos, centrándose unos instantes en su respiración, antes de volver a mirar a su compañero, con una pregunta evidente e implícita en su expresión. 

Allí sentada ante su hermana Trish escuchó lo que ella le decía. Entendía que quisiera guardarlo en secreto. No le gustaba escondérselo a Nick, por ejemplo, después de todo lo que había hecho él, pero respetaría la decisión de Cass por encima de su propia comodidad. De modo que finalmente asintió, como no podía ser de otra forma, aceptando que para todos fuese sólo un desmayo.

Luego, mientras Cassandra continuó hablando, la muchacha liberó lentamente el aire de sus pulmones. La verdad es que estando así, al aire, y más hablando de aquellas cosas, no habría dicho que no a fumar un porro tranquilamente, pero no iba a interrumpir a Cass para ir a por él a su cuarto. 

—Estoy segura de que lo haremos bien —dijo la chica tras un instante de silencio. Entonces se tomó un momento para pensar.

—¿Como es cuando lo ves? ¿En plan película o así? Porque hay cosas que parece que entiendes que no son sólo de ver. Si te concentras no puedes, no sé... ¿Saber su nombre? —preguntó no por presionar, sino por entender más cómo funcionaba aquello—. No es nadie que conozcas del barrio, ¿no?

- Es buen chaval - asintió Nick -. Es inocente, casi te diría que ingenuo. A estas alturas, eso es una locura, ¿eh?

Una locura diferente a la que todos estaban habituados. No era el salvajismo sádico de los supervivientes más vapuleados, ni la indefensión de los que se encogían en sus refugios preguntándose por qué. Era una esquirla de algo que ya no existía: jóvenes con esperanza.

- Su madre no está con nosotros - respondió el escritor -. Y su padre es... un hombre perdido.

Se preguntó qué familia (auténtica, no adoptiva) le quedaría a Daniela. Si, como él, estaría sola o si tendría a alguien de su sangre esperando en el refugio.

- ¿Cómo estás? - le preguntó -. ¿Cómo va todo?

Ya había hecho la pregunta cortés antes. Ahora quería que su... amiga le dijera verdades.

Daniela asintió despacio a las palabras de Nick, como si la información que el escritor brindaba sobre Robin confirmase la impresión que se había hecho ella en aquel breve encuentro. Tras las preguntas siguientes cambió el peso de una pierna a la otra y empezó a moverse hacia el interior de la iglesia. 

—Caminemos, me estoy quedando como un cubito —dijo mientras atravesaba la puerta. 

Las columnas aún sostenían la iglesia con sus arcos, dando una sensación de solidez y permanencia a través del tiempo que no parecía corresponder con el estado real del edificio, al que le faltaba un trozo del techo justo encima del altar. El suelo estaba levantado en algunas zonas y no quedaba ningún banco después del saqueo que el lugar debía haber sufrido. Olía a humedad y algunas enredaderas se habían apropiado de las columnas como guías.

Aún quedaban algunas estatuas religiosas en una pequeña capilla en un lateral, seguramente por ser demasiado pesadas como para transportarlas fácilmente. O tal vez porque el valor de las obras de arte había disminuido considerablemente cuando tener comida y techo para un día más había ocupado el primer lugar en las prioridades de la gente. 

Al fondo, sobre el altar, tres cristaleras altas y alargadas todavía aguantaban, aunque no intactas. El polvo cubría los colores que debieron ser alegres y estaban rotas y agrietadas en varios puntos. 

La mujer tardó algunos segundos en hablar de nuevo, en los que su mirada se paseó por la iglesia, apreciando lo que el tiempo había dejado de ella. 

—Estoy bien —dijo finalmente con un leve encogimiento de hombros—. Como siempre. Seguimos en la brecha y eso me llena la cabeza todos los días.

Hizo una pausa y sus ojos buscaron los del escritor. Los de ella eran tan oscuros y profundos que sus pupilas parecían fundirse en sus iris.

—¿Nunca te planteas que nos hayamos estancado? —añadió entonces, apretando los labios—. Seguimos reuniéndonos, investigando, acumulando información... Pero no estoy segura de que estemos avanzando. 

Asintió a su hermana pero ella no pudo ser tan optimista, su mente comenzó a divagar pensando en la multitud de cosas que podían salir mal y su mirada se perdió en la valla, hasta que la voz de Trish hizo que retornase.

