Partida Rol por web

PUEBLO DE TRUNAU: BARRIO INTERIOR.

AÑO: 4715 RA.

ESTACIÓN: INICIO DE LA PRIMAVERA.

MES: FARASTO.

DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MÁS DE MEDIA HORA DESPUÉS DEL OCASO.

El primero de los trolls de Indunación cayó fulminado por la espada de Dagfinnr. Por un momento, el vikingo había sentido la fuerza y el coraje de Alvar en su brazo. Pero aún quedaba el otro. Y Dagfinnr estaba exhausto y malherido. En su boca notó el sabor de la sangre y cada bocadanada de aire le dolía los pulmones. Se protegió como pudo con el escudo, y pudo evitar al enemigo, pero éste comenzó a destripar a la consejera Agrit. Nada pudo hacer el de Ulfen por ayudarla.

Entonces llegó Ekaterina. Pronto las flechas de Willbur iban a volver a silbar aquella tonada mortal. Tenía el camino despejado para alejarse del peligro. No obstante, Dagfinnr se mantuvo en su sitio. Y siguió luchando hasta su último aliento...

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El sonido del tambor cesó, el goblinoide sabía que su enemigo se había puesto en guardia y los estaría esperando en la azotea de la torre, el mal nacido orco había utilizado la estructura como caja de resonancia para emitir el mayor ruido posible y así evitar que la moral de los orcos disminuyera.

Haluk Molok se quedó impresionado ante la rapidez del ciego para acabar con el enemigo, el hobgoblin pensaba que lo iban a tener difícil pero ni siquiera le dio tiempo a ver el destrozo que hizo el seguidor de Iomedae ante su enemigo.

Lo único que pudo escuchar Haluk fue el sonido del mandoble cercenar la carne del orco, un quejido ahogado que duró apenas unos segundos para dejar escuchar el sonido del amasijo de carne, órganos y sangre desparramarse por el suelo.

- “¡Buen trabajo seguidor de Iomedae!” – gritó desde el piso de abajo que allí sin perder tiempo empezó a salir de la torre – “¡Me adelanto para ayudar en la vanguardia!” – allí el cruzado, seguidor de Asmodeus se precipitó hacia el exterior de la torre para dar apoyo a sus compañeros.  

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El grupo sobre la torre, sabiendo que ya acabó con la amenaza que aquel tambor significaba, se mueve con intenciones de bajar de ella. Todos ahí saben que su ayuda es imprescindible pues el resto de los flancos de la batalla parecen ir muy mal y, el acabar con la música, si bien es una ayuda, no acaba con la invasión.

Peludo está consciente de eso y se lo recuerda a Win:

 - "¡Miau!" (¡Vamos Win, debemos movernos rápido!)

Se queda afirmado al hombro del ciego, sabiendo que juntos son más fuertes que por separado. Si se queda junto a Win, nada podrá derrotarlos mas si se separan, podrían caer en la trampa de los orcos en cualquier momento.

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Por fin había alcanzado su objetivo. Por fin podía ayudar haciendo uso de sus garras después de los segundos de impotencia de una carrera que se le había hecho eterna. Pero qué más daba cuando ante la imponente presencia de su enemigo, enfrascado aún en destripar a la consejera cuya vida aquel día había muerto ya junto a la de su amada, la muchacha fallaba todo ataque realizado.

La piel de aquella criatura era mucho más dura que la tierna carne de los orcos a los que antes se había enfrentado y sus garras no consiguieron hacer mella. Si quería hacer algo debía esmerarse en sus ataque más de lo que ya lo estaba haciendo, emplear mayor fuerza o buscar un punto débil en aquella "armadura natural" que recubría todo el cuerpo de aquel monstruo.

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El invidente escuchó el elogio del seguidor de Asmodeus y asintió con la cabeza. No era, para nada, amante de esa deidad, pero sabía que su señora solía tener cierto entendimiento con esa deidad maligna ya que ambos, a su manera, luchaban por el orden y contra el caos y colaboraban para ello con cierta frecuencia. Cada uno en su ámbito. Y ahora un siervo de cada uno de ellos se habían visto inmersos en una necesidad de colaboración y cooperación contra el caos orco. Sí. Realmente el entendimiento entre ambas entidades era posible. Con sus límites, por supuesto.

Con esto en mente, Win descendió las escaleras del torreón, con premura, sabiendo que la ayuda de los que allí estaban era imprescindible en otros lugares. Por de pronto Peludo le avisó sobre un ataque a la barricada de los heridos. Mentalmente situaba a Dagfinnr y a Will allá, pero desconocía cuantos eran los atacantes y si sus compañeros podrían aguantar el envite. Además, creía recordar que el ulfen había sido herido de gravedad durante el combate en mitad del barrio y dudaba que el canijo portador de la varita curativa hubiera llegado a curarle, lo cual le volvía a recordar que él mismo estaba seriamente herido y un poco de curación le vendría mejor que bien.

