Partida Rol por web

Yo necesito aprender de una vez el Confundus, sin que lo apliquen sobre mí - digo a Morpho algo enfadado por lo ocurrido en la Sala Común.

Voy a descansar un rato e iré para la Clase de Duelo para ver si me encuentro con alguien - digo saliendo por la puerta 

Cassius carraspeó, mirando a su alrededor, y miró a James. Por la enorme pausa que hizo, y por como hizo esa pausa, y por su diración, debia ser algo muy importante. James. Necesito que me hagas un favor. Ves al patio a la hora de cenar, solo.

No se lo digas a nadie. Puedo prometerte que... te ayudaré con todos los conjuros que te faltan ¿Vale?

James se extrañó por la reacción de Cassius. Cuando al final éste le pide que vaya al patio a la hora de cenar le digo:

No tengo problema, allí estaré, pero no tienes que prometerme nada Cassius. Eso sí, me tienes bastante intrigado sobre qué puede ser. 

Ya te lo explicaré. No te preocupes. Llego tarde. Soltó las tres frases rápidamente, señalando hacia James, mientras se marchaba por el pasillo, caminando de espalda. Señalaba a James, levantando el pulgar acto seguido. Acabó por darse la vuelta, marchandose por el pasillo.

Bajó la mirada en silencioso agradecimiento y esbozó una sonrisa apagada hacia Mircea.

-Si puedo ayudarte... -miró a los demás- ayudaros.

No tenía, pese a su éxito, grandes expectativas sobre un cambio de humor, así de cansada estaba de duelo... y a la profesora de encantamientos no le parecía inadecuado el comportamiento.

Punto a favor para la apatía

Marché del lugar

Ardeen sintió una dulce voz que repetía su nombre, con los ojos entrecerrados distinguió a Mir.- Hola Mir. Estoy bien tranquilo.- le dijo desperezándose.

Se apoyó la pared y esperó un rato antes de moverse, el hechizo la había afectado de verdad. Cuando creyó que se había despejado, empezó a recoger las cosas.

Sí, Sara, es verdad, tenemos que practicar. Vamos a la sala común.

¡Vale! dijo Sara cogiendo de la mano a Ardeen y saliendo de allí. Volvió y asomó la cabeza ¡Vamos Daphne!

El director Lupin lucía un rostro congestionado. Tenía los ojos hinchados y la cara demacrada. Se notaba que apenas había dormido nada en las últimas horas. El funeral le había fatigado mucho. Y la búsqueda por el colegio de lo que había pasado lo había terminado de destrozar.

Pero Helen Green, la profesora más exigente con la que os habíais encontrado hasta ahora estaba de baja por lo sucedido. Y el director tendría que sustituirla.

Buenas tardes, chicos. Desgraciadamente las clases tienen que continuar. ¡No podemos seguir perdiendo más clases! De hecho, la clase de esta mañana que se ha suspendido por el funeral se recuperará el domingo. Siento dejaros solo la tarde libre, pero además, poco podréis hacer ese domingo, porque tendréis que prepararos para los exámenes finales.

Después agitó la cabeza. Bueno, cambiemos de tema. Creo que hoy os tocaba aprender el conjuro "accio". ¿Verdad? Hizo una pregunta retórica, aunque quizá algún alumno ya supiese la respuesta.

Efectivamente, a ver... dijo pensando. Este conjuro os resultará muy práctico cuando queráis tomar objetos a los que no alcanzáis. Algunos magos somos un poco vaguetes, dijo mientras sacudía su panza, y no nos gusta movernos para coger algunos objetos. Pues bien, este encantamiento os ayudará a atraer hasta vosotros pequeños objetos desatendidos. Es decir, aquellos que no estén sujetos por nadie, ni por nada.

Fijaos bien.

El director alza una mano, mientras con la otra apunta al libro de "Encantar Encantamientos Encantados" de Asterope.