-No, no la conozco, aunque si la viese de nuevo sabría que es ella. -había total seguridad en sus palabras aunque cuando continuó parte de esa seguridad se esfumó, como si comenzase a creer más que saber -No sé si podría llegar a hacer eso de saber algo tan concreto como un nombre sólo por que sí. En realidad no es solo verlo, se parece pero no es una película... -sus ojos se movieron en todas direcciones buscando la forma de hacerse entender -es como si yo estuviese allí en ese momento. Sin cuerpo ni voz pero pudiendo tocar todo con la mente, como si mi ser, mi alma, o como lo quieras llamar, viajase por el tiempo.

Cómo explicar algo que ni siquiera ella misma tenía claro, esperaba haberlo hecho bien o si no responder a las dudas que todavía tuviese Trish, y así lo demostraba su mirada tranquila.

Trish permaneció un instante pensativa tras sus propias preguntas, y cuando su hermana empezó a hablar escuchó con atención. Era mucho esperar que la conociese, claro, con lo poco que Cass salía del Morris. Hacer una ronda de reconocimiento y buscar a todas las que encajasen con la descripción probablemente fuera pedir mucho. Conseguir que Cassandra hiciera algo así sería más complicado que montar una cámara de fotos, pedirle a todo el mundo que se pusiera en fila y luego enseñárselas. Y eso ya era de por sí imposible.

La muchacha siguió pendiente de lo que decía Cassandra. Sabía por propia experiencia que entender cómo funcionaban ese tipo de cosas era impensable, pero aún así no podía evitar intentarlo. Y cuando llegó el momento en que ella habló del alma Trish la miró, sorprendida de que hubiera usado esa palabra.

—O tu vista —propuso, encontrando aquello más asumible por más que fuera igual de extraño. Con las cosas que había visto y vivido Trish no creía en el alma, por supuesto que no. Que hubiera cosas que no pudiera explicar no significaba que lo que solía decir Clem tuviera alguna base, sólo que aún no había investigado lo suficiente.

En ese punto la chica exhaló lentamente, formando un círculo con su boca para observar el vaho que salía de ella.

—Bueno, pues ya sabemos algo —comentó, sin plantearse siquiera que aquello pudiesen ser meras alucinaciones y a Cass le pasase algo grave de verdad. Su ceño se frunció levemente entonces. Para alguien como su hermana, que la conocía bien, podía ser evidente que la cabeza de Trish no había dejado de funcionar—. ¿Y puedes elegir qué ves, en plan... Moverte por ahí? —preguntó—. ¿Notas algo antes de que empiece? —Entonces le dio un golpe amistoso en el hombro—. Porque si es que sí podrías hacerme una señal o algo la próxima vez, así no te caes de morros.

El escritor sonrió y siguió a Daniela al interior. Había algo en las iglesias, en cómo estaban hechas, o tal vez en lo que implicaban, que agitaba el alma. Cada rayo de luz parecía rodeado de coros celestiales e, incluso en ruinas, daba la impresión de ser algo mágico. Las enredaderas acompasaban bien con las vidrieras.

- Tendría que hacerme con un par de esos - dijo señalando los cristales tintados -. Tenemos una catedral en el hospital.

Luego, cuando ella dijo que seguía en la brecha, Nick sintió un mazazo de culpabilidad. Sí. Algunos seguían teniendo esperanza, buscando respuestas. Él estaba tan perdido que ni siquiera se acordaba de su curiosidad, o de su negra venganza.

- Debería volver a la brecha - comentó -, he estado jugando a la casa de la pradera y os he dejado tirados.

Así lo sentía. No obstante, cuando Daniela lo miró, vio en ella algo que no esperaba: dudas. ¿Dudas? Daniela era una roca, toda pureza de propósito y ánimo. Era un bastión. A veces era fácil olvidar que esa gente también era humana. Como Morgana, tan dura y tan segura, pero con su corazoncito (que no estaba en su pecho, pero en algún lugar lo habría dejado).

- Es mucho más difícil saber por qué que saber cómo. Por eso soy de letras y no de ciencias - bromeó Nick -. Pero sí, te entiendo; no tengo la impresión de que hayamos avanzado mucho estos años. Y parece que nos estemos acostumbrando a esta mierda.

