Partida Rol por web

PUEBLO DE TRUNAU: BARRIO INTERIOR.

AÑO: 4715 RA.

ESTACIÓN: INICIO DE LA PRIMAVERA.

MES: FARASTO.

DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MÁS DE MEDIA HORA DESPUÉS DEL OCASO.

En su forma afelinada Momo no tardó en llegar a la torre y dejar atrás al bueno de Tronquito. Allí todos se arremolinaban en la puerta como moscas a la miel. Ella también quería el dulce regusto que dejaba sembrar de cadáveres orcos el campo de batalla en el que se había convertido Trunau.

-¡A-apartad!- Advirtió a la strix y su jabalí. Aunque difícil, veía la posibilidad de colar una de sus explosivas fórmulas alquímicas en el grupo de orcos histéricos que se morían por salir de la torre.

Precisamente...

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DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

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Y es lo que hizo. Correr. Corría y corría y corría pero por alguna extraña razón, como si estuviera inmerso en una pesadilla de la que no pudiera salir, sus piernas apenas avanzaban, apenas lograban extenderse lo justo para dar un solo y miserable paso. Por contra, Monique se convirtió en una fugaz sombra que pasó rauda a su lado, dejándole atrás.

Sí, la batalla hacía arder la sangre y cuando la sangre ardía, muchas cosas se olvidaban. Pero Tronquito lo entendía. Todos, incluido él, querían demostrar su valía, su capacidad, su deseo de ayudar.

Así que no quedaba otra que seguir movimiendo aquellas largas y arbóreas piernas y tratar de alcanzar a sus compañeros y ayudarles en cuanto se pudiera.

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MES: FARASTO

DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

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Salto la barricada, explicando apresuradamente la situación a los iniciados. Pero ya solo quedan dos. Niego con la cabeza. Lamento vuestra pérdida.

Entonces no me detengo y me acerco a la muralla. EEEEEHHHHH grito, para llamar la atención del vigía. NECESITO FLECHAS. ¿TIENES UNA ALJABA QUE ME PUEDAS PASAR? Y POR CIERTO, MIS COMPAÑEROS ESTÁN INTENTANDO RECUPERAR LA TORRE SUR, IGUAL PODRÍAIS MANDAR ALGUIEN PARA INTENTAR AGUANTARLA.

Miro alrededor. La oscuridad que antes llenaba todo ahora es solo claridad. No veo exactamente los colores, más bien lo veo todo en blanco y negro, pero se ve bien.

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Los orcos de la torre salieron en tromba deseando ser los primeros en sentir de nuevo el cálido roce de la sangre que con tanta avidez buscaban. Querían bañarse en ella y poco les importaba que en el proceso fuera la propia la que se derramara. Se empujaban los unos a otros, se desdeñaban pisoteando a los caídos para seguir avanzando en un frenesí inspirado.

Aún ligeramente conmocionada, Ekaterina fue testigo de primera mano de la marea que por la puerta de la torre se derramaba. Poco a poco el resto de sus compañeros se había ido aproximando, pero aún estaban demasiado lejos como para pararla. Pero ella sí estaba allí. Todavía... Así que acalló el dolor de los golpes, los punzantes tirones de las heridas que empezaban a cerrarse, y corrió para contenerla haciendo uso de sus garras.

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Llegó por fin ante la torre y sintió la reyerta que ante ella se ocasionaba. Escuchó los gruñidos y jadeos de lucha aliados y los gruñidos y berridos orcos, distinguiéndolos con facilidad. Sintió las formas ante él y la línea de combate que se había formado entre ambos grupos. Línea que debía romperse mediante aniquilación de la de los pieles verdes e irrupción en el interior de la torre.

Escuchó un grito de auxilio, en la lejanía, al igual que gritos orcos. Se sintió impelido a correr a ciegas, nunca mejor dicho, hacia el remoto origen de la llamada. Pero Win tenía bien claro dos cosas: la prioridad era el tambor y que, aunque debía intentarlo, se sabía incapaz de salvar a todos. Realizó una leve plegaria a su diosa, esperando hacer lo correcto y avanzó a primero línea, enarbolando su mandoble totalmente embadurnada de negra sangre orca. Detalle que el ciego no era muy consciente.

- ¡Momo, a un lado! - exclamó el iomedano, pretendiendo ocupar el lugar de la pequeña gnomo y avanzando hacia los orcos con la intención de cercenar cabezas verdes. En plural.

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- "¡Willbur! ¡Aquí no queda casi nadie y tengo órdenes de no abandonar este puesto! ¿Flechas? Puede, creo que he visto una aljaba por aquí. Espera un momento..." -

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Haluk notó a sus espaldas a Ekaterina, había logrado, no sabe cómo salir de esa trampa mortal en la que había accedido al entrar en la torre. La escurridiza mujer logró evadir a los orcos y escurrirse al exterior. El hobgoblin plantó sus pies en el suelo y se dispuso a calcular la distancia que lo separaba del orco, podía ver la furia que se iba reflejando en el rostro del piel verde y el cruzado sonrió.