Escuchó los fuertes maullidos en su oído que Peludo le dedicaba, subido en su hombro, y que resultaban muy intensos.

- Esto... Peludo, te oigo. Lo que estoy es ciego, no sordo - le dijo con media sonrisa y sin acritud alguna -. Pero si sigues maullándome así de fuerte a escasos centímetros de mi oreja... quizás lo consigas - admitió con todo el humor que el joven podía permitirse dada la situación. Y es que los maullidos de su gato eran de todo menos los esperados de un gato común -. Amigo, en cuanto salgamos dirígenos al lugar donde más hagamos falta. Sé mis ojos - indicó al felino.

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Tronquito permaneció inmóvil cuanto pudo para después, lentamente irse moviendo poco a poco, una vez vio que Monique se había adelantado lo suficiente. El aleteo de las dos strix estaba a punto de ponerle de los nervios y se preguntó si alguna habrían probado la deliciosa carne de un ghoran. Imaginaba que no o ya sería una especie de brocheta ensartado en sus largas lanzas.

Cada paso que daba era una pequeña agonía. Las luciérnagas revoloteaban incansables en torno suya, desdibujando sus límites, haciéndolo más grande o más pequeño, en un intento de desconcertar a las enemigas que al cabo de un rato parecieron dejar de prestarle atención, como si su existencia hubiera dejado de tener importancia. Quizá imaginaban que era algún extraño pero natural fenómeno de la zona, pero no iba a arriesgarse. No, era cosa de permanecer constantemente alerta.

Más adelante estaba Monique, que le hacía gestos con su pequeña manita para que siguiera aproximándose.

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Me siento frustrado. Con la cantidad de enemigos que hay, esto no me va a llegar ni para empezar. Suspiro, mejor es nada. Me pongo la aljaba en la espalda.

Entonces veo como ni entre mis dos compañeros consiguen tumbar al troll de la inundación, a pesar de estar atacándole los dos. Tengo el arco, colocando una flecha. Con un rápido gesto, lanzo esa flecha y, a continuación, otra más. Las dos vuelan hacia el trol, pero solo una consigue clavarse en él.

Tenemos que volver al frente... tenemos que terminar ya con esta amenaza.

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Dragos no sabía como debía estar la cosa fuera, pero auguraba que no demasiado bien. Habían perdido mucho tiempo en la torre. Demasiado tiempo. Un tiempo que no les sobraba, que no tenían de hecho, en la suposición de que aquel orco sería más duro, y que su muerte causaría en los pieles verdes asaltantes un efecto desmoralizador... Que no había ocurrido. El asalto proseguía, exactamente igual que antes. Quizás con un poco menos de exaltación, pero eso era irrelevante. El ánimo de los asesinos importa entre poco y nada a sus víctimas, y si aquel asalto no se veía truncado, se iban a convertir justo en eso: en víctimas. 

Con aspecto tenso se dirigió al exterior de la torre, con la suposición de lo que se iba a encontrar y el deseo de que no fuera así. Pero los sonidos no engañaban. La puerta debía haber caído ante el ariete. El caos y el combate proseguía. Seguirían matando orcos hasta que no pudieran más, claro... Pero empezaba a sospechar que el enemigo tenía más orcos que ellos proyectiles o fuerza. Pero muchos, muchos más. 

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Dagfinnr y Ekaterina habían logrado flanquear a la monstruosa criatura, y atacaban sin parar. Pero era difícil atravesar la dura piel del troll de la Indundación.

-¡VAMOS! ¡Cada vez está más débil!, animó el vikingo mientras su espada volvió a sisear al hacer un nuevo tajo.

Dagfinnr sabía que estaba herido, que recibir cualquier ataque más podía significar su muerte. No obstante, tenía casi al alcance de la mano esta pequeña victoria. Si derrotaba al troll, podía descansar y tal vez le podían curar para seguir luchando en condiciones. Contra todo pronóstico había llegado hasta aquí, y no pensaba morir en la orilla.

Tendrás que aguardarme un poco más, Alvar.

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Si Ekaterina hubiera prestado algún tipo de atención al vikingo, si le importara lo más mínimo lo que dijera o, lo que era más importante, si no tuviera delante a un imponente troll que le sacaba varias cabezas y que se entretenía destripando a la gente que se lo ponía delante, hubiera entornado los ojos ante sus comentarios. Pero era un hombre, un humano, y ellos siempre disfrutaban de desperdiciar saliva y tiempo con obviedades y bravatas. Además estaba demasiado centrada en intentar hendir la dura carne con sus garras, algo que de momento no conseguía.