"Accio libro de encantamientos" - Dijo con voz seca y sonora. Y el libro se cerró y fue directamente a parar a su otra mano.

Después mostró una sonrisa orgullosa por el efecto del conjuro.

A medida que vayais avanzando de curso, aprenderéis a atraer objetos mayores y más lejanos. Hasta ahora solo podréis atraer conjuros de tamaño pequeño y que podáis ver.

Bien, pues ahora elegid un objeto que queráis atraer hasta vosotros, apuntad, alzad la otra mano para cogerlo y gritad las palabras mágicas. ¡Adelante!

Después de considerar seriamente pasarse el resto del día fuera del castillo, Asterope había decidido ir a clase. Como ni siquiera fuera había encontrado la tranquilidad deseada, ya le daba igual dónde estar. No le sorprendió ser la primera, pues ella no había pasado por el Gran Comedor antes de venir. No había comido nada desde la noche anterior, así que estaba algo débil. No obstante, el hambre no le llegaba. Se sentó en un lateral, intentando pasar desapercibida.

La niña estaba tan perdida en su mundo que ni siquiera se dio cuenta de que el director había entrado en una clase que no era la suya. Lo miró como si él siempre se hubiera encargado de todas las clases de Encantamientos. Accio, sí, sí, sí..., pensó con desgana. Recordaba haber leído sobre ese conjuro unos días antes. Había sacado el libro y lo tenía abierto sobre la mesa, pero había sido un acto totalmente mecánico, no volvió a tocarlo.

Los ojos de la pequeña estaban fijos en la pared que había detrás del profesor y ni siquiera estaba atenta a la explicación o al movimiento que tenían que realizar. Y cuando Lupin le quitó su ejemplar de “Encantar Encantamientos Encantados”, no se inmutaron ni ella ni su mirada.

Cuando llegó el momento de practicar, estuvo unos segundos en la misma posición en la que había estado el resto de la clase. Solo cuando empezó a escuchar movimiento despertó de su letargo. Ya se le había olvidado hasta el conjuro y eso que lo había escuchado minutos antes. Así que echó una mirada rápida a sus compañeros para enterarse de qué tenía que hacer.

Cierto, Accio. ¿Y qué iba a atraer ella? Tenía que buscar algo pequeño. Se fijó en su tintero, que había estado también sobre el pupitre toda la clase, aunque en ningún momento lo había abierto. Respiró hondo y pensó solo en el tintero. Por alguna razón, era más fácil de lo que imaginaba. Quizás porque cuando llevas tanto tiempo con la mente en blanco como ella, resultaba sencillo concentrarse en una sola cosa en concreto. O quizás porque su mente estaba deseando que alguien la obligara a usarla para algo más que para pensar en tragedias-. Accio tintero –Al segundo, lo tenía agarrado en su mano.

Fácil.

Volvió a sumirse en sus vacíos pensamientos.

William entró en la clase seguido de otros alumnos pero sin hablar con ellos.

Hoy nadie está de humor para nada.

No le disgustaba la clase y, vistos los ánimos de los demás, se concentró en las palabras del profesor.

Un hechizo convocador era algo realmente útil por lo que se esmeró por no perder detalle de las maniobras, giro de muñeca incluido, y la entonación que realizó el director Lupin.

A pesar de que convocar también el libro de hechizos se le antojaba poco original decidió no arriesgarse con materiales potencialmente peligrosos, como ese tintero. Cuando le llegó el turno se levantó y se alejó unos metros de su mesa. Después, con la mirada fija en su libro exclamó:

- ¡Accio libro de encantamientos!

Cuando el libro voló hasta su mano izquierda su sonrisa se ensanchó y volvió a su sitio muy satisfecho.

Kendra llego a clase y, a diferencia del resto de días, se sentó separada del resto. Dedicó a Asterope una mirada de apoyo, sin atreverse a acercarse a ella. No, no era el momento, ni el lugar, y sabia que su amiga agradeceria reservar aquel acercamiento para un momento en el que hubiera menos gente. Nadie, preferiblemente.