- “¡Prepárate! ¡Asmodeus caerá sobre todos vosotros!” –

El hobgoblin  avanzó para atacar al orco y darle un mazazo, sintió el golpe y allí que al notar como sus compañeros se posicionaban, él decidía hacer lo mismo colocándose a un lateral para hacer salir a los orcos, no en estampida pero sí poco a poco. Sujetó su arma y escudo con firmeza.

- “¡Recordad! ¡Acabaremos con ellos poco a poco! ¡No dejemos que salgan en estampida! ¡Utilicemos el terreno para nuestra ventaja!” – gritaba el seguidor de Asmodeus.

El sonido estremecedor de los tambores le impidió escuchar la llegada de sus compañeros, pero pudo ver un objeto sobrevolar y luego al expansión que emitió.

- “¡Bien hecho Momo!” – gritó el hobgoblin al ver a la gnoma lanzar aquella especie de bomba.

-  “¡Acabaremos con ellos!” – pudo ver a Ekaterina que se incorporaba, quería seguir luchando por muy cabezona que fuera el hobgoblin pudo ver la determinación de querer acabar con esos pieles verdes y eso le agradó, luego pudo ver cerca suyo a Trog, el jabalí de Garinya. Los vivos ojos del goblinoide divisaron a Garinya y Dragos, también acechando a los orcos en una formación para evitar que estos salieran en estampida.

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Aquello se complicaba a marchas forzadas. Los gritos del civil en la retaguardia auguraban que más enemigos venían desde aquella dirección... Y, lo que era peor, que había alguien en peligro. Sin embargo, no tenían realmente opciones. Esa torre debía caer, y debía hacerlo pronto, antes de que los orcos siguieran entrando motivados por aquellos tambores y les sobrepasaran. 

Dragos valoró sus opciones, y se encontraba pensando qué podía hacer cuando escuchó a Win. Observó al ciego y su mandoble, sopesando lo que sería capaz de hacer con eso. ¿Podría ser que pudiera acabar con rapidez con varios enemigos? No estaba seguro de si le había visto hacerlo ya... Pero el tiempo corría en contra, y al no tener a Wilbur y sus rápidos disparos al alcance, puede que aquella fuera la mejor opción. Así que se acercó al ciego y tocó suavemente su mandoble, esperando que aquello, aunque breve, marcara alguna diferencia. 

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La espera antes de la batalla suele ser mucho peor que la batalla en sí. Una escaramuza a duras penas dura unos pocos latidos, y viendo la muchedumbre de pieles verdes que se acumulaba al otro lado del rastrillo, Omast estaba bastante seguro que su vida terminaría solo unos pocos segundos después de que esa última barrera se viniera abajo.

El sargento tenía la boca pastosa y la garganta en carne viva. Necesitaba un trago. Vaya si lo necesitaba... Había empezado a sudar profusamente, más por la ansiedad que por los incendios que le rodeaban. Sentía el dedo que descansaba sobre el gatillo de su ballesta tembloroso. En cuanto derriben ese rastrillo, será sin duda el fin de mi guardia... Su muerte no significaría nada en la batalla por Trunau; un cuerpo más entre la miríada de cadáveres que alfombrarían la colina antes de que llegara el amanecer. Ninguna diferencia...

De improviso, llegó hasta él el sonido de unos gritos. No provenían de la Horda que se agolpaba frente a la Puerta Occidental; estaban más cerca, dentro del Barrio Interior. Omast Frum miró a uno y otro lado, escudriñando el océano de humo que flotaba a su alrededor. Entre las volutas de esa oscura y asfixiante niebla, podía vislumbrar las desdibujadas siluetas de los edificios colindantes. ¡Ahí está otra vez! El tenue eco de unas voces airadas le llegó de algún punto a su derecha. Captó claramente el gutural idioma de los orcos y el lamento quejumbroso y atemorizado de un humano. De uno de sus vecinos. Indeciso, volvió a mirar al frente. Tal vez sí que pudiera marcar la diferencia para alguien.

Sin pensarlo dos veces, dejó la barricada y se adentró en la humareda.

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Sus cortas piernas y su facilidad para distraerse le habían retrasado un poco del grupo. Su mente trabajaba en demasiadas cosas y su reciente victoria le había inflado un poco el ego. Por ese motivo se había quedado algo rezagado con respecto a sus compañeros. Sin embargo intuyendo que su grupo estaba en una encarnizada batalla y que necesitaban sus singulares capacidades, se decidió a ayudarles.

—¡Tranquiloch! ¡Tranquiloch! ¡Ya llego a chalvaroch!

