Partida Rol por web

PUEBLO DE TRUNAU: BARRIO INTERIOR.

AÑO: 4715 RA.

ESTACIÓN: INICIO DE LA PRIMAVERA.

MES: FARASTO.

DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MÁS DE MEDIA HORA DESPUÉS DEL OCASO.

El cruzado pudo ver como la strix sobrevolaba la zona para ver si había alguna otra entrada, luego miró a Dragos y afirmó. Al agruparse decidió hablar en voz baja para no levantar sospechas a los orcos de su presencia.

- “Hay que tener cuidado, tal vez nos tiendan una trampa.” – allí se separó de la puerta un paso, preparando la maza – “En caso de salir alguno lo atizaré con la maza. Cuento que hay varios enemigos si entra…” – no pudo terminar la frase pudo ver un movimiento fugaz de Ekaterina, se sorprendió ante la velocidad y el sigilo de sus movimientos. La mujer entró por la puerta y ya se dispuso a atacar sin mediar ningún tipo de palabra.

- “¡PERO QUE HACES!” – berreó el cruzado al ver como entraba, Haluk no podía creer lo que estaba viendo.

<< “¡Pero qué clase de instrucción militar han recibido! ¡Se ha metido en una trampa! Menuda cabeza tiene la camarera… mucha garra y mala ostia, pero poca sesera.” >>

Dejó escapar un pequeño gruñido, escuchó pasos y solo pudo deducir que había muchos orcos en el interior, sabía que Ekaterina estaba en problemas y sin dudarlo las piernas del hobgoblin se movieron para avanzar y afrontar los nuevos peligros.

- “¡POR ASMODEUS!” -  

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MES: FARASTO

DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MÁS DE MEDIA HORA DESPUÉS DEL OCASO.

Matarlo, degollarlo, clavarle ahora ese puñal, hasta la garganta, observar sus ojos ciegos que ven demasiado bien antes de volverse ciegos, esta vez sí, para siempre. ¡Vamos!, ¡lo merece!, ¡ha desobedecido las órdenes!

Las ideas atravesaron a Acechador como si de una enfermedad se tratara. Estaba tan deseando eliminar a la orca, la había imaginado ya, la había convertido en uno de sus trofeos. La privación del deseo le hizo entrecerrar los ojos, y sintió la ira atravesando su garganta. Matar a Win se convirtió, por un instante, en una lógica respuesta a tanta estupidez.

Pero se contuvo, por supuesto. No mataba a inocentes. No mataba a quienes trabajaban con él. Quería proteger a Trunau. Habría otras ocasiones de saciar su sed.

Maldita sea, era mía.

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Resulta evidente para quien pueda ver a Piero que el mismo no esperaba la aparición de Win que, de un lado, le privaba de su presa, y de otro era absolutamente innecesario que estuviera ahí. Por todos los dioses legales, ¿es que no había dejado sobradamente claro que ni Ertiznao ni él tenían que estar allí? En todo caso tras un instante en que la molestia que eso le provocaba se dejó traslucir en su semblante, pronto el mismo volvió a la normal afabilidad.

- Los jóvenes siguen sin escuchar- dice con un tono irónico, aunque aún alterado por el combate- ¿No se suponía que Ertiznao y tú estaríais en la torre? No importa, buen golpe.- miró entonces al vikingo- ¡Deja a los civiles a salvo y ve hacia la torre, nos acercamos allí el resto!.

Y dicho esto se mueve hacia la torre.

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Peludo pasa por el lado de la orco, esperando que esta le ignorara pues, bueno, pues parece sólo un gato mas esta reacciona de una forma jamás esperada. A pesar de estar combatiendo contra Piero, inexplicablemente, lanza su hacha doble orca contra el diminuto gato.

"¡Pero que mierda!"

Afortunadamente y de forma tan inesperada como el ataque mismo, su hacha falla el golpe e impacta contra el suelo de forma tan violenta que se hace añicos. El gato suspira más tranquilo, sabiendo que la amenaza de esa enorme arma ya no existe para ninguno de los presentes. Los perros, por otro lado...

Peludo odia a los perros y no es necesario preguntar el por qué. Sin dudarlo un instante, se aleja de la orco con toda la habilidad que puede y se pone cerca de los canes. Sus ojos se iluminan de un rojo intenso antes de abrir la boca, de donde sale un cono de intensas llamas que queman todo delante de él.

