Partida Rol por web

PUEBLO DE TRUNAU: BARRIO INTERIOR.

AÑO: 4715 RA.

ESTACIÓN: INICIO DE LA PRIMAVERA.

MES: FARASTO.

DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MÁS DE MEDIA HORA DESPUÉS DEL OCASO.

Conseguí salvar a Piero. Entre yo y Dagfnirr lo conseguimos. Eso es bueno, no me hubiera gustado que le hubiera pasado nada. Por otra parte, el combate se va clarificando. Apenas quedan tres orcos agonizantes.

Entonces abro desmesuradamente los ojos. ¡Una semiorco y dos humanos luchando con los orcos! ¡¡¡MALDITOS BASTARDOS HIJOS DE PUTA ORCA!!! les grito, totalmente enfurecido. Cargo mi arco, disparando dos nuevas flechas (que tacto más raro tienen, parece que estuvieran un tanto más frías que de costumbre) mientras doy un paso hacia atrás.

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DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

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Los enemigos que parecían estar bebiendo tranquilamente, se acercan al grupo, preparados para la batalla pro Peludo les está esperando. Sin dudarlo un momento y esperando el momento apropiado, se acerca directamente a ellos, esperando el momento en que pueda incluir a varios en las llamas y se concentra:

"Este es el momento para cuidar a mis amigos."

El gato abre la boca y de ella sale un gran cono de llamas que surcan el espacio, quemando todo a su paso, incluyendo la piel de los enemigos y esperando causar suficiente caos como para que no sean una amenaza para sus aliados hasta que los orcos sean derrotados.

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Resignado a no poder disparar su ballesta y viendo cómo a su alrededor caían los orcos a manos de combatientes más eficaces y poderosos, la mirada de Tronquito se detuvo en otros detalles y así pudo ver cómo Garinya sangraba de varias heridas. Nada que semejara ser especialmente grave pero cuya atención tampoco podía demorarse. En un abrir de ojos, cualquiera de aquellos engendros podía revolverse y asestar un terrible golpe que conviritiera una herida leve en algo fatal.

Por ello, puso una mano sobre el cuerpo de la strix y extendió con premura y sobre la herida la sustancia blanquecina que se había formado de forma inmediata en su palma. Con satisfacción pudo ver cómo esta se cerraba, si bien necesitaría más atenciones para sanar completamente.

Los gritos del arquero, que parecía estar poseído, hicieron que dirigiera su mirada más allá viendo cómo se acercaban algunos humanos. Que tal hecho hubiera provocado la ira de Wilbur podía entenderlo en parte, pero no aquella especie de rabia descontrolada como si fuera la primera vez que viera algo así. Ya en el templo habían tenido constancia de la colaboración entre humanos y orcos y en las calles de Trunau, Monique había sido atacada por dos de ellos.

Aunque tampoco es que hubiera mucho tiempo para andar reflexionando.

-Tronquito, céntrate -se dijo a sí mismo, al tiempo que cargaba su ballesta y disparaba. Esperaba que la varita de curación estuviera en la mochila. Intuía que iba a tener que usarla en breve.

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La cosa iba mal, o al menos no tan bien como debería. Aquellos orcos no parecían tener final, y por si fuera poco, por allí se acercaban un par de humanos con mala pinta y una semiorca, además de esos condenados tambores que no paraban de sonar. Todos atacaban con todo lo que tenían, pero simplemente no era suficiente. Aunque si había alguien que estaba desencadenando una cantidad de ataques impresionante era aquel arquero... Sí, quizás ese sería un mejor modo de ayudar. 

Se acercó con calma hasta él y tocó su carcaj, infundiendo parte de las energías que poseía a aquella munición. Con un poco de suerte, aquel refuerzo marcaría la diferencia y haría que aquellos asaltantes cayeran más rápido. Entonces reparó, más adelante, en como una llamarada acababa de surgir... Del gato. 

-¿Pero qué ha hecho?

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La maza de Haluk dibujó un semicírculo en el aire, impactando de pleno contra la cabeza del orco que terminó convertida en una nubecilla de carne, sesos y huesos pulverizados. El arma del cruzado continuó dibujando el movimiento del potente golpe.

El seguidor de Asmodeus frenó el golpe para observar su alrededor, sus compañeros continuaban luchando y Piero estaba adelantado y rodeado. Delante tenía otro orco mientras Trog se enfrentaba a otros dos.