Bufó con desesperación echándose hacia atrás para tener algo de espacio que le permitiera ganar impulso esperando que este bastara para romper sus defensas. Pero viendo que las flechas volaban de nuevo y Dagfinnr seguía impactando con su espada, a saber si lo que terminaba trinchando era un cadáver si finalmente tenía éxito.

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Win salió de la torre con premura, esquivando los numerosos cadáveres orcos que los defensores de Trunau dejaran en su intento por tomarla y enmudecer los tambores, con éxito. No podía verlos pero algo en él le recordaba que estaban ahí. Algo le decía que no pisara allí o saltara allá, sintiendo los obstáculos en su camino. Era la guía divina de Iomedae, de eso no cabía duda alguna, más su percepción era limitada. Fundamentalmente a un rango corto. Para ver más allá la Heredera había puesto en su camino a Peludo, sus ojos para ver en lo lejano.

Por el momento decidió seguir los ruidos metálicos producidos por el acorazado Haluk, siguiendo su estela sonora. No obstante no dudó en preguntar a su compañero, aferrado a su hombro, sobre el entorno.

- ¿Vamos bien siguiendo a Haluk? ¿Puedes ver que ocurre en la barricada de los heridos? - preguntó a su amigo. Ya no percibía los gritos de auxilio que escuchara por una zona determinada del barrio, quizás el Oeste, ni el combate y choque de armas que llegó a percibir mientras descuartizaba al tamborrero. Pero sí oía los rugidos orcos. Temió lo peor y aquello le hizo arreciar el paso.

Oh, mi señora, concédenos un valor y una fuerza que brille en nuestro interior para resistir ante esta marea de oscuridad, oró el iomedano, corriendo entre varias casas, oyendo el crepitar de grandes fuegos y sintiendo su cercano calor.

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La armadura que portaba el hobgolbin resonaba en la noche iluminada por el fuego que abrasaba la madera de las infraestructuras, que hacia escasas horas eran casas, ese crujir de la madera llegaba a los oídos del cruzado de Asmodeus. No era la primera vez que se encontraba en una situación así, en tiempos pasados, partes de su vida era el pan de cada día, la guerra siempre había formado parte de su existencia.

<< Hay que avanzar, todo está lleno de humo pero gracias al fuego la noche está iluminada, tenemos que hacernos fuertes en un punto para frenar el avance de los orcos. Deberíamos ayudarnos del terreno. >>

El cruzado iba avanzando e intentaba ir lo más rápido que podía, había dejado atrás a Win, Dragos y Peludo, sabía perfectamente que no tardarían en alcanzarle, pero debía darse prisa para ayudar a sus compañeros.

Sujetó la maza y el escudo con firmeza mirando a ambos lados suyos, atento a posibles enemigos que pudieran tenderle una trampa y ponerle difícil su avance hacia la vanguardia de la zona. Podía escuchar ruidos en la lejanía como la masificación de varios de esos pieles verdes, pero no los podía ver ya que el fuego y el humo lo impedían.

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Dagfinnr por fin remata al último troll que quedaba vivo. Pero no sin que este antes haya terminado con bastantes ciudadanos inocentes. Niego con la cabeza, apenado. Hubiera querido haber hecho más, pero no pude.

Hecho a correr. No hay tiempo que perder, sé que mis compañeros me necesitarán. Mientras paso cerca de él, me giro un momento. Dagfinnr, mira a ver si los acólitos de Iomedae te pueden ayudar. Luego puedes volver al frente. Bien hecho, amigo termino con una sonrisa, mientras sigo corriendo.

Los sonidos lejanos de gritos, maldiciones y lucha llegan a mis oídos. Eso me tiene preocupado, muy preocupado.

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Tal y como había imaginado que se desarrollaría la cosa instantes antes, casi termina atravesando con sus garras el cuerpo inerte del troll al que Dagfinnr había acabado matando. Y con ello la impotencia de no haber podido ni siquiera dañarlo se sumaba a que al final creía que su presencia allí no había servido de absolutamente nada. Había corrido hacia allí desaforadamente esperando ser de ayuda y resultaba que su ayuda no había sido ni relevante ni necesaria. Eso sin olvidar que cuando había ayudado...

Ekaterina apartó la mirada del rostro pálido e inmóvil de la consejera que finalmente había ido a reunirse con su amada. Se agachó para registrar al traidor que yacía en el suelo abatido a flechazos. Él había sido uno de los principales instigadores, uno de los responsables de aquel caos. Debía tener algo que pudiera resultarles útil, algo que en su mezquindad había pensado en usar como arma y de la que ahora podían hacer uso ellos. Y encontró muchas cosas pero pocas sabía para qué se utilizaban. Si estuviera allí Momo o Tronquito, quizá Win o incluso Piero, podían haber separado el oro de la paja, pero ella, ella no sabía nada.

