Partida Rol por web

La carcajada de Iakov resonó en las oscuras catacumbas.

- ¿Hombre de Dios? ¿Destino? ¡Joder, muchacho!

La risa continuaba. Finalmente, se transformó en una sonrisa de sincera gracia. Iakov miraba a Dimitri como quien miraría a un niño que trata de excusarse frente a un pecado; o como el hombre que buscaba no arrodillarse a rendirle cuentas a nadie, enredando su verdad en un laberinto de palabras vacías.

- No me jodas - terminó diciendo, con la voz grave aún agitada por la risa. - Largaste toda una letanía para decir nada. Los hechos son que hubo un ataque, que fuiste encerrado como un perro en una celda a gritos de que iban a matarte, el mismo hombre que ya había confesado haberte arrancado tu lealtad, o al menos el interés que tienes por tu vida, en una mazmorra como esta. No me vas a decir que no eres un traidor, Dimitri. Pero yo no tengo nada que reprocharte. No me interesa juzgarte, tengo otras cosas que hacer.

Iakov no dejaba de sonreír.

- ¿No sabes que ha pasado allí, verdad? No, sólo habrás podido escuchar algo desde aquí abajo, detrás de los muros. Para alguien eres un importante objeto, Dimitri. No justamente para mí - se encogió de hombros. - Pero deberás saber algo. Un hombre de dios, justamente aquí, no será en verdad bienvenido. Mantén tu fe, y estarás a salvo. Haz un pacto y estarás condenado. Más de lo que imaginas.

Arqueó las cejas.

- Si ya lo hiciste, estás jodido. Espero que tu lealtad sea tan práctica como lo es tu pánico.

Iakov se miró las manos. Y luego, sus ojos volvieron a fijarse en Dimitri.

- ¿Cuánto sabes del señor que te ha acogido como humilde huésped? No cuides tus palabras. Odio las vueltas. Y si no me contestas nada, y créeme, lo que quiero saber con la pregunta no es que me informes sobre las cosas, tampoco te diré nada y haré directamente lo que vine a hacer.

- Crulu Cuerdatensa y Mihail Cortadedos conducen el ejército en retirada de Bran de vuelta al Condado de Bran.

- Entre los dos logran imponer algo de disciplina entre las desmoralizadas y desorganizadas tropas, consiguiendo que un "sálvese quien pueda" se convierta en un regreso ordenado y organizado.

// Mihail Cortadedos.

// Crulu Cuerdatensa.

/// Salen de Escena rumbo al Territorio 35: Kronstadt.

- Siento en cualquier caso que mis palabras perturben tus reproches, sino más digo más digo más de lo que digo, y si no te are un esfuerzo personal para ser algo más vasto contigo. – se permitió un pequeño gesto de complicidad con el carcelero - Supongo que no es tenéis cabida el sarcasmo –

Acompaño a sus labios un leve gesto con la muñeca.

- Puede que me estuvieses me estés mirando con otros ojos que no fuesen los tuyos, en cualquier caso, no tomare tu consejo en balde, te lo aseguro. A fin de cuentas yo no soy más que un pobre contable de las asciendas de Bran, de tierras y buenos tiempo. He aquí un día, que este pobre hombre cayó presa de los designios del azar, traído asta este lugar de mundo, arrastrado, ¡ejerciendo funciones de diplomático! A un pobre vasallo encargado de la contabilidad. –

Dejado llevar por los recursos paro la narración, tomándose unos segundos para serenarse

- Cuanto crees que un hombre puede ganar al mudarse a la penumbra de estos altos muros, ciertamente, prefería mi cálida alcoba que ya ha quedado atrás. Pero dudo que haya de que preocuparse, porque si no me consideran traidor será porque estoy muerto -

RESULTADOS DEL VERANO:

- Knezi Radu Szantovich el Menor:
* Recluta como Lugarteniente al Caballero Schaar Dvy.
* Consolida Poder.
* Entrena.

- Condesa Dubieta Szantovich: Entrena (no estoy muy seguro de su acción, creo que es esta, pero por favor Lagik, mándame un MP con lo que entrenas exactamente).

- Caballero Schaar Dvy: Ser Reclutado como Lugarteniente (eso consume su Acción de la Estación del Verano).

- Caballero Braul el Férreo: Agonizante en la mesa del comedor del Castillo de Covasna.

- Capitán Varsk: Agonizante en la mesa del comedor del Castillo de Covasna.