Se sentó, atendiendo a la leccion, obligándose a hacerlo más bien, pues su cabeza estaba en otra parte. Y, cuando llegó su turno de practicar, sacó la vuelapluma que Ithan le habia regalado, dejandola sobre la mesa. Aquello, sin duda, era lo mejor para practicar.

-Accio vuelapluma.- dijo, con un tono neutral y desganado. La pluma volo inmediatamente hasta sus manos, sin problemas. Sin embargo, esta vez se limito a volver a guardarla en su sitio, sin celebración, sin vitores.

Sencillamente, no le quedaban ganas.

Lincoln no fue de los primeros en llegar, lo que si que le sorprendió fue ver como Asterope, que no había pasado por el comedor, estaba ahí sentada, y por si fuera poco Linc, que normalmente se sentaría con ella, decidió ir al fondo de la clase y sentarse en otra mesa, bastante apartado, por ahora no estaba para hablar ni tener falsas sonrisas, quería encontrar a quien había hecho éso, sí o sí.

"Éste colegio es una porquería... Hacemos clase en vez de buscar al culpable y el director, que debería estar dejándose la piel, es le primero en estar aquí enseñando un puñetero hechizo" tras ésos pensamientos cogió la varita y dijo seco -Accio libro de encantamientos- El libro parecía no querer moverse, pero finalmente reaccionó a la varita y palabras de Linc, éste fue directo hacia su dueño y Lincoln aprovechó para guardarlo en la mochila "Menuda clase de mierda... Menuda perdida de tiempo, tengo que descubrir quien hizo ésto a mi serpiente..."

Mientras practicaba en su asiento, Maxwell solo pensaba en algunas de las últimas palabras del director antes de terminar la lección: “aprenderéis a atraer objetos mayores y más lejanos”.

No especificó cuán mayores ni lejanos, así que su imaginación se perdió en magos agitando la varita para convocar objetos desde el otro lado del mundo. Vio a un mago aplastado por un avión que acababa de ser atraído desde los cielos, y los titulares del día siguiente atribuyendo el accidente a terroristas. El mundo no tardó en quedarse pequeño, e imaginó a un mago arrancando la bandera americana de la Luna para tomarla con su mano libre. Inmediatamente, se preguntó si no sería posible traer la misma Luna, destruyendo el mundo en el proceso.

Ni de coña, ya lo habría intentado algún capullo.

Sacó una manzana que había llegado misteriosamente a su bolsillo y la echó a rodar por el suelo. Antes de que se detuviera, apuntó con la varita y pronunció el conjuro:

—Accio manzana.

La fruta se detuvo repentinamente y salió disparada hacia arriba, trazando una corta parábola hasta la mano extendida.

Fue entrar en clase y notar la atmósfera sombría que pendía en el ambiente. Parecía que los alumnos de slotherin se habían puesto de acuerdo para ponerse en cada esquina de la clase como un agujero negro y tratar de absorber toda la posible felicidad del resto; eran núcleos plomizos, carentes de sentimientos alegres y parecían competir por ser los más desgraciados de la clase. Al entrar y notar semejante pesadumbre, las gemelas decidieron no mirar a los monstruos acechantes, no fueran a ser como los ojos rasgados del armario que al prestarles atención, te consumían.

Sin embargo sí se fijaron en el nuevo niño de Slytherin. Ahora cobraba sentido las palabras de su hermano, al decir que tras la marcha de los alumnos más tristones e inútiles del colegio -vale, sí, esas no habían sido exactamente sus palabras- el director y los cabezas de las casas habían decidido juntar los distintos grupos de cada casa y curso. Saludaron efusivamente a William, pues aunque le habían visto por los pasillos, la verdad era que no habían llegado a fijarse en él. Ojala fuera más interesante que los siameses de primero de raven o el feucho de primero de gryffindor, que habían tenido que aguantar día tras día.

