Partida Rol por web

PUEBLO DE TRUNAU: BARRIO INTERIOR.

AÑO: 4715 RA.

ESTACIÓN: INICIO DE LA PRIMAVERA.

MES: FARASTO.

DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MÁS DE MEDIA HORA DESPUÉS DEL OCASO.

Los gritos de ayuda, unidos a la salida de Ekaterina de la casa en llamas con una cara que prometía poco bueno, hicieron que el ghoran se dirigiera a su amiga.

-¿Sabes qué es lo que está pasando, Monique? -preguntó-. Ekaterina dijo que había alguien gritando dentro y la veo salir sola, con esa cara. Mmm, no pinta bien.

Fue entonces cuando Piero empezó a dar órdenes, tratando de acabar con su caótica disposición y buscar una formación que les ofreciera ventajas y no desventajas. Cierto que habían caído cuatro orcos, pero que habían muchos más también era cierto. Y los primeros heridos ya se veían entre ellos. No era conveniente dejarse llevar por la furia del momento o por el embriagador sonido de las trompetas de batalla. No, hacía falta serenarse.

-Monique, creo que lo mejor es que te pongas en el lateral. Tendrás más campo de visión. ¿Te parece?

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DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MÁS DE MEDIA HORA DESPUÉS DEL OCASO.

Corrió huyendo de la casa en llamas y de un sentimiento de culpabilidad con el que no sabía cómo lidiar, todo ello en busca de los que quería convertir en responsables de lo que acababa de pasar. Deseaba matarlos, deseaba acabar con sus vidas con la esperanza de olvidar y, si no era posible, al menos expiar parte de los que consideraba sus terribles pecados. Pero cuando llegó afuera, cuando embargaba por la rabia de lo que acababa de pasar vio que en las inmediaciones no quedaba ningún orco, se quedó inmóvil, quieta, apenas siendo capaz de mantenerse en pie y no caer de rodillas al suelo.

No escuchó a Piero cuando la preguntó y aún menos cuando dio las órdenes.  Blanca como una estatúa de cera aguardaba quieta a que el calor de las llamas que había por todas partes la derritiera, o a que su pecho, que subía y bajaba con violencia, terminara por fin de estallarle acabando con todos sus problemas.

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Apenas había terminado de hablar con Monique cuando Ekaterina se quedó quieta como una estatua de mármol, igualmente blanca e igualmente inmóvil, a escasos pasos de ellos. Tronquito miró preocupado a la muchacha primero y después a la gnomo.

-No está bien, nada bien -dijo muy consciente de que fuera lo que fuera lo ocurrido en la casa en llamas, había afectado profundamente a Ekaterina. Se acercó a ella, sintiendo cómo su pecho subía y bajaba violentamente, fruto de su agitación-. Ekaterina. ¡Ekaterina! -la llamó-. ¿Qué te pasa? -Estuvo tentando de abofetearla, tratando de sacarla de su ensimismamiento, pero se abstuvo de ello. En su agitación, podía reaccionar de cualquier modo. En su lugar, puso una mano sobre uno de sus antebrazos-. ¿Qué te pasa? -Insistió preocupado.

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Los ojos de Haluk observaron a los orcos combatir con sus compañeros, su paso era lento y avanzaba poco a poco para no ser visto mientras se iba encaminando hacia la casa en llamas. Pero su atención estaba puesta en esas criaturas, esas criaturas que hacían hervir su sangre y que el bombeo de su corazón fuera cada vez más rápido. La rabia invadía a todo el Hobgoblin, si Piero hubiera sido otro tipo de persona que no le hubiera dado confianza a Haluk, hubiera ignorado su orden para cargar con todo hacia los orcos.

<< Céntrate… ignóralos por ahora, dales tiempo y la justicia de Asmodeus caerá en ellos a golpe  de maza >>

Allí iba pensando e intentando auto convencerse, el camino era muy lento, parecía que no iba a llegar nunca. En ese momento dejó de caminar en sigilo, sus movimientos fueron más bruscos y el ruido de su armadura fue sonando a cada paso que daba de una forma más sonora.

