Partida Rol por web

PUEBLO DE TRUNAU: BARRIO INTERIOR.

AÑO: 4715 RA.

ESTACIÓN: INICIO DE LA PRIMAVERA.

MES: FARASTO.

DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MÁS DE MEDIA HORA DESPUÉS DEL OCASO.

Win tenía bien clara la situación. Desde su punto de no-vista, claro. Escombros y cadáveres por doquier, aparte de humo y oscuridad que impedían la visión, aunque eso último a él bien poco le importaba. Lo que quedaba claro es que la maniobrabilidad en aquella zona era nefasta para ellos. Y para los orcos también, claro.

- Deberíamos mantener la posición. Dejar que se acerquen y hagan el trabajo duro, que es el de moverse. Mientras tanto, los que puedan, que los acribillen en el proceso y así que cuando lleguen, si llegan, estarán heridos. Y seremos nosotros los que demos el primer golpe - opinó el ciego.

- Por Trunau - secundó con gesto feroz.

Entonces sintió la presencia alejada de Peludo, avanzando de manera insensata hacia los pieles verdes.

- ¡Peludo, vuelve! - exclamó, no sabiendo qué pretendía el gato marchando en solitario.

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Haluk podía sentir el calor que desprendía el incendio de aquella casa a punto de venirse abajo. El hobgoblin se tapó la boca con el antebrazo mientras avanzaba entre el humo originado por el fuego que quemaba sin tregua la madera de la edificación.

<< Dónde estará… >>

Sus pensamientos iban tan rápido como sus ojos para vislumbrar en la oscuridad alguna figura con vida, se fijó en un cadáver que no llegó a reconocer, pero pudo deducir que era una de las habitantes de Trunau que debían de salvar, pero ya era demasiado tarde. Sus ojos se toparon con sus compañeros: Garinya, Dagfinnr y Dragos.

El cruzado de Asmodeus ayudó a sus compañeros a sacar a la única superviviente que se encontraron - ¡Tenemos que darnos prisa! ¡La edificación se derrumbará! – allí apremió para que fueran más rápido mientras se protegía del fuego, vigilando no derrumbar ningún pilar que mantenía estable el piso de arriba, aunque faltaba un escaso minuto para que todo se viniera abajo.

Finalmente lograron salir del edificio y a toda prisa el hobgoblin intentó llegar hacia la zona de la vanguardia del grupo, por fin podía estar al frente en el combate contra los orcos.

- “Por fin… ¿Estáis todos bien?” – observó los cadáveres de los orcos y allí que se aseguraba que no se volvieran a levantar, golpeando con la maza la cabeza.

- “Hay que eliminarlos a todos.” – se puso en guardia.

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Cuando Win invocó el poder de Iomedae sobre todos ellos, no pudo evitar sentir un escalofrío que le recorría todo el cuerpo conforme aquella bendición le afectaba. No le hizo nada malo, pero aquella energía no terminaba de encajar, por decirlo de algún modo, con su propia naturaleza. Era una sensación extraña e indescriptible, pero no había tiempo para darle más importancia de la que tenía. Primero se derrumbó la casa, dejando claro que habían ido más que justos en aquel rescate. 

Después, estaban sus compañeros, de los que no estaba tan cerca como le gustaría, o como podría ser útil, portando aquella antorcha. Así que se acercó de nuevo a segunda fila, intentando ser consciente de qué diablos ocurría y como podía ayudar. 

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Echar un vistazo más allá solo le había servido para darse cuenta de que orcos y más orcos se iban a cercando a su posición. Estuvo tentado de preguntar acerca de qué sería lo más oportuno a hacer, pero decidió que eso solo sería perder tiempo y obligaría a otros a pensar y tomar decisiones que él ya tenía tomadas de antemano y para las que solo pedía permiso como mucho.

Así que tomó aire, avanzó una escasa distancia que le llevó a ponerse junto al pozo y arrojó un hechizo de grasa sobre la zona de terreno que pensó sería aquella que los orcos pisarían mayoritariamente. No impediría su avance, pero sí lo ralentizaría y con algo de suerte sería una ventaja y una ayuda de cara a la confrontación.

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Dagfinnr sacó su espada del cadáver del orco que yacía en el suelo. Ya estaba muerto pero no estaba de más asegurarse. Vio llegar a Haluk, y dio un paso al frente hacia los orcos. El grupo estaba en formación cerrada, salvo Momo y Peludo pero no podía acercarse ahora. Era mejor esperar y que los arqueros continuasen causando bajas entre las filas enemigas.

-Es mejor que corran ellos que nosotros, opinó y su mano se aferraba con fuerza a la empuñadura de la espada de Iomedae.