Sentadas en uno de los asientos de enfrente, las chicas murmuraron lo genial que era que por fin tuvieran una clase de Encatamientos con los slytherin y sin Helen de por medio para quitar puntos a los tejones y regalarle el doble a sus protegidos.

Mientras Orsolya practicaba el conjuro, Erzsébet se quedó con los brazos cruzados y el ceño fruncido. El lento de Ollivander aún no le había devuelto la varita rota, y no solo eso, sino que ni siquiera había contestado a su misiva, ¡vaya un adulto irrespetuoso!

Cuando finalmente Erzsébet pudo practicar también con la varita de su hermana, y creyeron ambas estar preparadas, presentaron el conjuro a Theodore. Colocaron sendas piedras que sacaron de la mochila de Erzsébet a una distancia de varios pasos. Primero Orsolya, que para algo era su varita, murmuró un: Accio piedra, mientras levantaba la otra mano, en posición de esgrima. El objeto conjurado surcó los aires con calma hasta acabar en la mano de la pequeña bruja. Después fue Erzsébet, quien esgrimiendo la varita de Orsi hizo lo propio: Accio piedra, logrando lo mismo pero que un resultado menos suave y resultón.

Matt era más de conjuros que podía usar en un combate que los otros, pero nunca decía que no a un hechizo nuevo. Consistía en atraer objetos, aunque a Matt le pareció poco útil porque ni siquiera valía para quitarle la varita a nadie.

-Accio, bola de papel- dijo sin demasiado entusiasmo a una bola de papel que él mismo había hecho.

Entre que la bola no pesaba mucho y su varita había escupido el conjuro con fuerza, no le resultó difícil hacerse con el papel. A ver si en la próxima aprendemos algo más útil, se decía a sí mismo.

La clase había sido puramente mecánica. Una más en las sufridas vidas de los alumnos, nadie hizo preguntas, nadie habló. Un silencio sepulcral inundó la atmósfera de aquella clase. Y como Helen tampoco estaba para soltar algún bufido, la clase terminó igual de sobra que empezó

Seguramente Helen estaría orgullosa de aquel silencio, pero Lupin no. Y en su cara se pudo observar esa preocupación. ¡Ánimo muchachos! ¡Tenemos que ser fuertes y no podemos tener esas caras tan largas! Sé que lo que ha pasado ha sido una desgracia para todos, y ya veréis como el tiempo os curará las heridas. No os vengais abajo. Os premiaré a todos con 10 puntos, más un extra por el sufrimiento que habéis pasado estos días. Y en cuanto a ti, pequeña Bletchley, para tí irán 50 puntos. ¡Has hecho un buen trabajo!

Y por favor, díganles a la señorita Giles-Freire y a Barreiro, que el domingo antes de la cena, vayan al despacho de Green, o al mío si no se ha recuperado todavía, para que presenten este conjuro.

Después el profesor recogió sus cosas para marcharse de allí. Si alguno de ustedes necesita hablar, ya saben donde encontrarme. Dijo sin mucho ánimo. Parecía que las caras largas también se habían llevado el vigor del director.

Ninguno de sus compañeros parecía animado para hablar, lo cual Asterope agradeció. El resto de la clase fue tranquila, sin revuelo, con los alumnos practicando sin más. Y, gracias a eso, la pequeña serpiente pudo seguir mirando al infinito sin sufrir ninguna molestia.

Solo cuando el director Lupin habló al final de la clase, la niña levantó la mirada. No lo hizo como reacción a la felicitación que le dedicó; ni tampoco por el poco consuelo que les dio con su frase de “el tiempo os curará las heridas”, que a Asterope siempre le pareció falsa. Las heridas dejan de escocer, pero siguen ahí y, en cualquier momento, pueden reabrirse; da igual el tiempo que pase. Pero, como ya he dicho, no fue por eso por lo que la pequeña levantó la cabeza. Lo hizo cuando el profesor les invitó a ir a su despacho a hablar con él si lo necesitaban.