- Dimitri el Recaudador: Por lo que yo sé no lleva a cabo ninguna acción estratégica.

- Iakov el Ensartaojos: Entrenamiento. Al final del Verano, debido al estrés y emociones de la batalla, además de las malas condiciones sanitarias del ruinoso castillo, sus heridas empeoran gravemente y queda postrado en la cama.

AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA.

ESTACION DE OTOÑO.

MESES DE OCTUBRE, NOVIEMBRE Y DICIEMBRE.

- El Caballero Schaar y la Condesa Dubieta investigan el pueblo. La situación es desoladora.

- Gran parte de la población había enfermado por la epidemia de Cólera (aproximadamente 50 de las 90 familias que vivían en Sfantu Gheorghe, otras 10 familias viven dispersas en los campos de la Tirsa).

- Muchos de los enfermos murieron en sus camas sin oportunidad de defenderse.

- El resto de la población estaba rezando en las calles, pidiendo ayuda a Dios: Todos han muerto de formas horribles, algunos lacerados por garras, envenenados por una toxina infernal, con los huesos destrozados, parcialmente devorados...

- Supervivientes: Únicamente 10 Familias, que permanecen escondidas en sus casas llenas de pavor. En general se trata de quienes están enfermos y no han podido huir.

- Sfantu Gheorghe es un erial casi deshabitado, muchas casas muestran signos de violencia: marcas de garras en las paredes y puertas. Otras muchas casas están vacías, con todo tirado por el suelo en la prisa de sus habitantes por huir.

- El sarcasmo es una forma de cobardía, cuando evita decir directamente lo que podría causar problemas. - dice Iakov duramente, sin apartar los ojos de Dimitri - Soy tolerante a la inteligencia y la burla, no a las vueltas de las palabras cuando la respuesta es fácil.

Guarda silencio un momento. Sus ojos se han vuelto aún más duros, si cabe, de lo que habían sido antes. Finalmente, se acerca a las rejas y su voz se transforma en una letanía suave y durísima; un tono grave y falto de delicadeza, que habla desde una profundidad a primera vista inapreciable.

- Bien. Te perdonaré la vida por ahora y lo que te queda de cordura. Y escúchame bien: tu facción está muerta. Los que han logrado marchar, sólo dos de los principales sin el líder caído en batalla, no considerarán factible que no te hayas convertido en un traidor, porque ya han visto a un traidor suyo entre las filas de este castillo. Volverán a vengarse. Así que, olvida tu jodida alcoba - su tono se vuelve más suave y peligroso. - Estás muerto. Pero se su objeto, y vivirás. Si creías en algún dios, has caido en el verdadero infierno. Te lo garantizo. Te hago un favor con esto y espero, por supuesto, que me lo retribuyas cuando sea el momento. Sobrevive, Dimitri, y no creas nada de lo que vayan a decirte. No digas a nadie que estuve aquí. O tendré que volver.

Sin decir más, Iakov se da la media vuelta y desaparece de su vista.

"Mi Señora, os estáis quedando sin vasallos. Creo que nuestro Señor debería 'desaparecer' una temporada al menos para que la gente quiera volver a instalarse en Covasna. Esto no pinta nada bien", comenta Schaar ante semejante panorama.

Aun podéis recordar la truculenta escena de hace un mes: cadáveres desmembrados por las filosas garras de una bestia, los restos irreconocibles de aquellos desdichados que se habían convertido en alimento del monstruo. Daba igual si eran ancianos o niños, hombres o mujeres, animales o humanos. Todos eran iguales a los ojos del demonio.

Cráneos partidos, miembros cercenados, torsos devorados, cabezas arrancadas… ríos de sangre corrían ladera abajo. A ambas orillas los restos de quienes manaba el fluido que daba existencia a aquella impía corriente carmesí. Un barro rojo oscuro y pegajoso manchaba vuestro calzado. Las nubes que se habían arremolinado de forma antinatural en aquel lugar empezaban a descargar poco a poco su agua sobre vosotros. Debido a la brusca bajada de temperatura veíais con claridad el vaho que despedían los restos humanos y animales.

Pero esto había sido hacía un mes. Ahora solo unos cuantos cuerpos quedaban sin haber recibido sepultura. Los pocos habitantes que sobrevivieron y obtuvieron descanso de la enfermedad que aquejaban se molestaron en enterrar los restos de sus conciudadanos con la esperanza de que la podredumbre de los cuerpos no trajese aun con más virulencia una nueva epidemia. A las afueras de Sfantu y alrededor del antiguo cementerio gran cantidad de montones de tierra removida atestiguaban donde descansaban los muertos.