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Observo como los orcos se lanzan al combate, avanzando directamente hacia momo y Haluk. No, no permitiré que dañen a ninguno. Dos parecen realmente heridos, así que apunto y disparo dos flechas con una rapidez asombrosa que vuelan, sobrevolando a mis dos pequeños compañeros.

No sé si serán suficiente para acabar con ellos, pero espero que si... necesito que sean suficientes. Miro al resto, igual sería mejor recular. Parece que se está reuniendo un grupo demasiado numeroso. Pero yo no voy a decirlo, no. Lucharemos, lucharemos hasta el final. No nos rendiremos.

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Win creyó poder convencer a sus compañeros de lo preferible que era esperar a que ellos vinieran a tener que entrar en su mismo juego. Al parecer hubo un número sensible que no lo entendió así, corriendo estos contra los orcos y haciéndoles la vida un poquito más fácil a los atacantes. El ciego suspiró y sintió una colleja en su nuca. Una imaginaria. Una de las que Trulin, su mentor, le propinaba cada vez que el muchacho duro de mollera se empecinaba en emplear primero el músculo y luego la cabeza. Desafortunadamente su amigo ya no estaba y él no era quien para empezar a propinar collejas. Ni el momento el adecuado.

Inspiró profundamente y exhaló por la boca apretando con sus manos el mango de su mandoble a la que avanzó a por el enemigo. Ya no tenía sentido esperarlos y propinar el primer golpe ni dejar a los irreflexivos compañeros solos ante el peligro.

Por Iomedae. Por Trunau. Por Trulin, se dijo a la que entraba al cuerpo a cuerpo con los pieles verdes. Sintió repentinamente un tajazo en su costado no herido y su boca se llenó de sangre. Entonces sintió una zarpita rascar su espalda y se sintió algo mejor. Gracias, Shelyn, agradeció. Volvió a avanzar, rodeándose de enemigos y clamando el nombre de su señora momentos antes de enarbolar su arma y tratar de cercenar todas las cabezas orcas que pudo.

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Los orcos empiezan a reunirse a nuestro alrededor. Más y más se unen, más y más nos atacan. Pero no retrocederé, no mostraré piedad, no les daré lo que ellos no nos han dado. Lamentarán el día en que atacaron trunau.

El disparo por el estrecho hueco que dejan mis compañeros es difícil, pero aún así sonrío cuando uno de los orcos lanza su último grito cayendo por mis flechas. Pero nuevos orcos se unen a los que nos atacan. Observo que Piero está en problemas, y quien mejor podría auxiliarle es el jabalí de Garinya, Trog. Entre los dos están con tres enemigos, que pueden destrozarles. Así pues, lanzo dos nuevas flechas contra el orco que ataca a Trog, en la confianza de que su pequeño tamaño no me afectará a la hora del disparo.

Observo a mis compañeros. Ánimo, chicos y chicas, devolvámoslos al sucio pozo de mierda del que salieron. Y si este marca el final de alguno, que sea lo más memorable posible.

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Los apestosos orcos brotaban de todos los lados como ratas a por restos de comida. Eran muchos sucios, feos y ruidosos todo lo opuesto a lo que la diosa Shelyn defendía. Dispuesto a ayudar a sus compañeros Ertiznao se aprestó a curar al buen Win que bastante tenía con ser ciego como para además estar apaleado. 

Sus pequeñas garras brillaron y desaparecieron algunas heridas del costado del hombre. No tantas como le hubiera gustado pero seguramente Shelyn consideraba que eran suficientes. El goblin levantó su cabeza para comprobar la situación y para su sorpresa persiguiendo al ciego se había plantado demasiado cerca de los orcos. Su boca se abrió de par en par mostrando una expresión de pánico. De cerca parecían más grandes y fieros que desde lejos. Craso error acercarse tanto.

—¡Chentiréich el poder de Chelyn apechtochoch!

Bramó el goblin haciendo acopio de su escaso valor mientras ladeaba su gran cabeza buscando un lugar seguro al que poder retroceder para no exponerse durante el combate.

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Los orcos se alertan de la presencia del grupo y pronto comienza un nuevo ataque, mucho más feroz que el anterior. Peludo sabia que sucedería, por eso continúa moviéndose a pesar de que Win le llama la atención y le dice que regrese. Confía en su tamaño y su capacidad innata para pasar desapercibido, creyendo que puede tomarles desde la retaguardia.

"Así será mucho más fácil conseguir la victoria."

Pero entonces se da cuenta que lo orcos se dirigen a unas personas que no parecen estar preocupadas. Sus sospechas se confirman cuando, a pesar de haber iniciado el combate, algunos de los orco se acercan a esos humanos y conversan como si fuesen aliados.

El gato sabe que ellos llegarán a apoyar a los orcos, lo que pondrá aun más en problemas al grupo. Peludo decide entonces continuar con su plan mas no para atacar a los orcos por la retaguardia, sino para interrumpir su línea de refuerzos. Sabe que es peligroso y se expondrá a un gran peligro, pero todos lo están haciendo y eso significa ser compañeros.