Uno de los perros es carbonizado en el instante, entre aullidos que poco duran. El otro tiene la suerte de haber sido asesinado por Momo segundos antes, por lo que es solo su cuerpo el que se incinera.

Win aparece desde el norte y destroza a la orco, acabando con la amenaza presente. Los gritos de batalla se escuchan al norte y Peludo sabe que sus amigos necesitan su ayuda, por lo que planea brindarla sin retraso.

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Win corrió para ayudar al pequeño goblin, rodeado por un par de perros que amenazaban con devorarlo.

Ayudando a un goblin... Si llego a viejo y lo cuento no me creerán, pensó el ciego mientras se dispuso a atacar con su mandoble a los canes. Repentinamente escuchó el cantar de una cuerda de arco a un lado, probablemente Will, y el latigazo propio del mecanismo de una ballesta. No esperaba que Momo y Tronquito, a la carrera hacia la torre, se pararan a ayudar. Dos quejidos caninos se oyeron y el silencio posterior, con ausencia total de ladridos, le hicieron entender que no había perros de los que encargarse. Pero aun oía los gruñidos y maldiciones orcas, que comprendía su significado, cerca de él. Lidiando con ella oía los gruñidos tensos de Piero, centrado en el combate. Perdidos sus objetivos y viendo que Ertiznao estaba a salvo, dio unos pasos hacia la orca y descargó su mandoble de arriba a abajo.

Los gruñidos y maldiciones cesaron al instante mientras que escuchó como algo caía al suelo y momentos después se repetía un sonido similar, comprendiendo su significado. Después llegaron las palabras de Piero con los tambores acelerándose y los gritos de combate de fondo.

- Nunca des nada por supuesto, Piero - dijo el joven invidente con sonrisa sardónica ante la aparente ingratitud del aparente granjero por molestarse en acudir cuando parecía que los que debían permanecer allá abandonaban sus puestos y los que debían seguirle no lo hacían. Asintió con la cabeza a modo de despedida y gratitud por la alabanza del "muchomásqueunsimplegranjero" y se tornó hacia el goblin -. Ertiznao, ahora sí. Sígueme - instó al pequeñajo -. Peludo, vamos - indicó a la par a su amigo. Acto seguido se movió todo lo rápido que pudo dirección a la torre. Bastante más de lo que debería poder un ciego.

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Desde la distancia en la que estaba Ertiznao se podían oler los pútridos alientos de los dos perros sarnosos que con ansia trataban de abalanzarse sobre él. Atemorizado y prácticamente desarmado lo único que se le ocurrió hacer fue agacharse o más bien encogerse en una lastimera pose esperando que los mordiscos de los animales no dolieran demasiado. Con sus temblorosas manos el goblin guardó la varita y la ballesta y se dispuso a sacar su guja para luchar, o intentarlo.

Con mucha dificultad apoyó sus dos pequeñas garras en el mástil del arma y la enarboló esperando que con eso fuera suficiente para enfrentarse a las bestias que ansiaban eliminarlo. Cuando se decidió a abrir los ojos y luchar contra lo que tuviera que luchar se sorprendió. Frente a él se encontraban los dos cadáveres de los épicos, poderosos, salvajes y terribles enemigos a los que se había enfrentado y los dos estaban muertos. Ertiznao lo tuvo claro, eso únicamente podía significar unas cosa.

—¡Han intentao atacar a Ertiznao y no lo han lograo! —gritó mientras elevaba su guja hacia el cielo y la zarandeaba con espasmódicos movimientos—. Graciach Chelyn por hacerme invencible e intocable, alabada cheach diocha chuprema.

Shelyn le protegía ya no podía quedar ninguna duda para nadie. En mitad de una cruenta batalla él estaba intacto y los enemigos que osaban interponerse en su camino quedaba destrozados por la gloriosa mano de la diosa. Pudo ver a Win el ciego cerca de él que le pedía que le acompañara para respetar las órdenes de Piero.

—Chí vamoch, ya lech he encheñado quien manda por aquí.

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Dragos siguió allí, como inalterable testigo de todo aquello. Casi parecía hallarse en una burbuja, en la que nada le alcanzaba a cambio de que él mismo no interactuara con nada ni nadie, al menos nada enemigo. De todos modos, puede que aquel equilibrio estuviera cerca de alterarse. La cadencia de los tambores había variado, mucho más agresiva y reflejando urgencia. Quizás las bestias saldrían poseídas por aquel ritmo homicida, si se les daba la oportunidad. 