Aquellas tierras se habían convertido en un erial de desesperación. Las mujeres aun lloraban desconsoladas la muerte de sus maridos e hijos, algunos niños que aterrados por la imagen del demonio se habían resistido a salir vieron como sus padres eran despedazados mientras rezaban. Ahora completamente huérfanos vagaban por las calles desiertas en busca de alimento, solo unos pocos tenían la suerte de ser acogidos por algún familiar que había conservado la vida tras la tragedia.

Era el momento idóneo para implantar en aquellos corazones, vacíos de toda esperanza y doloridos por la impotencia al ver que sus oraciones no eran escuchadas, la semilla de la corrupción.

Para Dimitri:

Parece que tras tu encierro Radu no se preocupó en exceso de vuestro estado. Quedasteis allí encerrado, ya lleváis un mes desde la batalla. No recibisteis más visita de vuestro anfitrión que la que os hizo el mismo día que os metió entre rejas. - Me temo que por vuestro propio bien deberéis quedaros aquí por un tiempo, Dimitri.- se limitó a deciros cuando fue a veros una o dos horas después de la visita que os hizo Iakov.

Poco puede hacer un hombre en un espacio tan reducido, con pocas cosas puede uno distraer su mente tras tantos días de encierro. Los primeros días uno podía dedicarse a contar los ladrillos que sostenían las cuatro paredes que lo encerraban, a las semanas uno se entretenía contando la paja que le servía de lecho, pero tras un mes uno descubría que todo intento por mantener la atención más de lo necesario, o simplemente permanecer despierto era inútil. Uno deseaba dormir el mayor tiempo posible pues así, y solo así el tiempo parecía pasar más rápidamente. La imaginación hacía poco que se había extinguido, solo quedaba el mundo de los sueños, mundo en el que parecía que aun existía un poco de esperanza.

A mediodía recibíais una comida, la más abundante del día, a media tarde otra frugal comida que no os servía más que para apartar el hambre de vuestra mente embotada por el tedio, por la noche (o al menos eso creías) una tercera comida que antecedía a vuestro sueño más prolongado.

En este momento os tocaba la primera comida. Podiáis escuchar con claridad unos pasos que descendían por las escaleras, más pesados que los del sirviente que hasta ese momento os había alimentado. - Mi estimado Dimitri, por suerte creo que las circunstancias que me habían hecho temer por vuestra vida han cambiado.- escuchasteis con enorme claridad tras tanto tiempo en silencio. Era el Knezi Radu que en persona os traía parte de vuestro sustento diario.

- Espero sepáis disfrutar debidamente de vuestra última comida…- comentó con indiferencia mientras introducía a través de los barrotes un pequeño cuenco. Jugaba con el silencio y se divertía viendo las emociones que sus palabras suscitaban en las personas con las que hablaba - …por lo menos en este periplo que habéis disfrutado en soledad. Sin duda habréis tenido tiempo para reflexionar mucho, y espero que acertadamente, Dimitri.

Para Iakov, Braul y Varsk:

Iakov, habíais recibido la visita de Radu después de que Schaar y Dubieta hubiesen partido hacia la asolada Sfantu. - Debido a vuestra respuesta habéis perdido mi favor, Iakov. Ya no sois mi invitado.- os dijo en aquella ocasión. Sabíais que aquello era un ultimátum y que de vuestra futura forma de actuar dependía vuestro existencia. Estaba claro que Radu tenía en mente devolveros a las mazmorras con la agradable compañía que os proporcionaría Dimitri, pero no estaba claro por qué no lo había hecho.

Poco tiempo después vuestro estado empeoró y os obligó de nuevo a permanecer en cama. Esta vez fuisteis conducido a una habitación, más grande que en la que hasta aquel momento habíais estado.

Tres camas de blancas sábanas se alternaban con dos chifonieres en la pared opuesta a la puerta, dos armarios ajados por el uso a ambos lados de la puerta, un lavabo de mármol blanco sobre el que descansaba una jofaina de metal llena hasta los bordes de cristalina agua.

Estabais completamente seguro, que como cuando recibisteis vuestra primera habitación, esta había sido limpiada recientemente. El olor mezcla de humedad y rancio debido al tiempo que aquel lugar había permanecido cerrado no había terminado de desaparecer. Era algo desagradable pero a lo que uno terminaba acostumbrándose.

