Partida Rol por web

PUEBLO DE TRUNAU: BARRIO INTERIOR.

AÑO: 4715 RA.

ESTACIÓN: INICIO DE LA PRIMAVERA.

MES: FARASTO.

DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MÁS DE MEDIA HORA DESPUÉS DEL OCASO.

Avanzó entre las sombras sigiloso como el pequeño y peligroso goblin que era. Los orcos habían aparecido ¿los orcos? ¿Qué debía hacer? Sujetaba su pequeña ballesta con toda la fuerza que era capaz de reunir, mientras pensaba como debía proceder. Su experiencia en combates era escasa y la violencia no era la forma predilecta del goblin para demostrar su valía. No obstante no tenía forma alguna de evitar la batalla así que se dispuso a ser lo más útil que fuera posible.

 Al ver al resto del grupo prepararse para la batalla el goblin intentó hacer lo mismo y con mucha calma frenó el castañeteo de sus dientes mientras preparaba su ballesta para disparar. Aguantó la respiración elevó su arma, vislumbró al enemigo y achinó los ojos para aumentar su precisión. Después disparó y rezó a Shelyn para que el virote lanzado acertara en uno de sus enemigos y no en alguno de sus aliados. Si eso sucedía ya se daba por contento.

PUEBLO DE TRUNAU: BARRIO INTERIOR.

AÑO: 4715 RA.

ESTACIÓN: INICIO DE LA PRIMAVERA.

MES: FARASTO.

DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MÁS DE MEDIA HORA DESPUÉS DEL OCASO.

Haluk podía escuchar las voces de sus compañeros, parecía ser que estaban iniciando ya un combate contra los orcos. Otras voces, entre ellas la de Ekaterina gritaba a lo lejos información sobre la ubicación de los orcos.

<< ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Llego tarde! ¡Joder! ¡Van muy rápido! ¡Malditos patas largas! >>

Golpeó un par de veces la maza y el escudo para luego guardarlos en su espalda y cintura, acto seguido dobló sus rodillas para bajar el centro de gravedad y avanzar sigilosamente, poco a poco las manos del hobgoblin tocaron la barricada y así empezó a escalar. Fue avanzando poco a poco mientras escuchaba las voces de sus compañeros, el característico ruido de la flecha surcar el aire y el avance de una tropa de orcos. Unos tambores se escuchaban en la lejanía, allí pudo ver a Momo y Tronquito cerca de él escalando la barricada. Luego pudo ver al vikingo, algo más atrasado pero que avanzaba con firmeza.

La voz de Piero llegó a sus oídos, le estaba indicando que fueran a socorrer a una de las casas en la que había entrado la veloz Ekaterina, no podía negar que esa mujer era muy rápida y escurridiza, avanzando entre tanto escombro y destrozos como si fuera por su propia casa.

<< ¡No haber ido tan rápido! ¡Dando órdenes y ni siquiera he cruzado la barricada! ¡Me cago en la ostia! ¡Me quedaré sin ninguno! >>

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MES: FARASTO.

DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MÁS DE MEDIA HORA DESPUÉS DEL OCASO.

Los primeros orcos habían hecho aparición cuando Dagfinnr aún no había podido cruzar la barricada. El grupo estaba demasiado disperso, pero ahora la prioridad era salvar a aquellos aldeanos que se habían quedado atrapados en la casa incendiada.

De reojo el vikingo vio cómo Willbur Cole disparaba con precisión su arco. -Bien hecho, dijo mientras aligeraba el paso entre los escombros hacia la casa en llamas.

PUEBLO DE TRUNAU: BARRIO INTERIOR: CASA STAGINSDAR.

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HORA: MÁS DE MEDIA HORA DESPUÉS DEL OCASO.

- "¡La has matado, la has matado! ¡Eres una asesinaaa!" - La Consejera golpea el pecho de Ekaterina con los dos puños mientras llora desgarrada y desconsoladamente, alrededor todo son llamas y el techo incendiado amenaza con derrumbarse sobre sus cabezas en cualquier momento.

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HORA: MÁS DE MEDIA HORA DESPUÉS DEL OCASO.

Moverse por el accidentado terreno era fatigoso para sus cortas piernas y más si deseaba hacerlo en un prudencial silencio. El goblin trató de avanzar su posición todavía más pues deseaba ayudar a sus compañeros como buenamente pudiera, sin embargo le costaba llegar en el momento indicado. Con mucho cuidado y tratando de evitar que su ballesta se disparara de forma accidental continuó moviéndose dando pasitos cortos.

Entre paso y paso pudo levantar la cabeza para escuchar unos gritos que culpaban a alguien de una muerte. No podía detenerse ahora en eso, los sucios orcos estaban campando por allí y él debía dejar el nombre de Shelyn en un buen lugar. Con mucho cuidado el goblin terminó de moverse hacia lo que él consideraba una buena posición y levantó de nuevo la pequeña ballesta, listo y dispuesto para disparar y tratar de acabar con alguno de los enemigos.