Para empezar, que Lupin se ofreciera como pañuelo de lágrimas significaba que el colegio no disponía de algún equipo encargado de la salud psicológica de los pequeños. Algo que le sorprendió en un lugar con tantos estudiantes de entre 11 y 17 años. Esperaba una invitación a la enfermería a hablar con algún especialista. Obviamente, nadie podría pensar que ocurriera una masacre como la de ayer, pero los adolescentes tienen muchos problemas y, en un internado, no tienen más contacto que con lo que haya dentro de las cuatro paredes.

Para continuar, había esperado algo más contundente, como “acabaremos con el desgraciado que hizo esto” o algo así. De poco le servía a ella hablar sabiendo que ese loco seguía suelto. No encontraría la paz hasta que lo cogieran. Pero le entraron ganas de aceptar esa invitación, ir a su despacho y decir un par de cosas sobre la forma en la que funcionaba ese colegio. De no ser porque no tenía ganas de abrir la boca y menos para discutir en caliente con un superior, lo habría hecho.

Recogió sus cosas para salir del aula rápidamente. No tenía ni idea de hacia dónde la conducirían sus pies, solo quería marcharse de ahí cuanto antes. Ni siquiera se atrevió a cruzar la mirada con ninguno de sus amigos. Esa conexión quizás habría desencadenado un mar de lágrimas y no estaba dispuesta a que algo así le pasara delante de todos. Solo se paró cuando vio al chico de las escaleras de esa mañana, pues le sorprendió su presencia en esa clase. Nunca antes lo había visto compartiendo asignaturas con ellos. No obstante, medio segundo después volvió a su estado anterior, como si no hubiera visto nada, y siguió su camino.

Y la puerta volvía a cerrarse sin que llegase Neil. Las niñas se miraron entre sí, acordando que le darían un escarmiento al español. Estaba muy bien eso de perderse por la escuela, pero faltar a clase era algo que ni siquiera ellas que se consideraban unas aventureras y un poquitín irresponsables estaban dispuestas a permitir.

Recogieron todo lo que habían sacado de sus mochilas para practicar el conjuro. Piedras, ramitas, trozos de corteza, incluso algún que otro escarabajo que había acabado muriéndose de hambre en las profundidades de sus mochilitas. Sin preocuparse por el material escolar metieron los libros de encantamientos, las plumas, los tinteros y los pergaminos, quedándose todo arrugado. Se levantaron a la vez que se colgaban sus macutos de viaje y vieron que Asterope ya se había marchado.

Se nota que Ludmila no está, le dijo Erzsébet a Orsolya. Sino seguro que hubiera quedado primera.

Astro también es muy buena bruja, solo que prefiere no sobresalir como los demás, sonrió a su hermana, pues ambas sabían por qué lo decía.

Se acercaron a Max y Mat para felicitarles por el conjuro. No había sido nada difícil, pero era bueno no tropezar estando a mitad del primer semestre. Después se acercaron juntas a William. Ey, le saludó Erzsébet. Por fin un William guapo, le soltó. Orsolya se sonrojó ante el arrojo de su hermana. Ho, hola, saludó al niño. Nos veremos por ahí, se despidió Erzsébet, arrastrando a su gemela de la mano.

Justo antes de salir, Orsolya se giró, dirigiéndose a Matthew y Maxwell. Kelly, Willow y nosotras nos vamos a buscar ciempiés al lago, a ver si el lunes sangriento se ha extendido a los exteriores del castillo. ¡Hasta luego! Ahí había una invitación implícita, pero los tejones ya estaban acostumbrados a que los planes de las gemelas siempre eran abiertos y que aceptaban a cualquiera.