- “¡Jabalí! ¡Aguanta y lucha! ¡Ensarta a estos desgraciados!” – allí animaba al animal mientras él se disponía a realizar otro ataque hacia el orco que tenía delante. Su enemigo esquivó el golpe y en ese momento de desventaja el cruzado creó una ilusión suya para entorpecer así el ataque de los rivales.

- “¡VAMOS MALDITOS! ¡VENID A ATACARME!” –

Haluk buscaba llamar la atención de los orcos para que fueran a por él, en ese momento el mandoble del ciego sesgó la vida del orco al que se enfrentaba. El cruzado miró al servidor de Iomedae.

- “¡Buen golpe Win!” – no le caía mal el seguidor de Iomedae, podría tener sus claras diferencias pero respetaba a aquella deidad, aparte del odio hacia los orcos compartían el imperio de la ley.

Sin espera al ver que avanzaban hacia Piero, el cruzado fue hacia los orcos que tenía a su derecha, el jabalí había logrado terminar con otro, esta vez el hobgoblin iba a ayudarlo.

- “¡Muerte a los orcos!” -

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El anciano escupió sangre mientras se las arreglaba para adoptar una posición defensiva. Se movía con agilidad, ahora que había dejado de intentar atacar y, tras dejar caer la ballesta al suelo y retroceder para ofrecer un peor blanco, logró desenfundar su maza justo a tiempo de detener el ataque de uno de los orcos. Las flechas de Wilbur eliminaron al orco que le había causado tanto mal y, sin girarse, dio un grito, agradeciendo la ayuda. También en su ayuda acudió, raudo, Dagfinnr  quien dejó medio muerto (en ese perverso estado de locura que en los orcos precede a la muerte) a otro de los adversarios.

A pesar del dolor Piero no pudo dejar de percibir, mientras se agarraba con la mano libre la viciosa herida, que el número de orcos empezaba a reducirse. Era posible que pronto pudieran eliminarlos.

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Ekaterina extrajo sus garras del vientre del orco que, sin vida en sus ojos, se acababa de desplomar. Sus calientes vísceras, libres de la muralla de carne que las mantenía en su lugar, se desparramaron sobre un suelo que la sangre había convertido en un barrizal. Pero apenas las tripas chapotearon inertes sobre el charco creado a sus pies, Ekaterina se vio obligada a esquivar el ataque de un nuevo orco que había llegado con intención de acabar lo que el primero no había podido.

Lo miró con odio, un odio infinito que en buena parte era odio hacía sí misma por lo que con su torpeza había hecho, y de sus pulmones dejó escapar un profundo grito antes de alzar sus garras, afiladas como cuchillas, prestas para ser hundidas en las entrañas de cualquier enemigo que se le acercara.

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No logró su objetivo. Cuando comenzó a caminar para ayudar a Piero sintió cómo un orco se destrababa del hobgoblin y le cortaba el paso. Forcejearon unos segundos hasta que el ciego advirtió cómo el piel verde, sumido en un estado de sed de sangre, bajaba la guardia para realizar un feroz ataque contra él. Y así fue como ensartó de lado a lado a la criatura, teniendo que emplear posteriormente su bota, apoyándola en el torso enemigo, para empujar y propulsar el cadáver aun de pie hacia atrás, cayendo este al suelo y liberando así su arma teñida de negro y con pedacitos de alguna víscera. Lo bueno de ser ciego es que esos desagradables detalles le eran mayormente ajenos a Win.

Volvió a prestar su atención hacia el frente y percibió... cómo uno de los orcos hostigadores de Piero había caído y el otro lidiaba con Dagfinnr. No obstante una semiorca enemiga se unía a la lucha... ¡E incluso saquedores humanos que estaban de parte del enemigo! La traición era evidente y si alguien merecía mayor castigo que ninguno eran aquellos que sin ser orcos los apoyaban para causar daño a Trunau. Gente sin escrúpulos y sin honor, donde todo era válido para conseguir sus propios fines. Aunque fuera matando a los de su propia especie de manera cruel e indiscriminada.

- ¡Honooor! - exclamó el invidente una de las máximas de Iomedae, avanzando hacia el enemigo más cercano con intención de descargar sobre él casi cuatro kilos de afilado acero. Y de paso predicar el dogma de su señora: Justicia, Valor y Honor.