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Al final había acabado desistiendo ante el irregular y poco ordenado desplazamiento de sus compañeros que parecían obsesionados con pelear de forma caótica en vez de respetar la formación de Piero. Suspiró resignado ante aquellos guerreros que lo que querían era brillar en el parnaso de los héroes y se dispuso a usar su ballesta.

Sería muy extraño que llegara a matar a alguno de los orcos, pero intentaría ser tan molesto como un avispón.

-Bzzzz, bzzzzz -susurró para sí con una risita mientras uno de sus dardos salía disparado y se clavaba en la carne de uno de los orcos.

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El número de orcos era realmente abrumador, pareciendo casi una marea inacabable a la que debían hacer frente como buenamente pudieran. Por desgracia, para Dragos eso era especialmente difícil. Sin ningún arma, lo único en lo que podía confiar era en las pocas capacidades con las que contaba, algo que no duraría demasiado ni sería especialmente determinante. Pero menos daba una piedra. 

Centrando su atención en uno de los orcos heridos, hizo algunos gestos rápidos con la mano libre, mientras murmuraba algo ininteligible, y de sus dedos surgió un dardo de brillante energía que impactó al ser, aunque con muy poca fuerza. El albino no pudo más que torcer el gesto ante aquello, y empezó a buscar algún arma entre los fallecidos que pudiera usar. Por si las cosas se ponían tan feas como parecía que se iban a poner. 

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Haluk pudo ver como los orcos corrían hacia ellos, el hobgoblin avanzó junto a sus compañeros. A  su lado izquierdo estaba el vikingo Dagfinnr y a su izquierda Piero avanzaba. El cruzado de Asmodeus calculó la distancia para darle un mazazo al orco que tenía delante, el golpe hizo tambalearse a su enemigo, pero el contrincante se recompuso con una ferocidad digna de un guerrero caótico.

Sintió en su ser una corriente de energía, dejó escapar un gruñido ya que fue como un pequeño repelús. La bendición de una diosa impactó de lleno en el hobgoblin otorgándole una voluntad férrea de continuar con la lucha.

<< Toda ventaja vale para ganar un combate, me aprovecharé de su fuerza para acabar con ellos en nombre de Asmodeus >>

- "Maldito ser, voy a eliminar todo ese caos que desprendes a golpe de maza" – dijo el seguidor de Asmodeus.

Pudo ver en su campo de visión como otros orcos se acercaban a su posición.

- “¡NO NOS TIENEN QUE RODEAR! ¡HAY QUE MANTENER POSICIÓN!” – gritó el hobgoblin viendo como a su diestra se avecinaban dos seres más, allí pudo ver a Trog el animal de Garinya. Pudo ver como el jabalí se posicionó con firmeza para hacer frente a dos orcos mientras Piero se encontraba algo más avanzado.

- “¡LA LEY DEL INFRAMUNDO CAERÁ SOBRE VOSOTROS MALDITA ESCORIA!” –

El cruzado volvió a lanzarse a por el orco con gran determinación – “¡POR ASMODEUS!” –

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El combate había comenzado, y los primeros ataques de Dagfinnr dejaban mucho que desear. Por suerte no luchaba solo, y la marea orca estaba siendo hostigada. El vikingo dio un paso al frente y atacó al siguiente enemigo que llegaba, y esta vez pudo sentir cómo su espada impactó con fuerza. -¡VAMOS! ¡AGUANTAD!

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Piero está en problemas, en muy serios problemas. Lo sé, lo presiento. Lanzándome de inmediato hacia delante, corriendo como alma que lleva el diablo, paso junto a Momo y Dracos, hasta situarme junto al vikingo. Entonces mi arco dispara su lluvia de muerte sobre los orcos que acosan al anciano y sabio granjero, deseando que sea suficiente, que llegue a tiempo. Con Win no conseguí llegar a tiempo... no quiero que eso vuelva a pasar. Por favor...

Malditos orcos, maldito dios que los creo y no los extermina, y maldita sea todo. Morirán, todos ellos. ¡Morirán! ¡¡POR TRUNAU!!

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Peludo avanza sigilosamente, tanto como le permite su tamaño y su naturaleza felina. Sus movimientos son gráciles y medidos, permitiendo que no sea detectable, sobre todo en medio del estruendo de esa batalla, donde los héroes luchan con feroces orcos.

Entonces, viendo a su presa, como si de unos ratones se tratasen, se queda completamente quieto. Les acecha, calmadamente y a la espera de que sea el momento preciso. No está pensando en nada más que en su naturaleza y en como atacar a un enemigo de la forma más efectiva.