No necesitaba decir que no se reiría. De hecho le parecía imposible que nadie pudiera reírse del esfuerzo ajeno en una labor creativa. Admiraba la voz de Clementine y cuando la oyó cantar aquella nueva canción suya, no pudo evitar estremecerse y que se le pusiera la carne de gallina. Cuando Clementine acabó, guardó un instante de silencio, detenido en mitad de la calle para luego apaludir con una gran sonrisa.

-Es fantástica, mujer. No sé por qué dices que necesitas valor para... Bah, da igual. No diré que haya terminado de entenderla, pero es diferente a lo que sueles hacer o lo que ya he oído otras veces. Es más oscura y triste. Quizá desesperanzada. Atrapa, te mete la mano en los intestinos, los revuelve y sale tal cual. No deja indiferente. No -miró a su compañera y esbozó un gesto de curiosidad-. ¿Qué buscas contar con ella? ¿Qué quieres despertar en quien la escucha?

Ante la puntualización de su hermana Cass hizo un movimiento de cabeza sinuoso, como queriendo decir que era posible y que si prefería pensar eso estaba bien, pero que ella sentía que era algo más que sólo un sentido desplazado. Hizo el gesto de meter el dedo índice en el círculo de vaho que exhalaba Trish, devolvió el golpe con otro igual y negó suavemente con la cabeza mientras una triste sonrisa asomaba a su rostro en sombras.

-No, de repente todo a mi alrededor se difumina y me encuentro en algún sitio relacionado con lo que deseo, puede ser el mismo lugar en el que estoy o algún otro donde aparece el objetivo, a veces no sé si es pasado o futuro... -negó de nuevo con la cabeza, esta vez como alejando recuerdos, y continuó -No siempre me desmayo, o eso creo recordar. -guardó silencio un instante para luego coger una mano de la joven entre las suyas -Lo siento Trish, debí decírtelo cuando me contaste lo tuyo pero no quería preocuparte, además antes quería ver si podía averiguar algo de esto que nos pasa, ya sabes, si hay más, si es hereditario... -apretó los labios y bajó la mirada -Si tiene algo que ver con que papá y mamá no volviesen.

Concluyó con voz queda. Había una parte de ella que se culpaba de esa desaparición, como también hizo con la de su hermana, era irracional y su otra parte no paraba de decírselo pero esa vocecilla insidiosa la rondaba cuando menos se lo esperaba.

—¿Ahora te has convertido en un saqueador de iglesias? —preguntó la mujer con cierta sorna mientras daba algunos pasos hacia el interior de la iglesia. 

Escuchó entonces las palabras de Nick sin dejar de caminar. Sus pies la llevaron de forma algo errática hacia las estatuas que aún quedaban en pie y extendió la mano para rozar la piedra con la punta de los dedos antes de continuar hasta detenerse junto al altar, en ese círculo de luz que se colaba por la abertura del techo. 

—No te culpes —le dijo entonces, con un leve encogimiento de hombros—. Muchos van y vienen. La Hermandad no es una obligación y al parecer ahora tienes una familia. Nosotros no nos vamos a ir a ninguna parte. Cuando necesites regresar allí seguiremos. Sólo espero que cuando vuelvas tengas algo jugoso que contarnos, más allá de cuántos pañales cambias cada día.

Con esa broma ella también dejó sus dudas aparcadas, sacó la libreta del bolsillo y la abrió sobre el altar, pasando algunas hojas hasta llegar a la última. Se inclinó sobre la piedra apoyando los codos en ella y giró la cabeza para hacer un gesto al escritor. 

—Ven, fíjate en esto —pidió, esperando hasta que él estuvo a su lado para poner un dedo sobre un boceto de la planta de la iglesia—. ¿Lo ves?

- Teniendo en cuenta la que nos han liado los ángeles, creo que Dios se ha ganado que le robemos un poco, ¿no? - lo cierto era que Nick nunca había robado en lugares de culto, pero sobre todo porque los evitaba como la peste. Bueno, y porque una parte de él sabía que solían ser refugio de personas poco dadas a la violencia, así que prefería olvidarse de unos objetivos tan tiernos.

Miró cómo Daniela se movía por el lugar y no pudo evitar, a pesar de todo, sentir algo. Uno podía ser espiritual negando a Dios; sentir la maravilla de la vida y no concerderle el mérito a nadie en particular. Daniela le inspiraba esa suerte de sentimientos; una especie de paz como la que se tiene en un campo de batalla cuando ya nadie dispara.