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En el frenesí del combate se escuchaban distintas voces. Había gritos de agonía, de guerra, pero también plegarias e invocaciones. Muchos orcos habían caído ya, pero el peligro aún no había pasado. Dagfinnr había acudido a ayudar a Piero, y había causado una profunda herida en su enemigo. No obstante, éste seguía en pie y evitó el nuevo ataque del guerrero de Ulfen.

-¡Piero! Regresa con el resto del grupo, juntos somos más fuertes. Ahora te alcanzo.

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El disparo contra el matón no fue bueno. Lo sé de sobre, no salió con fuerza, volando hacia el costado del enemigo a una zona realmente protegida, con lo que seguro que apenas le hacía nada. Y, sin embargo, el matón, que parecía que iba a seguir moviéndose tras mi flechazo, de pronto se lleva la mano al pecho y cae muerto. Por un instante miro hacia atrás, directamente a Dragos. Tengo que agradecerle lo que fuera que me hizo, desde luego es efectivo.

Miro el campo de batalla y observo, orgulloso, como todos los orcos están muertos y todos nosotros estamos vivos. Más heridos o menos heridos, seguimos vivos. Entonces veo un sitio donde mis compañeros se están reuniendo, y una enorme hacha que cae directa sobre Dagfinnr. La perra seiorca aliada de los orcos sigue combatiendo, mierda.

Me muevo con rapidez, saltando sobre uno de los cadáveres de los orcos caídos, buscando el minúsculo agujero entre mis compañeros para disparar a la semiorca. Y lo encuentro, sin apenas apuntar disparo. Pero este se mueve en el último momento y la flecha pasa, inócua, a su vera.

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Las llamas que salen de la boca del gato queman a dos de los enemigos del grupo mas ninguno de ellos cae muerto por eso. La boca del felino queda abierta, al contemplar con asombro y molestia que sus poderes son mucho menos poderosos de lo que él quisiera.

Ambos enemigos continúan su camino a pesar de haber visto claramente cual fue la fuente de aquellas llamas.

"¡No se han detenido! ¡Me han ignorado como si fuera una mierda y mis llamas no hicieron ni siquiera que me mirasen!"

Peludo se queda ahí, plantado y molesto consigo mismo, por la miserable utilidad que ha tenido, sin ser capaz de aportar en nada. Willbur y Momo acaban con los dos humanos y solo la semiorca queda en pie luchando. Peludo siente rabia, mucha rabia y planea liberar un poco de eso antes de continuar con la operación de salvamento.

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Con la muerte de los grupos de orcos que hasta hacía poco estaban saqueando y destrozando las casas más cercanas, la violencia del campo de batalla parecía amainar durante unos momentos. En las inmediaciones tan sólo una bruta semiorca continuaba luchando, con fiereza, aunque atolondradamente, con signos evidentes de estar borracha. Sin duda había estado bebiendo abundantemente del fuerte aguardiente de Rabus Clarenston en el "Campo de Muerte". Quién sabe si el propio Rabus habría sido asesinado por esos matones o de algún modo había conseguido sobrevivir al asalto a su bar.

La frágil paz que por un momento se respiraba, era, sin embargo, poco más que una ilusión. Cerca se escuchaba el violento retumbar de unos tambores de guerra tocados con maestría. Mientras esos tambores siguieran retumbando con fuerza ningún orco pensaría en la retirada, por más bajas y reveses que sufrieran.

A lo lejos, algunos casi podían intuir la presencia de otros orcos saqueando y destrozando. Cerca de las puertas del Oeste, ante unas barricadas, un solitario y muy borracho Sargento Omast Frum se afanaba en preparar una defensa desesperadamente mientras cerca, un numeroso grupo de orcos se esforzaba con un ariete contra un rastrillo. Pronto irrumpirían con fuerza en el barrio y la mejor oportunidad de enfrentarlos serían sin duda las barricadas en las que estaba el Sargento de la Patrulla de Trunau.

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Haluk Molok fue en la ayuda de Trog, el cruzado se posicionó delante del orco que faltaba por derribar, el jabalí había conseguido terminar con la vida del otro pero las heridas hacían presencia en su gruesa capa de piel.

- “¡Muere!” – la maza del cruzado volvió a dibujar otro movimiento semicircular de derecha a izquierda, la potente arma pesada terminó por impactar en la cabeza del orco acabando así con su miserable vida. La maza había quedado algo incrustada por lo que el cruzado de Asmodeus acomodó un pie suyo en el cuerpo inerte del piel verde e hizo fuerza para sacarla salpicando algo de sangre a su alrededor.