Los enemigos son humanos y un semiorco, pero para Peludo podrían ser ratones, pues todo su instinto está avocado a la lucha y solo espera el momento de asestar el golpe. Ese momento llegará pronto.

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Tronquito empezaba a enfadarse y curiosamente no era con los orcos sino con sus propios compañeros que, sumidos en una aparente furia similar a la de los engendros, se lanzaban sin ton ni son contra ellos, interponiéndose en el camino de los demás. Por poco no había herido a Ekaterina, quien a todas luces parecía estar buscando la muerte. Y ahora, su ballesta casi colgaba a un costado, incapaz de usarla rodeado como estaba de una muchedumbre cuando hacía un par de segundos contaba con toda la libertad del mundo.

Y de pronto, en la lejanía, vio cómo Piero sufría un brutal ataque, hallándose solo y desprotegido, sin compañero alguno a su lado y rodeado de orcos. Aquel orco ya llevaba un dardo suyo clavado en su carne. Dudaba que pudiera conseguirlo nuevamente y desde aquella distancia.

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Su mente se veía aturdida por la potente droga. Sentía una fuerza animal que la empujaba a acechar a sus presas.  Agazapada tras el pozo los vio. Dos orcos caminando juntos, en fraternidad, como si para ellos fuera un pasatiempo todo aquello. ¿No querían fuego? Pues iban a tenerlo. Preparó una de sus bombas y la lanzó a pesar de que la distancia lo desaconsejaba. El pequeño vial impactó en uno de ellos prendiéndolo en llamas. El compañero, sorprendido por la explosión que lo cegaba, no pudo esquivar las llamas que comenzaban a comer su verdosa y apestosa carne.

No podía negar que estuviera disfrutando. Ahora sacaba la ballesta y disparaba a otro de los orcos tratando, dentro de lo posible, de mantener el espacio con sus atacantes que, enfurecidos, la había divisado y trataban de atacarla. Ekaterina llegó en su auxilio, aunque no con demasiada gracia. Algo le pasaba a aquella letal muchacha.

Carga y dispara. Carga y dispara.- Otro virote y otro orco herido. Pero no era suficiente. Llegaban como una marabunta y la pequeña ballesta no era suficiente.

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Desde el primer momento que varios compañeros decidieron no esperar el avance de los orcos y salieron a su encuentro el concepto de línea defensiva se había deshecho como mantequilla expuesta al fuego. Ahora todo aquello era una melee confusa donde el único objetivo era acabar con el enemigo cuanto antes y apoyar al compañero en la medida de lo posible en las circunstancias en las que estaban. Nada ordenado ni coordinado. Lo frecuente en un choque entre grupos armados.

Win blandió su arma en amplios giros frente a sus enemigos, destripando a un orco y dejando a otro casi en el mismo estado, bajando su guardia al tratar de agarrarse sus tripas que pretendían escapar, siendo inmediatamente decapitado por otro compañero. En un instante el frente orco parecía ceder con numerosos cuerpos de pieles verdes caídos. No debería ser algo bueno el alegrarse por la muerte ajena, pero el ciego se sentía a gusto degollando a la raza orca. Habían matado a sus mejores amigos iomedanos, le habían provocado la ceguera y pretendían arrasar el pueblo que le había dado acogida. Eran por tanto enemigos de Iomedae. No había nada malo en sentir satisfacción ante la derrota de los enemigos de su Señora y de todo lo que ella representaba: el honor, el orden y la justicia.

- ¡Iomedaeee! - exclamó mientras trataba de propagar el dogma de la Dama del Valor. Usando su mandoble.

Sintió los gruñidos de orcos un poco más adelante y el gemido de dolor de Piero. El excepcional campesino estaba en problemas, atenazado por varios enemigos, y el invidente no iba a dejarlo a su suerte. Avanzó hacia él y alzó su arma, dispuesto a decapitar al primer enemigo que hallara en su camino.

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Piero había desaparecido de la vista de casi todos, y atravesó con cuidado, entre el humo, la línea de los orcos, esperando poder localizar un tiro franco. Y, en efecto, lo hizo, disparando su ballesta de tal manera que uno de los orcos recibió un tiro en la barriga que, de ser otra raza menos fornida, hubiera acabado con su vida. Desgraciadamente, y a pesar del humo y la sorpresa que tal acción debía ocasionar, los orcos reaccionaron a una velocidad que el granjero anciano no hubiera podido prever. Dos de ellos, antes siquiera de darse cuenta, ya estaban encima.

Y no sólo eso. Un golpe afortunado de uno de esos seres le abrió un terrible surco a la altura del pecho, casi abriendole por la mitad. Piero notó como la boca se le llenaba de sangre y como una sensación de pesadez le invadía. En todo caso, caer ahora no era, sencillamente, posible. Miró a sus dos enemigos, con cierta desesperación. Sabía que estaba a punto de morir.