“Glonk, glonk, glonk…”

El paso lento se convirtió en trote y poco a poco en carrera para darse prisa para llegar a la casa en llamas.

<< Sacar a los que están vivos… así podré matar a los orcos. Si es complicado sacar a los supervivientes los mato y no habrá que sacar a nadie, de esa manera podré llegar antes contra los orcos y terminar con ellos. Sí, eso podría servir… >>

Su mente iba divagando diferentes opciones con el objetivo de asistir a la lucha contra los orcos lo antes posible.

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Inmóvil, ausente, la muchacha no respondió a las palabras y apenas reaccionó cuando sintió que la tocaban. No le apetecía hablar nada. No quería ver a nadie, y a pesar de ello, en aquel caos, estaba rodeada. No podía escapar, no podía huir. No podía hacer nada...

Giró la cabeza con lentitud en un esfuerzo que le resultó sobrehumano y halló la mano que la sujetaba. Luego, con desgana, alzó la vista ascendiendo por un brazo que desembocó en un hombro que tuvo que escalar junto a un cuello hasta toparse con un rostro. 

- Nada... Yo... Nada... No pasa nada... Nada...

La iban a sacar de la casa. La iban a sacar de la casa y seguiría gritando. Gritaría y gritaría y no había lugar donde no pudiera escucharla. Todo el mundo lo oiría, todo el mundo escucharía lo que la llamaba. Todo el mundo sabría lo que era.

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Se sucedieron los ataques, los tajos y acertadas flechas. Pronto los incursores orcos y algún otro curioso yacían en el suelo. Solo se escuchaban los gritos lejanos de guerra, sin duda probables orcos que no tardarían demasiado en aparecer, el ruido del crepitar de las llamas y los gritos histéricos de una mujer, imposibles de no oír, en el interior de la casa, acusando a alguien de asesinato. A otra mujer, al parecer.

Win recitó una plegaria a su diosa y se tocó el costado herido y sangrante, sintiendo una leve mejoría, y siguiendo las indicaciones de Piero mantuvo la posición adelantada de vanguardia, mientras ordenaba a un regimiento de personas que se introdujeran en la casa de donde surgían los gritos desgarrados para que sacaran a los que allí estuvieran. Una de las órdenes de Piero hizo que el ciego enarcara una ceja y giró su rostro hacia un lado, encarando a una figura recién llegada que caminaba errática cerca de su posición. Era Ekaterina. Había sido la primera que, con premura, entrara en la casa ardiendo para ayudar a la gente en su interior. Por tanto la hacía dentro... y repentinamente estaba ahí, propuesta para que junto a él frenaran posibles ataques de los pieles verdes.

La escuchó jadear, respirando pesadamente, no por cansancio sino por pura ansiedad. Las repentinas preguntas de Tronquito a esta evidenciaron que algo le pasaba y los plañidos histéricos del interior de la casa, de donde debía haber salido la camarera hace un instante, crearon una tensión fatalista. La respuesta dubitativa, entrecortada, azorada y desorientada de la compañera hizo que el iomedano apretara los labios unos instantes, intuyendo que algo había salido muy mal. Dio un par de pasos hacia ella y el hombre-árbol, aunque sin dejar de orientarse hacia el Oeste, por donde podían venir nuevos orcos.

- Ekaterina, te necesito al frente, conmigo - la invitó con voz suave y calmada, apenas audible para la interpelada y el arbóreo junto a ella -. Va a hacer falta destripar orcos. Céntrate en eso y en nada más - sentenció el servidor de la Dama del Valor.