- No me parece bien - Nick inspiró -. No debería ser algo que cumplir cuando te viene bien. Debería ser una obligación. Yo me he relajado. Deberías hacerme una marca a fuego o algo.

Después se acercó para ver lo que le señalaba Daniela.

—Me da que esos «ángeles» —repuso Daniela, pronunciando la palabra con una pizca de ironía, haciendo un gesto de comillas con los dedos— tienen muy poco que ver con ese Dios. 

Contempló al escritor mientras se acercaba al altar y cuando llegó a su lado observó su perfil de cerca mientras él echaba un vistazo a la libreta. Nick no vio nada que le llamase la atención en el dibujo, que le parecía el plano de una iglesia normal y corriente. 

—Es lo que hay —siguió hablando la mujer mientras tanto—. Tenemos que centrarnos en las cosas importantes y pasar lista en estos tiempos es un poco absurdo. ¿No te parece?

Puso el dedo de nuevo sobre la planta antes de seguir hablando sin esperar realmente una respuesta a una pregunta que parecía ser retórica.

—Fíjate. La longitud del trasepto es extremadamente corta, apenas alcanza más allá de lo que debían ser los pasillos laterales. La planta es una cruz latina, pero su forma es poco convencional. Sé que he visto esta misma planta en algún lugar, pero no sé dónde. 

Sus dedos de uñas cortas tamborilearon sobre el altar mientras le daba un par de vueltas a aquello para, a continuación, esbozar una sonrisa divertida. Sus ojos oscuros como la brea adquirieron cierto brillo cuando añadió algo más.

—¿Y qué marca crees que debería infligirte? 

- ¿Triste, oscura, desesperanzada? ¿Tú crees?- preguntó, un tanto confusa, aún con el sonrojo en las mejillas- Yo... Bueno, quería... Exponer una escena. Una escena de amor carnal bajo la luz de la luna. Una en la que tras una espera indeterminada, dos almas que estaban destinadas a tocarse, se juntan, en un abrazo físico... - apretó ligeramente los labios, negando con el rostro- Sí, se puede interpretar que hay cierto erotismo implícito en el devenir de estos acontecimientos pero... Deseaba expresar que se trataba de una unión que conllevaba la desnudez del alma, y no sólo la física. Una unión que puede... Elevarte. Y no sólo satisfacerte.

Lo miró, un tanto turbada, rasgando un par de acordes suaves de las cuerdas de su guitarra- No sé si me he explicado bien, la verdad. 

-Es evidente que soy bastante torpe entendiendo metáforas -dijo a modo de disculpa-. Pero esos conceptos del tiempo, del destino, la crueldad de un beso, una luna asesina... Era o lo he entendido como si todo se conjurara en contra de esa pareja. No sé, me parece oscuro y no veo eso de la unió que eleva -comentó bajando cada vez más el tono-. Lo siento, me temo que no soy un buen crítico y no quisiera que te lo tomaras a mal. Pero quizá, si me lo explicaras, sabría verlo. ¿La desnudez del alma? ¿Qué es eso exactamente?

— Más a mi favor — sonrió Nick —. Una iglesia sin dios sólo es una casa vacía, ¿no?

Se encogió de hombros mientras contemplaba el plano de Daniela. No notaba nada especial en aquel lugar, ¿por qué a ella le interesaba?

— Ya sé que no estamos en un instituto — dijo —, pero siento que no he estado a la altura, sencillamente. Ha aparecido un montón de gente que me arrastra... — no, eso no era justo —. Más bien me he dejado arrastrar. Ha sido culpa mía, y la Hermandad no debería pagar por mi desidia, así que Macbeth tiene derecho a llevarme a la próxima reunión aunque sea de la oreja — se le ocurrió algo —... o podrías hacerlo tú, ¿tienes previsto quedarte por la zona?

Dejó de charlar para examinar lo que le señalaba. Nick no sabía mucho de arquitectura, pero si era tan poco convencional, su primera idea como escritor fue:

— ¿Crees que hay algo aquí? ¿Un pasaje secreto o un relicario escondido? ¡¿El Santo Grial?!

Intentaba hacerla reír con sus payasadas, pero estaba un poco emocionado de verdad. Los misterios eran una de sus muchas, muchas debilidades. Otra era seguir las bromas de una audiencia agradecida.

— Eso depende, ¿dónde sería?