Aquel castillo ruinoso estaba desierto. Los escasos sirvientes no se preocupaban de limpiar más que aquello a lo que se daba algún uso. Vuestro antiguo dormitorio sería cerrado y no volvería a abrirse en mucho tiempo. Acumularía polvo y suciedad, humedad y podredumbre hasta que de nuevo fuese necesario usarlo, momento en el que los criados de Radu por orden suya acondicionarían diligentemente aquel lugar para que pudiese volver a ser usado, tal y como acababan de hacer con la sala en la que ahora os encontrabais.

Os colocaron en la cama del centro, de mediador entre las otras dos camas que no tardarían en ser ocupadas por sus dueños. A la izquierda de Iakov fue colocado el Caballero Braul el Férreo y a su derecha el antiguo Capitán de la guardia Varsk, ahora el alcalde de un pueblo fantasma. Nada sabían ellos dos de lo sucedido tras su pérdida de consciencia, nada podían recordar de los escasos momentos de lucidez que habían tenido en aquel último mes, los justos para poder alimentarse.

Braul amortajado por vendas debido a las graves heridas por su batalla se encontraba durmiendo plácidamente, una tranquilidad que no continuaría en el momento que despertase. Varsk descansaba bocabajo pues los flechazos habían abierto en la carne de su espalda dos importantes heridas. Aquella postura era incómoda, pero más incómodo aun resultaba descansar mientras el simple roce de la tela provocaba un dolor indescriptible.

Así los tres desde aquel día descansaron juntos, en silencio, con la esperanza de que las heridas se cerrasen y curasen lo antes posible.

Debido a vuestra respuesta habéis perdido mi favor, Iakov. Ya no sois mi invitado.

¿Cómo iba a serlo, si ser su invitado significaba ser su sirviente?

Iakov había permanecido observándolo en silencio, a punto de la burla, y al final no le había dicho nada. Su instinto le impedía hacer de aquello una ironía: y pocos días después, se dio cuenta por qué. Sólo había bastado una noche, unas horas de un sueño intranquilo como todos, para que los meses de curación retrocedieran poseídos: una pesadilla, una premonición o un recuerdo, las imágenes de un ataque, y Iakov despertándose con sus propios dedos clavados en su garganta. Y la sangre inundando todo a su paso, sumergiendo su garganta en un caos, y asfixiando sus pulmones heridos.

Había perdido parcialmente la conciencia cuando cayó cerca de la puerta, a donde había conseguido arrastrarse luego de apretarse el cuello con una sábana. De rodillas al suelo, parecía un fiel arrastrándose en oración al altar: pero Iakov no tenía nada en mente excepto sobrevivir. Y de esa forma fue encontrado, caído, por alguien que no quiso dejar que muriera, del que Iakov no había tenido conciencia, y había sido trasladado.

En medio de las pesadillas de una mente que delira, había despertado entre dos hombres en agonía.

Un insulto había precedido a la salida de la inconsciencia. Iakov se irguió como pudo, maldiciendo, en la cama central de aquella habitación, y observó a su alrededor.

Observó de nuevo. Una vez más. A sus costados tenía dos hombres que morían, y de los cuales sin duda podía prescindir. Lo último que le faltaba. Había sido colocado al medio como si fuera la medianera entre ellos, lo que le hizo pensar que podían ser de bandos diferentes. O él ser la pieza más importante, crucificado entre dos mortales de poca monta.

Maldijo de nuevo. Ya no era lo que había sido... No, continuaba siendo mejor de lo que había sido. Aquello no era más que una demostración de a qué iba la cosa. No era su invitado, pero continuaba allí; ya no tenía ningún privilegio, pero era evidente que algo a aquel hombre, criatura, lo que fuere, le interesaba obtener de su parte. Iakov imaginó por un momento, cerrando los ojos, que aquel trataba de forzarlo a pactar con él. Cuando los abrió, sus pupilas ardían.

Jamás. Pedazo de hijo de puta, tengo que salir de aquí...

Su cuerpo no correspondía con lo férreo, e imperturbable, de su fuerza de voluntad.

Miró a los que estaban a sus lados, inconscientes. El sujeto boca abajo y el otro que parecía una momia. Suspiró, lo que le permitió su cuello. Aquel boca abajo estaba propicio para ser asesinado o torturado, con un par de atenciones a las dos profundas heridas en su espalda. Quizás, más tarde, en un momento de aburrimiento...