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Los orcos terminan de caer ante el ataque de los héroes mientras Peludo se preparaba para atacar a alguno de ellos que permaneciese con vida. Por suerte para todos, menos para los pieles verdes, el grupo ha demostrado una gran eficiencia en combate, lo que le da un rápido final a la lucha. El gato suspira, aliviado de que la amenaza inmediata ha pasado, aunque es capaz de percibir un número mucho mayor de enemigos a lo lejos. Incluso, ve como Tronquito lanza un virote que acaba con uno de ellos a lo lejos, lo que significa un enemigo menos en el futuro mas también el peligro de que les hayan detectado ya.

"Espero que no sea así. Todos están entrando en la casa y no seremos suficientes para detener un ataque si son muchos."

El felino se queda atento, esperando mientras Win sana sus propias heridas, las que por suerte no son demasiadas. Ambos están en primera fila si llega a darse el combate. Sabe que no debe subestimar al enemigo y no planea hacerlo, pues tiene las esperanzas, por lejanas que sean, de sobrevivir para ver un nuevo amanecer, no sabe si venciendo a los atacantes, pero por lo menos, salvado su pellejo y el de sus amigos.

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Era evidente que Ekaterina no decía la verdad y que fuera lo fuera que estaba pasando prefería ocultarlo, algo que sin duda no le harí aningún bien, visto su actual estado. La intervención de Win, exigiendo que la muchacha, afectada por lo que fuera que había ocurrido dentro de la casa, se centrara en destripar orcos no le pareció especialmente oportuna, pero prefirió callar.

Regresó a la posición esperada y marcada por Piero y aguardó paciente, mirando alrededor.

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Dragos entró en la casa con intención de ayudar, encontrándose con un edificio que no aguantaría mucho más, un calor que empezaba a ser asfixiante, un cadáver en proceso de chamuscarse y una histérica que un salvaje intentaba sacar a rastras, así como una gallina antropomorfa y un "enano" verde, en ese orden. Bueno, quizás el apelativo salvaje era demasiado malo para definir a Dagfinnr, pero lo cierto es que el fuego y la ruina alrededor no ayudaban a desdibujar esa imagen. Y siendo justos, ni Garinya era una gallina, ni Haluk un enano. Pero la estampa en general era, como poco, curiosa. 

El caso es que había que sacar a la mujer de allí, estuviera lo nerviosa que estuviera, y no había tiempo para mucho más. Cuando empezó a tirar, le quedó claro que su ayuda iba a ser de todo, menos ayuda, como ya sospechaba. Con un poco de suerte, el fuerte guerrero esta vez le echaría más ganas. De no ser así, no tardarían en unirse a la muerta. 

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- E-estara uhm a-asustada.- Contestó a Tronquito. Era razonable. La muchacha era joven y , aunque tenía afiladas garras, podía comprenderse que todo aquello la superara. Momo misma tenía problemas para controlar el miedo que los orcos la provocaban. 

Siguiendo las órdenes de Piero se fue hacia un lateral, viendo que podía ocultarse tras un pozo. Lo que vio allí le hizo torcer el gesto en un desagradable rictus. Hizo un gesto a los demás para que supieran que había más orcos saqueando casas cercanas  por el oeste y  unos matones, presumiblemente de Freetown, en el bar de mala muerte conocido como Campo de Muerte, de Rabus Clarenston, el destilador local.

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Conforme una parte del grupo se esforzaba en sacar a una mujer histérica de la casa otra parte comenzó a crear una línea defensiva. Win se movió hacia el jabalí de Garinya taponando un hueco en la formación... a costa de crear otro en teoría no tan urgente. De todos modos también ese podía ser cubierto. Con ayuda.

Observó al pequeño goblin encogido, casi a sus pies, practicando el subterfugio... frente a la primera línea de vanguardia. El ciego carraspeó llamando su atención.

- Un placer saber que el seguidor de Shelyn se une al combate. Ertiznao, quizás quieras ponerte junto entre Will y yo. Es menos expuesto que donde tú estás, créeme - le invitó con media sonrisa mientras apoyó la punta de su mandoble en el suelo, aferrando con sus manos cada lado de la guarda, esperando pacientemente un nuevo movimiento de los orcos o alguna indicación de Piero.