Berreó el goblin mientras a la carrera se dirigía hacia la zona en la que los suyos se apilaban unos contra otros.

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Esperar, esa horrible tarea que tantas veces me ha tocado hacer. Esperar haciendo guardia, esperar a quien tengo que escoltar, esperar, esperar, esperar. Odio esperar, y ahora, con mis compañeros jugándose la vida, otra vez me toca esperar. Solo espero que Dagfinnr no se vaya sin mí. Mierda...

Mientras espero, miro a mi alrededor. Las danzantes luces de los incendios, aún en pleno apogeo, me molestan un poco pero no demasiado, pero generan sombras y luces y a cada rato me parece que esas sombres están vivas y que se van a arrojar sobre mi. Miro a mi alrededor, ansiando volver con mis amigos, imaginando una nueva incursión orca que me pille aquí solo.

Entonces acaricio mi daga de la esperanza. Sé lo que haría si me quedo solo: luchar hasta el final, hasta mi muerte.

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No con poco esfuerzo, el vikingo cruzó por fin la barricada cargando con Agrit Staginsdar. La consejera estaba a salvo de los orcos, al menos de momento. Porque la lucha seguía, y si perdían en los puntos clave, todo el pueblo de Trunau iba a caer. Y si eso pasaba, daba igual dónde se encontraban los civiles.

-Cuidad de ella, dijo Dagfinnr. Miró a Rabus que también estaba a salvo. Asintió sin decir más. Dos vidas que tal que se habían salvado, pero... ¿y las que se habían perdido ya? ¿Y las qué se podían perder?

-He de volver a la batalla sin demora, les dijo. Sangraba por sus heridas y su cara estaba manchada de restos de orcos y de hollín. -Gorom me llama, la muerte se hace presente en la batalla, y la espada de Iomedae reclama justicia.

Entonces a lo lejos, junto a la torre de la milicia, vio a Willbur. También parecía ansioso por regresar a la lucha, pero estaba esperando algo. -¡Vamos Willbur! Se necesita de tu arco. ¡Los orcos nos aguardan!

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El vial encontró su camino entre el conglomerado de cuerpos sudorosos estampándose en el musculado cuello de uno de los piel verde. Allí extendió su líquido contenido que...

...

Una gota de sudor cayó con lentitud pasmosa por la sien de Momo cuya sonrisa maliciosa al ver el impacto inicial se había congelado en una mueca de sorpresa y horror al ver que la reacción no culminaba.

¡Explota!

El tiempo fue como si se hubiese detenido.

¡BUUUUUUUUM!

Momo no sabía aún qué era un orgasmo, pero lo que sí que sabía es que seria algo similar a aquello. La deflagración se extendió alrededor del orco impactado con un fogonazo tan fugaz como mortífero una risa entre nerviosa e histérica se apoderó de ella. La normalmente amable expresión de su rostro, ya deformada por los efectos de los potenciadores ingeridos, se transformó en una mueca gorgónica al iluminarse por las llamas de la explosión.

- ¡Muahahahaha!- Era incapaz de controlarse, dominada como estaba pro el frenesí del combate. Tan sólo la voz del ciego Win la devolvió a la realidad. No quería acabar partida a la mitad por un hombre que avanzaba a ciegas blandiendo un mandoble más grande que ella misma. Se echó para atrás aprovechando para guardar la ballesta. Su trabajo allí estaba hecho. Como si todo el entrenamiento en la milicia hubiera dado sus frutos logró quitarse de encima al orco que, enfurecido, trataba de matarla. No era lo suficientemente rápido para una gnomo con el metabolismo aumentado.

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Rabus devuelve la mirada a Dagfinnr. Un brillo de agradecimiento recorre sus ojos, y antes de que el vikingo pueda alejarse, el tabernero le tiende a Dagfinnr un zurrón en el que tintinean cuatro pequeño viales.

- "Toma." - Dice sin miramientos. - "Quizá más tarde te sirve de ayuda." - Sonríe y le guiña un ojo.

- "Son algunos remedios caseros contra la borrachera. Hechos por mí." - Comenta con cierto orgullo. - "Funcionan a las mil maravillas."- 

Mira alrededor y parece estar atento a los gritos de batalla.

- "Cuando esto acabe, si seguimos con vida, pásate a beber por mi taberna." - Añade en una futura invitación si los dioses les son propicios en tan aciago día.

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Tras dar el aviso de su irrupción, varios compañeros hicieron acuso de recibo, permitiendo al invidente avanzar hacia los pieles verdes con sus intenciones decapitadoras. Escuchó una explosión frente a él y el carcajeo agudo, y no tartamudeante, de la pequeña Momo, riendo con cruel satisfacción. Sintió el calor de las llamas y los gritos de dolor de los orcos. Por un lado sintió rechazo ante esa muestra de regocijo ante una carnicería que se estaba produciendo. Sin embargo la pequeñaja traía dolor mediante el odioso fuego a la raza orca, esa que mediante ese mismo fuego lo torturaran y le trajeran la ceguera. Tuvo entonces que admitir que por otro lado no le desagradaba la justicia poética que la alquimista brindaba a los despreciables pieles verdes.