Iakov, definitivamente, iba a salir de allí. Si tenía que vender algo, lo haría. Pero sus heridas o su muerte no valían el precio de su alma.

Todo su mundo le había caído a peso de plomo desde la visita de Iakov, la noticia de lo que ya eran hechos escritos resultaba ser más dolorosa que lo deseable. La desaparición de todo en lo que todo había conocido, de sus gentes, de su propia persona, era solamente el preludio de males indemnes.

Al fin y al cabo, a los ojos de todos era ya un traidor. Consagrado a su intento de supervivencia había abandonado todo por lo que había vivido y se había unido a una causa, que más que menos le causaba el mismo efecto. Fuera por su propio terror, o ya la naturaleza del propio recaudador habían forjado la imagen de la más ruin alimaña.

Su tiempo había quedado atrás, perdido con el mismo linaje de los Bran. Todo resultaba extraño. ¿Donde había quedado el favor Damastru? Un hombre que significaba tanto para su propia salamandra ¿No había sido el que le había ofrecido su favor en la noche de los desamparados? Y nunca le hubiese deseado tal mal, a alguien al cual apreciaba tanto. Pero resultaba irónico que, fuese el mismo el causante de su desgracia. ¿No soy yo el que dejo que esto ocurriese? ¿No era mi deber velar por Andru? Pero eran sus propios errores los causantes de todo.

Porque le pediría a Dubieta Szantovich que le perdonara la vida, un proposición egoísta puesto que no saldaba ninguno de sus pecados. ¿Tanto estaba de la vida, como para desear vivir en su propio infierno? En ese momento no había tenido el coraje suficiente para enfrontarse a su propio miedo, ni lo seguía teniendo en las mazmorras de Covasna. A fin de cuentas era un cobarde, una verdadera rata de estercolero, que acomodado en la abundancia de su morada había engordado y convertido en un animal perezoso. Alguien del cual se puede destacar defectos y no virtudes. Si lo supiese su propio padre se removería en su propia tumba.

Pero todo sus pensamientos rebotaban en los muros de su cabeza, que solo tenían como objetivo alargar su agonía durante el cautiverio. Finalmente hizo de acto de presencia la bestia, un ser privado de toda humanidad. Irrumpía como de costumbre, alimentándose del miedo ajeno, del terror que infundía en las alamas en pena.

Ahora le venían recuerdos, borrosos. ¿Abría atendido ese animal a la petición que le hice a su propia esposa? Supongo que sería de considerar que seguramente, y para su propio regocijo, clavara la cabeza de Andru en una hasta y la paseara por todo los caminos de Transilvania. ¿Pero qué importancia tenía ahora eso? Era hora de volver al mundo de las sombras.

La horrenda criatura humana se acerco, expandiendo su legítima aura por todo el lugar. Desprendía como de costumbre su maléfico olor, y se sintió envuelto del propio azufre. ¿Qué hacer? ¿Qué haría tal un loco tener algo de pudor? No hacía falta preguntar, porque ya sus propias palabras suponían la misma sentencia.

No podía articular palabra, no quería hacerlo. De que serbia tales escrúpulos si instintivamente lo único que conseguía era un llanto. Suplicar misericordia, ¡Clemencia! ¡Porque a mí! Sintió asco de sí mismo. Le temblaba el cuerpo, el corazón se le disparabas. ¿Qué me está pasando? ¿Tiene que ser este el final? Parecía que todo lo ocurrido habían convertido en un semblante del mismo diablo que se encontraba ante él. No podía soportarlo más. Los pulmones se le hincharon, las foses nasales se abrieron, y lo único que pudo decir fue:

- ¡CALLAOS! -

Y ese era el resumen de toda una existencia, donde estaba ahora su elocuencia. Presa del pánico, o por misma voluntad apretó los dientes, encajo la mandíbula, y con el mayor estupor que su frágil cuerpo le permitía, se mordió la lengua. Si más bien se hundiría ante la presencia de aquella abominación, mantendría sus labios, aunque fuese una única vez, sellados.

La sangre fluyo por su mentón, que se mezclaban con las ya abundantes lágrimas que fluían por su mejilla. Podría llamarse valiente, aunque solo fuese una vez.

- La espada cae una y otra vez, gritos en la lejania tanto de horror como de una alegria insana, pesadillas que se repiten una y otra vez...las convulsiones son minimas, ya que suponen un dolor inaguantable, pero las pesadillas no cesan....