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¿Para eso era para lo que servía, para destripar orcos? ¿Esa era su única habilidad y función? ¿Por eso no solo había sido incapaz de ayudar a aquella mujer sino que había sido causa de su muerte? Quizá esa era la razón por la que había fallado, por intentar hacer cosas para las que no servía, por no dedicarse exclusivamente a aquello para lo que tenía sus garras. Pero, ¿de verdad solo valía para eso?

Ekaterina cabeceó haciendo ver al ciego que le había entendido.

Esperaba que no fuera así. Esperaba no ser más hija de su madre que lo estrictamente necesario. Su único consuelo, si es que servía como tal, era pensar que la semiorca ya estaba muriendo, que viendo lo que había tardado en llegar la ayuda de sus compañeros, su final hubiera sido el mismo que si ella no hubiera intervenido. Que había fracaso estrepitosamente intentando ayudar. Que su intención no había sido hacer daño aunque pronto todos sabrían cuál había sido el final.

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Era invisible como una sombra en la noche, rápido como una gacela y letal como una pantera. O al menos así se sentía el pequeño goblin mientras se movía por el entorno de combate con mucho cuidado de no llamar la atención de ninguno de sus enemigos. Cuando consiguió reunirse con el resto del grupo, el goblin asintió a las palabras de Will el ciego y dispuesto a cooperar con el equipo se movió para adoptar una nueva posición.

En su afán de ayudar y contentar a la diosa Shelyn, se decidió a revelar algunas de sus capacidades para que el grupo supiera de ellas y las demandaran en caso de necesidad. Por eso mismo entre susurros dijo.

—Puedo chanar heridach. ¿Cómo echtáich?

A pesar de su pregunta echó un vistazo al grupo y trató de evaluar él mismo los daños que habían recibido sus compañeros para echarles una mano divina.

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Observo al pequeño hombre que está a mi lado. Yo de momento no estoy tan mal digo, aunque el corte del orco me duele horrores. Entonces fijo mi mirada en la lejanía. Dos orcos parecen asomar por detrás de un a casa medio derruida.

Ni lo pienso, solo actuo. Dos flechas vuelan a mi mano, con una rapidez impresionante, y las disparo contra el orco. Un nuevo orco asoma también. Nada más salir las flechas, me doy cuenta de que no ha sido ni mucho menos mi mejor disparo, ha sido apresurado y desviado. Mierda...

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La espera es tensa, pues mientras varios de los héroes están al interior de una casa en llamas que parece no tardar mucho en derrumbarse, Peludo y el resto aguardan en el exterior, dispuestos a plantar defensa ante unos orcos que parecen acercarse aunque no de forma demasiado activa.

El gato está en primera fila, sin saber realmente qué hacer pues los orcos parecen ser muchos y eso no puede terminar bien, mientras que la mitad del equipo parece estarse quemando al interior de la casa de la herrera.

"¡Apúrense en salir!"

La paciencia nunca ha sido el fuerte de lo gatos, probablemente porque viven muchas décadas menos que los humanos y en su instinto está el aprovechar más ese tiempo.

De pronto, comienzan a salir y llevan a rastras a la consejera Agrit, que se desmaya al salir. Peludo no entiende qué es lo que ocurre, aunque solo espera que todo salga bien. Piensa que deben llevarla a la barricada rápidamente para que la atiendan y esté a salvo mientras ellos protegen esta posición.

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Win sintió la presencia de Ekaterina a su lado. La línea de defensa se iba conformando y gritos, risotadas y gruñidos orcos se oían cerca. El joven lateralizó su cuello a ambas lados, con dos chasquidos vertebrales, para destensarse. Parecía evidente que pronto iban a tener un ataque en masa e iban a necesitar estar más preparados que nunca.