- “¡Terminaremos con esta escoria!” –

Haluk se giró para observar al jabalí, lo pudo ver bastante herido pero allí se fijó en la strix llamada Garinya que iba a ayudar a su compañero.

- “¡Bien hecho Garinya! ¡Lograremos recuperar Trunau!” – allí alzó la maza en un gesto para continuar con el avance.

Los ojos del hobgoblin se fijaron en como el ciego avanzó junto al vikingo para hacer frente a una semiorca.

- “Parece que la sangre orca ganó a la humana, hay que purificarla a golpe de maza…” – allí apretó fuertemente la empuñadura, preparado para continuar avanzando. A medida que avanzaba con cautela y no entorpecer a sus compañeros que luchaban con ella, se fijó en el granjero llamado Piero, estaba herido pero logró terminar con su enemigo. El cruzado no era conocedor de lo que hacían sus otros compañeros, estaba centrado en lo que tenía a su alrededor.

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Ninguno nuevo enemigo llegó a alcanzarla pues fueron despachados por los aliados a su espalda. Así pues a Ekaterina tan solo le quedaba ajustar cuentas con el orco con el que estaba trabada. Llena de una profunda rabia dejó caer unas garras ante las que poco pudo hacer el enemigo que la amenazaba. El brazo con el que pretendió pararla fue atravesado de lado a lado antes de que el ímpetu con el que atacaba hiciera que terminara tajando pecho, abdomen y entrañas.

La sangre manó a borbotones de la herida abierta tan pronto la cambiante, ceñuda, extrajo las manos que se transformaban en armas. Miró satisfecha el cadáver que a sus pies se derrumbaba y sin perder el tiempo regodeándose, centró su atención en el único enemigo que quedaba. Rodeaba como estaba, la sangre de aquel enemigo probablemente no teñiría sus garras, pero eso no iba a impedir que lo intentara.

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Viendo que cada vez estaban en más problemas y que con sus pequeños virotes apenas podía ayudar, Momo decidió que era hora de pasar a palabras mayores. Sus ahora afelinados ojos, debido a la droga que recorría efervescente su pequeño cuerpo,  captaron su objetivo. Un orco se acercaba con muy mala baba hacia Ekaterina.

- ¡Cu-cuidado!- Advirtió a la joven y en un abrir y cerrar de ojos había lanzado otro de sus viales que explotó de lleno en el rostro del orco, dejándole el rostro lleno de feas quemaduras por frío que se extendían pro el cuello y el musculado torso. Aún así no cayó y continuó su avance, aunque tan aturdido pro el impacto que no tardó en caer destripado a manos de la camarera de Cham.

¡Bien! Uno menos.-  Dos matones que salían de la taberna se acercaban y Momo no tardó en elegirlos como su siguiente objetivo. La bomba se hizo añicos contra el cuerpo del hombre  estallando en una bella explosión de color azulado.  No tardó el humo en dispersarse dejando al descubierto el cuerpo inerte, congelado, del desgraciado.

- ¡Will!- Trató de llamar al arquero. Mientras  le contestaba rebuscó en el cuerpo del guardia muerto junto al pozo la poción curativa que había visto que tenía. - ¡Will, a-acér-ca-te!

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El hachazo de la semiorca casi le había partido en dos, pero el guerrero de Ulfen siguió peleando. Lamentaba los escombros y los cadáveres, y maldecía el humo, ya que le dificultaban para maniobrar en el campo de batalla. Le hubiera gustado cargar y arrollar a los orcos, moviéndose de un lado a otro. Pero es lo que había, y tenía que adaptarse. La armadura de su enemiga era gruesa, pero el vikingo encontró una apertura y su espada penetró en profunidad. Seguramente no fuera suficiente para acabar con ella, pero Dagfinnr no luchaba solo.

-¡VAMOS! ¡ACABEMOS CON ESTE ENGENDRO! ¡QUÉ NO QUEDE NI UN ORCO EN TRUNAU!, gritó.

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La semiorco cae, rajada por el brutal golpe de Win. Una sensación de orgullo me invade, pues está claro que Win aún tenía mucho por dar en este mundo cuando lo encontré, como está más que demostrando. Pero no hay momento para hablar, para celebrar. Un movimiento por el rabillo del ojo llama de inmediato mi atención, apuntando directamente en la dirección donde he visto el movimiento.