-Creo que se han desquiciado... Saldrán a terreno abierto, si pueden...

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Jadeante y ensangrentada, Ekaterina consiguió escapar arrastrándose cual rata. No paró de gatear hasta sentirse segura, hasta que la piedra acalló los gruñidos de quienes a punto habían estado de matarla. Tragó saliva aún aterrada, con su pecho subiendo y bajando a velocidad inusitada, el pelo húmedo cayéndole desordenado sobre la cara y con costrones de sangre que apenas se secaban. Aún a cuatro patas dedicó una mirada aterrada a su espalda, allí de donde venía el rítmico frenesí cuya cadencia aumentaba.

Había visto pasar su vida por delante de los ojos. Una vida corta, tremendamente escasa, y que a nada había estado de ser truncada. ¿Por qué? Por estupidez. Por la impaciencia de la irreflexiva juventud. Pero para bien o para mal esa ilusión de inmortalidad que la afectaba terminó, y quizá con ella se empezara a atisbar una madurez que en las circunstancias en las que estaba, tenía mucho valor. Solo el tiempo diría cómo le afectó aquella situación, aunque aún era pronto para determinar si dispondría de ese tiempo para llegar a una conclusión.

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Tronquito chasqueó su fitolengua en muestra de fastidio y frustración. Una vez más, se sentía un tanto inútil. Era cierto que había acabado con un orco, pero tras aquel fortuito y asombroso pleno, no había conseguido abatir un solo enemigo, lo cual le hacia sentirse como un peso muerto. Contaba con buenos conjuros pero la presencia de sus compañeros le impedía usarlos por miedo a que les afectaran y sus dotes con la ballesta, aunque no eran malas, de poco servían cuando, uno tras otro, sus objetivos caían a manos de los demás. Estaba bien claro que era demasiado lento.

-Bien hecho, Monique -aplaudió ante el sabueso derribado por la gnomo-. Me temo que una vez más ganas. Eres una maquina asesina -añadió con voz tétrica-. Pero tendremos que buscar un nuevo escenario para que yo pueda intentar demostrar algo. Corramos hacia la torre. 

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Otro enemigo menos, otro orco menos, otra escoria que ensucia el mundo menos. Miro orgulloso a mis compañeros. En esta ocasión ni siquiera he necesitado disparar, aunque estaba preparado para ayudar a Ertiznao. Pero para entonces los perros ya estaban muertos. Me alegro.

No veo más enemigos por ahora, así que hecho un vistazo a mi aljaba. No me gusta, tengo muy pocas flechas y casi acabamos de empezar. Pero Piero dijo que tenía que ayudar en la torre...

Don Piero, voy a tener que volver a la barricada que dejamos atrás. No tengo apenas flechas digo casi en grito al viejo granjero, antes de echar a correr en dirección a la barricada donde estaban los médicos. Espero que puedan ayudarme.

Por el camino observo a Dagfinnr. Parece que puede llevar a la consejera él solo, y quiero volver cuanto antes a matar orcos. Así que no me detengo.

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Omast volvió a acercarse por tercera vez la cantimplora vacía a los labios. Nada. Ni una mísera gota. Con un grito de frustración, la lanzó iracundo hacía la oscuridad que cubría el rastrillo. No consiguió escuchar el choque metálico de la cantimplora contra la castigada verja; los aullidos de la Horda, acompasados con el enloquecedor latido de los tambores de guerra orcos, se tragaba todo atisbo de sonido.

El sargento había gritado en más de una ocasión, pidiendo ayuda. El tono autoritario del "¡A mí, la guardia!", había mudado con el paso de los minutos en un vacilante "¡Ayuda, por favor! ¡Ya vienen!". Pero la respuesta había sido la misma: el crepitar de las llamas; el crujir de las vigas de una chabola cercana que se venía abajo; la marabunta de gruñidos ansiosos de los invasores.

Ya no quedaba nada que hacer salvo esperar. Si el muro de humo y llamas que tenía a su espalda daba a luz de improviso a un pelotón de trunauanos, tal vez pudieran resistir la primera oleada de enemigos. Si no, aquella barricada sería el único testimonio de que Omast Frum no había quebrado el Voto.