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El orco se planta delante mío, tras haber muerto sus dos compañeros. Parece que eso no les importa a estas bestias descerebradas. Veo como su asquerosa y pútrida arma desciende, clavándose con fuerza tremenda en la parte superior de mi muslo, atravesando la armadura de cuero que llevo y provocando una fea herida. Un gemido de dolor escapa de mis labios. Peor un truanense no se rinde tan fácilmente.

Dejo caer el arco y saco mi daga, parando con ella el golpe que entiendo que se avecina. Miro levemente alrededor, y me empiezo a mover en dirección al acólito ciego, pero sin perder de vista en ningún momento la fea cara del orco.

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Demasiado dispersos, sí. ¿Por qué nadie le hacía caso con órdenes sencillas? Ir en grupo, no mover más de veinte pies para que nadie se separe. Sin duda, de haberlo hecho así, todo sería mejor. Desde la distancia Piero pudo comprobar que nadie más había entrado en la casas en llamas, salvo Ekaterina. Era imposible saber qué había pasado dentro, pues solo se oía el ruido indeterminado de conversaciones, tamizado por el ruido del combate y del crepitar de las llamas.

- ¡Ekaterina! ¿qué ocurre ahí dentro? ¿has podido salvar a las consejeras? Sácalas de ahí, ya. Haluk, Dagfinnr, Garinya, Dragos, ayudadlas antes que esa casa termine de derrumbarse y las mate a todas.  

El granjero había esperado demasiado para escuchar si alguien cumplía sus órdenes o si oía voces de dentro del edificio con lo que poder hacerse una idea... y había perdido casi diez segundos. Maldiciendo interiormente su torpeza avanza todo lo posible hacia el norte.

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A su alrededor las cosas se complicaban. Lo que parecía iba a ser una victoria fácil, no lo era tanto. Los orcos parecían duros de pelar y cuando parecían estara  punto de caer, entraban en alguna especie de trance que los volvía aún más peligrosos. Era como si en su canto del cisne se tranformaran en alguna forma de furia desatada. Y así, uno tras otro, sus compañeros estaban siendo heridos.

Y en aquel contexto, Tronquito titubeó. Wilbur, Garinya, Win... eran buenos guerreros y además fuertes, mientras que él no dejaba de ser un palo animado con miedo al fuego y a que se lo comieran.

Pero no. No tenía derecho a dudar. No en aquel momento. Se debía a sus compañeros y debía ayudarles. Así que murmuró unas pocas palabras para inspirarse y darse valor, apuntó con su ballesta y dejó que el dardo disparado hablara por él.

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Dragos se había visto sorprendido por la aparición de los orcos y los gritos de Ekaterina, quedándose dubitativo sin saber muy bien qué hacer. Aquellos segundos no volverían, y puede que más adelante lamentara amargamente su falta de decisión. Pero no era momento de lamentarse, debía reaccionar, y finalmente asintió ante las palabras de Piero, avanzando en busca de Ekaterina, intentando ayudarla... Si es que aún necesitaba tal cosa. 

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Win escuchó los gruñidos y gritos orcos cuando se acercaron hacia ellos, aunque una de esas gargantas chillonas se ahogó repentinamente en un quejido gutural cuando escuchó el cantar de la cuerda de Will, a su izquierda.

- Que Iomedae te conserve la vista - le deseó por su gran disparo, preparándose para la lucha. Escuchó rugidos orcos a sus lados junto a quejidos de Will y Trog. Finalmente habían ignorado al ciego para trabarse con el arquero y el jabalí. El iomedano no dudó y avanzó hacia el que dañaba a quien en su día salvó su vida. Su mandoble cayó sobre el piel verde, hiriéndolo y logrando que obviara a Willburg. Como venganza el ser le devolvió un hachazo, rompiendo algunas anillas de su armadura y abriendo un corte leve en su costado.

La situación se tornaba complicada y el ciego no lograba impactar un golpe definitivo a aquel orco. Si el combate se alargase demasiado las consecuencias podían ser muy negativas. Se preguntó donde estaban Haluk y Dagfinnr, en teoría la vanguardia junto a él. Se preguntó qué eran los gritos lastimeros de la casa en llamas. Y se preguntó si viviría un día más para poder alabar a su diosa.

- Iomedae, dame fuerzas - murmuró aferrando con fuerza su arma y volviendo a arremeter contra el enemigo.

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- "¡La has matado, la has matado...!