Me ha parecido ver algo moviéndose entre aquellos dos árboles en llamas.

Mientras permanezco atento, apuntando en esa dirección, esperando a ver si son enemigos, me acerco a la posición de Momo, que me llamaba antes, a ver qué necesitaba.

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Avanzó entre cadáveres para poder llegar hasta la semiorca que castigaba el cuerpo de Dagfinnr con un enorme hacha. Resultaba corpulenta y temible, blandiendo su arma con gran pericia y volviendo a herir al bárbaro ulfen y carcajeándose en el proceso. El iomedano musitó una plegaria a su señora pidiendo su fuerza en la batalla y enarbolando su mandoble la hizo descender contra la saqueadora. Fue un tajazo en diagonal que impactó sobre el hombro de la oponente y cortó cuero, piel, carne y huesos, descendiendo el filo hasta el esternón. El ciego no pudo ver la cara de asombro e incredulidad de la semiorca aunque pudo imaginar algo por el estilo cuando las carcajadas cesaron de golpe y solo quedó un moribundo gemido entrecortado.

El invidente sacó el arma de ahí con cierto esfuerzo y sintió cómo un goteo salpicaba su rostro. No vio que eran diversas arterias expulsando sangre a borbotones, pero tenía la suficiente lucidez como para imaginarlo. Oyó el ruido sordo de algo caer al suelo, como un saco de patatas y después solo el silencio roto por el repiqueteo de las llamas y los tambores de la torre Norte. La contienda, temporalmente, había finalizado. Solo entonces, deteniéndose levemente, sintió sus propias heridas y escuchó los gruñidos y gemidos de varios de sus compañeros, adivinando que estaban en circunstancias similares.

Clavó su mandoble en suelo, o mejor dicho en un cadáver orco, y rebuscó en su bandolera algo que podía ayudar. Mientras tanto habló.

- Tenemos que registrar las casas, limpiarlas de pieles verdes y evacuar a los vecinos que hallemos, enviándolos a la barricada - dijo el invidente -. Luego deberíamos hacer callar por todas ese tambor - añadió.

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Peludo, muy furioso, con sus orejas totalmente agachadas hacia atrás y su pelaje completamente erizado, avanza corriendo hacia tener línea de tiro disponible contra la semiorca. Cuando consigue verla, sin nadie que esté estorbando en el espacio que le separa de su objetivo, se prepara para atacar.

Se gira y levanta su cola. De ahí, sale disparada una salpicadura de ácido que impacta en la matona, quemando parte de su piel para causar algo de daño aunque, por las acciones del enemigo, ignora completamente esas quemaduras y el dolor causado.

Sin embargo, Win le parte con su mandoble y eso significa el fin de esta partida de enemigos. Peludo sabe que muchos quedan en el pueblo, quizás muchos más aun en el exterior, por lo que esta victoria no significa nada. Varios de los miembros del grupo han sido gravemente dañados.

Peludo escucha lo que dice Win y le responde:

 - "Miauuu. Miu." (Iré a revisar de donde vinieron esos humanos y la semiorca, a ver si el tabernero sigue con vida. Alguien tiene que llevar a la Concejala a la barricada sur.)

Sin esperar respuesta pues el gato sabe que el tiempo está en contra de ellos, se dispone a correr hacia esa taberna, esperando encontrar con vida al hombre y así poder guiarlo hacia la barricada también antes de que más orcos aparezcan en el lugar y amenacen su vida.

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Parecía que, de momento, se habían impuesto. Y se las había apañado para no resultar herido, cosa que agradecía de todo corazón. Con las heridas venían luego las preguntas y los tratamientos... Poco ortodoxos. O peor aún, la falta de preguntas. De todos modos aquel asunto estaba aún lejos de terminar. Procuró permanecer con el grueso del grupo, pues necesitarían la luz, y el necesitaba más aún que no le hundieran un hacha en el pecho. 

Sin embargo, cuando el gato maulló, lo observó con sospecha. Aquello no era un gato normal. Un gato normal no hacía las cosas que este había hecho. Y más aún, parecía hablar más que maullar, aunque no entendiera una palabra de lo que decía. Pero bueno, ya habría tiempo para preocuparse por el gato mágico, de momento debía centrarse en los orcos.