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Muerto el perro se acabó la rabia. Pero los efectos de los potenciadores que había ingerido seguían ahí, recorriendo el pequeño cuerpo de Momo. Miró a Tronquito con rostro serio, preocupada. Quizá la falta de luz afectara a su sistema arbóreo. Asintió a su propuesta de acudir a la torre con urgencia.

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Haluk Molok avanzó para atacar a su enemigo, se trataba de un orco. No pudo ver como estos atacaban a Ekaterina, pero podía deducir que aquella mujer no dudaría mucho si se quedaba sola allí dentro.

- “¡EKATERINA!” – allí grito el hobgoblin atacando al orco, la maza pasó por el lado de su enemigo, fallando el golpe.

- “¡Mierda! ¡He fallado!” – se intentó recomponer pero el orco se giró con determinación, aquellos pieles verdes irradiaban un fervor de combate más grande que el grupo anterior, tal vez el sonido de los tambores era el causante de proporcionar esa energía en los orcos.

El arma del orco impacto en Haluk, provocándole una buena herida. El quejido del hobgoblin se escuchó en el ambiente, pero a continuación el gruñido salió de la garganta del cruzado.

Haluk pudo ver como Ekaterina logró salir viva de la encerrona, se fijó en Garinya y Trog que se posicionaban a su lado mientras Dragos se mantenía en la retaguardia.

- “¡RETROCEDE!” – berreó a Ekaterina para que reculara un poco, su intención era dejar salir a un orco para que Garinya, Trog y Dragos pudieran atizarle y así darle tiempo a Ekaterina para que se recuperara.

- “¡Hay que mantener la formación! ¡Hay que aguantar! ¡Acabaremos con ellos uno a uno! ¡Si dejamos que salgan nos será más difícil controlarlos! ¡Nos superan en número!” -

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La barricada se alza allí delante, con mis compañeros aún guardándola. Grito de alegría al llegar a ella, agitando el arco, pero no me detengo y la salto rápidamente.

Rápido, compañeros, necesitamos ayuda allí, en el frente. Primero, ¿alguno teneis una aljiba y/o flechas de sobra? Se me están acabando digo, señalando mi aljiba donde apenas tengo 6 flechas y ahi mucho pielverde que matar.

Voy a daros un informe rápido: hemos encontrado a Rabus y a Agrit. Rabus viene por su propio pie, pero Agrit viene cargada por el vikingo porque está desmayada. Su mujer ha muerto en el incendio de la herrería, fruto de un accidente provocado por una de mis compañeras cuando intentaba ayudarla. No creo que necesite atención para heridas, necesitará ayuda psicológica.

Por otra parte, el sargento Omast Fur está en otra barricada, similar a esta, justo ante el ratrillo del barrio interior. Necesita urgentemente ayuda. Yo voy a ir a hacerle compañía, pero necesitaríamos que más gente nos acompañara.

Y, para terminar, mis compañeros están intentando retomar la torre sur digo, señalándola e intentando acallar esos tambores. También sería bueno si alguien puede quedarse en ella mientras nosotros seguimos nuestra misión.

Así que, los que querais matar pielesverdes de verdad, seguidme. Y, dicho esto, vuelvo a saltar la barricada, dispuesto a acudir en ayuda de mi sargento.

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Dagfinnr llegó por fin hasta Agrit. Ahora tocaba cargar con la consejera inconsciente. Miró alrededor. La luz era escasa, y el humo dificultaba aún más la visión. Hacia el norte atisbó el combate que había mencionado Piero. Hasta su posición llegó el choque de acero y los gritos de agonía y de muerte. Su corazón ansiaba estar allí.

En el otro lado, en dirección a las barricadas vio a Willbur. Hacia allí se dirigía, y le gritó: -Willbur. Avísales que ya voy, y llevo a Agrit Staginsdar la Consejera. ¡Qué salgan algunos a ayudarme! Nos necesitan en la torre.

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El hedor de los perros carbonizados le da hambre a Peludo pero sabe que no es momento de ponerse a comer, ni siquiera a su odiado enemigo natural. Sin pensarlo dos veces, el gato comienza a correr hacia la torre lo más rápido que puede mientras maúlla con todas sus fuerzas:

 - "¡MIAU! ¡MIAU!" (¡Dejen espacio! ¡Esos orcos son míos!)