A punto de entrar en liza, escuchó unas palabras arcanas junto a él y distinguió la voz de Dragos. Sintió el enorme frío que desprendía su arma, a pesar de tener guantes, pero no lo suficientemente helada como para no poder aferrarla y comprender así que lo peor estaba en el filo. Asintió con la cabeza, muy brevemente, hacia el arcano que había encantado de alguna manera su espadón y llegó a primera línea de combate.

- ¡Iomedaeee! - exclamó como grito de batalla entrando al cuerpo a cuerpo con dos orcos. Realizó un giro con su arma en un ángulo frontal, a la altura de donde escuchaba sus gruñidos y rugidos, y sintió cómo su mandoble tenía dos momentos de resistencia, como si chocara con dos obstáculos, pero finalmente los vencía y proseguía su curso. Escuchó una brisa helada en ambos momentos y un silencio absoluto después. Ya no había más gritos orcos. Solo el sonido de dos cosas no muy pesadas impactando contra el suelo y rodando para luego escuchar dos cosas muy pesadas desplomándose sobre dicho suelo. Lograba así cumplir sus objetivos y la voluntad de Iomedae. Decapitaciones.

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Ekaterina fue corriendo a taponar la herida de la torre de la que brotaban sanguinarios orcos. Acudió, esta vez sí, siendo muy consciente de que su vida peligraba, pero sabiendo que necesitaba hacerlo para probarse a sí misma que no terminaría convirtiéndose en alguien como su madre.

Se aproximó al orco más cercano con cautela, menos agresiva de lo que había sido antes, pero aún así lista para atacarle. Y así hizo. Alzó su diestra describiendo un arco que laceró profundamente el pecho a su enemigo. Pero aquella criatura estaba en trance, y lejos de caer al suelo muerto, siguió gruñendo y gritando, presto a teñir de nuevo su arma de sangre. Pero poca oportunidad tuvo de ello, pues instantes después Haluk acabó el trabajo mientras la antigua camarera se preparaba para recibir el airado golpe.

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No puedo quedarme quieto, los nervios no me dejan. Observo lo alto de la torre, maldiciendo porque el miliciano no regrese ya. Joder, que es una torre, no todo un palacio... mierda. Miro a la barricada, y me parece ver al vikingo volviendo con el tabernero. Quisiera ir con él, pero... necesito esas flechas, si quiero poder hacer frente a la horda que viene, necesito esas flechas. Joder... vamos...

Miro hacia arriba y otra vez a la barricada. Estoy nervioso, inquieto. JODER, QUE NO TENGO TODA LA PUTA NOCHE grito, nervioso.

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Peludo avanza todo lo rápido que sus patas le permiten, pero no es capaz de llegar delante de los enemigos. En parte porque no consigue moverse tanta distancia y, en parte porque Momo utiliza ese lugar que el gato tenía visto a la distancia como el ideal para poder situarse.

No la culpa, la gnomo intenta ayudar cuanto puede y se encarga de ello lanzando una de esas granadas que fabrica, estallando en el interior.

"También parece una buena forma de vencer."

El gato continúa su avance, esperando ahora ser capaz de llegar a una distancia que le permita luchar contra los enemigos dentro de esa torre, desde la que aún se oye el ruido de los tambores que tanto ánimo y fiereza parece brindarle al resto de los orcos.

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- "¡Un poco de paciencia, por el amor de Iomedae! ¡Ya va, ya va! Estoy seguro de que Jasen guardaba una aljaba de repuesto por aquí, entre sus cosas. Pobre Jasen, que la Heredera lo tenga en su gloria..." -

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Teniendo solo a Momo y el goblin delante, Dragos por fin tuvo una breve ventana de acción. No parecía haber errado al dotar de parte de su esencia mágica al arma de Win, aunque por otro lado aquel golpe fácilmente podría haber partido por la mitad a casi cualquier cosa sin su ayuda. Sin embargo, ahora tenía ante él a otro de esos orcos, y no dudó en realizar algunos rápidos gestos con la mano libre y mascullar algunas palabras arcanas para terminar señalando al invasor, haciendo que volaran hacia él dos proyectiles de energía de color blanco escarcha.

"Vamos, solo un poco más... Hay que acallar esos tambores"

En ese momento, se dio cuenta de algo... O creyó darse cuenta. Sin embargo era algo que valía la pena decir, en especial dadas las capacidades de algunos de los presentes.

-El tambor no está dentro de la torre... Está sobre la torre.