El tiempo se frenó a su alrededor. Los sonidos fueron enmudecieron hasta que todo lo que quedó fue el silencio. Se dejó envolver por él y ni el calor ni el humo tuvieron ya efecto. Tan solo el rítmico golpeteo de los puños contra su pecho la recordaron que existía un mundo donde seguía viviendo.

¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum...!

Bajó la vista hacia sus manos y vio las garras extendidas. Contempló su extensión y su filo. Recordó cómo le habían servido en combate. Sin duda no habían sido creadas para ayudar a nadie. Eran para matar. Ese era su único cometido.

¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum...!

Su madre se lo había dicho. Su herencia era demasiado fuerte y su destino inapelable. Lo quisiera o no era sangre de su sangre y terminaría acudiendo a ella. No había forma de evitarlo. No había forma de no transformarse en alguien como ella.

¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum...!

Sintió su pecho latir de nuevo. Sintió los arañazos del humo y el insoportable calor del fuego. El silencio la abandonaba, y lo hizo en el peor de los momentos.

- ¡Eres una asesinaaa!"

Miró a quien gritaba como si no la hubiera visto nunca. Ajena a las emociones que contorsionaban aquel rostro, indolente ante las lágrimas que se evaporaban en pleno vuelo, Ekaterina se dio cuenta de que había obtenido una respuesta. Si intentando ayudar lo único que había conseguido era matar a alguien, si sus garras tan solo servían para ser hundidas en la carne, por qué molestarse.

Cogió los puños que la golpeaban y los detuvo en el aire.

A partir de ahora haría lo único para lo que servía. Lo único que se esperaba de ella. Lo único para lo que era realmente buena.

- ¡Asesinaaa!

Mataría. Mataría como solo ella sabía, y por qué no empezar con los orcos de fuera.

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Los orcos se preparan también para el combate, por lo que el grupo de héroes atacan sin piedad. Piero y Trog comienzan la lucha sin dudarlo, por lo que Peludo cree que no debe quedarse atrás. Sabe que es hora de la violencia y no esperará a que los pieles verdes dañen a sus compañeros para comenzar con su ofensiva.

El gato se concentra un momento y lanza un embate de energía psíquica sobre uno de los orcos, esperando causarle daños en el cerebro, ojalá los suficientes para derrotarlo.

Pero el orco es un enemigo feroz y el daño no lo derriba. Un poco de titubeo en sus movimientos es toda la señal de que sufrió daño con el ataque del felino.

"Estos malditos orcos no serán fáciles de derrotar."

La sensación de que varios orcos están en las cercanías y se acercarán eventualmente a entablar combate, le hace pensar que este será un combate muy largo.

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El dardo voló, implacable, certero, como si una mano divina lo guiara, atravesando llamas y humo, buscando su destino, carne orca en la que enterrarse y hacer crecer sus raíces de muerte y dolor.

Por el rabillo del ojo alcanzó a ver que los más cercanos de sus enemigos, pese a haber entrado en un trance de furia, caían bajo los golpes de sus compañeros, extinguiéndose sus vidas para siempre. Un pobre remedo de justicia para todo el daño llevado a cabo por ellos. Y por el que aún llevarían a cabo de no impedírselo del modo más expeditivo y letal posible.

La carne orca llegó. Un vigía, atento a todo menos a la muerte que en forma de saeta le llegaba. Su ojo izquierdo, bien abierto solo sintió una punzada, como si una brizna de alguna brasa volante le hubiera entrado en el ojo. Pero su cerebro no tuvo tiempo siquiera de racionalizar lo que le ocurría, atravesado por el dardo y haciendo que cayera al suelo sin emitir un solo gemido, como si se hubiera dormido en mitad de la noche.

Y Tronquito quedó boquiabierto. El ghoran sabía que aquel había sido un disparo imposible y que nunca jamás se repetiría. Miró a Monique, con la boca aún abierta por si ella había sido testigo de tal maravilla irrepetible. Sí, debía reconocerlo. Sentía una chispa de orgullo por lo realizado, por haber ayudado a sus amigos de forma efectiva, por conseguir que siquiera uno de sus enemigos cayera.

Pero no había tiempo para regodearse en ello. Solo era una gota en el mar y había mucho que hacer aún.

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Momo trataba de no quedarse atrás, aunque cada obstáculo que se le presentaba para ella era una dificultad mayor que para los otros, a excepción de Ertiznao. Caminaba sin hacer ruido y pasó la barricada con cuidado para ver el desastre que se les venía encima. Gritos de socorro provenientes de una de las casas en llamas aceleraban a los más ágiles hacia allí, entre ellos Ekaterina, y los sonidos guturales tan desagradables característicos de los orcos atraía la atención de los que se quedaban rezagados. 