Probablemente, cualquier persona que no entienda el idioma de los gatos, pensaría que es solo un gato maullando asustado... o hambriento, pero Peludo cree que quizás alguno de ellos aparte de Win podría entenderle. Si no es así, espera que el ciego traduzca para así coordinar un poco sus esfuerzos.

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El tabernero ha seguido los pasos de Dagfinnr hasta que éste da con la inconsciente consejera.

- "Yo te ayudo." - Dice ofreciéndose y ayudando a cargar con Agrit. No es un combatiente, ni parece muy convencido de aquello, pero parece creer fervientemente que el vikingo le llevará hasta una barricada segura.

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Aún aterrorizada, conmocionada por el gélido aliento de la muerte que todavía le erizaba los vellos de la nuca, sintió que poco a poco la fuerza regresaba a sus piernas y el sentido común a su mollera.

Torpemente la muchacha se puso en pie gracias a la ayuda de Garinya, y aunque no se encontraba recompuesta del todo, sabía que debía seguir siendo de ayuda. Por ello se dispuso a seguir combatiendo a pesar del dolor y las heridas, a pesar de que brevemente había pensado que por lo de la consejera, la muerte era lo único que se merecía. Pero no, no valía para ello. Su instinto de supervivencia era demasiado intenso. Quería vivir. Quería hacerlo por muchísimo tiempo. Quería demostrarle a su madre que no era lo que decía que era.

No pronunció palabra alguna pero en su mirada mostró un reflejo de gratitud hacia Garinya tan pronto se vio en pie y sintió que perdía fuerza el agarre de la mano que la había ayudado.

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Win corrió hacia el ruido de los tambores. Si bien su vista le había abandonado hace tiempo su sexto sentido le hizo poder esquivar cascotes, derrumbamientos o cuerpos caídos mientras era capaz de correr. No obstante... no sabía hacia donde corría. Su intuición se reducía a un radio no muy grande. Más allá era oscuridad total en su reducido mundo. A excepción de un elemento: el sonido. El sonido era una manera de aportarle cierta orientación más allá de su pequeña área de percepción. A más claro, mayor capacidad de visualizar el entorno más lejano. Y por Iomedae que ese condenado tambor era condenadamente perfecto para darle una imagen de Trunau, como nunca antes había visto.

Sintió el retumbar saliendo de un alto y percibió el ruido multiplicarse por todas partes, al chocar y rebotar en numerosas estructuras y edificios, reverberando y haciendo ecos. Cuando tenía vista, sin duda hubiera sido incapaz de diferenciar cual sería el origen del sonido. Ahora, con una capacidad auditiva más desarrollada y sutil, era capaz de discernir el sonido original y los sonidos rebotados, más débiles e imprecisos. Y cómo estos últimos le daban una imagen de los lugares y estructuras que devolvían el sonido, amplificando su oscuro mundo.

Sintió también cómo Peludo se adelantaba a él y los demás, llegando frente al primer grupo que ya lidiaba contra los orcos de la torre. Escandaloso él, exigió que la gente se apartara para que él pudiera encargarse de lo orcos. ¿Cómo? Eso solo el gato lo sabría, aunque intuía que con las habilidades sobrenaturales del canijo y pidiendo a la gente que se apartara... solo podía significar que pretendía hacer un efecto de área.

No obstante Peludo no era consciente de si sus compañeros se podían permitir moverse y cambiar de posición. Hacían tapón contra los orcos y si se apartaban... estos saldrían en tromba. No era tan sencillo. Aun así avisó al resto.

- ¡Cuidado! ¡Peludo pretende lanzar un efecto de área! - exclamo a los de la torre. Era absurdo ponerse a explicar a estas alturas cómo era posible que un gato hiciera nada parecido. Ya habían sido testigos que la pequeña bola de pelos era de todo menos un gato ordinario.

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Tenían que sacar de allí a esos malditos orcos, o enfrentarse a un lento y agotador combate que seguramente llevaría una cantidad de tiempo con la que, simplemente, no contaban. Él ya había dado el aviso, y en cuanto pudo, se preparó para usar sus poderes... Sin embargo, esa Ekaterina tumbada y derribada era un objetivo fácil y jugoso, lo que le llevó a intentar comprarle algo de tiempo. Murmuró algo por lo bajo e hizo unos gestos señalando al primer orco, que de repente quedó como atolondrado y con aspecto aún más estúpido.