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Win baja rápidamente las escaleras mientras el gato se mantiene aferrado a su hombro, el que es amplio gracias a la pesada armadura que el ciego porta, brindando tanto espacio como soporte para el pequeño felino. Mientras el siervo de Iomedae baja por la torre, le responde al gato, a lo que este replica:

 - "Miau. Mrriau" (Sigamos a Haluk, puede que allá se necesite más ayuda. En la barricada sur, parece que Dagfinnr, Ekaterina y Will se han encargado del problema)

Maúlla Peludo después de fijar la vista en el sur para enterarse en qué ha terminado la amenaza que habían escuchado mientras se encargaban del orco del tambor. Ahora, seguir al resto hacia las llamas es probablemente lo más necesario para continuar con la reconquista de este sector del pueblo.

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Tronquito miró al frente. Las strix continuaban danzando en el aire con la mirada curiosa clavada en él, a falta de nada mejor que mirar en su guardia aérea. No se atrevió a sacar ruido alguno, ni siquiera un falso suspiro con el que poder gestionar su nerviosismo y temor. A cambio, pensó en qué podría hacer en su intento de avanzar lo más rápidamente posible.

-Piensa, Tronquito, piensa -se dijo así mismo en lo que casi no podría llegar a calificarse siquiera de susurro.

Y los vegetales engranajes mentales del ghoran empezaron a trabajar. Le quedaba claro que aquello que había llamado la atención de las criaturas aladas habían sido las luciérnagas invocadas para iluminarle. Por lo tanto, si las desplazaba o si él se movía dejando atrás a los brillantes insectos, quizá y solo quizá, la atención centrada del enemigo permanecería fija en sus bichitos y ni siquiera serían conscientes de qué él se desplazaba.

No, no era una mala idea. Y así, Tronquito, procurando moverse en total silencio, siguió paso a paso el borde del barranco dejando atrás la luz y cuando, finalmente, tomó la curva de la última casa no pudo dejar de sentir cómo su cuerpo se agitaba en un espasmo incontrolable muy similar a un escalofrío humano.

-Por qué poco -susurró, aliviado hasta extremos inconcebibles. Fue entonces cuando vio a Monique manipular su cuchillo de la esperanza-. ¿Estás segura?

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Dagfinnr se alzaba victorioso sobre el cadáver del segundo troll de la Inundación. Los había derrotado, pero a duras penas se mantenía en pie. -Necesito que alguien me cure, imploró a los presentes. -La batalla no ha terminado. Os lo pido, curadme y podré seguir defendiendo Trunau.

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Win continuó las direcciones de Peludo y los ruidos de Haluk, mientras que los sonidos del fuego y los orcos comenzaban a hacerse más evidentes. Una nueva batalla se avecinaba. Quizás la última, a juzgar por el clamor y griterío de la voces orcas. Muchas voces.

- ¡Juntémosnos! ¡No vayamos dispersos o seremos arrollados! - exclamó el ciego, esperando que fuera posible organizar un grupo que resistiera el empuje orco. Por separado no tendrían mucho que hacer.

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Estoy seguro de que mis compañeros me necesitan. Algo me dice que es así, que ellos están en peligro. Me lanzo en una alocada carrera, buscando llegar cuanto antes al combate. La aljaba en mi hombro bota, aunque me cuido mucho de no dejar caer su preciada carga. Mi corazón bombea adrenalina, mientras miro al frente. No puedo detenerme, tengo que seguir. La barricada queda atrás rápidamente, mientras mis piernas avanzan, arrastrando al resto de mi cuerpo.

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Peludo observa con cuidado lo que tiene delante pues hay fuego pero en medio se ve un camino por el cual ha avanzado Piero y que parece ser una vía segura. El gato sabe que más adelante hay batalla pues ve a los orcos y ve a Garinya en el suelo, derrotada.

"Espero que no esté muerta. Me cae bien esa pájaro."

Pero nada puede hacer en este momento más que avanzar y luchar cuando llegue el momento. Win habla y Peludo le apoya:

 - "¡Miau! Mrruu. Maa. Miau." (¡Apura el paso! Haluk va delante y Piero también. Garinya está en el suelo y rodeada. Juntos seremos cuatro y ya podremos plantar batalla.)

El felino comienza a fijar la vista en cual de los enemigos le parece más amenazante o quizás alguna suerte de líder sobre el que poder dar un golpe estratégico que incline la balanza de la lucha, que la parece un poco desesperada en este mismo instante.