En el fragor del combate ser pequeño no te da una gran perspectiva. Momo trataba de ver algo entre las grandes piernas de sus compañeros estirando el cuello cual tortuga. El crepitar de la llamas, las sombras danzantes, el olor a humo, el sonido de las cuerdas tensándose, las flechas silbando y las espadas desenvainándose le indicaban que el combate era inminente. Advertida por Garinya de vez en cuando miraba a la negrura sobre su cabeza, temerosa de que una strix bajara con las garras en posición para arrancarle los ojos.

¡Vamos, muévete Momo!- Se obligó a sacar la ballesta justo cuando un temible orco llegaba hasta donde Willbur, indefenso con su arco.

Guiñó un ojo mientras apuntaba con cuidado de no dar a su amigo y, cuando creyó tener tiro, apretó el mecanismo que hizo saltar el pequeño virote por los aires.

¡Le he dado!- Pero su gozo se extinguió al ver que no había sido suficiente. Sabía perfectamente, no le había quedado otra criándose en Trunau, lo resistentes que podían ser los orcos. Con su ballesta poco podía hacerles a no ser que les atravesara un ojo. Pero tenía sus recetas explosivas. Sí, con eso iba a hacerles desean no haber osado atacar Trunau. Sólo tenía que coger un poco de ángulo, con todos sus compañeros delante no había manera.

Empezó a moverse cuando un virote, procedente de la ballesta de Tronquito, le pasó por encima de la cabeza. Iba a recriminarle su actuación cuando escuchó un quejido procedente de lo que parecía un orco.

- ¡Wow!- La ballesta de Tronquito era como la suya. Había esperanza, entonces.

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En medio de las llamas y el humo, Dagfinnr vio cómo Ekaterina se dirigía hacia la salida. Parecía no escuchar nada de lo que sucedía alrededor. No obstante, el vikingo no podía ayudarla en este momento. Su prioridad era salvar a Agrit Staginsda. Apenas la conocía, pero cada vida de Trunau era valiosa. -Vamos, tenemos que salir de aquí, le gritó con contundencia. Su voz sonaba por encima del ruido del incendio. No había tiempo para charlas amables ni para convencerla de que era la mejor decisión. Así que la agarró con fuerza y comenzó a llevarla hacia la puerta.

Seguramente me lo agradecerá algún día, pensó.

-¡AYUDA!, gritó esperando que alguno de sus compañeros pudiera echarle una mano.

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Piero había avanzado casi hasta la posición de la casa. Al llegar mira a Haluk y ve, con cierta sorpresa, como Ekaterina sale de la casa con el rostro demudado.

Eso sin duda no es bueno. Piensa para sí, para luego escuchar las palabras de Dagfinnr, pidiendo ayuda. 

- Haluk, Garinya, Dragos, intentad ayudad. Esa casa está a punto de venirse abajo. No quiero perder a nadie que siga vivo.- tras las palabras mira al resto de compañeros- No debemos permitir separarnos tanto. Esta separación es mortal contra el número de enemigos que nos estamos enfrentando. Win, Ekaterina, poneros en primera línea por si llega otro grupo de orcos, u otros enemigos, mientras Haluk, Garinya y Dragos se ocupan de sacar a quien quiera que esté vivo. Tronquito, Ertiznao, Momo, Wilbur, intentad poneros en segunda línea a unos dos metros de los primeros, y en los laterales, para atacar con flechas si vienen enemigos. Yo trataré de emboscarme por si somos atacados, para pillar su espalda. Cuando salgan los que están dentro veremos como reorganizarnos. Si es que tenemos tiempo para eso.

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Dragos seguía avanzando para ayudar, llevando la antorcha en alto, cuando empezaron a salir esos gritos de la casa, acompañados después por una Ekaterina que tenía una expresión extraña en el rostro. El alto albino no sabía muy bien qué había ocurrido ahí dentro, pero desde luego no fue bueno. Y ahora le tocaba entrar para ayudar a Dagfinnr a sacar a alguien, al parecer. Eso iba a dejar sin luz a los que se encontraban en el exterior, pero órdenes eran órdenes. Además no debería llevarles demasiado tiempo, a pesar de que no era precisamente el más fuerte de los presentes. 

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Los sentidos del gato no se equivocan cuando percibe que hay muchos más orcos en las cercanías y el peligro no desaparecerá con esos tres que ahora combaten. Los ataques de sus compañeros hacen mella en los asaltantes y se nota que pronto acabará la escaramuza actual mas Peludo intenta ver más allá de eso.

"Si no me protejo ahora, podría caer ante el próximo ataque. Los orcos son feroces y resistentes, por lo que debo tener cuidado desde ahora mismo."

Sabiendo que es el momento apropiado, el felino se concentra y manifiesta una barrera psíquica alrededor de sí mismo, con la que desviar los ataques que le lancen y mejorar sus posibilidades de supervivencia. Es un asedio y los orcos no planean dejar a nadie con vida, lo que incluye a los gatos.