El ciego se llevó la mano al cuello, aferrando un cordel en torno a él, y sacó un símbolo de madera arcaico en forma de espada. El símbolo de su deidad. Lo enarboló en alto y pidió ayuda a Iomedae para él y el resto de compañeros en los momentos difíciles que iban a tener que afrontar.

- Dama del Valor, Iomedae, Espada brillante. Te pido ayuda en estos momentos de necesidad, oscuridad y desesperación. Concédenos la fuerza necesaria para combatir la maldad de los fuertes, proteger a los débiles y cumplir tu voluntad - oró mientras un estallido de luz envolvió a todos los compañeros presentes, recibiendo la bendición de Iomedae.

Ante la proposición del pequeño goblin sobre sanación el invidente calló durante unos instantes. Al no escuchar peticiones el iomedano se llevó la mano a su costado herido y luego se la mostró ensangrentada a Ertiznao.

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Nada más salir de la casa en llamas con la consejera, Dagfinnr estaba algo desorientado. Creyó ver a orcos que habían alcanzado a Piero. No dudó ni un instante y se movió para unirse a la lucha. -¡POR TRUNAU!, gritó. No fue hasta llegar a la posición cuando se percató de que ya estaban muerto, y aún así los golpeó con furia.

Confundido, miró alrededor. Entre el humo y los escombros, vio un poco más lejos a muchos más enemigos. -Aquellos parecen estar aún con vida. Tenemos que mantenernos juntos, insistió mientrase se preparaba para luchar.

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Momo seguía absorta, escondida tras el pozo, vigilando a los matones que celebraban tan tranquilos la muerte y destrucción que sembraban los orcos en su amado Trunau. La ira se apoderó de ella, aunque no se movió lo más mínimo. Sus ojos se percataron de que el cuerpo inerte del miliciano sostenía en su mano una de las botellitas que su padre hacía para la milicia. 

Nos será más útil a nosotros ahora.-Pensó en no irse de allí sin recuperar el objeto.

No entendía por qué tardaban tanto sus compañeros en avanzar y no tardó mucho en averiguarlo. El estruendo de la casa derrumbándose le obligó a mirar atrás y ver a la Consejera que parecía haber sido sacada a rastras justo a tiempo de lo que ya sólo eran escombros ardientes. Al volver a centrarse en lo importante vio que ya tenían a los orcos muy cerca y no eran pocos. ¿Qué demonios hacía allí su marido, es decir, Peludo, el gato de Win? Iban a masacrarlo. Sacó una botellita de su cinturón de pociones y se bebió el contenido de un trago. Casi al instante sus orejas se hicieron más puntiagudas aún, sus ojos adquirieron la forma de los de un felino, y el cuerpo pareció encorvarse como el de un gato a punto de saltar sobre su presa. La sensación era algo brutal. Era como si la electricidad recorriera su cuerpo en una mezcla de dolor y placer salvaje. Todos su cuerpo estaba en tensión, preparado para actuar.

- ¡Por Tttttrunauuuu!-Repitió como un eco desvirtuado ante el grito del vikingo.

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Incomprensiblemente para mí, fallo ambos disparos. Chasqueo la lengua, disgustado por este hecho. Veo como los orcos ahora son plenamente visibles, demasiado cerca del gato de Win y de Momo. Esos dos deberían retroceder.

Observo a mi enemigo, al más odiado de los seres por mí. Los orcos no son lo único que en este tiempo ha atacado Trunau, pero siempre he sentido un odio especial, una ira ciega, una rabia incontrolable hacia esos seres. Y ahora los tengo delante mío, matando, destruyendo el pueblo que tanto tiempo costó mantener y que tanto hemos conseguido aguantar. No, no lo dejaré. Nunca me rendiré.

Por trunau repito, no muy fuerte, pues me estoy concentrando para lanzar dos nuevas flechas hacia mi objetivo. Esta vez no puedo fallar, no dos veces seguidas.